CAPÍTULO 61

Peter le sonrió, sabiendo que no habían engañado al tío Alexandre.

—Peter: Siempre has sido mi tío favorito, Alex.

Henriette se colocó entre ellos y alzó la cara con descaro.

—Henriette: ¡Qué vergüenza, Pablo, no haber querido ver a nadie en todas estas semanas! ¡No he podido contarles nada a mis amigas en nuestras reuniones de los jueves para tomar café!

—Peter: Debes perdonarme—repuso y le dio dos besos en las mejillas. Henriette parecía convencida de que era Pablo—. Aunque, a decir verdad, no había nada interesante que contar. No he hecho otra cosa que descansar y someterme a los expertos cuidados de mi abnegada esposa. —Sonrió en dirección a Lali. Tuvo ganas de pasarle el brazo por la cintura, pero Pablo no habría hecho algo así en público.

—Henriette: Pablo, cuando caminas cojeas —observó sin tacto alguno—. ¿Será algo permanente?

Se produjo un breve silencio y Lali respondió antes que Peter.

—Lali: Es posible —dijo mirando con mordacidad a Henriette—. Pero le aporta un toque de distinción, ¿no crees?

Henriette se sonrojó.

—Henriette: Oh sí, por supuesto.

Peter le sonrió a Lali mientras Alexandre se llevaba a su esposa.

—Peter: Cariño, no necesito protección —le dijo al oído.

—Lali: Chismosa —refunfuñó—. No está a la altura dela familia Vallerand.

—Peter: Yo tampoco —repuso secamente, llevándola hacia un lado del salón, bajo uno de los muchos arcos con columnas.

Los Vallerand formaron un pequeño corro y observaron a los bailarines, que movían los pies con fluidez sobre el brillante entarimado de arce. Gimena sonrió y no dejó de conversar con aquellos que requerían su atención, mientras Nicolás charlaba con el anfitrión, George Duquesne.

Numerosísimas personas se acercaron a Peter, hombres que querían escuchar la historia de su huida de la isla de los piratas, mujeres que coqueteaban con él sin reparo alguno, viejas damas que le pedían consejo sobre cómo tratar sus achaques. Lali le ayudó con estas últimas, explicando que su marido todavía no estaba lo bastante recuperado para retomar su actividad profesional. De tanto en tanto, era ella la que les proponía alguna clase de remedio. Había aprendido muchas cosas en tanto que hija de un médico, y estaba agradecida de que su memoria fuese excelente en una encrucijada como aquélla.

Al comprobar que la velada estaba transcurriendo con bastante placidez, Lali empezó a relajarse. Nadie parecía sospechar de Peter. Su imitación de Pablo era perfecta, desde el modo en que encajaba los pulgares en su chaleco hasta cómo se mordía el labio inferior antes de sonreír. Dada su estatura, a menudo tenía que inclinarse para hablar conla gente. Pablo siempre se había comportado así, con amabilidad, atento, intentando mostrarse accesible para todos. En nada parecido a Peter, quien por lo general no sentía ningún interés por intimar con nadie.

Lali se descubrió estudiando a Peter con curiosidad, y comprendió que lo prefería tal como era en realidad. Echaba de menos sus abruptas risotadas y sus sardónicos comentarios, así como su capacidad para decir y hacer cosas inesperadas. Pablo se habría sentido como pez en el agua en una velada como aquélla, en tanto que Lali sabía que Peter, de haber podido elegir, habría preferido estar a solas con ella. Se sintió culpable ante tales pensamientos y echó un vistazo alrededor. Se fijó en un hombre que estaba junto a una ventana, entre el salón de baile y el comedor.

Él volvió la cara hacia ella. Era delgado como una cuchilla e iba tan bien vestido como cualquiera de los presentes, aunque a ella le pareció, sin saber por qué, un personaje siniestro. Entonces él le dedicó una sonrisa en la que se apreciaban todos sus dientes. Un terror helado se apoderó de su corazón.

El salón se movió a su alrededor. Olvidándose de sí misma, intentó llamar a Peter, pero no salió palabra alguna de su boca. De repente Peter estaba frente a ella, y reparó en su semblante de cera.

—Peter: ¿La? —murmuró—. Lali, ¿qué sucede?

Tuvo que inclinar la cabeza para oír el susurro que salió de sus labios temblorosos:

—Lali: Legare.

De inmediato, Peter volvió la cabeza y recorrió el salón con la mirada, pero no vio nada. Lali también escudriñóla estancia. Laodiosa aparición se había esfumado. Ella intentó recuperar la compostura, pero se sintió mareada.

Nicolás se unió a ellos con una chispa de alerta en su mirada.

—Nico: ¿Qu'est-ce que c'est?

—Peter: No lo sé —dijo, sujetando las manos de Lali.

—Nico: Sácala de aquí antes de que llame másla atención. Las puertas francesas llevan a la galería exterior. Enseguida me reuniré con ustedes.

Peter le pasó un brazo por los hombros y la condujo al exterior. El aire de la noche estaba fresco y sereno. En la penumbra, se colocaron tras una ancha columna. Él la obligó a mirarle tomándola por la barbilla, y vio sus aterrorizados ojos.

—Lali: He... he visto a Dominic Legare —balbuceó—. Lo he visto en el salón, de pie, mirándome. Me... me sonrió. Tienes que creerme, él... él está aquí.

—Peter: Últimamente has pensado mucho en él —repuso con calma, acariciándole la nuca—. Cabe la posibilidad de que hayas visto a alguien que se le parece.

—Lali; ¡No; era él! Tiene que andar por aquí cerca ahora mismo. ¡Sé que era él! Peter, por favor, créeme, tienes que...

—Peter: De acuerdo —dijo atrayéndola hacia sí. La abrazó protectoramente—. Respira hondo, petite, e intenta calmarte.

—Lali: No; debemos...

—Peter: Shhh. Tranquila.

Ella apoyó la cara en su pecho y sintió que el pánico remitía gracias al calor de Peter.

—Peter: Estoy aquí—murmuró él—. No va a hacerte daño. Nadie te lo hará. —Su alterada respiración fue normalizándose, y Peter aflojó su abrazo.

Nicolás los interrumpió.

—Nico: Explícame qué pasa, Peter.

—Peter: Al parecer, Dominic Legare está aquí—respondió con aire lúgubre—. Lali lo ha visto en el salón. —De no haber estado tan preocupado se habría echado a reír al ver la repentina expresión de perplejidad que dibujó el rostro de su padre, una emoción que Nico rara vez hacía evidente.

—Nico: Descríbelo —pidió.

—Peter: Delgado, peso medio, cabello pelirrojo recogido en una coleta.

Lali se apartó y añadió:

—Lali: Y... y sonrisa de tiburón.

Peter rió al recordar los puntiagudos dientes de Legare.

—Peter: Una adecuada descripción.

Nico frunció el ceño.

—Nico: Parece que estuvieran hablando de Antoine Bayonne. Es un amigo de George Duquesne, un plantador francés. También tiene tratos con algunos de los comerciantes más ricos dela ciudad. En una ocasión hablé con él personalmente. Es un hombre inteligente con un agudo ingenio.

—Peter: No me suena ese nombre —dijo.

—Nico: Bayonne apareció por primera vez en Nueva Orleans hará cuatro... no, cinco años. Se estableció con los Duquesne y otras familias criollas.

Peter lo miró ceñudo.

—Lali: ¿Lo has visto aquí esta noche?

—Nico: Todavía no, pero puedo preguntarle a Duquesne... —se detuvo y reflexionó un instante—. ¿Lo que intentas decirme es que el hombre que mató a mi hijo puede estar ahí dentro? —murmuró.

Continuará...

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