BIENVENID@S - YA PODÉS DESCARGAR EL NUEVO BONUS "El Camino Del Sol" - Twitter @Fics_Laliter - Correo: Ficslaliter123@gmail.com

domingo, 24 de mayo de 2015

Cap / 22



               A la séptima mañana que Peter desayunaba en la posada, Lali le sirvió un plato de sémola con queso y trocitos de chorizo frito. Había mezclado parte del chorizo con la sémola, que había adquirido un rico sabor salado.

            Mientras comía, Lali se sentó a la mesa, a su lado, tomándose un café. Su proximidad le resultó un tanto incómoda. Solía trabajar mientras él desayunaba. Le echó un vistazo furtivo a la piel extremadamente delicada de la cara interior del brazo y vio la marca de la quemadura, casi curada. Le dieron ganas de besársela.

            —Han llegado los armarios —le dijo—. Empezaremos a instalarlos esta semana, y a construir la isla de cocina.

            —¿A construirla? Tenía entendido que ibas a encargar una prefabricada.

            —No. Será un poco más barato, y parecerá más hecha a medida, si juntamos unos cuantos muebles de serie, modificamos los acabados y les añadimos la encimera. —Sonrió al ver su expresión—. Quedará estupendo. Te lo prometo.

            —No lo pongo en duda. Es que estoy impresionada.

            Peter sumergió la sonrisa en la taza de café.

            —No estoy haciendo nada fuera de lo normal. Es carpintería elemental.

            —Es especial, porque se trata de mi casa.

            —Dentro de una semana tendré que saber qué colores quieres.

            —Ya los tengo decididos casi todos. Blanco roto para las molduras y mantequilla para las paredes. Los baños, rosa.

            Peter la miró escéptico.

            —Es un rosa bonito —dijo ella, riendo—. De un tono pálido. Rochi me ayudó a escogerlo. Dice que el rosa es un color estupendo para los baños porque su reflejo es favorecedor.

            La imagen le vino a la mente antes de que pudiera impedirlo: Lali saliendo de la bañera, rodeada de paredes rosa, sus curvas húmedas reluciendo en espejos empañados.

            Lali se incorporó para comprobar algo que tenía en el horno.

            —¿Quieres un poco de agua?

            Tenía un calentón.

            —Sí, gracias. —Cogió el móvil y lo miró fijamente, recordándose desesperadamente que debía mantenerse a distancia de Lali.

            Ella se detuvo a su lado y le puso un vaso de agua fría junto al plato. Estaba lo bastante cerca como para que respirara su fragancia algodonosa y floral, con un puntito del ahumado del chorizo. No podía pensar más que en lo mucho que deseaba darse la vuelta y apoyar la cara en la suya y abrazarla por la cadera. Siguió mirando fijamente el móvil, pasando sin verlos los mensajes de textos que ya había leído antes.

            Lali siguió a su lado.

            —Tendrías que cortarte el pelo —murmuró de un modo que se notaba que sonreía.

            Peter notó el ligero toque en la nuca de sus dedos, que ella le pasaba suavemente por las greñas. Apretó tanto el teléfono que la carcasa amenazó con romperse y se encogió bruscamente de hombros, esquivándola, de modo que ella apartó la mano y volvió a los fogones. Oyó que batía algo en un cazo. Hablaba desenfadadamente de sus planes para ir al mercado flotante de pescado del muelle principal de Friday Harbor, porque acababan de traer halibut recién pescado.

            En un esfuerzo para apaciguar su arrebato de lujuria, Peter resolvió mentalmente problemas matemáticos y, cuando esto le falló, apretó el tenedor de modo que los pinchos se le clavaran en la palma. Aquello atajó su deseo lo bastante para que pudiera caminar. Se apartó de la mesa y se levantó, murmurando algo acerca de ir a trabajar.

            —Hasta mañana, entonces —le dijo Lali con demasiada viveza—. Haré crepes de calabaza y jengibre.

            —Mañana no podré venir —dijo Peter y luego, dándose cuenta de lo brusco que había estado, añadió—: Tendré que ir a trabajar más pronto ahora que estamos poniendo el cartón-yeso.

            —Te prepararé algo para que te lo lleves. Pásate por aquí y te lo llevo a la puerta. Ni siquiera tendrás que entrar.

            —No. —Exasperado, no se le ocurría nada para suavizar su negativa.

            El fantasma entró en la cocina.

            —¿Nos vamos?

            —Sí —dijo Peter mecánicamente.

            —Entonces, ¿vendrás? —le preguntó Lali confusa.

            —¡No! —le espetó.

            Lali fue tras él hasta la puerta trasera, tensa y abatida.

            —Lo siento. No pretendía molestarte.

            El fantasma parecía perplejo e indignado.

            —¿A qué se refiere? ¿Qué le has hecho? Ya te dije...

            —No empieces —le advirtió Peter, iracundo. Vio la cara de preocupación de Lali y se corrigió—. No empieces a sacar conclusiones. No tienes de qué preocuparte.

            —Sí que hay de qué preocuparse —insistió el fantasma—. Porque, por lo que veo, las hormonas flotan en el aire como una plaga bíblica.

            Lali miraba a Peter como si intentara leerle el pensamiento.

            —Entonces ¿por qué has reaccionado así cuando te he tocado?

            Peter sacudió la cabeza, perplejo y enojado.

            —Es evidente que no te ha gustado —añadió Lali, enrojeciendo vivamente.

            —¡Maldita sea, Lali! —El único modo que tenía de evitar agarrarla era plantando una mano a cada lado de ella sobre la encimera.

            Lali dio un respingo y se le dilataron las pupilas.

            —Me ha gustado —le dijo Peter ásperamente—. Si me hubiera gustado más te habría tumbado en la encimera y no te habría quedado otra que extender la masa de las galletas.

            El fantasma gimió.

            —No quiero oírlo —dijo, y puso pies en polvorosa.

            Lali se puso colorada por su ordinariez.

            —Entonces ¿por qué... —fue a preguntarle.

            —No me hagas esto —la interrumpió Peter con irritación—. Sabes por qué. Soy un alcohólico que se está desenganchando. Acabo de divorciarme y estoy al borde de la ruina. No sé qué combinación peor de condiciones puede tener un hombre, aparte de ser impotente como colofón.

            —Tú no eres impotente —protestó ella. Tras una breve vacilación, le preguntó—: ¿Lo eres?

            Peter se tapó los ojos con una mano y se echó a reír.

            —¡Dios bendito! —exclamó de corazón—. ¡Ojalá lo fuera! —Al cabo de un momento, viendo la confusión de ella, dejó de reírse y suspiró—. Lali... yo no me hago amigo de las mujeres, y la única opción que queda es el sexo, cosa que no vamos a tener. —Hizo una pausa cuando le vio una mancha blanca de harina en la mejilla. Incapaz de resistirse, se la quitó cariñosamente con el pulgar—. Gracias por esta semana. Estoy en deuda contigo. Así que lo mejor que puedo hacer por ti a cambio es mantenerme lo bastante lejos como para que tú y yo veamos esto con cierta perspectiva.

            Lali, en silencio, lo miraba fijamente, valorando lo que decía. El temporizador del horno sonó y sonrió con tristeza.

            —Todos los instantes de mi vida están controlados por un temporizador de cocina —dijo—. Por favor, no te vayas aún.

            Se quedó, mirando cómo sacaba una bandeja de galletas del horno. El olor del pan caliente flotaba en la cocina.

            Lali volvió a su lado y se quedó muy cerca de él.

            —Sé que tienes razón —le dijo—. Sé lo que me espera. Probablemente más de lo que podré soportar. Mi abuela llegará dentro de un mes y luego... —Se encogió levemente de hombros con impotencia—. Por tanto, conozco mis límites y creo que conozco los tuyos. El problema es que... —Soltó una risita triste—. A veces conoces a un tipo verdaderamente agradable pero, por mucho que lo intentas, no consigues que te guste. Eso, sin embargo, no es ni con mucho tan terrible como cuando conoces al tipo que no te conviene y no logras evitar que te guste. Notas un abismo interior, esperando y deseando y soñando. Te sientes como si cada instante te llevara hacia algo tan asombroso que no hay modo de describirlo, y si llegaras a ello con él sería un verdadero... alivio. Sería todo lo que siempre has necesitado. —Se le escapó un suspiro tembloroso—. No quiero distanciarme de ti. A lo mejor no debería habértelo dicho tan directamente, pero quiero que sepas lo mucho que...

            —Ya lo sé —le dijo él con frialdad, muriéndose por dentro—. Dale un descanso, Lali. Tengo que irme.

            Lali asintió. Ni siquiera parecía ofendida. De algún modo sabía que no podía dejarla de ningún otro modo, que algunas cosas no deben condimentarse para que resulten más fáciles de tragar.

            Peter fue a coger el picaporte, pero ella lo detuvo poniéndole una mano en la muñeca.

            —Espera —le dijo—. Una cosa más.

            Aunque ya no lo tocaba, la piel de la muñeca le cosquilleaba de ansia. Aquello iba de mal en peor, pensó con desesperación: el anhelo amenazaba con apoderarse por completo de él.

            —De ahora en adelante nunca volveré a mencionar esto —le dijo Lali—, ni volveré a hablarte de mis sentimientos, ni intentaré siquiera que seamos amigos. A cambio, quiero un favor.

            —La gatera —dijo Peter resignado.

            Ella negó con la cabeza.

            —Quiero que me beses. Una sola vez.

            —¿Qué? No. —Estaba horrorizado—. No.

            —Me debes un favor.

            —¿Por qué demonios quieres eso?

            Lali no parecía dispuesta a rendirse.

            —Solo quiero saber cómo es.

            —Ya te besé una vez. Aquí mismo.

            —Esa no cuenta. Te estabas conteniendo.

            —Tú querías que me contuviera —le aseguró él, forzadamente.

            —No, no quería.

            —Maldita sea, Lali, eso no va a cambiar nada.

            —Ya lo sé. No espero que cambie nada. —Estaba prácticamente temblando de nerviosismo—. Lo quiero simplemente como una especie de... amuse-bouche.

            —¿Qué es un amuse-bouche? —le preguntó, temeroso de la respuesta.

            —Es un término francés para un detalle que el camarero te sirve de parte del chef al principio de una comida. No lo pides ni lo pagas, simplemente... te lo dan. —Como él guardaba silencio, pasmado, añadió—: La traducción sería algo como «para complacer el paladar».

            La mirada de Peter era torva.

            —Si quieres un favor mío, va a tener que ver con las molduras del techo o con que añada ojos de buey. Complacer tu boca es ir demasiado lejos.

            —¿Un beso es imposible? ¿Veinte segundos con los labios sobre los míos te asustan tanto?

            —¿Ahora vas a cronometrarlo? —dijo él con sorna.

            —No voy a cronometrarlo —protestó ella—. No era más que una sugerencia.

            —Bueno, olvídalo.

            Parecía ofendida.

            —No entiendo por qué estás enfadado.

            —Estoy furioso. Los dos sabemos que intentas probar algo.

            —¿Qué intento probar?

            —Quieres asegurarte de que sé a lo que renuncio. Quieres que me arrepienta de no ir por ti.

            Lali abrió la boca para negarlo, pero dudó.

            —Si te besara —dijo Peter—, la única razón por la que lo haría sería para que lamentaras profundamente habérmelo pedido. —La miró con dureza para que se arredrara—. ¿Sigues queriéndolo?

            —Sí —respondió de inmediato ella, cerrando los ojos y levantando la cara.

            Peter tenía razón, por supuesto. Cualquier tipo de relación entre ambos era una mala idea, por muchas razones. Pero ella seguía queriendo que la besara.

            Permaneció con los ojos cerrados, preparada para lo que él quisiera hacerle. Los rodeaba un silencio electrificante. Notó que Peter se acercaba y que la abrazaba con tanta lentitud que tembló de pies a cabeza, como alcanzada por un rayo. Ahí estaba la curiosa sensación que recordaba de antes: la sensación de ser absorbida, tragada, como si él estuviera captándola con los cinco sentidos, como si estuviera sorbiendo cada aliento suyo, cada rubor, cada latido.

            Peter le puso una mano en la cara y le levantó la barbilla, resiguiendo con los dedos la frágil mandíbula. Un suave roce en la boca, y otro... besos efímeros que le hincharon los labios. Perdió el equilibrio, pero él la sostuvo contra su cuerpo, evitando que cayera; bajó más la cabeza y le recorrió con la boca la fina piel del cuello. Luego Lali notó la punta de su lengua en la carótida y le flaquearon las piernas, y le clavó los dedos en los hombros. Despacito, él fue cubriéndola de besos hasta la barbilla mientras con una mano le sostenía la nuca. Finalmente notó la presión de la boca de Peter sobre la suya, mareándola de absouto alivio, con lo que de su garganta salieron gemidos plañideros y le cogió la cabeza entre las manos para que no siguiera besándola... pero el beso se transformó en una risita ahogada y Peter la miró con una tierna alegría burlona que nunca había visto en él.

            —Peter... por favor... —luchó por hablar, entre jadeos.

            —Ssss. —Tenía las pestañas bajas sobre unos ojos relucientes en la cara morena. Con manos impacientes le tocó el pelo, el cuerpo, la espalda.

            —Quiero... —intentaba decir ella, pero el acaloramiento le impedía pensar. Volvió a intentarlo—: Quiero...

            —Sé lo que quieres. —Sonrió fugazmente y agachó nuevamente la cabeza.

            Le abrió los labios con los suyos y la besó con la lengua. El beso se volvió más violento, más húmedo, adquirió un ritmo sutilmente erótico. Para su mortificación, Lali adelantó las caderas, buscando la dureza de Peter. No podía detenerse. Si hubiera podido estar en cualquier otra parte con él, en algún lugar tranquilo y oscuro donde nada los molestara... Los dos alejados del resto del mundo. El placer se intensificó y dejó de pensar. Sensaciones mezcladas con un dulce dolor que parecía proceder de fuera y de dentro al mismo tiempo. Se arqueó febrilmente, intentando apretarse más contra él.

            Peter apartó la boca y le sujetó la cabeza contra su pecho.

            —Basta —dijo, y parecía agitado—. Lali... no... quieta.

            Ella se estremeció mientras la sujetaba respirando agitadamente contra su pelo. Enlazándole la cintura con los brazos, se permitió una tímida incursión con los dedos en sus bolsillos traseros, mientras los latidos del corazón de Peter se fundían con los suyos. Se sentía como si fuera a hacerse pedazos si él la soltaba.

            —Ahora estamos en paz —le oyó susurrar.

            Logró asentir con la cara oculta en su pecho.

            —No tenía intención de que fuera así. —Le mordisqueó con suavidad el lóbulo de la oreja—. Quería que te doliera, solo un poco.

            —¿Por qué no has hecho que fuera así?

            —Simplemente, he sido incapaz —respondió por fin asombrado, tras dudarlo un rato.

            La apartó de sí. Lali hizo un esfuerzo para mirarlo a los ojos y vio que estaba recurriendo a la misma fuerza de voluntad que lo había empujado a dejar de beber. Aquello no volvería a suceder porque él no lo permitiría.

            Sonó un temporizador y su agudo sonido le hizo dar un respingo.

            Peter sonrió levemente, apartó los ojos y se dio la vuelta.

            Lali se acercó al horno sin mirar atrás. Oyó abrirse y cerrarse la puerta trasera.

            Ninguno de los dos había dicho nada.


            A veces el silencio era lo más fácil si la única palabra que quedaba por pronunciar era «adiós».

Continuará...

+10 :o

14 comentarios: