CAPÍTULO 57

Sólo habían pasado tres días desde la partida de Peter, pero parecían tres meses. Lali no podía hacer otra cosa que pensar en él. Lo necesitaba tanto como él había afirmado que la necesitaba a ella. Le había dicho que ella le pertenecía... Bueno, Lali no lo había admitido de viva voz, pero sabía que él era suyo del mismo modo visceral. Desde el momento en que lo habían llevado a la plantación había sido suyo, para cuidarlo y atenderlo, suyo para preocuparse y para desearlo.

Pese a que era una unión imposible, estar separados le dolía incluso físicamente. No era un dolor penetrante, sino un sofocado vacío en su interior. Echaba de menos verle y oírle, el interés que mostraba por ella, sus arrogantes exigencias...

Su soledad se veía agravada por el modo en que Nico y Gimena se apoyaban mutuamente en los momentos difíciles. Se demostraban todo su afecto, entre ellos y con los niños, en cualquier ocasión, de ahí que pudiesen reír y darse cariño incluso en medio de tantas preocupaciones. Una mañana, la pareja no estuvo presente durante el desayuno, y el servicio estaba al corriente de que habían decidido pasar la mañana en su dormitorio. Cuando Gimena salió de él más tarde, tenía la cara arrebolada y un brillo especial en sus ojos castaños. Lali se alegraba de su felicidad, pero le hacía ser más consciente de su propia soledad.

El viernes, a la hora de la cena, la conversación fue tranquila. Gimena estaba ocupada con Rafe, que hablaba con ella mediante felices balbuceos. Estaba empezando a acostumbrar al niño a comer alimentos sólidos, pero él estaba más interesado en jugar con el plátano chafado que en comérselo. 

Lali se obligó a masticar y tragar, pero cada bocado de pescado con champiñones salteados en vino y mantequilla amenazaba con atascársele enla garganta. Apesar de que Nico parecía sereno y despreocupado, miraba su reloj cada cuarto de hora más o menos, algo impropio de él.

—Gime: Bien-aimé, ¿a qué hora empieza el baile de mañana? —le preguntó.

Justo en ese momento, Peter apareció en la puerta del comedor. Olió el aroma a comida con avidez.

—Peter: Mmm... me muero de hambre. Espero que me hayan dejado algo.

Nico se incorporó de un brinco.

—Nico: Si no me sintiese tan aliviado de verte —dijo—, creo que te daría una paliza, pedazo de burro.

Peter sonrió y colocó una mano en su hombro.

—Peter: Tendrás que esperar tu turno, padre.

Nico lo miró con recelo.

—Nico: Doy por supuesto que has asegurado tus intereses que no volverás a desaparecer por sorpresa.

—Peter: Así es.

—Nico: ¿Cómo está la situación?

Una mueca de desagrado se dibujó en la cara de Peter.

—Peter: En las últimas semanas, Legare ha declarado que la isla de los Cuervos le pertenece y se ha apropiado de todo. Barcos, municiones, objetos de todo tipo... Nadie se ha atrevido a hacerle frente.

—Nico: Y tú tampoco lo harás —dijo—. Tus días como capitán Peter son historia. Esta escapadita tuya puede haber arruinado la mínima posibilidad de indulto que tenías por parte del gobernador.

—Peter: ¿Indulto? —dejó escapar una risotada—. Ni siquiera siendo el mejor amigo del presidente Monroe lo lograrías. Además, no necesito el indulto. Pronto me habré marchado.

Nico frunció el ceño dispuesto a discutir, pero Gimena terció para evitar una riña sangrante.

—Gime: Gracias a Dios que has llegado a tiempo, Peter.

—Peter: ¿A tiempo para qué?

Nico le explicó lo del baile de los Duquesne.

Lali dejó el tenedor sobre la mesa, consciente de lo mucho que le temblaban las manos. Observó a Peter con ansia. Estaba sucio y había empezado a crecerle la barba, y en las mejillas y la nariz se le notaban los efectos del sol. Su presencia ejerció en sus sentidos los efectos de un tónico vigorizante. Quería abrazarlo, pasarle las manos por el pelo, estrecharlo contra su cuerpo... Pero él no la miró ni una sola vez. Fue como si ella no estuviese allí.

—Peter: Tiene que haber algún modo de evitarlo —le dijo a su padre, que negó con la cabeza.

—Nico: Los rumores crecerían aun más si no aparecieses.

Peter maldijo y sacudió la cabeza.

—Peter: De acuerdo, allí estaré si no hay más remedio; y no me quejo. Iré al baile y me comportaré como un caballero. Y lo haré tan bien que nadie se atreverá a sugerir que no soy Pablo. —Se volvió hacia Gimena—. Belle-mére, ¿podrías pedirle a Julia que me lleve algo de cenar a mi habitación? —Se tocó la sudada camisa con un gesto de desagrado—. Creo que se impone un baño y cambiarme de ropa.

—Gime: Sí, por supuesto. —lo miró con preocupación—. ¿Cómo está tu pierna? No han vuelto a herirte, ¿verdad?

—Peter: Qué va. —Sonrió ligeramente—. Estoy bien, belle-mere.

Se marchó sin siquiera guiñarle el ojo a Lali.

Lali se sintió como si le hubiesen robado el aliento. ¿Por qué la había ignorado Peter? Quizá todo lo que le dijo antes de marcharse no había sido más que un juego. Quizá le divertía haberla dejado en aquella tesitura. Confundida y triste, intentó fingir que no había ocurrido nada. Jugueteó con la comida del plato e incluso logró tomar algún bocado más. Tras beberse otro vaso de vino, se unió a Nico y Gimena en el salón trasla cena. Sesentó cerca del fuego y se calentó los pies. No oyó señal alguna de Peter en el piso de arriba. Dieron por supuesto que estaría agotado después de tres días de ausencia y que se habría metido en la cama.

—Gime: Pareces cansada, Lali —le dijo.

—Lali: Oui—murmuró mirando taciturna al fuego. No estaba cansada, sino ansiosa, y se sentía herida. Peter Vallerand era un monstruo y le odiaba. No podía sentir otra cosa que desprecio por un hombre tan dado a las mentiras y las vanas promesas. 

Continuará...

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ok... los siguientes caps son hot!... quiero advertiles desde ahora...