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lunes, 25 de mayo de 2015

Cap / 34



            Peter se había quitado los zapatos y estaba sentado al borde de la cama, cubierta con un edredón floreado. Parecía grandote y un tanto peligroso entre las paredes de la habitación. El resplandor de la lámpara jugaba con la dura perfección de sus rasgos, con el brillo negro de su pelo.

            —Tendremos que ser creativos —le dijo—. Como no lo había previsto, no tengo ninguna clase de protección.

            —Yo compré por si acaso —admitió ella.

            Peter levantó una ceja.

            —Estabas bastante segura de que acabaría en tu casa.

            —Segura no estaba —repuso ella—. Solo era optimista.

            —Tráemelos. —Su voz aterciopelada le erizó el vello de la nuca de excitación.

            Fue al aseo y cerró la puerta. Después de desvestirse y ponerse una bata rosa pálido, cogió la caja de condones y volvió a la cama.

            Peter repasó con la mirada la bata, despacio, en descenso hacia sus tobillos desnudos y sus pies descalzos y luego en ascenso hacia su cara ruborosa. Le cogió la caja, la abrió, sacó un sobre y lo dejó en la mesita de noche. Para sorpresa de Lali, Peter sacó otro sobre y lo dejó junto al primero. Parpadeó y notó que se ponía muy colorada. Él, con una mirada incisiva, dejó un tercer sobre en la mesita.

            Lali no pudo contener una risita ahogada.

            —Ahora eres tú quien está siendo optimista —comentó.

            —No —repuso Peter, comedido—. Estoy seguro.

            Ella pensó riéndose por dentro que había situaciones en las que un poco de arrogancia masculina no era mala cosa necesariamente.

            Peter dejó la caja, se desabrochó la camisa gris y la dejó caer al suelo. La camiseta interior, con el cuello en uve, era de un blanco puro en contraste con la piel morena. Con indecisión, Lali echó mano al dobladillo de la camiseta, cuyo algodón conservaba la calidez y el aroma limpio del cuerpo de Peter. Se la levantó y él la ayudó. Libre de la camiseta, su torso quedó al descubierto, elegante y fuerte. Por un brevísimo instante, se preguntó si sería lo bastante cariñoso, lo bastante cuidadoso. Hacía mucho que no tenía relaciones íntimas con nadie.

            Peter prestó atención a su expresión de aturdimiento.

            —¿Estás preocupada? —le preguntó, poniéndole las manos en los brazos y acariciándoselos por encima de la bata.

            —No, yo... —Le sonrió insegura—. Solo te recuerdo que no soy muy experta.

            —Lo tengo en cuenta. —La acercó hacia sí y hundió la cara en su pelo, de modo que ella notó el calor de su aliento en el cuero cabelludo.

            Sí. Bien que lo sabía ella. Ser consciente de la experiencia de él le encogió el estómago.

            Peter la llevó a la cama y se tendió a su lado. La tocó con una mano callosa: elegancia y rudeza acunando su mejilla. La besó despacio, insaciablemente; sabía a azúcar con un toque de acidez de la limonada. Lali se abrió anhelante al sabor y se volvió para apretujarse contra él, temblando de excitación al notar la forma masculina pegada a ella. Le pasó las manos por el vello del pecho, por la dureza de los hombros, por la barba crecida.

            Él hocicó debajo de su barbilla, se abrió camino hasta detrás de la oreja y le lamió el lóbulo. Estremeciéndose, Lali se volvió para encontrar sus labios. Nuevamente más de aquellos besos que hacían que le diera vueltas la cabeza, un poco más profundos, un poco más rudos.

            Tenía calor con la bata rosa. Se retorció para librarse de la tela que la agobiaba. Estaba sofocada, ardía. Torpe por el deseo, manoseó para desatarse el cinturón de tela. El nudo se le resistía, cada vez más apretado, hasta que se puso a darle tirones, frustrada.

            Peter levantó la cabeza y vio lo que quería hacer.

            —Yo lo hago —le dijo, echando mano del cinturón—. Túmbate.

            Lali se tendió de espaldas, jadeando. El calor se le había acumulado en la boca, en la raíz del pelo, entre los dedos de las manos y de los pies... por todas partes. Apretó los muslos luchando contra la caliente humedad. Nunca había deseado nada tanto como tenerlo dentro. Estaba ansiosa y excitada, perdida en un sueño que podía acabar demasiado pronto.

            —Peter —le dijo, desesperada—, no te molestes en alargar los prolegómenos.

            —¿Qué? —le preguntó él, ocupado con el cinturón de la bata.

            A Lali se le escapó un gemido de alivio cuando el cinturón se aflojó.

            —Con los juegos preliminares. Ahora mismo no me hacen falta porque estoy a punto.

            Peter dejó las manos quietas. Miró su cara enrojecida con chispitas en los ojos, divertido.

            —Lali. ¿Entro yo alguna vez en la cocina para decirte cómo debes hacer un soufflé?

            —No.

            —Así es, porque tú eres experta en eso. Yo lo soy en esto.

            —Si yo fuera un soufflé —dijo ella, retorciéndose para sacar los brazos de la bata—, ya estaría demasiado hecho.

            —Confía en mí, no lo estás... ¡Oh, Dios mío! —La bata, al abrirse, había revelado la abundancia de sus curvas. Mirándola, Peter sacudió despacio la cabeza—. Esto es peligroso. Así es como muere la gente.

            Con una sonrisa tímida, Lali se libró de la bata y los pechos se balancearon con el movimiento.

            Peter dijo algo ininteligible y se puso colorado.

            —Tómame —lo instó ella, abrazándole el cuello—. No quiero esperar.

            —Lali... —Respiraba esforzadamente—. Con un cuerpo como el tuyo, saltarse los prolegómenos no es una opción. De hecho... todo el tiempo que pasas fuera de la cama es tiempo perdido.

            —¿Estás diciendo que solo valgo para el sexo?

            —No, vales para muchas otras cosas —dijo él, sin apartar los ojos de sus pechos—. Pero ahora mismo no puedo pensar en ninguna.

            Ahogó la risa de ella con un beso. Luego fue bajando por su cuello, su aliento caliente contra la piel. Le acunó un pecho y se lo levantó para chuparle el pezón erecto, trazando círculos con la lengua alrededor. Ella cerró los ojos para evitar la suave luz de la lámpara, con los sentidos zumbando de placer mientras él tiraba con suavidad del pezón.

            El mundo no existía, nada existía excepto ellos dos. Le tocó la entrepierna, húmeda y sensible, y ella levantó las caderas instintivamente. Con el pulgar separó la carne vulnerable y la frotó ligeramente. La hendidura estaba resbaladiza de humedad. Estaba tan cerca, tan desesperada por alcanzar el orgasmo que se mantenía justo fuera de su alcance, que los ojos se le llenaron de lágrimas de frustración.

            En un torbellino de luz y sombras, le susurró que confiara en él, que lo dejara ocuparse de ella. Introdujo un dedo en su vagina, buscando en su interior y trazando un dibujo, culebreando con el nudillo. Lali bajó una mano temblorosa hacia su muñeca para notar los movimientos de los huesos y los tendones. La habitación estaba en silencio mientras los dos se concentraban en aquellos secretos movimientos. Una nueva tensión empezó en lo más profundo del cuerpo de Lali y se expandió en ágiles pulsos. Peter estaba encima de ella, con expresión concentrada, moviendo los dedos con hábil lentitud.

            —¿Qué haces? —le preguntó con los labios secos.

            Él bajó las pestañas sobre el mar de fuego azul de sus pupilas y se acercó a su oreja para murmurarle:

            —Escribo mi nombre.

            —¿Qué? —Estaba desorientada.

            —Mi nombre —le susurró—. Dentro de ti.

            Las enloquecedoras caricias de las yemas de los dedos y los nudillos nunca cesaban. La sensación disminuía y luego volvía a incrementarse mientras ejercía presión con la palma de su mano sobre la suya rítmicamente. Ella echaba atrás la cabeza, apoyándose en el brazo de Peter, sintiendo los besos de su boca en el cuello.

            —Eso son más de... cinco letras... —logró decir débilmente.

            —Juan Pedro —le explicó él.

            Era imposible refrenar el placer. Era imposible ignorar las sensaciones que la arrasaban con tanta intensidad y tan velozmente. Lali se tensaba agarrada a sus hombros. Comenzaron las sacudidas y el placer la invadió en oleadas, cada una más alta que la anterior, hasta que creyó que se desmayaría. Él la sostuvo contra sí, sorbiendo sus gemidos, prolongando la sensación.

            El alivio fue tan tremendo que Lali tardó varios minutos en poder moverse, con las piernas y los brazos estremecidos como por una corriente eléctrica. Peter empezó a besarla de la cabeza a los pies. Cuando ascendía de nuevo, le abrió las piernas, acariciándoselas morosamente, lamiéndole la cara interior del muslo hasta que ella se sobresaltó.

            —No tienes por qué hacer esto —le dijo, doblando las piernas—. Ya he... No, de veras, Peter...

            Él la miró desde la parte inferior de su vientre, que subía y bajaba agitado por la respiración.

            —Es lo que se me da bien —le recordó.

            —Sí, pero... —tartamudeó mientras él la agarraba por detrás de las rodillas y se las separaba—. Puedes echar a perder un soufflé si lo bates demasiado.

            Su risita vibró contra su parte más sensible y las piernas se le sacudieron.

            —No te he batido demasiado... todavía —le susurró, y hundió la cara entre sus muslos, raspando ligeramente con la barba un tanto crecida su delicada piel. Ella luchó por respirar, con el corazón desbocado.

            —¿Apago la luz? —le rogó, ruborizada de pies a cabeza.

            Peter sacudió muy ligeramente la cabeza y hundió más la lengua en ella, que se dejó caer sobre la cama con un gritito, sorprendida por la caricia caliente y resbaladiza.

            —Ssss —susurró Peter sin apartarse, y el calor de su aliento la encendió aún más. Otra caricia... un giro burlón, un lametazo...

            Lali agarró el edredón de flores a ambos lados, sus pensamientos se disolvieron en la conciencia física ardiente de lo que le estaba haciendo. Jugaba con ella deliberadamente, atento a cada gemido, a cada movimiento.

            —¿Más? —Por fin levantó la cabeza y le dijo en un susurro. Esperó la respuesta.

            —Sí. —Todo lo que él quisiera, todo.

            Peter se levantó y ella oyó cómo sus vaqueros caían al suelo y cómo rasgaba hábilmente uno de los sobres de la mesilla de noche. Volvió a su lado y se puso encima de ella, con el vello del pecho rozándole la piel. Lali respiró más deprisa cuando notó la presión íntima y él la penetró más, con movimientos cuidadosos, sin dificultad. Gimió, respondiendo a la presión rítmica.

            —¿Te hago daño? —le oyó preguntar.

            Sacudió la cabeza sin abrir los ojos. La sensación era avasalladora pero dulce, la llenaba lentamente permitiéndole acogerlo progresivamente y, mientras tanto, le cubría de besos la boca y el cuello, susurrándole lo dulce que era, lo hermosa, que nada le había sabido tan bien, que nada volvería a saberle tan bien.

            Aquella lenta pero inexorable posesión era como un sueño. Los dos intentaban persuadir a su cuerpo para que ella tomara tanto de él como fuera posible. Peter quedó completamente pegado a ella, que tenía la espalda plana en la cama, el cuerpo bajo el peso de él, lleno de él. Volvió la cabeza hacia su bíceps descomunal, notó en los labios su piel salada y deliciosa.

            Peter empezó a moverse rítmicamente con una lasciva fricción que empujaba, frotaba y acariciaba al mismo tiempo. El placer era estremecedor. Lali se envaró y abrió las piernas, arrastrada a un orgasmo enceguecedor. Los empujones se sucedieron, más centrados y profundos, hasta que Peter se sacudió y la sostuvo como si el mundo estuviera a punto de acabarse.

            —No sabía —le dijo ella al cabo de un buen rato, en la oscuridad, con una voz más profunda de lo habitual, líquida, como si hubiera alcanzado el punto de fusión.

            Peter movía la mano ociosamente por su cuerpo ahíto.

            —¿Saber qué?

            —Tu nombre completo. Juan Pedro.

            Él le cogió la mano y se la llevó a la boca para besarle los dedos.
           
—Me gusta.

            Lali le besó el hombro.

            —¿Cuál es tu segundo nombre? —le preguntó Peter.

            —No tengo. Siempre he querido tener uno. No me gusta tener solo dos iniciales para el monograma. Cuando me casé con Chris por fin tuve tres, pero tras el divorcio he vuelto a ser Lali Espósito.

            —Podrías haber conservado el nombre de casada.

            —Sí, pero nunca me sentó bien. —Sonrió y bostezó—. Creo que en el fondo uno lo sabe.

            —¿Sabe qué?

            A Lali se le cerraban los ojos, invadida por un abrumador cansancio.

            —Quién eres —respondió soñolienta—. En quién tienes que convertirte.


            El fantasma estaba acostado al lado de Elena, cuyo rostro y cabello iluminaba un rayo de luz plateada que se colaba por la ventana semicerrada. Escuchaba su suave respiración, los ocasionales cambios mientras soñaba. Tendido a su lado, tan cerca que ambos podrían haberse tocado de haber tenido él un cuerpo físico, recordó la sensación de ser joven, la emoción de estar vivo y enamorado, la promesa de que todo estaba todavía por llegar. La absoluta ignorancia de la evanescencia de la vida.

            Un recuerdo lo asaltó: el recuerdo de Elena, frágil y consternada, con los ojos hinchados por el llanto.

            —¿Estás segura? —le había preguntado haciendo un esfuerzo.

            —He ido al médico. —Se había puesto una mano en el vientre, no como una madre protectora y expectante sino cerrada en un puño.

            Él se sintió enfermo, furioso, anonadado. Estaba terriblemente asustado.

            —¿Qué quieres? —le había preguntado—. ¿Qué puedo hacer?

            —Nada. No lo sé. —Elena se había echado a llorar, con los sollozos dolorosos de alguien que ya lleva mucho tiempo haciéndolo—. No lo sé —había repetido desesperada.

            Él la había abrazado, sosteniéndola firmemente y le había besado las ardientes mejillas.

            —Haré lo correcto. Nos casaremos.

            —No. Me odiarás.

            —Jamás. No es culpa tuya.

            Silencio.

            —Quiero casarme contigo.

            —Mientes —le había dicho ella, pero sus sollozos se habían calmado.

            Sí, mentía. La idea del matrimonio, de tener un bebé, era como morir interiormente. El matrimonio sería una cárcel, pero amaba a Elena demasiado para herirla con la verdad y conocía perfectamente los riesgos de tener una aventura con ella. Una buena chica, de buena familia, afrontando la ruina porque lo amaba. Aunque aquello lo matara, no la defraudaría.

            —Quiero —repitió.

            —Se... se lo diré a mis padres.

            —No, yo se lo diré. Yo me ocuparé de todo. Tú tranquilízate. No te conviene estar disgustada.

            Elena temblaba de alivio, agarrada a él, estrujándolo para estar más cerca.

            —Fermín. Te quiero. Seré una buena esposa. No te arrepentirás, te lo juro.

            El recuerdo se desvaneció y al fantasma le quedó una sensación de vergüenza y terror. ¡Por Dios bendito! ¿Qué demonios le pasaba de joven? ¿Por qué había tenido tanto miedo de lo que más quería? Había sido un idiota. Si hubiera tenido que volver a hacerlo, todo habría sido distinto. ¿Qué había sido del bebé? ¿Por qué le había mentido Elena a Peter al decirle que ella y Fermín nunca habían hablado de casarse? ¿Cuándo se había celebrado la boda?

            Miró la cara inmóvil de Elena.

            —Lo siento tanto... —le susurró—. Nunca quise hacerte daño. Eres todo lo que siempre he deseado. Todo cuanto he amado. Ayúdame a encontrar el modo de volver contigo.


Continuará...

+10 :'o!!! 

15 comentarios:

  1. owwww que lindo pero ahora volverá hacer el mismo ogro Peter de siempre? Uhmm me encanta mas

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  2. Que peter se de cuenta que debe star con lali

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  3. Son tan linddddos -.-

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  4. Espero que ahora peter deje de resistirse :p

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  5. no porfass seguila si podes termina hoy la amoooo

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  6. ojala que peter no sea el mismo malo de siempre seguila son tannn lindoss otroo!

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  7. Se está portando muy dulce,nada con la imagen k quiere dar.

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