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martes, 19 de mayo de 2015

Cap / 9



      En cuanto oyó el alarido de Lali, Peter apareció inmediatamente. Ella había retrocedido de un salto, apartándose de la cocina. Tenía los ojos desorbitados y la cara pálida.

  —¿Qué pasa? —le preguntó.

  —Una... ar... araña —repuso ella entrecortadamente.

  —Está ahí —le gritó desde la cocina el fantasma—. El maldito bicho salta de una encimera a la otra.

  Peter agarró la vieja batidora y mató la araña de unos cuantos golpes certeros. Luego se detuvo a mirarla más de cerca y soltó un silbido. Era una araña licosa, una especie que tiende a esconderse de día y a cazar de noche. Aquel espécimen en particular era el más grande que había visto fuera de un zoo. Levantó con sorna una comisura de la boca pensando en cómo habría reaccionado Gastón a la situación. Él habría encontrado el modo de capturar la araña sin hacerle daño y la habría sacado fuera, sermoneando todo el rato acerca del respeto por la naturaleza.

  El punto de vista de Peter sobre el tema era ir siempre al campo con un bote grande de Raid.

  Miró por la cocina. Había telarañas en una esquina del techo. Las arañas tejen su tela cerca de la fuente de alimento, así que tenía que haber gran cantidad de insectos atraídos por la humedad de las filtraciones de la pared.

  —Peter —le urgió el fantasma desde la otra habitación—. A Lali le pasa algo.

  Frunciendo el ceño, Peter dejó la cocina. Lali estaba en el centro del salón, abrazándose. Respiraba entrecortadamente, como si tuviera los pulmones colapsados. Se le acercó en dos zancadas.

  —¿Qué le pasa?

  No pareció oírlo. Tenía los ojos fuera de las órbitas y la mirada turbia. Temblaba de los pies a la cabeza.

  —¿Le ha picado? —le preguntó Peter, mirándole la cara, el cuello, los brazos y la zona de piel al descubierto.

  Lali sacudió la cabeza, respirando con dificultad, intentando hablar. Peter se le acercó y le agarró las manos.

  —Es un ataque de pánico —dijo el fantasma—. ¿Puedes calmarla?

  Peter negó con la cabeza de inmediato. Valía para volver locas a las mujeres, pero calmarlas no formaba parte de su repertorio.

  El fantasma parecía exasperado.

  —Simplemente habla con ella, palméale la espalda.

  Peter lo miró consternado. No tenía modo de explicarle su negativa a tocarla, su convencimiento de que hacerlo lo llevaría al desastre. Pero Lali se tambaleaba y parecía a punto de desmayarse, así que no tuvo más remedio que sujetarla levemente por los brazos. Lo invadió una oleada de calor al contacto con su piel y la consistencia de su carne, lo cual, dadas las circunstancias, era bastante depravado.

  Había estado con mujeres en todas las posturas sexuales imaginables, pero nunca había abrazado a ninguna con la sola intención de consolarla.

  —Lali, míreme —le dijo en voz baja.

  Para su alivio, lo obedeció. Jadeaba, intentando desesperadamente respirar, como si le faltara el aire, cuando el problema era que estaba hiperventilando.

  —Quiero que inspire profundamente y suelte el aire despacio —le dijo—. ¿Puede hacer eso?

  Lali lo miró sin verlo, con los ojos muy abiertos y llenos de lágrimas.

  —Mi pecho...

  Él entendió de inmediato lo que intentaba decirle.

  —No tiene un infarto. Se pondrá bien. Solo tiene que relajar la respiración.

  Ella seguía mirándolo, llorosa, y sus lágrimas se mezclaban con el sudor que le perlaba las mejillas. Viéndola, se le encogió el corazón. 

  —No corre peligro —se escuchó decir—. No permitiré que le ocurra nada. Tranquila... —Le acarició una mejilla. La tenía fría y sedosa, como los sépalos de una orquídea blanca. Le cerró con cuidado un orificio de la nariz, apretándole la aleta—. Mantenga la boca cerrada. Respire por un lado de la nariz.

  Habiendo restringido la entrada de aire, la respiración de Lali empezó a recuperar la regularidad. Pero no era fácil. Daba boqueadas, hipaba y seguía esforzándose por respirar como si intentara sorber jarabe de maíz por una pajita. Lo único que Peter podía hacer era sostenerla con paciencia y dejar que su cuerpo trabajara. 

  —Buena chica —murmuró cuando notó que empezaba a relajarse—. Así, muy bien. —Después de unas cuantas inspiraciones más, para alivio de Peter, dejó de luchar. Con la mano todavía en su mejilla, se sirvió del pulgar para secarle las lágrimas—. Respire despacio y profundamente.

  Lali, exhausta, apoyó la cabeza en su hombro y los rizos castaños le hicieron cosquillas en la barbilla. Peter se quedó muy quieto.

  —Perdón —la oyó susurrar entrecortadamente—. Lo siento.

  No lo sentía tanto como él. Porque al tocarla había sentido un escalofrío de placer, tan agudo y abrasador que era casi doloroso. Ya intuía él que iba a ser así. La abrazó más fuerte, hasta que el cuerpo de Lali se amoldó al suyo como si sus huesos se hubieran licuado. Todavía le recorrieron la espalda unos cuantos escalofríos, que él fue siguiendo con caricias lentas. Notó que sus sentidos se abrían a ella, a su increíble delicadeza. Olía a flores prensadas, un perfume seco e inocente, y él tenía ganas de abrirle la blusa y oler directamente su piel. Quería apoyar los labios contra el pulso desbocado de su cuello y acariciárselo con la lengua.

  El calor se desató y se abrió paso en la quietud. La necesidad de tocarla íntimamente, de pasarle las manos por el pelo y por debajo de la ropa lo estaba volviendo loco. Pero ya era bastante con estar allí de pie a su lado, desorientado por el deseo que lo recorría en oleadas.

  Entre los párpados entornados vio un movimiento cerca. Era el fantasma que, apenas a unos metros, lo miraba con las cejas levantadas.

  Peter lo fulminó con la mirada.

  —Creo que iré a comprobar cómo están las otras habitaciones —dijo el fantasma y, con tacto, se esfumó.

  Lali se pegó a Peter, que era lo único sólido en el mundo, el centro del carrusel. Al borde de su conciencia la mortificaba el convencimiento de que, después de aquello, no podría volver a mirarlo a la cara. Se había comportado como una chalada. Él no sentiría por ella más que desprecio. Pero... había sido tan amable... se había preocupado tanto. Le acariciaba la espalda despacio, describiendo círculos. Hacía mucho que un hombre no la abrazaba: había olvidado lo agradable que era. Lo que la sorprendía era que Peter Lanzani fuera capaz de ser tan tierno. Habría esperado cualquier cosa de él menos eso.

  —¿Se encuentra mejor? —le preguntó Peter al cabo de un rato.

  Ella sacudió la cabeza contra su hombro, asintiendo.

  —Siempre he tenido fobia a las arañas. Son como... bolas peludas de muerte con ocho patas.

  —Suelen picar a los humanos solo para defenderse.

  —No me importa. Siguen dándome pánico.

  Una risita sacudió su pecho.

  —A mucha gente se lo dan.

  Lali levantó la cabeza para mirarlo a los ojos.

  —¿A usted también?

  —No. —Le acarició la línea de la barbilla con el dorso de la mano. Estaba serio, pero la miraba con calidez—. En mi oficio estamos acostumbrados a ver muchas.

  —Yo no podría acostumbrarme —dijo Lali con vehemencia. Se acordó de la de la cocina y se le aceleró el pulso—. Esa era enorme. Y el modo como ha saltado del armario y ha venido hacia mí...

  —Está muerta —la interrumpió Peter, volviendo a ponerle la mano en la espalda para tranquilizarla con sus caricias—. Relájese o se pondrá otra vez a hiperventilar.

  —¿Era una viuda negra?

  —No, solo una araña licosa.

  Lali se estremeció. 

  —Su picadura no es mortal.

  —Tiene que haber más. Seguramente la casa está plagada de ellas.

  —Ya me ocuparé de eso. —Lo dijo con tanto aplomo, tan seguro de sí, que no pudo menos que creerlo. Tenía la cara tan cerca de la suya que le veía la sombra del bigote, que anunciaba que a las cinco de la tarde sería negro ya—. Las arañas solo pueden entrar por las grietas o las rendijas —prosiguió Peter—. Así que voy a instalar burletes y además impermeabilizaré puertas y ventanas y pondré tela metálica en todas. Créame: va a ser la casa más a prueba de bichos de toda la isla.

  —Gracias.

  Lali tardó un momento en darse cuenta de que estaba pegada a él como una lapa. El corazón seguía latiéndole aceleradamente. Tan cerca el uno del otro, era imposible no darse cuenta de que él se estaba excitando, porque notaba la deliciosa presión de su miembro. No lograba moverse y se quedó apoyada en él, con la boca seca, paralizada de placer.

  Peter la apartó de sí y se dio la vuelta con un gemido inarticulado.

  Lali seguía notando el ausente contacto de su cuerpo, una conciencia palpitante y persistente bajo la piel.

  Buscando desesperadamente el modo de romper el silencio, recordó lo que él le había dicho acerca de proteger la casa de los insectos.

  —¿Tendré que renunciar a la gatera? —exclamó.

  De la garganta de Peter surgió un sonido áspero, como si se estuviera aclarando la garganta, y se dio cuenta de que estaba haciendo un esfuerzo por no contener una carcajada. La miró divertido por encima del hombro, con los ojos brillantes.

  —Sí —le respondió.

  En cuanto hubo soltado a Lali, Peter volvió al trabajo. Mientras ella investigaba con precaución el resto de la casita, él siguió tomando medidas para el suelo de madera, intentando concentrarse el algo que no fuera Lali. 

  Habría querido llevársela a alguna parte, a una habitación oscura y silenciosa, y desvestirla, y acostarse con ella. Pero ella poseía una digna fragilidad que, por alguna razón, no quería menoscabar. Le gustaba el modo en que había permanecido de pie a su lado mientras hablaban de las encimeras de madera maciza. Le gustaban las sonrisitas que lograban vencer su timidez. Le gustaban demasiadas cosas de ella, y nada bueno podía salir de aquello. Así que les haría un favor a ambos y se mantendría alejado de ella.

Continuará...

+10 :o

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