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lunes, 25 de mayo de 2015

Cap / 36



            Justo después del almuerzo, Gavin e Isaac se reunieron con Peter en la casa del viñedo e instalaron la ventana emplomada. La cosa fue rápida gracias a que Rochi había tomado las medidas con precisión y fabricado una ventana que encajaba a la perfección en el marco ya instalado. Pusieron silicona en los bordes y la empotraron en su sitio sirviéndose de cartulinas dobladas en acordeón para proteger el cristal. Al cabo de veinticuatro horas de secado, podrían añadir un tapajuntas de madera.

            El fantasma los miraba atentamente, sin chistes, preguntas ni comentarios, solo con una silenciosa melancolía. Se había negado a explicar nada sobre la ventana o sobre los recuerdos que había traído a su memoria.

            —¿No te parece que merezco tener unas cuantas respuestas? —le preguntó Peter esa noche, más tarde—. Al menos podrías darme una pista acerca de lo que está pasando con esta condenada ventana. ¿Por qué quieres que la instale? ¿Por qué te pone de un humor de perros?

            —¡No me da la gana hablar de eso! —repuso furibundo el fantasma.

            A la mañana siguiente, Peter se pasó por Rainshadow Road para echarle un vistazo a la silicona antes de irse a casa de Lali. Fue en el BMW, diciéndose que podía disfrutar de él un par de días más antes de revendérselo al concesionario. Cuando había comprado el sedán, tanto él como Darcy querían un vehículo de gama alta para sus viajes de fin de semana a Seattle. Encajaba con su modo de vida, o al menos con el estilo de vida al que aspiraban. Ahora no entendía por qué le había parecido algo tan importante.

            Por el camino se cruzó con Gastón, que había ido a dar un paseo por el viñedo. Redujo la velocidad y bajó la ventanilla.

            —¿Quieres que te lleve?

            Gastón sacudió la cabeza y le hizo un gesto para que prosiguiera. Tenía una expresión distraída, como si estuviera escuchando una música que nadie más oía aunque no llevara auriculares.

            —Está raro —le dijo Peter al fantasma, conduciendo hacia su destino.

            —Todo es raro —repuso el fantasma, mirando por la ventanilla.

            Tenía razón. Un extraño resplandor teñía el paisaje. Los colores del viñedo y el jardín eran más vivos, cada flor y cada hoja alimentaba el aire con su luminosidad. Incluso el cielo era diferente, plateado a ras del agua de False Bay y progresivamente más azul hasta casi ser doloroso para la vista.

            Peter salió del coche e inspiró profundamente el perfume de las flores que traía la brisa. El fantasma miraba la ventana del segundo piso. No parecía la misma. El color del cristal había cambiado, pero tenía que ser un efecto lumínico o del ángulo desde donde la estaban mirando.

            Peter entró corriendo en la casa y subió la escalera hasta el descansillo. Algo le había pasado a la ventana, no cabía duda: el árbol invernal estaba cubierto de hojas verdes en abundancia, hojas hechas con perlas de cristal. La luna había desaparecido y el cielo de cristal había adquirido tintes rosa, naranja y lavanda que se fundían en un azul diurno.

            —Han cambiado la ventana —dijo Peter desconcertado—. ¿Qué ha pasado con la otra?

            —Es la misma ventana —repuso el fantasma.

            —Imposible. Los colores no son los mismos. Ya no hay luna. Las ramas tienen hojas.

            —Ese es el aspecto que tenía cuando la instalé hace tantos años. Hasta el último detalle. Pero un día... —Se interrumpió cuando oyeron entrar a Gastón.

            Gastón subió la escalera y se quedó de pie junto a su hermano, mirando fijamente la ventana, embelesado y preocupado.

            —¿Qué has hecho con ella? —le preguntó Peter.

            —Nada.

            —¿Cómo ha...?

            —No lo sé.

            Desconcertado, Peter miró alternativamente a Gastón y al fantasma, perdidos ambos en sus propios pensamientos. Parecían saber mejor que él lo que estaba pasando.

            —¿Qué significa esto? —preguntó.

            Gastón se fue sin decir ni pío, bajando los escalones de dos en dos, dirigiéndose hacia su furgoneta a grandes zancadas. El motor del vehículo rugió cuando aceleró por el camino.

            La confusión de Peter dio paso a la irritación.

            —¿Por qué se va así?

            —Va a buscar a Rochi —dijo el fantasma con seguridad, tranquilamente.

            —¿Para enterarse de lo que ha pasado con la ventana?

            El fantasma lo miró burlón y se puso a dar vueltas por el descansillo.

            —A Gastón no le importa lo que le haya pasado a la ventana, lo importante es por qué le ha pasado eso. —Como Peter seguía callado, sin entender nada, añadió—: La ventana ha cambiado a causa de Gastón y Rochi, por lo que sienten cada uno por el otro.

            Aquello no tenía sentido.

            —¿Estás diciendo que es una especie de ventana mágica? —le preguntó Peter con un resoplido de incredulidad.

            —Claro que no —dijo el fantasma con acritud—. ¿Cómo es posible eso si no encaja con tu existencialismo? Probablemente es otra ilusión psicótica. Solo que Gastón parece compartirla. —Se acercó a la pared y se sentó en el suelo, con las piernas dobladas, abrazándose una rodilla. Parecía cansado y estaba lívido. Sin embargo, no podía estar cansado porque era un espíritu y estaba por encima de las cadenas de la debilidad física—. En cuanto vi la ventana ayer en el cajón recordé lo que nos había sucedido a Elena y a mí. Recordé lo que hice.

            Peter apoyó los brazos en la barandilla y contempló la ventana. Las hojas verdes estaban repartidas de un modo que creaba la ilusión de movimiento, como si una suave brisa soplara entre las ramas.

            —Yo era un par de años mayor que Elena —dijo el fantasma. Las emociones se esparcieron por el aire como incienso—. La evitaba todo lo posible. Estaba fuera de mi alcance. Si creces en la isla, sabes con qué personas puedes relacionarte, con qué chicas podías tener roce y con cuáles no.

            —¿Roce?

            El fantasma sonrió débilmente.

            —Llamábamos «tener roce» a besarnos. Elena estaba fuera de mi alcance —prosiguió—. Inteligente, con clase, de familia rica... Podía ser cabezota a veces, pero tenía la misma tendencia a la bondad que Lali. Nunca hería a nadie si podía evitarlo.

            »Cuando el señor Stewart me contrató para que instalara la cristalera, su mujer les dijo a sus tres hijas que no se me acercaran. Que no se relacionaran con el obrero. Elena no le hizo ningún caso, claro. Se sentaba y me miraba trabajar, haciéndome preguntas. Le interesaba todo. Me enamoré de ella tan profundamente y tan rápido... Era como si ya la amara antes de conocerla.

            »Estuvimos viéndonos en secreto todo el verano y parte del otoño. Pasábamos casi todo el tiempo en Dream Lake. A veces íbamos en bote a una de las islas y allí pasábamos el día. No hablábamos mucho del futuro. En Europa la guerra continuaba y todo el mundo sabía que era solo cuestión de tiempo que entráramos en ella. Elena sabía que yo planeaba alistarme. Con un entrenamiento básico, el Ejército del Aire podía convertir a un civil sin experiencia en un piloto cualificado en un par de meses. —Hizo una pausa—. A principios de noviembre de 1941, antes de lo de Pearl Harbor, Elena me dijo que estaba embarazada. La noticia me sentó como un tiro, pero le dije que nos casaríamos. Hablé con su padre para pedirle su mano. Aunque no estuvo lo que se dice encantado con la situación, quiso que la boda se celebrara lo antes posible, para evitar el escándalo. Se portó bastante bien dado el caso. La madre, sin embargo, creí que me mataría. Opinaba que Elena se rebajaba casándose conmigo, y tenía razón. Pero había un bebé en camino, así que no teníamos elección. Fijamos la boda para el día de Nochebuena.

            —A ti no te hacía feliz —dijo Peter.

            —¡Qué va! Estaba aterrorizado. Una esposa, un hijo... nada de ello tenía nada que ver conmigo, pero sabía lo que era crecer sin un padre. No iba a permitir que eso le sucediera al bebé.

            »Después del ataque a Pearl Harbor, todos los jóvenes conocidos fueron a la oficina de reclutamiento para alistarse. Elena y yo acordamos que no me alistaría hasta después de la boda. Unos días antes de Navidad, la madre de Elena me llamó para decirme que fuera a su casa. Había sucedido algo. Supe que no se trataba de nada bueno por su voz. Llegué justo cuando el médico se iba. Hablé con él en el porche unos minutos y subí a ver a Elena, que estaba acostada.

            —Había perdido al bebé —dijo Peter en voz baja.

            El fantasma asintió.

            —Había empezado a sangrar por la mañana, al principio solo un poco, pero cada vez más a medida que pasaban las horas, hasta que había sufrido un aborto. ¡Parecía tan pequeña en aquella cama! Se echó a llorar en cuanto me vio. La estuve abrazando un buen rato. Cuando se tranquilizó, se quitó el anillo de prometida y me lo devolvió. Dijo que sabía que no quería casarme con ella y que, ahora que ya no había ningún bebé, no había tampoco motivo para que lo hiciera. Yo le dije que no tenía que tomar ninguna decisión de inmediato pero, por una centésima de segundo, sentí alivio, y ella lo notó. Así que me preguntó si creía que estaría preparado para casarme algún día. Si debía esperarme. Le dije que no, que no esperara. Le dije que si sobrevivía a la guerra y regresaba, no podría contar conmigo. Le dije que su amor no duraría, que sentiría lo mismo por algún otro alguna vez. Lo creía incluso. Ella no discutió conmigo. Sabía que le estaba haciendo daño, pero creía que así le ahorraba mucho más dolor en el futuro. Me dije que lo hacía por su propio bien.

            —Estabas siendo cruel por bondad —dijo Peter, asintiendo.

            El fantasma apenas pareció oírlo. Tras un silencio meditabundo, dijo:

            —Esa fue la última vez que la vi. Cuando salí de aquella habitación y me dirigí a la escalera, pasé bajo esa ventana. El cristal había cambiado. Las hojas habían desaparecido, el cielo se había puesto oscuro y brillaba en él una luna invernal. Un milagro en toda regla, pero no me permití pensar en lo que significaba.

            Peter no entendía que el fantasma estuviera tan avergonzado y se sintiera tan culpable de lo que le había confesado. Se había comportado honorablemente cuando se había ofrecido a casarse con Elena dadas las circunstancias. No había tenido nada de malo que rompieran el compromiso después del aborto: Elena no se había quedado sola ni en la indigencia. Además, Fermín iba a alistarse de todas formas.

            —Hiciste lo correcto —le dijo—. Fuiste honesto con ella.

            El fantasma lo miró con rabia, incrédulo.

            —Eso no fue honestidad, fue cobardía. Tendría que haberme casado con ella. Tendría que haberme asegurado de que, pasara lo que pasase, supiera siempre que significaba más para mí que nada en el mundo.

            —No pretendo ser insensible —empezó a decir Peter y puso mala cara cuando el fantasma soltó una carcajada amarga—, pero seguramente habrías muerto en la guerra de todos modos. Así que no habríais pasado mucho más tiempo juntos.

            —No lo entiendes, ¿verdad? —le preguntó el fantasma, incrédulo—. Yo la amaba. La amaba y le fallé. Nos fallé a ambos. Era demasiado cobarde. Algunos hombres se pasan la vida soñando con que los amen así. Yo lo eché por la borda y todas mis posibilidades de corregirlo se estrellaron contra el suelo conmigo y mi avión.

            —A lo mejor fuiste afortunado. ¿Lo has pensado? Si hubieras sobrevivido y regresado con Elena, podrías haber acabado abocado a un matrimonio espantoso. Podrían haber acabado odiándoos mutuamente. Tal vez fue mejor que las cosas salieran como salieron.

            —¿Afortunado? —Lo miró horrorizado, furioso, indignado. Se levantó y deambuló por el descansillo. Un par de veces se detuvo para mirar a Peter como si fuera una curiosidad un tanto repelente. Al final se paró delante de la ventana—. Supongo que tienes razón —dijo—. Es mejor morir siendo joven y evitar las miserables complicaciones de amar a los demás. La vida no tiene sentido. Es preferible acabar con ella.

            —Exactamente —dijo Peter, ofendido por el sermón. Al fin y al cabo, estaba dispuesto tomar sus decisiones y a pagar por ellas, exactamente como había hecho el fantasma. Estaba en su derecho.

            Mirando fijamente la ventana de exuberantes colores, el fantasma le dijo con malevolencia:

            —Tal vez tengas la fortuna que tuve yo.

Continuará...

+10 :S 

16 comentarios:

  1. Porque es así de frío LPM loco
    ++++
    @x_ferreyra7

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  2. masss queremos otro plis!

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  3. omg me encanta mas! Peter es igual al fantasma -.-

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  4. Y x estúpido se merecería tener la misma suerte k Fermín.

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  5. Me encantó como sale Gastón corriendo en busca d Rochi ,k amoroso ,
    él si k entendió.

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  6. Genial me encanta encontré tu pagina hace poco pero esta nove esta muy buena aunque todas están muy buenas hay una en especial que me encanto es una para descargar que tienes las otras las tienes por que es una serie Friday Harbor el camino del sol

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