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domingo, 24 de mayo de 2015

Cap / 23



          Pasó un mes y de algún modo el nuevo rumbo de la vida de Peter aguantó. El fantasma no había esperado aprender nada de Peter durante su asociación forzosa, pero resultó que algo aprendió. Peter tuvo que luchar contra su adicción hora a hora, a veces minuto a minuto, pero era tan testarudo como pueda ser un hombre. Al fantasma le parecía que dejar de beber era bastante similar a saltar al agua y esperar haber aprendido a nadar de algún modo antes de sumergirte.

            Peter se distraía con el trabajo, y trabajaba muchísimo. Hacía un trabajo tan meticuloso en la casa de Dream Lake que cualquier maestro carpintero habría estado orgulloso de que se lo atribuyeran. Peter trabajaba hasta muy tarde por la noche lijando, puliendo, tiñendo y pintando. Mientras comía tantas barras de caramelo para inducir un shock diabético a una persona normal.

            Gracias a la insistencia del fantasma, comía de forma regular a lo largo del día, aunque habría tenido que comer mucho más para compensar el déficit de calorías, dado que estaba acostumbrado a consumir muchas en forma de alcohol.

            Peter vio a Lali en dos ocasiones. Una para recoger muestras de pintura: habían tardado cerca de un minuto y medio y luego él se había ido. La segunda vez, Lali había ido a la casa para que Peter le enseñara los progresos de la reforma. Él se había comportado con profesionalidad. Ella había estado comedida. Gavin e Isaac, por su parte, se habían quedado tan fascinados por Lali que ninguno de los dos había clavado ni un clavo hasta que se fue.

            Por lo que parecía, la visita de Lali apenas había afectado a Peter. Sabía levantar un muro y reforzarlo para que nada pudiera atravesarlo. Ella ya no tenía modo de llegar hasta él y seguramente era lo mejor. Aun así, el fantasma no podía dejar de lamentarlo. Peter, por su parte, se negaba a hablar de lo que todavía sentía por Lali, en caso de que sintiera algo. El tema era tabú.

            El fantasma lo entendía.

            Una mujer puede hacerte eso: llegar al lugar de tu alma donde está lo mejor y lo peor de ti. Una vez allí, ese lugar es suyo y no lo deja nunca.

            Por eso no le había contado a Peter sus recuerdos recién recuperados de Elena, las escenas que se desarrollaban ante él como una película.

            Elena era la más joven y vivaracha de las tres hijas de Weston Stewart; un ratón de biblioteca, divertida y lo bastante miope como para tener que usar gafas para leer: unas bonitas gafas de ojo de gato con la montura negra que le encantaba ponerse para fastidiar a Jane, su madre. Elena nunca atraparía a un hombre con aquellas gafas, le había dicho esta, y Elena le había asegurado que usándolas atraparía al hombre adecuado.

            El fantasma recordaba haber estado a solas con ella en la casa de Dream Lake, después de compartir un picnic junto al lago. Elena le había leído un artículo que había escrito sobre los institutos de la zona, que habían prohibido a las chicas que se pintaran la cara, refiriéndose al uso de pintalabios, colorete o maquillaje en polvo. Las alumnas del condado de Whatcom se habían opuesto a la norma, y Elena había entrevistado a los directores de tres centros distintos acerca de la controversia.

            «El uso de lápiz de labios da al traste con la primera barrera para la naturaleza de una chica —había citado Elena a uno de los directores, con los ojos relucientes de regocijo detrás de los cristales de las gafas—. Luego vendrán los cigarrillos, después el licor y al final se cometerán actos innombrables.»

            —¿Qué clase de actos innombrables? —le había preguntado él, besándole la mejilla, el cuello, la suave y minúscula zona de detrás de la oreja.

            —Ya lo sabes.

            —No. Descríbeme uno.

            Elena soltado una tremenda carcajada.

            —No.

            Él había insistido, sin embargo, besándola y burlándose, intentando atraerla hacia sí tirando de sus manos. Ella había reído y fingido oponerse, sabiendo cómo despertar su deseo.

            —Dime solo qué partes del cuerpo están implicadas —le había dicho y, cuando ella se había seguido negando, le había hecho sugerencias acerca de qué podía constituir un acto innombrable.

            —Diciendo cochinadas no conseguirás nada —le había dicho ella remilgada.

            Él había sonreído.

            —Ya he conseguido pasar de los cuatro primeros botones de tu blusa.

            Elena se había puesto colorada y se había quedado quieta mientras él le susurraba, desabrochándole todos los botoncitos...

            El recuerdo de la intimidad física con Elena era embriagador. El deseo y el placer que un alma podía experimentar eran mucho más intensos y profundos que la mera sensación física.

            El día en que volvería a verla se acercaba, pero atemperaba la viva expectativa la sensación de que algo no estaba bien, de que había algo que necesitaba saber y debía corregir. Agradecía el tiempo que Peter pasaba en la casa del lago, que le habían aportado bastantes hilos de telaraña para tejer con ellos uno o dos recuerdos. Sin embargo, con eso no le bastaba. Le hacía falta volver a Rainshadow Road: allí había sucedido algo que tenía que recordar.


            Tras revisar el almacén donde ella y Mery guardaban piezas de mobiliario desparejadas, cuadros enmarcados y otras cosas para las que no habían encontrado ningún uso, Lali había reunido una colección de objetos para la casa de Dream Lake. Entre ellos había unas taquillas metálicas antiguas de bolera con cada puerta cuadrada pintada de un color diferente, un reloj de pared en forma de taza de café y una estructura de cama victoriana verde azulada de hierro forjado. También había conseguido varios muebles del antiguo apartamento de Elena que habían sido enviados a Friday Harbor: cosas como un conjunto de sillas de cuero, una mesa hecha con un baúl de mimbre y una colección de teteras que expondría en una librería empotrada. La mezcla extravagante quedaría bien en las líneas limpias de la casa reformada y Lali sabía que a su abuela siempre le habían gustado los toques banales a su alrededor.

            Hacía seis semanas que Peter había empezado a reformar la casa. Fiel a su palabra, la cocina estaba terminada, así como el dormitorio principal y el baño. Como el suelo original había resultado estar demasiado estropeado, Lali había permitido que Peter instalara uno laminado de arce, de un tono miel, y tenía que admitir que quedaba muy bonito y sorprendentemente natural. Faltaban por terminar el segundo dormitorio y el aseo, y el garaje todavía estaba por empezar, lo que significaba que Peter pasaría tiempo en la casa una vez que Lali y Elena se hubieran mudado a ella. Lali no estaba segura de qué le parecía eso. Las últimas veces que lo había visto, la tensión de la mutua incomodidad los había hecho comportarse con torpeza.

            Peter parecía más saludable, más descansado, y ya no tenía ojeras. Pero sus contadas sonrisas habían sido tan afiladas como la hoja de un cuchillo y en la boca se le notaba la amargura de un hombre que sabe que nunca tendrá lo que realmente quiere. Su distanciamiento no habría molestado tanto a Lali de no haber visto su otra cara.

            Con ayuda de Mery, Lali iba pasar un par de días dejando lista la casa con platos, ropa de cama, cuadros y otras cosas para hacerla acogedora. Luego iría a Everett a recoger a su abuela para llevarla a la isla.

            Las enfermeras de Elena la habían ido poniendo al corriente acerca de la terapia física y la medicación que le daban. También le habían advertido que Elena había empezado a mostrar síntomas de agitación nocturna, lo que significaba que a última hora de la tarde o por la noche podía estar agitada y preguntar cosas repetidamente con más frecuencia de la usual.

            Durante el curso de varias conversaciones, Colette Lin, la asistenta social, había ayudado a Lali a entender qué podía esperar en un futuro: que cuando Elena perdiera una capacidad, no era probable que la recuperara; que tendría dificultades para secuenciar y haría las cosas en el orden incorrecto, hasta que algo tan sencillo como preparar una cafetera o hacer la colada le resultaría imposible. Al final, su estado se deterioraría hasta el punto en que empezaría a vagar de un lado a otro y a perderse. Entonces habría que internarla en una institución cerrada por su propia seguridad.

            Costaba descifrar el humor de Elena, sobre todo por teléfono, pero parecía estar afrontando su enfermedad con la misma mezcla de pragmatismo y sentido del humor que había demostrado toda su vida. «Di a todo el mundo que mi demencia es de inicio temprano —le dijo a Lali con una risita traviesa—. Así creerán que soy más joven.» En otra ocasión le soltó: «Todas las noches, prepares lo que prepares para cenar, dime que es mi plato favorito. No me acordaré de si lo es o no.» Cuando Lali le había dicho a Elena que había encontrado una enfermera para que la cuidara en casa por las mañanas, mientras ella estuviera trabajando, Elena se había limitado a preguntarle: «¿Sabe hacer la manicura?»

            —Sé que en el fondo tiene que estar asustada —le dijo Lali a Mery la noche antes de que empezaran el traslado a la casa del lago—. Es como si la estuvieran deshaciendo a trocitos y nadie puede hacer nada para detener el proceso.

            —Pero sabe que estará segura. Sabe que tú estarás a su lado.

            —Ahora lo sabe. —Lali se puso a acariciar a Byron, que acababa de acurrucarse en su regazo—. Pero puede que no siempre lo sepa.

            Después de ofrecerle una copa de vino a Lali, Mery sirvió otra y se sentó en el otro extremo del sofá.

            —Es extraño, cuando lo piensas —dijo—. Cuando piensas en lo que eres, quitando los recuerdos y los deseos.

            —No eres nada... —sugirió Lali.

            —No. Eres un alma. Un alma que viaja... y la vida en este mundo no es más que parte de ese viaje.

            —¿Qué crees que sucede cuando morimos?

            —Según mi familia, o al menos de mi familia materna, algunas almas son lo bastante afortunadas como para subir a la suprema fuerza vital. El cielo o como te guste llamarlo. —Mery cruzó las piernas y se puso más cómoda en la esquina del sofá—. Pero otras almas, que han cometido errores durante su vida terrenal, tienen que ir a una especie de zona de espera.

            —¿Qué clase de zona de espera?

            —No estoy segura. Pero es su ocasión para entender lo que han hecho mal y aprender de sus errores. El aquelarre lo llama Summerland.

            Byron se enroscó sombre sí mismo en el regazo de Lali y se puso a ronronear. Lali tomó un sorbo de vino y estudió a su prima con una sonrisa perpleja.

            —¿Acabas de referirte a un aquelarre? ¿Uno de los de brujería?

            —¡Oh! ¡No es más que una broma de mi madre y sus amigas! —dijo Mery, quitándole importancia con un gesto de la mano—. Llamaban a su grupo un aquelarre para siempre. Incluso le pusieron nombre: El círculo de cristal.

            —¿Tú formabas parte de él?

            Mery ahogó una risita.

            —¿Me has visto alguna vez montada en el palo de una escoba?

            —Ni siquiera te he visto pasar la aspiradora. —Lali sonrió con los labios en la copa, pero levantó la cabeza en cuanto se le ocurrió algo—: ¿Qué me dices de esa vieja escoba que hay en tu armario?

            —Mi madre me la dio: un elemento rústico de decoración. Me gusta guardarla con la ropa porque huele a canela. —Puso una mueca cómica cuando vio la expresión de Lali—. ¿Qué?

            —¿Cómo se llama una persona que abandona su religión?

            —No practicante.

            —Me parece que tú debes de ser una bruja no practicante.

            Aunque Lali lo dijo en broma, Mery la miró de un modo extrañamente penetrante antes de preguntarle con una sonrisa:

            —¿Supondría para ti alguna diferencia si lo fuera?

            —Pues sí. Querría que lanzaras un hechizo para que mi abuela mejorara.

            La expresión de la cara de su prima se dulcificó.

            —Me temo que los hechizos no pueden sacarla del camino que lleva. Si lo intentara, las cosas solo empeorarían. —Estiró una larga pierna y frotó el pelaje de Byron con el pie—. Todo lo que puedo hacer es ser su amiga —dijo—. Valga eso lo que valga.


            —Vale muchísimo.

Continuará...

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