CAPÍTULO 20

Cuando Lali le preguntó a Peter cuánto más tendrían que seguir viajando, se sorprendió al saber que estaban más cerca de Crescent City de lo que había creído.

—Peter: : Unas tres horas —dijo, aminorando la marcha del caballo. Estaban recorriendo un camino que cruzaba un bosque, casi invisible a simple vista—. Después de cruzar el río, queda un corto trecho hasta la plantación del pantano St. John.

—Lali: ¿Cómo es que sabes dónde viven los Vallerand?

—Peter: Somos... conocidos.

El camino se estrechó y las ramas bajas obligaron a Peter a llevar al caballo al paso para no golpearse en la cabeza.

—Lali: Eso no puede ser cierto —dijo con arrogancia—. Los Vallerand no tienen relación con piratas y ladrones.

Peter rió.

—Peter: Los Vallerand fueron piratas y ladrones hasta hace dos generaciones. Igual que otras muchas familias de Nueva Orleans.

—Lali: ¿No le temes a monsieur Vallerand?

—Peter: No temo a nadie.

Irritada por su arrogancia, Lali intentó molestarle. 

—Lali: Monsieur Vallerand es poderoso y peligroso. Pablo me dijo que su padre disponía del mejor ejército de Luisiana. Cuando sepa lo que le ha ocurrido a su hijo...

—Peter: Ya lo sabe —repuso con calma—. Su barco fue llevado a puerto hace dos días. Fue uno de los muchos que sufrieron ataques en el Golfo. No ha tenido más remedio que asumir lo peor.

¿Uno de los muchos? ¿Cuántos barcos más habían sido abordados? Lali se estremeció al recordar todos los hombres asesinados en el barco mercante de Vallerand, los cuerpos mutilados, la cubierta bañada en sangre. No era la única mujer a la que habían dejado viuda. Muchas familias debían de estar llorando la pérdida de hijos, maridos, padres y hermanos. 

—Lali: Oí a Legare dar la orden —logró decir a pesar del nudo en la garganta— de que encerrasen a los hombres en la bodega... e incendiasen el barco. Cómo es posible ser tan inhumano...

—Peter: Estoy de acuerdo —dijo lacónico. 

—Lali: ¿En serio? ¿Legare y tú no estan cortados con el mismo patrón? Tras capturar un barco, es posible que hagas exactamente lo mismo que él...

—Peter: No, no se gana nada asesinando inocentes. Abordo barcos para obtener un beneficio, no para hacer una carnicería. 

—Lali: Pero has matado. Lo he visto con mis propios ojos. Mataste al menos a tres hombres para sacarme de la isla.

—Peter: De no haberlo hecho, estarías muerta. Después de unas horas de tortura por parte de André Legare.

—Lali: Tú y los otros hombres de la isla... Eres diferente de los hombres que he conocido. Pablo era como mi padre. Era tan amable, tan respetuoso con la vida, y nunca había hecho daño a nadie. Prefería sufrir él a que sufriese otro... 

—Peter: Pues su bondad no le fue de gran ayuda —dijo con frialdad.

—Lali: Murió sin lamentarse.

—Peter: Así moriré yo también, cuando me llegue el momento.

Lali comprendió con una punzada de incomodidad que posiblemente estaba en lo cierto. 

Peter era como un animal salvaje, jamás pensaba en el pasado o en el futuro, sólo en cómo satisfacer sus necesidades del presente. Lamentos, culpa, vergüenza, arrepentimiento... todas esas cualidades humanas eran algo por lo que no se interesaba, algo que tal vez ni siquiera entendía.

—Lali: ¿Cuándo te convertiste en pirata? —preguntó.

—Peter: Empecé siendo un corsario. Todo estrictamente legal. Capturaba barcos de países enemigos por los cuales me pagaban una comisión y me recompensaban muy bien por llevar el botín a puerto. Pero en una o dos ocasiones me sentí tentado y no pude evitar atacar los barcos equivocados. Eso me convirtió en un pirata.

—Lali: Eso es lo que eres.

—Peter: Cierto.

—Lali: Si te atrapasen...

—Peter: Me colgarían.

—Lali: Pero ya no podrás ejercer de pirata, porque el capitán Legare te estará buscando y desea acabar contigo, ¿non?

—Peter: Estaré un tiempo fuera de circulación. —El tono de satisfacción podía apreciarse en su voz—. Ojalá hubiese podido ver su cara cuando encontró muerto a su hermano. Oh, disfruté enviando a André al infierno. —Notó el temblor de Lali y frunció el entrecejo—. No has de temer nada. Te mantendré a salvo de Legare.

—Lali: Te tengo miedo a ti —dijo ella con voz tensa.

Llegaron a una ribera solitaria del Mississippi, donde dos hombres mal vestidos les cruzaron a la otra orilla en una barcaza. Sin duda formaban parte de una red de contrabandistas establecida, porque trataron a Peter de forma muy respetuosa y parecían compartir con él cierto grado de camaradería. A petición de Peter, uno de ellos le entregó a Lali su sombrero. Ella se recogió el enmarañado pelo bajo el amplia ala y se lo caló casi hasta las cejas. Debido a las anchas y estrafalarias ropas y a que era una mujer menuda, daba la impresión de ser un chaval delgadito.

Mientras los hombres hablaban en voz baja intentando que ella no oyese nada, Lali apoyó las manos en la barandilla y clavó la mirada en las serenas aguas. En una de sus cartas, Pablo le había descrito aquel río arcilloso. Había dicho algo como que era más sano beber el agua turbia que la clara. Al ver las ambarinas profundidades se dijo, con un deje de escepticismo, que no podía ser cierto.

Grupos de árboles robustos crecían hacia un cielo turquesa tachonado de nubes difusas. Las tortugas nadaban cerca de las orillas, reuniéndose junto a las raíces que sobresalían del agua. Río abajo apreció un borrón en el horizonte, que bien podía ser la distante Nueva Orleans.

Navíos de todo el mundo debían de fondear en los muelles de la ciudad, de manera que aquéllos estarían teñidos del colorido y la abigarrada mezcla de gente que Pablo describía en sus cartas. A Lali le costaba trabajo creer que, finalmente, había llegado al lugar con que tanto había soñado. Pero no sentía ninguna ilusión ni nerviosismo; sólo sentía un vacío interior. 

Había roto con su pasado y perdido la posibilidad de un futuro.

—Es diferente de Francia —oyó una voz a su espalda.

¿Cómo era posible? Peter parecía leerle los pensamientos.

—Lali: Sí, lo sé —respondió.

—Peter: La gente de por aquí es más ruda que la de tu país. Incluso el criollo más refinado tiene un toque grosero, a veces demasiado vulgar. Tal vez te resulte difícil acostumbrarte.

—Lali: Cela ne fait rien —dijo—. No importa. Me quedaré aquí mientras los Vallerand me lo permitan. No tengo ningún deseo de volver a Francia. —No le cabía duda de que su propia familia la recibiría con los brazos abiertos, pero después de todo lo ocurrido no podría retomar la vida que había llevado antes.

Peter se colocó a su lado, consciente de cómo se estremecía cuando estaba cerca de ella.

—Peter: Saldrás adelante aquí —dijo sin más.

—Lali: ¿Por qué lo dices?

—Peter: En cuanto pase el correspondiente período de luto, serás la pieza más codiciada de todo Nueva Orleans. Una hermosícima viuda francesa, relativamente joven, heredera de una considerable fortuna... Vaya, serás el objetivo de todos los hombres disponibles desde Vieux Carré al American District.

—Lali: Nunca volveré a casarme.

—Peter: ¿Porqué no?

—Lali: No quiero ser la esposa de nadie.

Él se encogió de hombros.

—Peter: Quién sabe. Yo nunca he querido ser el marido de nadie. Siempre he creído que el matrimonio es un arreglo antinatural.

—Lali: ¿Antinatural?

—Peter: Nadie puede ser fiel a otra persona de por vida. No hay mujer en el mundo de la que no fuese a cansarme tarde o temprano.

—Lali: No todos los hombres piensan lo mismo.

—Peter: Incluso en los mejores matrimonios, uno de los cónyuges se siente tentado a desviarse.

—Lali: Te equivocas —dijo ella fríamente—. Nadie en el mundo habría tentado a Pablo lo suficiente para apartarse de mí. Y yo nunca... —Se detuvo en seco. El corazón empezó a palpitarle y apretó los puños como si la verdad la hubiese golpeado. Había traicionado a Pablo. La noche anterior había olvidado por completo sus principios de honor y fidelidad. Una dolorosa vergüenza surgió en su interior. A pesar de que Pablo había muerto, no por ello dejó de sentirse una adúltera.

Peter sabía lo que ella estaba pensando, y le preocupó el repentino deseo que sintió de estrecharla entre sus brazos y reconfortarla. Lo mejor sería librarse de ella lo antes posible; no le gustaba nada el aspecto de sí mismo que estaba saliendo a la luz.

—Peter: No te culpes por lo de anoche —le dijo con fingida indiferencia—. Lo pasamos bien, pero no tuvo la importancia que le estás dando.

Lali se envaró. ¡Jamás había conocido a alguien tan repulsivo y mezquino como aquel bribón!

—Lali: No lo pasamos bien —dijo mirándolo desde debajo del ala del sombrero.

—Peter: ¿No? —Sonrió. Al parecer le gustaba provocarla—. ¿Cómo fue entonces?

Ella se sonrojó, y tuvo que respirar hondo para calmarse. Le vinieron a la mente unos cuantos insultos desagradables. Quería decirle la repulsión que le causaba, el asco que sentía al recordar la noche anterior. Pero al ver su gesto burlón no tuvo fuerzas para hablar. 

Los ojos de él eran de un color verde  puro y penetrante. Recordó su brillo en la oscuridad, el sonido de su voz al oído, el roce de su barba contra sus pechos. Recordó aquel cuerpo musculoso encima del suyo.. Sintió una punzada de pánico. ¿Qué cambio se había operado en ella? ¿Cómo podría detener aquella locura si precisamente ansiaba lo que él había despertado en ella?

Al apreciar su angustia, Peter se forzó a dejar las manos en los costados, a pesar de que se moría por tocarla, atraerla por las caderas, besarla con ardor. Fue entonces cuando comprendió cuan peligrosa era aquella mujer. 

Tendría que mantenerse alerta mientras estuviese en Nueva Orleans. Le habían puesto precio a su cabeza, y si alguien descubría que estaba allí, eso significaría una muerte segura. Pensarlo le ayudó a aclarar su mente. Sólo tenía que contenerse un poco más, hasta llegar a la plantación de los Vallerand; después podría desentenderse del asunto.

—Peter: Eres una joven hermosa —observó él alzándole el ala del sombrero con un dedo—. Vestida de mujer, sin duda tienes que resultar muy agradable a la vista... Perfumada y empolvada, con seda y cintas. Me gustaría verte.

Había una nota burlona en su voz que ella captó. Desconcertada, siguió mirándole a los ojos, secándose el sudor de las palmas en las mangas de la camisa.

—Lali: Acabo de darme cuenta de algo, capitán Peter —dijo, y se concentró en su rostro barbado—. No sólo tienes los ojos del mismo color que los de Pablo, sino que tus cejas trazan la misma línea. Una se arquea un poco más arriba que la otra.

El la observó con recelo.

Lali sacudió la cabeza... las sospechas empezaban a bullir en su cerebro. No podía ignorar que existían similitudes, a pesar de que fuesen superficiales, entre Peter y Pablo. ¿Se trataba de una simple coincidencia? ¿Cabía la posibilidad de que...? 

Si lo que estaba pensando era cierto, entonces ella era la mujer más tonta del mundo y él la escoria más insensible que jamás hubiese pisado la faz de la tierra.

—Lali: Has admitido que conoces a los Vallerand. A lo mejor se trata de algo más, tal vez compartes... parentesco.

Peter no apartó los ojos de ella y Lali sintió que le flaqueaban las rodillas. De no haberse sentido tan confundida y asustada durante los dos últimos días, lo habría supuesto antes.

—Lali: De... de algún modo estás emparentado con Pablo —susurró con asombro. Él tendió un brazo para que se apoyase, y ella lo aceptó sin pensarlo—. Me ayudas porque soy la viuda de Pablo, y tú... eres un Vallerand.

Continuará...

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Acá lo dejamos por hoy! 

MAÑANA HAY SORPRESAS!!!

gracias por su firmitas :)

Besos... <3