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lunes, 25 de mayo de 2015

Cap / 29



            —Usa la mano izquierda —le ordenó con paciencia Lali.

            Estaban de pie en el lavadero que había junto a la despensa y ella leía un folleto que le había dado la fisioterapeuta de Elena, acerca de las tareas domésticas corrientes que podían fortalecer los músculos debilitados por una apoplejía.

            Elena abrió la puerta de la secadora con la mano izquierda y miró a Lali.

            —Ahora agáchate, saca una prenda y métela en la cesta de la colada. Agárrate a mi mano para mantener el equilibrio...

            —Me apoyaré en el borde de la secadora —dijo Elena con irritación.

            Peter se paró en la puerta de la habitación de Lali, donde había instalado un aseo en un pequeño espacio que antes era un armario. Se entretuvo mirando a las dos mujeres sin decir nada, mientras el fantasma estaba sentado encima de la lavadora con las piernas colgando.

            —No cojas dos a la vez —le advirtió Lali cuando su abuela echó un par de camisas en la cesta.

            —Así acabo antes —protestó Elena.

            —No se trata de ser eficiente, se trata de que abras y cierres los dedos tantas veces como sea posible.

            —Y después, ¿qué tengo que hacer?

            —Pasar la ropa húmeda a la secadora, prenda por prenda, y luego quitaremos el polvo para que trabajes un poco la muñeca.

            —Ahora ya sé por qué querías que viviera contigo —dijo Elena.

            —¿Por qué?

            —Tienes criada gratis.

            Peter se rio por lo bajo.

            Lali lo oyó y le hizo una mueca.

            —No la animes. Los dos han pasado demasiado tiempo juntos. No sé cuál de los dos es peor influencia para cuál.

            —Para «quién» —la corrigió Elena, metiendo el brazo en la secadora para sacar más ropa—. «Cual» es un pronombre relativo y equivale a «que»; «quién» es un pronombre interrogativo.

            Lali sonrió cariñosamente.

            —Gracias, policía de la gramática.

            La voz de Elena resonó en el tambor de la secadora.

            —No sé por qué me acuerdo de algo así pero no del periódico para el que escribía.

            —Era el Bellingham Herald. —Lali intercambió una mirada con Peter mientras este cruzaba la habitación e iba al fregadero de la cocina para servirse un vaso de agua. Ya estaba acostumbrado a aquellas miradas, a la preocupación mal disimulada, a la necesidad de consuelo que nadie podía darle.

            En las dos semanas que Elena llevaba viviendo en Dream Lake Road había pasado por momentos de olvido, de confusión, de agitación. Algunos días tenía la mente despejada, otros neblinosa. Era siempre impredecible cómo se sentiría o qué recordaría de un día para otro.

            —No estés encima de mí —le dijo a Lali irritada una tarde—. Déjame ver el programa de televisión en paz.

            Lali se disculpó y se marchó a la cocina, desde donde siguió con un ojo puesto en Elena, preocupada.

            —Sigues encima de mí —le dijo Elena.

            —¿Cómo puedo estar encima de ti si estoy a seis metros de distancia? —protestó Lali.

            —Peter, ¿puedes llevarte a mi hija a dar un paseo?

            —No puedo dejarte sola —dijo Lali—. Jeannie no está.

            Jeannie, la enfermera a tiempo parcial, iba todas las mañanas a cuidar de Elena y solía marcharse a la hora de comer. Era imperturbable, así que la anciana no tenía reparos en aceptar su ayuda para cosas tan íntimas como vestirse, bañarse o la fisioterapia.

            —Solo quince minutos —insistió Elena—. Sal a tomar un poco el aire con Peter, o ve sola si él no quiere aguantarte.

            Peter cogió el móvil de Elena de la isla de la cocina y le apuntó su número.

            —Me voy a pasear con Lali, Elena, siempre y cuando prometas no moverte mientras estemos fuera. —Le entregó el teléfono—. Si tienes algún problema, me llamas. ¿Entendido?

            —Entendido —convino Elena satisfecha.

            Observando la escena, el fantasma puso mala cara.

            —No me gusta la idea.

            —Estará bien —dijo Peter, y miró bruscamente a Lali. Con más amabilidad, añadió—: Ven conmigo. A Elena no le pasará nada.

            Ella seguía reacia a marcharse.

            —Están en pleno trabajo.

            —Puedo hacer una pausa —le tendió la mano, mirándola expectante.

            Lali le ofreció la suya despacio.

            Algo tan superficial como notar los dedos de ella en los suyos lo puso a cien. Saboreaba cada pequeño contacto accidental entre ambos: el roce de su brazo, el cosquilleo sedoso de su pelo en la oreja cuando se inclinaba a ponerle el plato delante. Percibía todos los detalles: el morado en su piel donde se había golpeado contra algo, el aroma floral del nuevo jabón que había comprado en el mercadillo.

            No había una palabra que definiera aquella clase de relación, el modo en que se sentía. En sus manos unidas había más que calidez compartida, más que piel contra piel... era como si estuvieran sosteniendo algo entre los dos, manteniéndolo a salvo.

            Incluso cuando se obligó a soltarla, siguió sintiendo sus manos juntas y la invisible huella de aquel misterioso «algo» que había entre ambos.

            Elena se retrepó en el sofá para mirar la tele, con aspecto de estar más que satisfecha. Byron se subió de un salto y se acomodó en su regazo.

            El fantasma se quedó plantado mirándola.

            —Intrigante... —dijo, divertido—. Quieres que estén juntos. Se te ha estropeado el gusto en cuestión de hombres, ¿sabes?

            Aunque quería quedarse con ella más que nada en el mundo, al final notó el ineludible tirón de su conexión con Peter y se vio obligado a salir de la casa.

            —No puedo evitarlo —dijo Lali mientras caminaba con Peter por el borde de la carretera, bajo un dosel de arces y madroños. El suelo del bosque estaba cubierto de helechos de varios tipos y, allí donde penetraba suficiente luz solar, de zarzamoras—. Sé que me preocupo demasiado y que quiero controlarlo todo, pero no quiero que se haga daño. No quiero que le haga falta algo y no lo tenga.

            —Lo que necesita, lo que las dos necesitan, es estar separadas de vez en cuanto. Deberías salir por lo menos una noche por semana.

            —¿Quieres ir a ver un película conmigo? —se atrevió a pedirle Lali—. ¿Este fin de semana?

            Peter negó con la cabeza.

            —Mi hermano Agustín se casa en Seattle.

            —¡Oh, es verdad! Se me había olvidado. Rochi irá a la boda con Gastón. ¿Tú irás con alguien?

            —No. —Peter ya lamentaba su impulso de dar un paseo con Lali. Estar a solas con ella era el modo más seguro de sentir aquella embriagadora sensación de vértigo que le daba pavor, ese júbilo que amenazaba con abrirle en dos el pecho.

            —Rochi y Gastón parecen felices estando juntos —dijo ella—. ¿Crees que lo suyo puede convertirse en algo serio?

            —¿En matrimonio? —Peter negó con la cabeza—. No hay motivo para que se casen.

            —Hay un motivo buenísimo.

            —¿Las ventajas de la declaración de la renta conjunta?

            —No —dijo Lali exasperada pero riendo—. El amor. La gente se casa porque se quiere.

            —La gente que quiere seguir estando enamorada haría mejor evitando el matrimonio. —Vio que la sonrisa desaparecía de su cara y se sintió vil y avergonzado—. Perdona —se disculpó—. Es que detesto las bodas... y esta es la primera en la que no podré... —La miró con el ceño fruncido y hundió las manos en los bolsillos.

            Lali lo entendió inmediatamente.

            —¿Habrá barra libre en el banquete?

            Él asintió brevemente.

            —¿No le has dicho a nadie de la familia que has dejado de beber? —le preguntó con dulzura.

            —No.

            —A lo mejor deberías dejarles ayudarte, darte apoyo moral. Si supieran que...

            —No quiero apoyo. No quiero que nadie me vigile esperando que fracase.

            Notó que Lali lo cogía del brazo, sus dedos en el antebrazo.

            —No fracasarás —le dijo.


            El día de la boda de Agustín y Cande, en un ferry en desuso del Lake Union de Seattle, fue soleado y despejado. Pero aunque hubiera llovido los novios habrían estado demasiado enamorados para notarlo. Después de que sirvieran el champán y Gastón hiciera el brindis, los invitados se llenaron los platos en el sofisticado bufé. Peter se retiró a popa y se sentó en una de las sillas, junto a la borda. Nunca le había gustado la charla superficial, y sobre todo no quería estar en compañía de gente con una copa de champán o un cóctel en la mano. Afrontar aquella situación sin alcohol sin muletas se le hacía raro. Se sentía casi como si estuviera intentando suplantarse a sí mismo. Tendría que ir acostumbrándose.

            Vio que Gastón bailaba con Rochi, que todavía llevaba una férula en la pierna a consecuencia del accidente de bicicleta. Se balanceaban juntos, flirteando y besándose. Gastón miraba a Rochi como nunca había mirado a nadie, manifestando la invisible alquimia que a veces hay entre las personas que están ocupadas haciendo otros planes. Se habían convertido en una pareja. Peter estaba bastante seguro de que Gastón ni siquiera era consciente de ello. El tontorrón seguía considerándose un soltero manteniendo una relación libre de compromisos.

            Peter se quedó en el rincón, bebiendo cola con hielo en un vaso de whisky. El fantasma se quedó a su lado, silencioso y meditabundo.

            —¿En qué piensas? —le preguntó por fin Peter entre dientes.

            —Sigo preguntándome si Elena amaba a su marido —dijo el fantasma.

            —¿Querrías que lo hubiera amado?

            El fantasma luchó por responderle.

            —Sí —dijo finalmente—. Pero quisiera que me hubiera amado más a mí.

            Peter sonrió, agitando los cubitos del vaso.

            El fantasma miraba pensativo el agua bañada por el sol.

            —Hice algo mal —dijo—. Herí a Elena. Estoy seguro.

            —Te refieres a antes de morir, ¿no?

            El otro asintió.

            —Seguramente la cabreaste al alistarte —le dijo Peter.

            —Creo que fue algo peor que eso. Necesito acordarme antes de que pase algo.

            Peter lo miró escéptico.

            —¿Qué crees que va a pasar?

            —No lo sé. Tengo que pasar tanto tiempo como pueda con Elena. Recuerdo mejor cuando estoy con ella. El otro día... —Se interrumpió—. Mejor me callo. Cande viene hacia aquí.

            La esposa de Agustín, ahora cuñada de Peter, se acercaba. Llevaba una taza de café de porcelana blanca.

            —Hola, Peter. —Estaba radiante de felicidad. Los ojos castaños le brillaban—. ¿Te lo estás pasando bien?

            —Sí. Una boda muy bonita. —Fue a levantarse de la silla pero Cande le hizo un gesto con la mano para que no lo hiciera.

            —No te levantes. Solo quería tenerte localizado. Hay unas cuantas mujeres que se mueren por conocerte, por cierto. Incluida una hermana mía. Si la traigo aquí, ¿podrías...?

            —No —repuso él inmediatamente—. Gracias, Cande, pero no estoy de humor para charlar.

            —¿Te traigo algo?

            Él sacudió la cabeza.

            —Ve a bailar con tu marido.

            —Marido. Me gusta como suena. —Cande sonrió y le entregó la taza que llevaba en la mano. Estaba llena de café solo y humeaba—. Ten. Me parece que te gustará.

            —Gracias, pero yo... —Peter se interrumpió cuando vio que retiraba su vaso de cola a medio terminar de la mesita que había junto a su silla.

            —Cree que estás borracho —dijo el fantasma amablemente—. Te has tomado cuatro vasos y ahora estás sentado aquí en un rincón hablando contigo mismo.

            —Han sido cuatro vasos de una bebida sin alcohol.

            —¡Oh, claro! —dijo Cande alegremente.

            El fantasma soltó un bufido.

            —No se lo traga.

            Con una sonrisa burlona, Peter tomó un sorbo de café negro y amargo. Dado su pasado, era completamente razonable pensar que se hubiera emborrachado en tal ocasión. Y Cande, que era un encanto, intentaba manejar la situación de modo que su orgullo no saliera herido.

            —Por cierto, no estoy hablando conmigo mismo —dijo—. Hay un tipo invisible sentado justo a mi lado.

            Cande soltó una carcajada.

            —Me alegro de que me lo cuentes. Podría haberme sentado sin querer en su regazo.

            —No te cortes —dijo el fantasma sin dudarlo un instante.

            —No le importaría —le dijo Peter a Cande—. Siéntate.


            —Gracias, pero tengo que dejarlos a ti y a tu amigo con su conversación. —Se inclinó a besarle la mejilla—. Tómate todo el café, ¿bueno? —Y se marchó, llevándose el refresco de cola.

Continuará...

+10 :) 

16 comentarios:

  1. Pobre peter si sólo,tomó bebida jajajaja

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  2. Hola.He intentado descargar los 2 primeros libros y no he podido
    Tu podrias enviarmelo x correo?
    lalitter08@gmail.com
    Gracias

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  3. el fantasma sentado al lado jajajaa me encanta mas

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  4. Jajjajajja,ya catalogado como borracho ...pero Cande al menos se preocupa

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