BIENVENID@S - YA PODÉS DESCARGAR EL NUEVO BONUS "El Camino Del Sol" - Twitter @Fics_Laliter - Correo: Ficslaliter123@gmail.com

domingo, 17 de mayo de 2015

Cap / 4



La buhardilla era un espacio amplio con el techo inclinado y tragaluces. En algún momento habían intentado hacerlo habitable y habían levantado tabiques de baja altura, aunque eran burdos y dejaban pasar las corrientes de aire. Peter estaba aplicando espuma aislante entre los tablones del suelo.

            Arrodillado, se disponía a cambiar el cartucho de masilla de la pistola cuando se quedó inmóvil. Había visto algo en la pared... una sombra saliendo de un montón de escombros y muebles rotos. Aquella sombra ya llevaba varias semanas con él. Peter había intentado ignorarla, olvidarla bebiendo, dormir para no verla, pero no había modo de escapar de su vigilante presencia. Últimamente había empezado a sentir cierta animosidad proveniente de ella. Eso quería decir que, o él estaba loco, o la sombra lo estaba acechando.

            Cuando la sombra se le acercó más, Peter notó la descarga de adrenalina en todas sus venas. Por puro instinto, se dispuso a defenderse. En un arranque, le lanzó la pistola de masilla. El tubo se rajó y la masilla salpicó la pared.

            La forma oscura desapareció.

            Peter seguía notando cerca la hostil presencia, esperando, observándolo.

            —Sé que estás ahí —le dijo con voz gutural—. Dime lo que quieres. —Una película de sudor le cubría la cara y le empapaba la camiseta. Tenía el corazón desbocado—. Y luego dime cómo demonios librarme de ti.

            Nada más que silencio.

            Motas de polvo en descenso flotaban en el aire.

            La sombra volvió a aparecer. Poco a poco adquirió forma humana, transformándose en un ser tridimensional.

            —Eso mismo me he estado yo preguntando, cómo librarme de ti —dijo.

            Peter notó que palidecía. Se sentó en el suelo para no caer de bruces.

            «Dios mío, me he vuelto loco.»

            No se dio cuenta de que lo había dicho en voz alta hasta que el desconocido repuso:

            —No, no te has vuelto loco. Soy real.

            Era un hombre alto, vestido con una chaqueta de cuero de aviador y unos pantalones color caqui. Sus rasgos eran marcados, sus ojos oscuros y calculadores. Parecía un secundario de una película de John Wayne, el rebelde figura que tiene que aprender a obedecer órdenes.

            —¡Hola! —dijo con desenfado el desconocido.

            Despacio, Peter se puso de pie, tambaleándose. Nunca había sido una persona espiritual. Solo creía en cosas concretas, en la evidencia de los sentidos. Todo en este mundo estaba compuesto de elementos producidos en su origen por una explosión de estrellas, lo que significaba que los humanos eran básicamente polvo de estrellas consciente.

            Cuando te morías, desaparecías para siempre.

            Así que, ¿qué era aquello?

            Algún tipo de espejismo. Peter hizo una tentativa de agarrarlo y su mano atravesó el pecho del hombre. Momentáneamente, todo lo que pudo ver fue su propio puño envuelto por el plexo solar del desconocido.

            —¡Dios! —Peter apartó la mano de golpe y se miró la palma y el dorso.

            —Es imposible que me hagas daño —dijo el hombre—. Ya me has atravesado un centenar de veces.

            Tentativamente, Peter estiró el brazo y atravesó el del hombre y su hombro con la mano.

            —¿Qué eres? —consiguió preguntarle—. ¿Eres un ángel? ¿Un fantasma?

            —¿Acaso tengo alas? —le espetó el otro, sardónico.

            —No.

            —Entonces, diría que soy un fantasma.

            —¿Por qué estás aquí? ¿Me has estado siguiendo?

            Aquellos ojos se clavaron en los suyos.

            —No lo sé.

            —¿Tienes alguna clase de mensaje para mí? ¿Te falta hacer algo y necesitas que te ayude?

            —No.

            Peter quería creer que aquello era un sueño, pero parecía muy real: la rancia calidez del aire del altillo, la luz amarillo limón que entraba por las ventanas y en la que flotaba el polvo, los productos químicos de la masilla, que olían un poco a plátano.

            —¿Y por qué no te vas y me dejas en paz? —le preguntó al fin—. ¿Cabe esa opción?

            El fantasma lo miró exasperado.

            —¡Ojalá pudiera! Verte caer sin sentido todas las noches junto a un vaso de Jack Daniels no es precisamente mi idea de la diversión. Llevo meses mortalmente aburrido. Es increíble que digas esto, pero era más feliz cuando vivía aquí con Gastón.

            —Tú... —Peter fue hacia un montón cercano de planchas de parqué y se sentó pesadamente, sin dejar de mirar al fantasma—. ¿Gastón puede...?

            —No. De momento, tú eres el único que me ve y me oye.

            —¿Por qué? —le preguntó Peter, indignado—. ¿Por qué yo?

            —No lo he elegido yo. Estuve aquí atrapado mucho tiempo. Ni siquiera cuando Gastón compró la casa pude marcharme, por mucho que me esforzara en hacerlo. Luego, el pasado mes de abril me enteré de que podía seguirte al exterior, así que lo hice. Al principio fue un alivio. Estaba encantado de salir de aquí, aunque implicara tener que andar pegado a ti. El problema es que estamos unidos. Yo voy donde tú vas.

            —Tiene que haber un modo de que me libre de ti —murmuró Peter, frotándose la cara—. Con terapia, medicación, un exorcista... una lobotomía.

            —Yo creo que... —El fantasma se calló de golpe porque oyeron pasos en la escalera.

            —¿Peter? —Era Gastón. Cuando llegó a lo alto de la escalera, vieron su cara, con el ceño fruncido, por entre los barrotes lacados de beige de la barandilla. Se detuvo al final de los escalones, con una mano en el pomo.
           
—¿Qué pasa? —preguntó.

            Peter miró a su hermano y al fantasma, que estaba a escasos pasos de este, alternativamente. Estaba tentado de preguntarle a Gastón si podía verlo. El fantasma era humano y sólido y su presencia era tan indiscutible que parecía imposible que no lo viera.

            —Yo no lo haría —dijo el fantasma, como si le leyera el pensamiento—. Porque Gastón no me ve y te tomará por loco. No me atrae la idea de compartir una celda acolchada contigo.

            Peter miró de nuevo a Gastón.

            —Nada —le respondió—. ¿Para qué has subido?

            —Porque te he oído. —Calló, irritado—. Te había pedido que no hicieras demasiado ruido, ¿recuerdas? Mi amiga Rocio está descansando. ¿Por qué gritas?

            —Estaba hablando por teléfono.

            —Bueno. Deberías irte. Rocio necesita paz y tranquilidad.

            —Estoy en plena reforma de tu altillo, una reforma que te sale gratis, Gastón. ¿Por qué no le pides a tu novia que posponga la siesta hasta que haya terminado?

            Gastón le lanzó una mirada de advertencia.

            —Ayer la sacó de la carretera un coche cuando iba en bicicleta. Hasta tú podrías compadecerte un poco. Así que, mientras una mujer herida se recupera en mi casa...

            —Está bien. No te alteres tanto. —Peter entornó los párpados mirando a su hermano. Gastón nunca perdía los nervios por una mujer. Pensándolo bien, nunca permitía que sus novias se quedaran a pasar la noche en su casa. Algo inusual pasaba con aquella.

            —Sí, se está enamorando —dijo el fantasma, que estaba a su espalda.

            Peter echó un vistazo por encima del hombro.

            —¿Eres capaz de leerme el pensamiento? —le preguntó irreflexivamente.

            —¿Qué? —Gastón estaba desconcertado.

            Peter notó que se ponía colorado.

            —Nada.

            —La respuesta es «no» —dijo Gastón—. Y estoy encantado de que así sea, porque saber lo que piensas seguramente me daría miedo.

            Peter se dio la vuelta para recoger sus herramientas.

            —No lo sabes tú bien —repuso con brusquedad.

            Gastón, que ya bajaba la escalera, se detuvo.

            —Otra cosa... ¿Por qué hay salpicaduras de masilla en la pared?

            —Es un nuevo método de aplicación —le respondió Peter con brusquedad.

            —Vale —bufó Gastón, y se fue.

            Peter se volvió hacia el fantasma, que lo observaba con una sonrisa pedante.

            —No puedo leerte el pensamiento —le dijo—. Pero es fácil adivinar lo que piensas la mayoría de las veces. —Lo miró especulativo—. Otras no tiene ningún sentido. Como el modo en que te has comportado hoy con esa chica tan mona...

            —Eso no es asunto tuyo.

            —Ya, pero soy testigo de tu comportamiento quiera o no... y es irritante. Te gusta. ¿Por qué no hablas con ella? ¿Qué demonios te pasa?

            —Me gustabas más cuando eras invisible —dijo Peter, alejándose de él—. Se acabó la conversación.

            —¿Qué pasa si quiero seguir hablando?

            —Habla contigo mismo. Me voy a casa, a beber hasta que desaparezcas.

            El fantasma se encogió de hombros y se apoyó en la pared, tan ancho.


            —A lo mejor serás tú quien desaparezca —le dijo, y se quedó mirando cómo Peter rascaba las salpicaduras de masilla.

Continuará...

+10 :o!!

15 comentarios: