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domingo, 17 de mayo de 2015

Cap / 5



            —Mery, no comas más —dijo Lali con severidad—. Me harán falta por lo menos doscientos para la torre de pasteles.

            —Te estoy ayudando —dijo Mery con la boca llena de pastel de chocolate con cobertura de mantequilla. Llevaba la melena rubia recogida en una cola de caballo alta. Con su silueta esbelta enfundada en una camiseta, vaqueros y zapatillas, no parecía una mujer de negocios próspera sino más bien una alumna de instituto.

            Lali miró inquisitivamente a su prima a los ojos.

            —¿En qué me ayudas exactamente?

            —Me ocupo del control de calidad. Tengo que asegurarme de que son lo bastante buenos para los invitados de la boda.

            Con una sonrisa socarrona, Lali pasó el rodillo de aluminio por el dulce de caramelo rosa.

            —Y bien, ¿lo son?

            —Son malísimos. ¿Puedo comerme otro? ¡Por favor...!

            —No.

            —Vale, pues te diré la verdad. Entre comerme este pastel y ver pelearse a Ryan Gosling y a Jon Hamm por el privilegio de acostarse conmigo, me quedo con el pastel.

            —Ni siquiera están terminados —dijo Lali—. Voy a cubrirlos con fondant y a adornarlos con rosas de color rosa, hojas verdes y gotas de rocío de azúcar.

            —Eres el genio de la pastelería de nuestros tiempos.

            —Lo sé —dijo alegremente Lali.

            Cuando el fondant tuvo unos tres milímetros de grosor, se puso a cubrir con él los pasteles y a eliminar el sobrante con una espátula. Llevaba más de dos años trabajando en el bed and breakfast de Mery. Ella se ocupaba de la cocina, de hacer la compra y de los pedidos, mientras que Mery llevaba las cuentas. Inmediatamente después de la ruptura del breve pero desastroso matrimonio de Lali, Mery le había hecho una oferta que incluía una participación en el negocio. Al principio, todavía trastornada por el final de su matrimonio, había dudado.

            —Acepta y nunca te arrepentirás —le había dicho Mery—. Es lo que te gusta hacer, cocinar y planificar los menús sin tener que ocuparte de nada más.

            Lali la había mirado, indecisa.

            —Con lo que acaba de pasarme, tengo miedo de comprometerme, sea con lo que sea. Incluso con una oferta tan tentadora como esta.

            —Pero te estarías comprometiendo conmigo, con tu prima favorita —la había animado Mery.

            Lali se abstuvo de decirle que, técnicamente, solo eran primas segundas y que, además, de todos los primos Espósito, Mery no era precisamente su favorita. De pequeñitas, Mery, que era un año menor pero infinitamente más segura y audaz que ella, la intimidaba.

            Una cosa que Lali y Mery tenían en común era que se habían criado en familias monoparentales: a Mery la había criado su madre y a Lali su padre.

            —¿Tu papá se marchó de casa? —le había preguntado Lali a Mery.

            —No, tonta. Los papás no se van de casa.

            —Mi madre se fue —había replicado Lali, encantada de saber por fin un poco más de algo—. No la recuerdo. Mi papá dice que un día, después de dejarme, se fue y nunca volvió.

            —A lo mejor se perdió —sugirió Mery.

            —No. Dejó una carta de despedida. ¿Adónde se fue tu papá?

            —Está en el cielo. Es un ángel con unas alas grandes de plata.

            —Mi abuela no cree que los ángeles tengan alas.

            —Claro que tienen —se impacientó Mery—. Si no tuvieran alas se caerían del cielo. Ahí arriba no hay suelo.

            En tercero, el padre de Lali se trasladó a Everett, donde vivía la abuela, y tardó años en volver a ver a Mery. Se habían mantenido apenas en contacto mandándose tarjetas de felicitación por los cumpleaños y en Navidad. Tras graduarse en la escuela de cocina, Lali se casó con Chris Kelly, su mejor amigo del instituto. En aquella época estaba ocupada con su trabajo como segunda chef en un restaurante de Seattle y Mery intentaba sacar adelante Artist’s Point, así que perdieron por completo el contacto. Sin embargo, al cabo de un año aproximadamente, cuando Lali y Chris iniciaron el proceso de divorcio, Mery había sido para ella una fuente inesperada de consuelo y apoyo, y le había ofrecido la oportunidad de empezar de nuevo en Friday Harbor. Por tentadora que fuera la perspectiva, Lali tenía bastantes reservas acerca de la idea de trabajar con su testaruda prima. Afortunadamente el trato había salido estupendamente, y cada una explotaba sus puntos fuertes. Rara vez discutían y, cuando lo hacían, la tozudez silenciosa de Lali solía imponerse a la bravuconería de Mery.

            Artist’s Point estaba a dos minutos a pie del centro de Friday Harbor y de la estación del ferry. El anterior propietario había convertido una vieja casa situada en la cima de una colina en un bed and breakfast, pero el negocio nunca había despegado, así que al final Mery había podido comprárselo a precio de saldo. Había rebautizado y redecorado la posada. Cada una de las doce habitaciones de la casa principal estaba dedicada a un artista distinto. La habitación Van Gogh, pintada de colores vivos, tenía el mobiliario de estilo provenzal y la colcha de girasoles. La habitación Jackson Pollock estaba decorada con muebles modernos y láminas de sus cuadros; en la pared de la bañera, Mery había colgado una cortina de ducha de plástico transparente con salpicaduras de pintura.

            Las primas compartían una casita de dos habitaciones situada detrás del edificio principal, de veinticinco metros cuadrados escasos, con un baño y una cocina americana diminuta. Les iba bien porque se pasaban casi todo el día en la pensión, que disponía de una cocina espaciosa y zonas comunes. Para disgusto de Mery, Lali se había traído a vivir con ellas a su gato persa, Byron. Había que reconocer que Byron era un poco mimado pero cariñoso y bien educado. Su único defecto era que no le gustaban los hombres; por lo visto lo ponían nervioso. Lali comprendía exactamente cómo se sentía.

            Durante los dos años anteriores, el bed and breakfast se había hecho famoso entre los turistas y la gente de la zona. Mery y Lali acogían eventos mensuales, incluidas clases de cocina y una reunión de «lectura silenciosa», así como bodas y recepciones. El evento que se celebraría al día siguiente, sábado, era uno que Mery llamaba en privado una boda infernal, porque la madre de la novia era más terrible que la propia novia.

            —Y además tienes toda una colección de damas de honor terribles y un novio espantoso y un padre del novio infame —se quejó Mery—. Es la boda más estrambótica que he visto nunca. Me parece que deberían invitar a un psiquiatra a la cena de ensayo de esta noche y convertirla en una sesión de terapia de grupo a lo grande.

            —Seguramente acabarán tirándose los pasteles a la cabeza en el banquete —dijo Lali.

            —¡Dios mío, ojalá! Yo me quedaré en el centro de la refriega con la boca abierta. —Mery se lamió los restos de crema de frambuesa del dedo—. Has visto a Rochi esta mañana, ¿verdad? ¿Qué tal le va?

            —Bastante bien, teniendo en cuenta las circunstancias. Toma medicación para el dolor, pero Gastón la está cuidando muy bien, al parecer.

            —Sabía que lo haría —dijo Mery con satisfacción.

            Su amiga Rochi, una artista local del vidrio, había pasado los dos últimos meses en Artist’s Point, desde que su novio había roto con ella. Tras el accidente de bicicleta del día anterior, Mery se había dado cuenta de que, dadas las heridas de su pierna y con la perspectiva de la boda aquel fin de semana, ella y Lali no podían ocuparse de ella. Así que le había pedido a Gastón que permitiera a Rochi recuperarse en su casa.

            —Le dije a Gastón el gran aprecio que le tengo —comentó Lali—. Ha sido muy amable, sobre todo teniendo en cuenta que él y Rochi solo habían salido un par de veces.

            —Están enamorados, aunque todavía no lo saben.

            Lali dejó de untar de fondant un pastel.

            —¿Ellos no lo saben y tú sí? ¿Cómo puede ser?

            —Tendrías que haber visto a Gastón ayer en la clínica. Estaba preocupadísimo por ella y Rochi contentísima de verlo. Por un momento fue como si no existiera nadie en el mundo aparte de ellos dos.

            Mientras Lali seguía con los pasteles, reflexionó acerca de lo que recordaba de Gastón Lanzani de la época de la escuela primaria. Era flacucho y torpe. Su tranquila fuerza estaba aderezada con cierta picardía. Tal vez fuese exactamente lo que necesitaba Rochi, a quien tan mal había tratado su novio.

            —Así que, ahora que Rochi ya tiene a alguien —dijo Mery—, tenemos que encontrar a alguien para ti.

            —No, no tenemos que encontrar a nadie —repuso Lali sin alterarse—. Vuelvo a decírtelo: no estoy preparada para empezar una relación seria.

            —Ya llevas dos años divorciada y pareces una monja. El sexo te conviene, ya lo sabes. Disminuye el grado de estrés, mejora el estado cardiovascular y reduce el riesgo de padecer cáncer de próstata. Además...

            —Yo no tengo próstata. Los hombres tienen próstata.

            —Ya, pero piensa en lo mucho que ayudarías a algún pobre tipo...

            Lali sonrió a su pesar.

            No había mejor antídoto para la timidez y la falta de seguridad de Lali que Mery. Era como una brisa fresca de septiembre que se lleva el bochornoso calor del verano y te hace pensar en manzanas y jerséis de lana y en sembrar bulbos de tulipán.

            Antes de extender la siguiente capa de fondant, Lali sirvió café y le contó a Mery que había recibido una llamada telefónica esa misma mañana. El día anterior, su abuela Elena, que vivía en un apartamento independiente de una comunidad para la tercera edad de Everett, había sido trasladada al hospital. Se quejaba de insensibilidad en la pierna y el brazo derechos y parecía desorientada. Había resultado ser una leve apoplejía, pero el médico opinaba que con fisioterapia recuperaría el uso de los miembros afectados.

            —Cuando le hicieron el escáner descubrieron que ya había tenido varios pequeños derrames cerebrales. Eso se llama... ahora mismo no me acuerdo, pero en pocas palabras se reduce a lo siguiente: el diagnóstico es demencia vascular.

            —¡Oh, Lali! —Mery le puso una mano en la espalda—. Lo siento. ¿Es un tipo de Alzheimer?

            —No, pero es parecido. La demencia vascular es un proceso progresivo. Cada pequeño derrame te priva de alguna capacidad y va seguido de un período sin cambios hasta que se produce otro episodio. —Se le quebró la voz y luchó contra las lágrimas—. Al final tendrá un derrame importante y eso será todo.

            Mery frunció el ceño.

            —Cuando Elena vino a visitarnos por Navidad estaba estupenda. No parecía que tuviera la edad que tiene. ¿Qué tiene ahora, noventa?

            —Ochenta y siete.

            —¿Tienes que irte? —le preguntó en voz baja Mery.

            —Sí. Creo que mañana, después del banquete...

            —No. Ahora, quiero decir.

            —Me quedan ciento setenta y dos pasteles que cubrir con fondant.

            —Enséñame a hacerlo. Yo me ocuparé.

            —Tienes muchas otras cosas que hacer. —Lali sintió una oleada de gratitud por su prima, con la que siempre podía contar cuando las cosas se complicaban—. Además, no es tan fácil como parece. Acabarías con un montón de pelotas de color rosa.

            —Y luego las pondría en la mesa de los novios.

            Lali rio entre dientes y suspiró.

            —No, me quedaré hasta después de la boda y luego me iré a Everett. —Titubeó antes de proseguir—: Veré a la consultora geriátrica, que se ocupa de lo que paga el seguro médico y sabe qué opciones hay para cubrir las necesidades de la abuela. Así que estaré fuera un par de días.

            —Los que hagan falta. —Mery la miró con preocupación—. ¿Crees que tu padre irá a verla desde Arizona?

            —Espero que no. —Lali llevaba años sin ver a su padre, pero se escribían e-mails de vez en cuando y se llamaban por teléfono esporádicamente. Por lo que sabía de la relación de este con Elena, había sido incluso más fría—. Sería una situación muy incómoda. Además no sería de ninguna ayuda.

            —Pobre Lali. No sé si ha habido alguna vez un hombre en tu vida con el que hayas podido contar.

            —En este momento, un hombre es lo último que necesito, dejando aparte a Byron, claro. Por cierto... ¿podrás cuidarlo mientras esté fuera?

            —¡Oh, Jeez! —Mery puso mala cara—. Le pondré comida y agua, pero nada más. No pienso cepillarlo, ni bañarlo, ni acariciarlo.

            —Solo unos mimitos por la noche —le rogó Lali—. Lo ayudan a relajarse.


            —Lali... Eso no lo hago ni por mi novio. Tu bola de pelo tendrá que vérselas solo con su hipertensión. 

Continuará...

+10 :)

17 comentarios:

  1. guau una nove re distinta a todas las que leí! Me atrapo! Sera que el fantasma tiene la misión de ayudar a peter? Quiero más besos

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  2. Le pondré comida y agua, pero nada más. No pienso cepillarlo, ni bañarlo, ni acariciarlo.




    —Solo unos mimitos por la noche —le rogó Lali—. Lo ayudan a relajarse.





    —Lali... Eso no lo hago ni por mi novio. Tu bola de pelo tendrá que vérselas solo con su hipertensión.







    Esa parte la mejor jajajaja

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  3. mas mas mas mas mas mas mas mas mas

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  4. espero otro cap! Besoo

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  5. la bola de pelos Jajajajaa me encanta esta buena la nove!

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  6. Me encanta lo bien k se llevan Lali y Mery

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