CAPÍTULO 52

El día siguiente, Lali lo pasó en la garçonniére. Se mantuvo ocupada con los bocetos y las acuarelas, pero el trabajo artístico no le deparó la calma habitual. En mitad de la fría y ventosa tarde, dio un paseo por el jardín y se topó con Peter, que estaba ejercitando su pierna.

—Peter: Me preguntaba cuándo saldrías de tu escondite —comentó él. Sus ojos verdes recorrieron el ajustado vestido de muselina gris y terciopelo rubí. A pesar de que el vestido tenía el cuello alto marcaba con claridad el contorno de sus pechos, y se ceñía a su cintura y sus caderas al caminar. 

—Lali: ¿Escondite? —repitió ella—. No estaba escondida. 

—Peter: Entonces ¿por qué has desayunado y comido en la garçonniére?

—Lali: Porque quería estar sola. 

—Peter: Te estabas escondiendo de mí. 

—Lali: Te estaba evitando. No disfruto de tu compañía, ¡por mucho que eso te sorprenda! Pero supongo que no me crees. 

Él sonrió despacio. 

—Peter: No del todo.

—Lali: Supongo que crees que cuando te vayas me lanzaré a tus brazos y te suplicaré que me lleves contigo.

—Peter: En absoluto. Te quedarás aquí y serás la tante de los hijos de Gimena hasta que tengas el pelo gris. Serás un modelo de buenas maneras. Les resultará imposible creer que en un tiempo fuiste joven. Tras unas cuantas décadas, las desventuras que corriste conmigo no serán más que un recuerdo distante. Serás una mujer reservada y contenida, respetada por todos tus conocidos.

—Lali: No me parece un destino desdeñable. 

—Peter: Pues debería serlo.

—Lali: ¿Ah, sí? —Lo miró con arrogancia—. ¿Qué otro tipo de vida crees que me convendría? 

—Peter: Ya te lo ofrecí en una ocasión. 

Le había ofrecido convertirla en su concubina y llevarla por todo el mundo. Le había ofrecido casas, joyas y las mejores ropas como si se tratase de una prostituta de gustos caros. 

—Lali: ¡Lo que me ofreciste fue un insulto! 

—Peter: Eres la única mujer a la que le he ofrecido un trato semejante.

—Lali: ¿Y ahora vuelves a hacerme la oferta? —replicó despectiva

—Peter: Por lo que recuerdo, nunca la retiré. 

—Lali: Estás loco si crees que la tendría en cuenta... 

—Peter: La tendrás en cuenta —dijo él. La sonrisa desapareció de su mirada y sus ojos se oscurecieron—. Antes de que me vaya, me aseguraré de ello.

Ella se quedó muy quieta cuando él se le acercó cojeando.

—Lali: No —susurró ella, pero él le colocó las manos en las caderas.

—Peter: Pequeña tonta. Sabes que hay algo entre nosotros que nadie podría entender. Algo que nunca tuviste con Pablo.

Ella le abofeteó y se apartó de él, respirando con dificultad. La mano le escoció debido a la fuerza de la bofetada. Vio cómo aparecía la marca en la mejilla de Peter. Le sorprendían sus propias acciones, le horrorizaba la facilidad con que él la hacía perder los papeles. Se miraron un momento y entonces la intensidad de Peter se trocó en su habitual insolencia.

—Peter: Todo ese fuego tuyo... —dijo suavemente—. La noche que pasamos en el lago casi me quemaste vivo.

—Lali: Después de lo que he hecho por ti, merezco algo mejor que tus desagradables comentarios.

Le oyó reír cuando ella se volvió para marcharse.

Peter le agarró la mano.

—Peter: Lali, espera...

—Lali: ¡Déjame en paz!

—Peter: Tienes razón, mereces algo mucho mejor. Perdóname. —Enfrentada a su mirada, él le apretó la mano entre las suyas—. No volveré a hablar de aquella noche.

—Lali: ¡Bien! ¡Ahora déjame en paz y llévate tu oferta contigo!

Peter parecía arrepentido de sus ironías..

—Peter: No tendría que haberme burlado de ti. Me he comportado mal.

—Lali: Tú siempre te comportas mal. —Y no dijo nada más, pues lo que quería era alejarse de él.

Él le sonrió y su mirada se posó en sus manos entrelazadas. Cuando volvió a mirarla a la cara, su voz sonó más seria.

—Peter: Déjame dar un paseo contigo.

—Lali: Non, tienes que entrar y descansar...

—Peter: Por favor —insistió él.

De repente Lali se sintió desarmada y nerviosa. Las manos de aquel bribón eran cálidas y fuertes.

—Peter: Por favor—repitió tranquilo, y ella ya no pudo resistirse.

Recorrieron el extenso jardín. Peter se propuso ser amable, más de lo que lo había sido hasta entonces. La entretuvo contándole historias sobre las travesuras de él y Pablo cuando niños, haciendo que dejase de sentirse incómoda y sacándole alguna que otra risa. La miraba de vez en cuando, y a pesar de que intentó no hacerlo, Lali no pudo evitar comparar el modo en que él la miraba con el modo en que la miraba Pablo. Éste siempre había confiado en ella y se había mostrado paciente. Pero en la mirada de Peter había algo que denotaba búsqueda, como si quisiese descubrir todos los detalles de su personalidad. La reciente referencia a la noche que pasaron juntos la había alterado realmente... Sin embargo, le sorprendió pensar que él era el único hombre en su vida que la había considerado una mujer apasionada. De algún modo, no era algo tan desagradable.

—Peter: Cuando ríes estás preciosa —le dijo cuando ya casi habían vuelto a la casa, y ella le miró extrañada.

—Lali: Me pregunto si está mal reír, disfrutar de las cosas, puesto que estoy de luto por Pablo. A veces me siento culpable incluso por sonreír, al pensar que él no está aquí para compartir...

—Peter: No. Pablo querría que aceptases su muerte y siguieses adelante. Tienes muchos años por delante, has de vivirlos y no sumirte en la pena y el remordimiento. Él querría que fueses feliz.

Lali lo miró con recelo.

—Lali: ¿Por qué estás siendo tan agradable? —preguntó.

Él le tomó la cara entre las manos.

—Peter: No estoy siendo agradable. Nunca soy agradable. —La miró a los ojos y después repasó su cuello, donde una vena delataba la rapidez de su pulso. Ella le agarró las muñecas para liberarse—. Tranquila—dijo—. No voy a besarte. —Sonrió con malicia—. A menos que me lo pidas.

Ella rió sin pensar, y después negó, aún con la cabeza entre sus manos.

—Lali: Suéltame, Peter.

Él soltó una carcajada y la besó en la frente antes de que ella pudiese soltarse.

—Peter: ¿Lo ves? No puedo evitarlo.

Continuará...

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