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jueves, 21 de mayo de 2015

Cap / 17


            Mientras varios duetos de Tony Bennett sonaban de fondo, Peter repasó cajas de recibos de impuestos, viejas revistas, platos rotos, ropa apolillada y juguetes. El suelo estaba cubierto de insectos muertos y suciedad. Detrás de una caja desvencijada encontró una vieja trampa para ratones con el cadáver reseco de un roedor. Con cara de asco, usó un pedazo de plástico para recogerla y tirarla.

            Abrió una caja y encontró un montón de libros de contabilidad con las tapas de cuero. Se levantó el polvo cuando sacó el primero, lo cual le hizo estornudar. Se sentó en cuclillas, con los muslos ligeramente separados para mantener el equilibrio. Leyó unas cuantas de las frágiles entradas, todas ellas pulcramente anotadas con tinta negra descolorida.

            —¿Qué es? —le preguntó el fantasma.

            —Creo que es la contabilidad de una fábrica de conservas de pescado. —Pasó unas cuantas páginas—. Aquí hay un inventario: máquinas de vapor, rejillas para despellejar y para freír, equipos de soldadura, tijeras para planchas de hojalata; una cantidad ingente de aceite de oliva.

            El fantasma observaba cómo Peter leía por encima el libro.

            —Quien fuera el dueño de la factoría tuvo que tener muchísimo dinero.

            —Durante una temporada —dijo Peter—. Pero esta zona fue sobrexplotada hasta que el salmón desapareció. La mayoría de las piscifactorías cerraron en los años sesenta. —Se inclinó sobre la caja y sacó más libros de contabilidad. Abrió otro y encontró unas cuantas cartas comerciales escritas a mano, una acerca de una empresa de rotulación que suministraba etiquetas y otra acerca de un comité estatal que obligaba a la fábrica de conservas a bajar los precios. Se detuvo a mirar con más detenimiento una de las dos—. El propietario de la fábrica era Weston Stewart.

            El fantasma lo miró, poniéndose en guardia al reconocer el apellido de soltera de Elena.

            Peter siguió repasando los libros de cuentas. Las entradas de los últimos no estaban escritas a mano sino a máquina. Habían metido unos cuantos recortes de prensa y fotografías en blanco y negro entre las páginas.

            —¿Qué son esas fotos? —le preguntó el fantasma, acercándose.

            Peter notó la impaciencia del espectro cerniéndose sobre él para ver mejor.

            —No te acerques tanto. Te lo diré si encuentro algo que debas saber. No son más que vistas exteriores de edificios. —Cogió un artículo en el que se anunciaba el cierre de la fábrica—. El negocio cerró en agosto de 1960 —dijo. Clasificando más recortes, vio uno titulado Industria pesquera local al borde del colapso y otro donde se describían las quejas por el hedor de los productos de desecho de la conservera—. Aquí está la nota necrológica del dueño de la fábrica —dijo Peter—. Weston Stewart. Murió menos de un año después de que cerrara la conservera. No dice la causa. Dejó viuda, Jane, y tres hijas: Susannah, Lorraine y Elena.

            —Elena —repitió el fantasma como si el nombre fuera un talismán.

            Una pequeña fotografía de una joven encabezaba el último recorte de prensa. Llevaba el pelo castaño hasta los hombros marcado en ondas y los labios rojos de carmín. Era el tipo de mujer que resultaba hermosa a pesar de no serlo técnicamente hablando. Tenía unos ojos claros y curiosos y melancólicos, como si contemplara un futuro desconocido sin ninguna esperanza.

            —Ve a echarle un vistazo a esto —dijo Peter.

            El fantasma se precipitó a mirar por encima de su hombro.

            En cuanto vio la foto emitió un sonido ahogado, como si le hubieran dado un puñetazo en las tripas.

            Elena Stewart y James Espósito contraerán matrimonio el 7 de septiembre de 1946.

            Tras renunciar a su puesto en el Bellingham Herald, la señorita Elena Stewart ha vuelto a su casa, en isla San Juan, para preparar su próximo matrimonio con el teniente James Augustus Gus Espósito, que sirvió como piloto de transporte del teatro de operaciones en China, Birmania, India.[2] A lo largo de los dos últimos años de la guerra, el teniente Espósito voló en cincuenta y dos misiones, recorriendo la ruta de soporte aéreo, por encima del Himalaya. Se darán el sí ante el altar a las 3.30 horas de la tarde, en un servicio religioso en la iglesia presbiteriana de la calle Spring.

            Mientras Peter leía el artículo por segunda vez, se sintió acorralado por una emoción tan fuerte y tan asfixiante que cuanto más intentaba vadearla o salir trepando de ella más profundamente y a mayor velocidad se hundía.

            —Para —logró decir.

            El fantasma se alejó con la cara desencajada y cubierta de lágrimas.

            —Eso procuro —dijo, pero no lo intentaba y ambos lo sabían. Su pena era su modo de estar cerca de Elena, la única conexión disponible hasta que estuviera de nuevo con ella.

            —¡Tranquilízate! —le dijo Peter lacónicamente—. No te seré de utilidad... —Hizo una pausa para coger aire y prosiguió—: Si me provocas un maldito infarto.

            El fantasma siguió con la mirada el descolorido recorte que se le había escapado a Peter de los dedos. El papel amarillento cayó dando vueltas, como una hoja de árbol, al suelo.

            —Así te sientes cuando amas a alguien a quien no puedes tener.

            Allí en cuclillas, entre montañas de recuerdos metidos en cajas, polvo y tinieblas, Peter pensó que si alguna vez era capaz de sentir aquello por alguien —cosa que dudaba— se saltaría la tapa de los sesos.

            —Te pasará —le dijo el fantasma, como si le leyera el pensamiento—. Te golpeará un día como un hacha. Hay cosas en la vida de las que uno no puede escapar.

            —Tres cosas —dijo Peter—. La muerte, los impuestos y Facebook. Pero de enamorarme seguro que puedo librarme.

            El fantasma resopló, divertido. Para alivio de Peter, el agónico anhelo empezó a disminuir.

            —¿Y si pudieras conocer a tu alma gemela? —le preguntó el espectro—. ¿Querrías evitarlo?

            —Demonios, sí. La idea de que haya un alma por ahí esperando a fundirse con la mía como un programa para compartir datos me deprime cantidad.

            —No es así. No se trata de perder uno su propia identidad.

            —Entonces ¿de qué se trata? —Peter le escuchaba sin prestarle demasiada atención, todavía ocupado con la mordaza que le atenazaba el pecho.

            —Es como si toda la vida hubieras estado cayendo hacia el suelo hasta el momento en que alguien te atrapa. Entonces te das cuenta de que en cierto modo tú la has atrapado a ella al mismo tiempo. Juntos, en lugar de caer, son capaces de volar. —El fantasma se acercó al recorte caído y miró la foto, fascinado—. Es una belleza, ¿verdad?

            —¡Y tanto! —dijo mecánicamente Peter, aunque en la foto no había nada del chispeante atractivo de Lali, solo un ínfimo parecido.

            —Cincuenta y dos misiones sobrevolando el Himalaya —dijo el fantasma, leyendo en voz alta el artículo. Miró a Peter—. Lo llamaban «el montículo». Los pilotos de transporte tenían que volar con el avión cargado hasta los topes. Mal clima, una tremenda altitud, aparatos enemigos... Mortalmente peligroso.

            —¿Eras... eres ese tal Gus Espósito? —Peter recogió el recorte del suelo.

            El fantasma reflexionó sobre la posibilidad.

            —Pilotaba un P-40, de eso estoy seguro, no un avión de carga.

            —Eras un piloto que plantaba cara al enemigo —dijo Peter—. ¿Qué diferencia hay?

            El fantasma parecía ofendido.

            —¿Cuál es la diferencia entre un caza y un transporte? Si estás en un caza, estás solo. No vuelas bajo y lento, no hay café ni bocadillos, no tienes a nadie para hacerte compañía. Vuelas solo, te enfrentas solo al enemigo y mueres solo.

            A Peter en el fondo le hacían gracia el orgullo y la arrogancia de su tono.

            —Así que ibas en un P-40. Los hechos son que eras piloto, que estabas enamorado de Elena y que recuerdas cosas de la casa en la que ella creció así como de la casa de Dream Lake. Todo eso concuerda con que seas Gus Espósito.

            —Tendría que haber vuelto con ella —dijo distraídamente el fantasma—. Tendría que haberme casado con ella. Pero eso significa... —Le lanzó a Peter una mirada penetrante—. Eso significa que Lali podría ser mi nieta.

            Peter se restregó la frente y se frotó los ojos.

            —¡Oh, estupendo!

            —Eso quiere decir que, de ahora en adelante, las manos quietas.

            —Eras tú quien me empujaba a ir tras ella. —Peter estaba indignado.

            —Eso era antes de que me enterara de esto. No quiero que formes parte de mi árbol genealógico.

            —¡Alto, amigo! No voy a acercarme siquiera al árbol genealógico de nadie.

            —Yo no soy tu amigo. Soy... Gus.

            —En teoría. —Peter lo miró con ferocidad mientras se levantaba y se quitaba el polvo de los vaqueros. Dejó aparte el artículo y cerró la gran bolsa de basura.

            —Quiero saber qué aspecto tenía y cuándo fallecí y cómo. Quiero ver a Elena y...

            —Yo quiero un poco de paz y tranquilidad. Ya no digamos pasar cinco minutos a solas. Me muero porque encuentres el modo de desaparecer un rato.

            —Puedo intentarlo —admitió el fantasma—, pero temo que si lo hago no pueda volver a hablar contigo.

            Peter lo miró burlón.

            —Tú no sabes lo que es estar solo y ser invisible para todo el mundo —dijo el fantasma—. Era tan espantoso que incluso ponerme a hablar contigo fue un alivio. —Miró desdeñoso la expresión de Peter—. No se te había ocurrido pensarlo, ¿verdad? ¿Alguna vez has intentado ponerte en el lugar de otro? ¿Alguna vez te has tomado la molestia de preguntarte qué siente otra persona?

            —No. Soy un sociópata. Pregúntaselo a mi ex.

            Muy a su pesar, una ligera sonrisa iluminó el rostro del fantasma.

            —Tú no eres un sociópata. No eres más que un idiota.

            —Gracias.

            —Está bien que se hayan divorciado —dijo el fantasma—. Darcy no era la mujer adecuada para ti.

            —Lo supe en cuanto la conocí. Precisamente por eso me casé con ella.

            Cavilando acerca de aquello, el fantasma sacudió la cabeza, asqueado, y apartó la mirada.

            —Da igual. Eres un sociópata.

Continuará...

+10 :)

17 comentarios:

  1. ya no quiere q se acerque a Lali Jajajaja
    me encana mZ

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  2. wuuu noo mass plismasss

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  3. Esta increible y ya no suigo queriendo que se acerque a lalu mass porfass

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  4. Ahhh subí otro porfa... Y coincidió con. El señor fantasma ... Peter es un idiota
    ++++
    @x_ferreyra7

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  5. Jajjaja,ahora gus no quiere k Peter se acerque a Lali.

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