Mientras varios duetos de Tony Bennett sonaban de fondo, Peter repasó cajas de recibos de impuestos, viejas revistas, platos rotos, ropa apolillada y juguetes. El suelo estaba cubierto de insectos muertos y suciedad. Detrás de una caja desvencijada encontró una vieja trampa para ratones con el cadáver reseco de un roedor. Con cara de asco, usó un pedazo de plástico para recogerla y tirarla.
Abrió
una caja y encontró un montón de libros de contabilidad con las tapas de cuero.
Se levantó el polvo cuando sacó el primero, lo cual le hizo estornudar. Se
sentó en cuclillas, con los muslos ligeramente separados para mantener el
equilibrio. Leyó unas cuantas de las frágiles entradas, todas ellas pulcramente
anotadas con tinta negra descolorida.
—¿Qué
es? —le preguntó el fantasma.
—Creo
que es la contabilidad de una fábrica de conservas de pescado. —Pasó unas
cuantas páginas—. Aquí hay un inventario: máquinas de vapor, rejillas para despellejar
y para freír, equipos de soldadura, tijeras para planchas de hojalata; una
cantidad ingente de aceite de oliva.
El
fantasma observaba cómo Peter leía por encima el libro.
—Quien
fuera el dueño de la factoría tuvo que tener muchísimo dinero.
—Durante
una temporada —dijo Peter—. Pero esta zona fue sobrexplotada hasta que el
salmón desapareció. La mayoría de las piscifactorías cerraron en los años
sesenta. —Se inclinó sobre la caja y sacó más libros de contabilidad. Abrió
otro y encontró unas cuantas cartas comerciales escritas a mano, una acerca de
una empresa de rotulación que suministraba etiquetas y otra acerca de un comité
estatal que obligaba a la fábrica de conservas a bajar los precios. Se detuvo a
mirar con más detenimiento una de las dos—. El propietario de la fábrica era
Weston Stewart.
El
fantasma lo miró, poniéndose en guardia al reconocer el apellido de soltera de Elena.
Peter
siguió repasando los libros de cuentas. Las entradas de los últimos no estaban
escritas a mano sino a máquina. Habían metido unos cuantos recortes de prensa y
fotografías en blanco y negro entre las páginas.
—¿Qué
son esas fotos? —le preguntó el fantasma, acercándose.
Peter
notó la impaciencia del espectro cerniéndose sobre él para ver mejor.
—No
te acerques tanto. Te lo diré si encuentro algo que debas saber. No son más que
vistas exteriores de edificios. —Cogió un artículo en el que se anunciaba el
cierre de la fábrica—. El negocio cerró en agosto de 1960 —dijo. Clasificando
más recortes, vio uno titulado Industria pesquera local al borde del colapso y
otro donde se describían las quejas por el hedor de los productos de desecho de
la conservera—. Aquí está la nota necrológica del dueño de la fábrica —dijo Peter—.
Weston Stewart. Murió menos de un año después de que cerrara la conservera. No
dice la causa. Dejó viuda, Jane, y tres hijas: Susannah, Lorraine y Elena.
—Elena
—repitió el fantasma como si el nombre fuera un talismán.
Una
pequeña fotografía de una joven encabezaba el último recorte de prensa. Llevaba
el pelo castaño hasta los hombros marcado en ondas y los labios rojos de
carmín. Era el tipo de mujer que resultaba hermosa a pesar de no serlo
técnicamente hablando. Tenía unos ojos claros y curiosos y melancólicos, como
si contemplara un futuro desconocido sin ninguna esperanza.
—Ve
a echarle un vistazo a esto —dijo Peter.
El
fantasma se precipitó a mirar por encima de su hombro.
En
cuanto vio la foto emitió un sonido ahogado, como si le hubieran dado un
puñetazo en las tripas.
Elena
Stewart y James Espósito contraerán matrimonio el 7 de septiembre de 1946.
Tras
renunciar a su puesto en el Bellingham Herald, la señorita Elena Stewart ha
vuelto a su casa, en isla San Juan, para preparar su próximo matrimonio con el
teniente James Augustus Gus Espósito, que sirvió como piloto de transporte del
teatro de operaciones en China, Birmania, India.[2] A lo largo de los dos
últimos años de la guerra, el teniente Espósito voló en cincuenta y dos
misiones, recorriendo la ruta de soporte aéreo, por encima del Himalaya. Se
darán el sí ante el altar a las 3.30 horas de la tarde, en un servicio
religioso en la iglesia presbiteriana de la calle Spring.
Mientras
Peter leía el artículo por segunda vez, se sintió acorralado por una emoción tan
fuerte y tan asfixiante que cuanto más intentaba vadearla o salir trepando de
ella más profundamente y a mayor velocidad se hundía.
—Para
—logró decir.
El
fantasma se alejó con la cara desencajada y cubierta de lágrimas.
—Eso
procuro —dijo, pero no lo intentaba y ambos lo sabían. Su pena era su modo de
estar cerca de Elena, la única conexión disponible hasta que estuviera de nuevo
con ella.
—¡Tranquilízate!
—le dijo Peter lacónicamente—. No te seré de utilidad... —Hizo una pausa para
coger aire y prosiguió—: Si me provocas un maldito infarto.
El
fantasma siguió con la mirada el descolorido recorte que se le había escapado a
Peter de los dedos. El papel amarillento cayó dando vueltas, como una hoja de
árbol, al suelo.
—Así
te sientes cuando amas a alguien a quien no puedes tener.
Allí
en cuclillas, entre montañas de recuerdos metidos en cajas, polvo y tinieblas, Peter
pensó que si alguna vez era capaz de sentir aquello por alguien —cosa que
dudaba— se saltaría la tapa de los sesos.
—Te
pasará —le dijo el fantasma, como si le leyera el pensamiento—. Te golpeará un
día como un hacha. Hay cosas en la vida de las que uno no puede escapar.
—Tres
cosas —dijo Peter—. La muerte, los impuestos y Facebook. Pero de enamorarme
seguro que puedo librarme.
El
fantasma resopló, divertido. Para alivio de Peter, el agónico anhelo empezó a
disminuir.
—¿Y
si pudieras conocer a tu alma gemela? —le preguntó el espectro—. ¿Querrías
evitarlo?
—Demonios,
sí. La idea de que haya un alma por ahí esperando a fundirse con la mía como un
programa para compartir datos me deprime cantidad.
—No
es así. No se trata de perder uno su propia identidad.
—Entonces
¿de qué se trata? —Peter le escuchaba sin prestarle demasiada atención, todavía
ocupado con la mordaza que le atenazaba el pecho.
—Es
como si toda la vida hubieras estado cayendo hacia el suelo hasta el momento en
que alguien te atrapa. Entonces te das cuenta de que en cierto modo tú la has
atrapado a ella al mismo tiempo. Juntos, en lugar de caer, son capaces de
volar. —El fantasma se acercó al recorte caído y miró la foto, fascinado—. Es
una belleza, ¿verdad?
—¡Y
tanto! —dijo mecánicamente Peter, aunque en la foto no había nada del
chispeante atractivo de Lali, solo un ínfimo parecido.
—Cincuenta
y dos misiones sobrevolando el Himalaya —dijo el fantasma, leyendo en voz alta
el artículo. Miró a Peter—. Lo llamaban «el montículo». Los pilotos de
transporte tenían que volar con el avión cargado hasta los topes. Mal clima,
una tremenda altitud, aparatos enemigos... Mortalmente peligroso.
—¿Eras...
eres ese tal Gus Espósito? —Peter
recogió el recorte del suelo.
El
fantasma reflexionó sobre la posibilidad.
—Pilotaba
un P-40, de eso estoy seguro, no un avión de carga.
—Eras
un piloto que plantaba cara al enemigo —dijo Peter—. ¿Qué diferencia hay?
El
fantasma parecía ofendido.
—¿Cuál
es la diferencia entre un caza y un transporte? Si estás en un caza, estás
solo. No vuelas bajo y lento, no hay café ni bocadillos, no tienes a nadie para
hacerte compañía. Vuelas solo, te enfrentas solo al enemigo y mueres solo.
A
Peter en el fondo le hacían gracia el orgullo y la arrogancia de su tono.
—Así
que ibas en un P-40. Los hechos son que eras piloto, que estabas enamorado de Elena
y que recuerdas cosas de la casa en la que ella creció así como de la casa de
Dream Lake. Todo eso concuerda con que seas Gus
Espósito.
—Tendría
que haber vuelto con ella —dijo distraídamente el fantasma—. Tendría que
haberme casado con ella. Pero eso significa... —Le lanzó a Peter una mirada
penetrante—. Eso significa que Lali podría ser mi nieta.
Peter
se restregó la frente y se frotó los ojos.
—¡Oh,
estupendo!
—Eso
quiere decir que, de ahora en adelante, las manos quietas.
—Eras
tú quien me empujaba a ir tras ella. —Peter estaba indignado.
—Eso
era antes de que me enterara de esto. No quiero que formes parte de mi árbol
genealógico.
—¡Alto,
amigo! No voy a acercarme siquiera al árbol genealógico de nadie.
—Yo
no soy tu amigo. Soy... Gus.
—En
teoría. —Peter lo miró con ferocidad mientras se levantaba y se quitaba el
polvo de los vaqueros. Dejó aparte el artículo y cerró la gran bolsa de basura.
—Quiero
saber qué aspecto tenía y cuándo fallecí y cómo. Quiero ver a Elena y...
—Yo
quiero un poco de paz y tranquilidad. Ya no digamos pasar cinco minutos a
solas. Me muero porque encuentres el modo de desaparecer un rato.
—Puedo
intentarlo —admitió el fantasma—, pero temo que si lo hago no pueda volver a
hablar contigo.
Peter
lo miró burlón.
—Tú
no sabes lo que es estar solo y ser invisible para todo el mundo —dijo el
fantasma—. Era tan espantoso que incluso ponerme a hablar contigo fue un
alivio. —Miró desdeñoso la expresión de Peter—. No se te había ocurrido
pensarlo, ¿verdad? ¿Alguna vez has intentado ponerte en el lugar de otro?
¿Alguna vez te has tomado la molestia de preguntarte qué siente otra persona?
—No.
Soy un sociópata. Pregúntaselo a mi ex.
Muy
a su pesar, una ligera sonrisa iluminó el rostro del fantasma.
—Tú
no eres un sociópata. No eres más que un idiota.
—Gracias.
—Está
bien que se hayan divorciado —dijo el fantasma—. Darcy no era la mujer adecuada
para ti.
—Lo
supe en cuanto la conocí. Precisamente por eso me casé con ella.
Cavilando
acerca de aquello, el fantasma sacudió la cabeza, asqueado, y apartó la mirada.
—Da
igual. Eres un sociópata.
Continuará...
+10 :)
mas
ResponderEliminarMasssssssss!
ResponderEliminarMaaas
ResponderEliminarOtro
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ResponderEliminarSube otro
ResponderEliminar:)
ResponderEliminarMás
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ResponderEliminar:)
ResponderEliminarya no quiere q se acerque a Lali Jajajaja
ResponderEliminarme encana mZ
wuuu noo mass plismasss
ResponderEliminarEsta increible y ya no suigo queriendo que se acerque a lalu mass porfass
ResponderEliminarnecesito mas novela
ResponderEliminarAhhh subí otro porfa... Y coincidió con. El señor fantasma ... Peter es un idiota
ResponderEliminar++++
@x_ferreyra7
Jajjaja,ahora gus no quiere k Peter se acerque a Lali.
ResponderEliminarmaaaaaas
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