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domingo, 24 de mayo de 2015

Cap / 26



          —Tienes buen aspecto —fue lo primero que Darcy dijo cuando Peter le abrió la puerta. Parecía un tanto sorprendida, como si hubiera esperado encontrarlo tumbado entre un montón de botellas vacías de jarabe para la tos y cosas para drogarse.

            —Tú también —repuso Peter.

            Darcy vivía y se vestía como si fuera la protagonista de una revista de moda, lista para que la fotografiaran desde todos los ángulos. Externamente era un modelo de maquillaje y elegancia. Llevaba la blusa desabotonada un poco más de lo necesario, el pelo planchado y marcado con manos hábiles. Si tenía algún objetivo más profundo que conseguir dinero por cualquier medio, nunca se lo había dicho. Peter no se lo reprochaba. Sabía perfectamente que volvería a casarse pronto, con algún hombre rico y bien relacionado de quien al final cosecharía un acuerdo de divorcio más que generoso. Peter tampoco se lo reprochaba. Ella nunca había fingido ser lo que no era.

            Darcy le presentó a la decoradora e intercambiaron las cortesías de rigor. Era una mujer muy maquillada de edad indefinida, con el pelo escalonado y tieso de laca. Se llamaba Amanda. Darcy y la decoradora recorrieron la casa apenas amueblada, haciéndole de vez en cuando preguntas a Peter que lo obligaron a seguir su estela. Todo estaba escrupulosamente limpio, la pintura de las paredes retocada, la iluminación y las cañerías en perfecto estado y el jardín pulcro, con una capa nueva de mantillo.

            Darcy había dejado un bolso de viaje Vuitton en la entrada. Peter lo miró y frunció el ceño, porque esperaba que ella no se quedara cuando se fuera la decoradora. La perspectiva de tener que hablar con su ex le resultaba deprimente. Se habían quedado sin nada que decirse incluso antes de divorciarse.

            La perspectiva de acostarse con ella era incluso más deprimente. Daba igual que su cuerpo estuviera pidiéndole una alegría, daba igual que Darcy fuera atractiva y estuviera dispuesta... Eso no iba a suceder, porque el problema de haber probado algo nuevo e increíble es que no puedes volver a obtener el mismo placer de lo que antes solía gustarte. No puedes borrar la conciencia de que en alguna parte hay una experiencia mejor que la que estás teniendo. Sabes que te estás comiendo un producto de bollería industrial después de haber probado un esponjoso y tierno pastel casero recubierto de glaseado crujiente, abierto por la mitad y untado con miel.

            —Tienes que decírselo a Darcy antes de que decida quedarse —le dijo el fantasma, inclinándose hacia él.

            —¿Decirle qué?

            —Que no vas a acostarte con ella.

            —¿Por qué piensas que no lo haré?

            El fantasma tuvo el descaro de sonreír.

            —Porque estás mirando esa bolsa como si estuviera llena de cobras vivas. —Su sonrisa se suavizó—. Y Darcy no encaja en el camino que has tomado.

            El fantasma había estado de un humor extraño los últimos días, preocupado, impaciente y sintiendo casi siempre la alegría abrasadora de saber que vería a Elena pronto. Ponía nervioso a Peter estar en el vórtice de esas emociones tan intensas, porque ya tenía bastante con mantener las suyas a raya. Seguramente lo que más echaba de menos de beber era cómo lo anestesiaba de esa agitación emocional.

            Peter apreciaba que el fantasma hubiera hecho un esfuerzo para dejarle tanto espacio como era posible, intentando no entrometerse. El comentario que acababa de hacerle sobre Darcy era la única cosa con intención vagamente manipuladora que le había dicho desde hacía días. No había dicho ni una palabra acerca del modo en que había besado a Lali en la casa del lago. De hecho, había fingido no darse cuenta. Por su parte, Peter había intentado con toda el alma olvidarlo.

            Una parte de su cerebro, sin embargo, se aferraba a aquel recuerdo como una abrazadera y no lo soltaba. Los ojos grandes y relucientes de Lali mirándolo, el modo provocativo en que se había puesto de puntillas y se había pegado a él. Nunca nadie lo había abrumado tanto. Nunca lo había apabullado tanto la idea de que podía haber hecho realmente feliz por un instante a una mujer. Se había acoplado a él con tanta facilidad, permitiéndole hacer lo que quisiera... Estaría así en la cama, abierta a todo. Confiando en él.

            «Dios mío.»

            Si eso llegaba a suceder, en poco tiempo la habría convertido en alguien completamente diferente, en una persona cínica, furiosa, cauta. En alguien como Darcy. Eso era lo que les pasaba a las mujeres que se liaban con él.

            Tras un par de horas de intercambiar ideas y mirar fotos y diseños en una tableta, Amanda dijo que debía marcharse. No quería perder el último ferry de la tarde.

            —Llevaré a Amanda a Friday Harbor y cenamos algo —le dijo Darcy—. ¿Qué te parece comida italiana?

            —¿Te quedas a pasar la noche? —le preguntó Peter, sin ocultar su desagrado.

            —Ya has visto mi bolsa —le dijo Darcy con sorna y un punto de enfado—. Supongo que no tienes ningún inconveniente, teniendo en cuenta que esto es mi casa.

            —Yo la mantengo y pago las facturas hasta que se venda. No es un mal trato.

            —Es verdad. —Sonrió, con una mirada provocativa en los ojos—. A lo mejor luego puedo darte una bonificación.

            —No hace falta.

            Al cabo de poco más de una hora, Darcy volvió con envases de pasta y ensalada. Sirvieron la comida en platos y se sentaron a la mesa de la cocina, exactamente como hacían cuando estaban casados. Como ninguno de los dos cocinaba, habían vivido de platos congelados y comida para llevar o yendo a restaurantes.

            —He traído una botella de chianti —dijo Darcy, buscando en un cajón el sacacorchos.

            —Para mí no, gracias.

            Ella le lanzó una mirada de sorpresa por encima del hombro.

            —Bromeas, ¿verdad?

            El fantasma, que estaba sentado en una de las encimeras, con las piernas colgando, formuló una pregunta retórica:

            —¿Desde cuándo bromea él acerca de algo?

            —Simplemente, esta noche no me apetece —le dijo Peter a Darcy, mirando con dureza al fantasma.

            —Bien —dijo este, bajándose de la encimera y alejándose con paso despreocupado—. Los dejo solos, tortolitos.

            Darcy sacó dos copas de vino de la alacena, las llenó y las llevó a la mesa.

            —Amanda dice que tenemos que hacer que la casa tenga más calidez. Será fácil, porque ya está bastante vacía y todo lo que hay es de un tono neutro. Traerá almohadones de colores para el sofá, algunas Albizias, centros de mesa y cosas así.

            Peter miraba la copa de chianti, el líquido rojo granate que relucía. Recordaba su sabor, seco, como de violetas. Llevaba semanas sin beber. Un vaso de vino no podía perjudicarle. La gente bebe vino con las comidas muchas veces.

            Se acercó la copa pero no la cogió, sino que pasó las yemas de los dedos por la base circular. Luego la apartó un poco.

            Arrastró la mirada hacia la cara de Darcy y se concentró en lo que decía. Estaba hablando acerca de su último ascenso. Era gerente de marketing de una gran empresa de software y acababan de ponerla al frente del boletín interno de noticias del grupo, que llegaba a miles de personas.

            —Me alegro por ti —le dijo Peter—. Me parece que lo harás estupendamente.

            Ella le sonrió.

            —Parece casi como si lo creyeras.

            —Lo creo. Siempre te he deseado el éxito.

            —Eso es nuevo para mí. —Tomó un buen trago de vino. Extendió una larga pierna y le puso un pie en el muslo. Con delicadeza, le hundió los dedos en la entrepierna—. ¿Has estado con alguien desde nuestro último encuentro? —le preguntó.

            Él negó con la cabeza y le agarró el pie para que se estuviera quieta.

            —Necesitas liberar presión —le dijo Darcy.

            —No. Estoy bien.

            Darcy sonrió, incrédula.

            —No estarás rechazándome, ¿verdad?

            Peter se acercó otra vez la copa y cerró los dedos alrededor del brillante contenido. Miró con desconfianza a su alrededor, pero el fantasma no estaba en la cocina. Levantó la copa y tomó un sorbo. El aroma del vino le llenó la boca. Cerró un instante los ojos. Fue un alivio. Se prometió que pronto se sentiría mejor. Quería más. Quería bebérselo todo sin respirar.

            —He conocido a una mujer —dijo.

            Darcy achicó lo ojos.

            —Te interesa.

            —Sí. —Era la verdad, aunque en su vida se había quedado tan corto al definir algo; claro que no tenía intención de corregirse.

            —No tiene por qué enterarse —le dijo Darcy.

            —Yo lo sabría.

            Darcy fue descaradamente burlona.

            —¿Quieres serle fiel a una mujer con la que ni siquiera te has acostado todavía?

            Peter le apartó el pie con cuidado. La miró. Realmente la miró por primera vez desde hacía tiempo. Vio en ella un destello de algo... de soledad, de tristeza. Le recordó la compasión que había sentido a su pesar por Lali cuando le había contado lo que había sido que su marido la dejara.A Darcy también la había dejado un marido. La había dejado él.

            Peter se preguntaba cómo le había sido tan fácil pronunciar unos votos que nunca había tenido intención de cumplir. Ninguno de los dos había tenido intención de cumplirlos y no parecía que a Darcy le hubiera importado más que a él. «Tendría que habernos importado», pensó.

            Haciendo un esfuerzo, vació la copa en el fregadero y la dejó en el escurridor. La fragancia perfumó el aire, una fragancia de taninos e inconsciencia.

            —¿Por qué haces eso? —oyó que le preguntaba Darcy.

            —He dejado la bebida.

            Parecía incrédula. Frunció el ceño.

            —¡Por el amor de Dios! ¡Una copa no le hace daño a nadie!

            —No me gusta cómo soy cuando bebo.

            —A mí no me gusta cómo eres cuando no lo haces.

            Peter sonrió sin ganas.

            —¿Qué pasa? —le preguntó Darcy—. ¿Por qué finges ser quien no eres? Te conozco como nadie. He vivido contigo. ¿Quién es esa mujer con la que sales? ¿Es mormona o cuáquera o algo así?

            —Eso da lo mismo.

            —¡Menuda estupidez! —exclamó Darcy, pero en la tensión de su voz, él notó cierto desconcierto. Sintió más compasión por ella en aquel momento que en todo su matrimonio. En una ocasión había leído u oído algo acerca de que nunca era demasiado tarde para salvar una relación, pero no era cierto. A veces el daño es irreparable. Hay una línea invisible, un momento en que es «demasiado tarde» para un matrimonio. Cuando se ha cruzado esa línea, la relación nunca prospera.

            —Lo siento —le dijo, mirándola apurar su copa del mismo modo que él había querido hacerlo un momento antes—. Hiciste un mal negocio casándote conmigo.

            —Me he quedado con la casa —le recordó.

            —No me refiero al divorcio. Me refiero al matrimonio. —Algo le advertía que no bajara la guardia, pero Darcy se merecía la verdad—. Podría haber sido mejor marido. Podría haberte preguntado cómo te había ido el día y prestado atención a lo que me dijeras. Podría haber comprado un maldito perro y procurado que esta casa pareciera un hogar en lugar de una suite del Westin. Siento haberte hecho perder el tiempo. Te merecías mucho más de lo que te di.

            Darcy se levantó y se le acercó. Se había puesto colorada y, para su asombro, vio que tenía los ojos cuajados de lágrimas. Le temblaba la barbilla. Cuando se le acercó más, tuvo la desagradable idea de que iba a intentar abrazarlo, algo que no deseaba lo más mínimo. Pero ella abrió la mano y el bofetón resonó en la cocina. La mejilla se le quedó primero entumecida y luego le ardió.

            —No lo lamentas —le espetó Darcy—. Eres incapaz. —Antes de que pudiera decir nada, Darcy continuó con vehemencia, casi susurrando—: No te atrevas a tenerme por la pobre pequeña esposa maltratada, consumida de amor. ¿Crees que alguna vez he esperado amor de ti? No era estúpida? Me casé contigo porque podías hacer dinero y eras bueno en la cama. Ahora no puedes hacer lo primero ni eres lo segundo. ¿Qué problema tienes, ya no se te levanta? No me mires como si fuera una zorra. Si lo soy es por tu culpa. Cualquier mujer lo sería, después de haber estado casada contigo. Agarró la botella de vino y la copa y salió en tromba hacia el dormitorio de invitados. Toda la casa vibró con el portazo.

            Masajeándose la cara, Peter fue a apoyarse en la encimera, reflexionando sobre el comportamiento de Darcy. Había esperado de ella cualquier reacción menos la que había tenido.

            El fantasma se colocó a su lado. En sus ojos oscuros había un destello de lástima.

            Peter inspiró profundamente y soltó el aire despacio.

            —¿Por qué no has dicho nada?

            —¿Cuando has empezado a beber vino? No soy tu conciencia. Esa es tu lucha. No estaré para siempre rondando a tu alrededor, ya lo sabes.

            —Dios mío, espero que tengas razón.

            El otro sonrió.

            —Has hecho lo correcto diciéndole todo eso.

            —¿Te parece que le ha sido de ayuda? —le preguntó Peter con escaso convencimiento.


            —No —aseguró el fantasma—, pero creo que te ha sido de ayuda a ti.

Continuará...

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