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lunes, 7 de enero de 2013

CAPÍTULOS 7 y 8


Lali entró en la habitación a trompicones debido al fuerte empellón que le propinó André. Cayó al suelo, se alzó con los antebrazos y observó sorprendida la raída alfombra Aubusson que se extendía bajo su cuerpo. No era lo que uno esperaría encontrar en un fuerte derruido. La estancia estaba plagada de refinados objetos de oro, muebles tallados que no casaban unos con otros, lámparas barrocas y lujosos detalles. Había polvo, restos de comida y manchas de licor por todas partes. Un rancio olor dulzón le llenó la nariz provocándole arcadas.

André se inclinó sobre ella mirándola con lascivia.
—André: Todo lo que veis son regalos de Dominic. Como vos.
—Lali: El... él cuida de vos —tartamudeó, poniéndose en pie.
—André: ¿Dominic? Oui, toujours, para siempre. Desde que éramos niños en Guadalupe. Huérfanos.

Ella observó con el rabillo del ojo en busca de algo que pudiese utilizar como arma contra él.
—Lali: ¿Y... y os proporciona todas las mujeres? —preguntó apartándose de André—. ¿No se queda ninguna para él?
André vigiló sus movimientos.
—André: Me las da todas y no se queda ninguna —respondió con voz pastosa, alargando el brazo para agarrarla.
Lali boqueó y dio un paso atrás, evitando aquella manaza regordeta.

Riendo perversamente, él la aferró por el pelo y tiró de ella hacia la deshecha cama de caoba. Lali gritó cuando la lanzó al medio del colchón. Antes de que pudiese moverse, él ya le había agarrado la muñeca y se la había atado al cabezal de la cama con una tira que colgaba del mismo. Lali empezó a chillar sin parar mientras él intentaba alcanzar la otra tira de cuero al otro lado de la cama. Luchó con todas sus fuerzas, pero estaba muy débil.

Dejándola por completo indefensa, André le desgarró la parte superior del vestido, dejando a la vista su hermoso y pálido cuerpo. Lali se vio a sí misma descendiendo a un insondable infierno de horror, y su mente empezó a perderse en sus propios recovecos, rechazando la evidencia de lo que estaba ocurriendo.

De repente, se impuso un sorprendente silencio al ver cómo un cuchillo hendía la garganta de André, dejando salir un borbotón de oscura sangre roja. Cayó sobre la alfombra Aubusson, llevándose las manos a la garganta, gruñendo de un modo muy peculiar. Su cuerpo era presa de las convulsiones.

Peter estaba detrás de él, limpiando en ese momento el cuchillo en la camisa de André.

—Peter: He cambiado de opinión —dijo sonriendo con frialdad y sin apartar la mirada de los desorbitados ojos de André—. No puedo esperar a tenerla mañana por la mañana.
André apretó con más fuerza su garganta. Parpadeó un par de veces y luego cerró los ojos. Poco a poco, las manos se relajaron.

Peter guardó el cuchillo en la bota y se volvió hacia el lecho, ignorando el cadáver de André Legare. Se sacó el chaleco y empezó a desabotonarse la camisa negra, al tiempo que sus impasibles ojos repasaban a la atónita mujer. Su cuerpo lucía unos llamativos cardenales oscuros. Necesitaba engordar un poco. Estaba tan delgada que los huesos de las caderas se le marcaban.

Pero algo en ella le despertó un impulso primitivo que apenas pudo controlar. Peter tenía ya bastantes problemas para perder el control y desperdiciar unos valiosísimos segundos en mirarla. Sus pechos eran pequeños pero perfectamente curvados, coronados con unos diminutos pezones rosados. Descendió con la mirada despacio por su plano vientre hasta llegar al triángulo de delicados rizos castaños. Habría sido tan fácil subirse encima de ella y aliviar la dolorosa y creciente presión en su entrepierna. Lanzó la camisa sobre la cama y volvió a colocarse el chaleco. Ella lo observó mientras desataba sus muñecas. Peter sintió el tacto de su piel fría.

—Peter: ¿Cuál es tu nombre? —le preguntó en francés, sentándola sobre la cama. Ella permaneció inmóvil y en silencio. Él repitió la pregunta con mayor rudeza, temiendo que la mente se le hubiese extraviado.
—Lali —susurró ella.
Que fuera capaz de responder alivió a Peter.
—Peter: No disponemos de mucho tiempo, Lali. —Con habilidad rasgó los restos del vestido y le metió los brazos por las mangas de la camisa negra. Ella no movió un músculo mientras él le cubría el cuerpo desnudo—. Haz todo lo que te diga. ¿Me has entendido?

Lali asintió, y en cuanto él la ayudó a bajar de la cama y sus pies tocaron la alfombra, ella intentó zafarse, pero él la atrajo hacia sí y la obligó a echar la cabeza atrás para mirarla a los ojos.
—Peter: Escucha, pequeña loca. Soy tu única oportunidad de salir de esta isla. Y después de lo que acabo de hacer por vos, el precio que le pondrán a mi cabeza resultará tentador incluso para mis propios hombres. Irás donde yo diga, y harás exactamente lo que yo diga, si no quieres que te retuerza el cuello.
No había la menor delicadeza en el modo en que la apretaba contra sí. Podría matarla con un simple giro de sus muñecas. Temblando, Lali miró al suelo, a la retorcida y sangrienta masa de carne que antes había sido André Legare.
—Peter: Sí—dijo con suavidad—. Ya sabes de lo que soy capaz.
—Lali: No me hagas daño —susurró ella sin aliento—. Haré todo lo que digas.
—Peter: Bien.
—Lali: ¿Por... por qué haces esto por mí? —preguntó.
—Peter: Porque luché por vos y gané. Y nadie me quita lo que es mío.
—Lali: ¿Qué quieres de mí?
Peter ignoró la pregunta.
—Peter: Vamos. —La tomó de la cintura y la llevó hacia la puerta, deteniéndose de forma abrupta al notar que ella cojeaba—. Maldita sea, ¿qué pasa?
—Lali: Nada... es sólo que...

El se arrodilló y tomó uno de los doloridos pies de Lali. Las tiernas plantas estaban acostumbradas a calzar zapatos. Caminar desnuda sobre superficies ásperas le había provocado unas cuantas desgarraduras y dolorosos rasguños. Cada paso que daba era como caminar sobre cristales rotos.
—Peter: Bueno, esto nos retrasará lo suyo.
—Lali: No es culpa mía —replicó ella.

Con un rápido movimiento, Peter sacó su largo cuchillo y ella se cubrió la cabeza con los brazos y retrocedió hacia la puerta. Peter murmuró algo sobre la idiotez de las mujeres, la alzó del suelo y se la cargó sobre el hombro. Con una mano la sujetó con fuerza y con la otra aferró el cuchillo. Salió por la puerta esquivando el cuerpo sin vida de uno de los hombres de Legare.

Cargó con ella por un oscuro pasadizo de la antigua fortaleza, desplazándose con el gracejo de un león, sigiloso y seguro. Lali pendía indefensa de su hombro, afligida, se preguntó qué le esperaría al final de ese viaje infernal. Peter parecía conocer a la perfección la disposición de los pasillos, pues ignoraba las falsas entradas y los corredores que no llevaban a ninguna parte, atajando por habitaciones vacías camino de la salida.

El sonido de voces lo alertó, obligándole a esconderse en un oscuro pasillo. Bajó a Lali hasta que sus pies tocaron el suelo. Las voces fueron acercándose hasta que Lali discernió que se trataba de dos hombres acompañados por una mujer. Obviamente les llevaba a algún lugar donde entretendría a ambos. La conversación que mantenían era vulgar y obscena. A pesar del riesgo que entrañaba que pudiesen descubrirles, Peter sonrió burlón ante la expresión de desagrado de Lali. Guardó el cuchillo en el cinturón para que ningún destello pudiese traicionarles.

—Por aquí, muchachos —dijo la prostituta con un ronroneo sensual, y los marineros la siguieron con alegre despreocupación.
—Indícanos el camino, milady, y luego no te detengas —añadió uno de los hombres, y el otro rió.

Aterrorizada, Lali se apretó contra Peter cuando las tres figuras pasaron frente a la entrada del pasillo. El cuerpo de Peter era fuerte y musculoso. A pesar de que él no se movió ni hizo nada por protegerla, ella se sintió algo reconfortada.
—¡Espera...! —exclamó uno de los hombres, deteniéndose y echando un vistazo al pasillo sumido en la penumbra—. ¡Vaya, vaya!
Peter se tensó y su mano buscó instintivamente el cuchillo.
—¿Qué has visto? —preguntó la prostituta.

Lali sabía que el marinero los había visto. El pánico la embargó y se preguntó qué iba a hacer Peter; ¿sería capaz de matarlos a los tres delante de sus narices?


CAPÍTULO 8

Peter llevó a cabo un inesperado movimiento: hizo que Lali se volviese y que apoyase la espalda contra la pared. Inclinó su oscura cabeza hacia ella, que notó el roce de la barba. Sus bocas se tocaron y él la besó con rudeza. Ella dejó escapar un gemido de temor y le agarró por las muñecas. Cuando intentó tomar aire, su nariz se llenó del masculino aroma de Peter. En un principio, aquel beso no fue más que brutal dominación, pero al notar la boca de la mujer, él torció ligeramente la cabeza y aflojó la presión. Deslizó la lengua entre sus labios y se dispuso a explorar con ansia.

Ella tiró débilmente de sus muñecas, pero él la obligó a colocar las manos por encima de la cabeza apretándolas contra la pared. Temblando, Lali respiró hondo tratando de olvidar dónde estaba. Todo desapareció excepto el asalto que estaban sufriendo sus sentidos. Sus pulmones parecían llenos de fuego, y ella se retorció en vano intentando liberarse de la oleada de calor que la invadía.

Peter colocó una rodilla entre las de ella y las separó. Tiró de ella hasta colocarla a horcajadas sobre su robusto muslo. Lali gimió al notar el terrible placer que recorría su cuerpo. Acababa de traicionar todo cuanto ella era, todo aquello que había mantenido con celo, y lo peor era que no podía volver atrás. Peter le cubrió un pecho con la mano, frotando suavemente el pezón con el pulgar hasta provocar su erección. Ella arqueó la espalda con un escalofrío, su cuerpo respondía a las caricias sin tener en cuenta su voluntad. De algún modo, sus brazos le rodearon el cuello y los dedos se le enredaron en la tupida melena de Peter... De algún modo, las manos de aquel hombre calmaban el furor que transmitían sus pechos, jugueteando con las puntas erectas, y sus caderas presionaron contra su muslo respondiendo al fluido vaivén que él había puesto en marcha.

La prostituta entornó los ojos y vio la silueta de dos figuras entrelazadas en la sombra; no pudo evitar sonreír.
—¿Qué pasa? No es más que una de las chicas y un grandullón pasándolo bien. La mujer dio marcha atrás e hizo que sus dos compañeros la siguiesen.

Lali los observó alejarse y desaparecer. Su respiración era irregular, y con su aliento acariciaba los rizos negros del vello pectoral de Peter. No podía alzar la mirada, sentía que él la había humillado. No se consideraba mejor que aquella prostituta. ¿Cómo era posible que se hubiese comportado de ese modo? Las sensaciones que habían brotado de su interior no le resultaban familiares, sino dolorosamente confusas.

Sabía que existía la lujuria, un deseo que no tenía nada que ver con el amor, pero hasta ese momento nunca había experimentado algo así. Amaba tanto a Pablo que no soportaba la idea de vivir sin él, y sin embargo acababa de serle infiel al amor y los ideales que habían compartido. Los ojos le escocían. Le costó un tremendo esfuerzo mantener las lágrimas a raya.

Poco a poco, Peter fue retirando la rodilla de entre las de ella, pero seguía sujetándole las muñecas. Ninguno de los dos se movió hasta que Lali se obligó a alzar el mentón.
—Lali: Suélteme —susurró con un tono que rezumaba odio.

El rostro de Peter estaba en penumbra. Apenas podía ver el leve brillo de sus ojos. El silencio se hizo más profundo. Él volvió a inclinar la cabeza.
—Lali: No —gimió ella antes de que sus bocas se tocasen.

Él le rodeó la cintura con sus musculosos brazos y atrajo sus caderas contra la considerable protuberancia que se había formado bajo su bragueta. La obligó a separar los labios con un beso devastador. Lali sintió crecer la rabia en su pecho. Se revolvió con todas sus fuerzas, usando uñas, codos y rodillas. Pero él sofocó sus gritos con los labios y deslizó las manos hasta sus nalgas, acariciándola con insolencia. Lali gruñó y se estremeció, su resistencia poco tenía que hacer contra la fuerza de Peter, y al final sus sentidos se rindieron.

La estaba besando de un modo en que Pablo jamás lo había hecho, su boca tenía algo bárbaro, voluptuoso y primitivo. La punta de su lengua se deslizó por debajo del labio superior, encontrando un punto de insoportable sensibilidad, y lo frotó hasta que ella gimió. Hizo que ella respirase dentro de su boca, humedeció el interior de sus mejillas con la lengua y trazó la línea de sus dientes.

Cuando puso fin al beso y permitió que se apartase de su cuerpo en plena excitación, Lali estaba demasiado anonadada para moverse. Boqueando, se apoyó contra pared y cerró los ojos.

La voz de Peter tuvo un punto irónico:
—Estoy intrigado, madame Vallerand. Tienes el aspecto y hablas como una dama, pero no besas como una.
Ella se estremeció furiosa y empezó a golpearle el pecho con los puños. Peter se echó a reír y volvió a alzarla para cargársela al hombro.
—Peter: Quieta, o tendré que golpearte la cabeza contra la pared.
Tras cruzar una puerta en desuso del fuerte, más un agujero en la pared que una auténtica puerta, Peter la dejó en el suelo. Luego la llevó hasta un rincón de la fortificación. Llegaba hasta allí el murmullo de las conversaciones de los borrachos, las peleas y los gritos de las prostitutas entreteniendo a sus clientes en la playa. Había puntos de luz producidos por las antorchas, y un mar de sombras. Peter le apartó un mechón de la cara y le dijo al oído:
—Peter: ¿Ves esos tres almacenes en línea que hay ahí? Un bote nos espera al otro lado. Si te digo que corras, muévete rápido y no mires atrás. ¿Entendido?
—Lali: Entendido —repitió ella con la vista clavada en aquellas tres edificaciones.
Él la agarró con firmeza por el codo.
—Peter: Vamos.

Lali estaba demasiado ansiosa para notar lo mucho que le dolían los pies. Peter la llevó a lo largo del muro cubierto de musgo del fuerte y cruzaron un corto tramo de tierra hasta un montículo de pedruscos. Lali sofocó un grito al divisar una flaca figura apoyada contra una roca. El hombre se movió, dejando caer la botella que tenía sobre el regazo, y pudo oírse un sonoro ronquido. Peter se acuclilló frente al borracho. Lali contuvo la respiración mientras Peter le quitaba al hombre una jarra de las manos. Desconcertada, agarró la botella de whisky que él le tendió.

Peter estudió el terreno. Al comprobar que estaba despejado, agarró a Lali por la mano libre y la arrastró hacia los almacenes. Ella intentó seguir el ritmo de sus largas zancadas. Al rodear una de las edificaciones, una voz áspera surgió de la oscuridad.

—¿Qui est-ce? —La silueta de un hombre salió a su encuentro. Era uno de los hombres de Legare encargados de vigilar el almacén. Tras el primer vistazo, gritó pidiendo ayuda y se lanzó hacia ellos espada en ristre.

Lali se quedó paralizada como un conejo asustado.

—Peter: ¡Vamos! —Ni siquiera la punzante voz de Peter fue capaz de sacarla de la parálisis. Echó a andar al notar la palmada que le propinó en la nalga. Sin pensarlo, corrió hacia la orilla.

Peter se tiró al suelo y giró hacia un lado. La espada se clavó en la arena. Antes de que el atacante pudiese extraerla, Peter saltó sobre él gruñendo, y lo mató en un abrir y cerrar de ojos. Justo cuando el hombre se estremecía con un espasmo de muerte, Peter oyó pasos en la arena. Miró alrededor y vio a otro hombre de Legare, alertado por el grito de socorro.

En esta ocasión Peter no tuvo oportunidad de evitar el envite de la cuchilla. Se retorció, notando el golpe de la espada en un lado del hombro. Ignoró el intenso dolor, se puso en pie y agarró al pirata por el brazo, derribándolo con violencia. Rodaron por la arena, peleando como perros y gruñendo, hasta que Peter le asestó un brutal golpe y le rompió el cuello.

Respirando pesadamente, se puso en pie.

Lali recorrió la playa a trompicones, con los pulmones doloridos debido a lo mucho que le costaba respirar. Distinguió una forma borrosa, una pequeña embarcación en el agua, pero se detuvo al ver al grupo de hombres que rodeaban el bote. ¿Debía aproximarse a ellos o no? ¿Era ése el bote que Peter le había dicho que tenía que alcanzar, y de ser así, le ayudarían aquellos hombres o resultaría ser otro grupo de crueles raptores?

Un hombre moreno se encaminó hacia ella. Llevaba un pañuelo de colores en la cabeza, y unas holgadas ropas cubrían su cuerpo musculoso. Sus rasgos eran los propios de un ave rapaz y su expresión no evidenciaba pensamiento ni emoción alguna. Lali parpadeó al percatarse de que dos pistolas colgaban de su cinturón. Tiró la jarra de whisky, se dio la vuelta y echó a correr empujada por el pánico.

Sólo tenía una cosa en mente: encontrar un lugar donde esconderse. El peligro y la oscuridad la rodeaban, ya no se sentía humana, sino un animal asustado acosado por los lobos.

Continuará...
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+15 firmas... :)

22 comentarios:

  1. maaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas

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  2. creo qe Lali lo hecho a perder corriendo para otro lado

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  3. Porque Peter esta tan interesado en ella? Solo por ser ectramadamente hermosa?? Creo que si jaja

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  4. Me encanta peter! !empecinado en cuidarlo! je! más!!

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  5. Más Más más más más más!!

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  6. Me encanta como Peter se arrriesga por Lali

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  7. masssssss!!!!!!!!!!!

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  8. Lina (@Lina_AR12)7 de enero de 2013, 22:32

    Cuanta adrenalina!

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  9. FLOR DE BESO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! SE COMIERON LA BOCA EL ESOFAGO TODO! JAJAJAJAJA
    nooo lo hirieron pobrecito!!!! no estoy acostumbrada a que Peter mate hombres pero si es por defender a Lali bienvenido sea :P jajajajaj chan chan chan!!! que pasara! :O @LuciaVega14

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  10. muy bueno el plan de Peter para que no los atrapen al principio ;) jajajajajaj @LuciaVega14

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