Allí estaba Peter Lanzani, severo, sin sonreír. Dentro del espacio de la cocina, parecía más corpulento de lo que Lali recordaba, y más malo, y casi hubiera podido jurar que aquellos momentos en los que había estado sosteniéndola en la casa del lago no habían sido más que un sueño. Cuando su mirada helada se posó sobre ella, había en su silencio una inconfundible tensión.
—¡Hola!
—lo saludó Lali—. Este es mi ex marido, Chris Kelly. Chris, este es Peter Lanzani,
que va a reformar la casa del lago.
—Eso
no está decidido todavía —comentó Peter.
Con
un brazo aún sobre los hombros de Lali, Chris se adelantó para estrecharle la
mano.
—Encantado
de conocerle.
Peter
le devolvió el apretón con formalidad, mirando de nuevo a Lali.
—Ya
volveré en otro momento —dijo con brusquedad.
—No,
por favor, quédate. Chris estaba a punto de marcharse. —Vio el papel plegado en
acordeón que llevaba y le preguntó—: ¿Son los planos? Me encantaría verlos.
Peter
miraba con atención a Chris. Aunque nada traicionaba su expresión, en el aire
flotaba la hostilidad.
—¿Vive
en el continente? —le preguntó.
—En
Seattle —repuso Chris sin alterarse.
—¿Tiene
familia aquí?
—Solo
a Lali.
Tras
la respuesta, se instaló un silencio tan punzante como una zarza seca.
Chris
soltó a Lali.
—Gracias
por el desayuno y... por todo lo demás —le murmuró.
—Cuídate
—le dijo ella con dulzura.
Se
oyó un tintineo metálico. Peter jugueteaba impaciente con las llaves del coche.
Chris
intercambió una mirada disimulada con Lali y frunció las cejas como si
preguntara: ¿Qué le pasa?
Lali
no estaba del todo segura. Le dedicó a Chris un ligero gesto de cabeza con el
que le transmitió su perplejidad.
Su
ex marido salió de la cocina y cerró con cuidado la puerta.
Lali
se volvió a mirar a Peter. Iba vestido de un modo más informal que nunca, con
camiseta gris y unos vaqueros manchados de pintura. El atuendo desgastado le
sentaba bien, con la tela vaquera no demasiado ceñida al cuerpo musculoso y los
brazos robustos que tensaban las mangas de la camiseta.
—¿Te
apetece desayunar algo? —le preguntó.
—No,
gracias. —Peter dejó las llaves y la cartera en la mesa y sacó un fajo de
papeles de la carpeta—. No tardaremos mucho. Te enseñaré un par de cosas y te
dejaré los bocetos.
—No
tengo prisa —dijo Lali.
—Yo
sí.
Lali
frunció el ceño y fue a situarse a su lado, junto a la mesa, mientras él
extendía con meticulosidad los planos de la planta, el alzado y las
perspectivas de los interiores.
Peter
habló sin mirarla.
—Más
adelante te traeré unos cuantos catálogos para que veas acabados, piezas de
baño y demás. ¿Cuánto llevan divorciados?
Lali
parpadeó, desconcertada por lo inesperado de la pregunta.
—Un
par de años.
Su
única reacción fue la profundización de las arrugas en las comisuras de la
boca.
—Habíamos
sido los mejores amigos desde la época del instituto —dijo Lali—. Tal como
fueron las cosas, deberíamos haber seguido siendo únicamente eso: amigos. Yo
llevaba bastante tiempo sin ver a Chris. Acaba de presentarse esta mañana, de
improviso.
—Lo
que hagas con tu ex es cosa tuya.
A
Lali no le gustó el modo en que lo dijo.
—No
estoy haciendo nada con él. Estamos divorciados.
Se
encogió de hombros, tenso.
—Muchos
se acuestan con sus ex.
Lali
parpadeó, consternada.
—¿Para
qué vas a acostarte con alguien de quien te has divorciado?
—Por
comodidad. —Como ella lo miraba sin entenderlo, se lo explicó—: Sin cenas, sin
fingimientos, sin tener que comportarse. Es el equivalente a la comida para
llevar.
—No
me gusta la comida para llevar —sentenció ella, ofendida—. Y es la peor razón
que he oído para acostarse con alguien: solo por comodidad. Eso es una...
bazofia.
Peter
arqueó una ceja. Su beligerancia parecía haberse desvanecido.
—¿Qué
demonios es una bazofia?
—Algo
que hay que rehidratar y que está siempre asqueroso, como los copos de patata o
la carne seca enlatada o el huevo liofilizado.
Peter
sonrió torcidamente.
—Si
tienes el hambre suficiente, la bazofia está pasable.
—Pero
no es el producto original.
—¿A
quién le importa? Es una necesidad física.
—¿Comer?
—Me
refería al sexo —repuso secamente—. Pero no todas las comidas... ni los actos
sexuales, tienen que ser una experiencia significativa.
—No
estoy de acuerdo. Para mí, el sexo es entrega, confianza, honestidad,
respeto...
—¡Madre
santa! —Se puso a reír bajito, de un modo desagradable—. Con tantas exigencias,
¿alguna vez ha follado?
Lali
lo miró indignada.
Peter
le devolvió la mirada y ya no se reía. Agarró la mesa poniendo las manos una a
cada lado de ella; estaban muy cerca pero no llegaban a tocarse. La respiración
de Lali se había vuelto superficial y el corazón le latía aceleradamente.
Él
tenía la cara sobre la suya, su respiración era dulce y fresca, como de chicle
de canela.
—¿No
has practicado sexo nunca simplemente porque sí?
Lali
parpadeó
—No
estoy segura de a qué te refieres —logró decir.
—Me
refiero a tener sexo loco con alguien que te importe un bledo. De un modo
salvaje, duro, sucio en algún aspecto, pero que te da igual porque es demasiado
placentero para parar. Haces todo lo que quieres porque no tienes que
comentarlo después. Sin reglas, sin remordimientos: solo dos personas en la
oscuridad, follando a lo grande.
Por
un instante, la imaginación de Lali se desató y notó calor en la boca del
estómago. El pulso le latía en la garganta. La mirada de Peter siguió el rastro
del apenas visible latido antes de fijarse en sus pupilas dilatadas. Con un
movimiento brusco, se apartó de ella.
—Deberías
probarlo alguna vez —le aconsejó con serenidad—. Parece que tienes a tu ex a
mano.
Lali
se puso el pelo detrás de las orejas e hizo ademán de volver a atarse el
delantal.
—Chris
no ha venido a verme para eso —dijo por fin—. Acaba de romper con su pareja. Le
hacía falta hablar de ello con alguien.
—Contigo.
—Peter le sonrió con sorna.
—Sí
—repuso ella con cautela, intuyendo que iba a decirle algo insultante—. ¿Por
qué no conmigo?
—¿Con
una mujer con tu aspecto? Si tu ex se presenta para hablar de sus problemas,
bombón, no es por tu aguda perspicacia psicológica. Es su línea erótica.
Antes
de que pudiera responderle, el temporizador del horno sonó. Picada, Lali tuvo
la tentación de decirle que se largara de su cocina. Cogió un par de
agarradores y fue a abrir el horno. En cuanto abrió la puerta, la fragancia
embriagadora del pastel escapó: un vapor perfumado de melocotón, vainilla y
especias aromáticas. Inhalando profundamente la opulenta dulzura, Lali se dijo
que Peter era el hombre más cínico que había conocido jamás. ¡Qué terrible
tenía que ser ver el mundo como él lo hacía!
Si
no hubiera sido un matón arrogante, hasta le habría dado lástima.
Se
inclinó con un agarrador en cada mano para sacar la gran bandeja de acero del
horno. Mientras lo hacía, el borde ardiente le rozó la cara interna del brazo y
jadeó. Estaba tan acostumbrada a los pequeños percances en la cocina que no
dijo nada, simplemente dejó la bandeja con calma en la encimera.
Peter
estuvo a su lado en un abrir y cerrar de ojos.
—¿Qué
ha pasado?
—Nada.
Él
miró la zona enrojecida de su brazo. Con el ceño fruncido, la llevó al
fregadero y se lo metió debajo del chorro de agua fría del grifo.
—No
lo saques. ¿Tienes botiquín?
—Sí,
pero no me hace falta.
—¿Dónde
lo tienes?
—En
el armario, debajo del fregadero —se apartó un poco para que pudiera abrir la
puerta y sacar la caja blanca de plástico—. No es más que una quemadura sin
importancia —le dijo, sacando el brazo de debajo del chorro para mirárselo—. Ni
siquiera se me hará una ampolla.
Peter
la agarró por la muñeca para volver a meterle el brazo debajo del agua.
—No
lo saques.
—Estás
exagerando. ¿Ves las marcas que tengo en las manos y en los brazos? Todas las
cocineras tienen cicatrices de guerra. Esto de mi codo... —Le enseñó el brazo
libre—. Esto me lo hice apoyando el brazo sobre la encimera: se me olvidó que
acababa de dejar una sartén caliente en ella. —Le indicó dos puntos en la mano
izquierda—. Estas marcas son de cuchillo... esta me la hice intentando
deshuesar un aguacate que no estaba lo bastante maduro y esta quitando la
espina a un pescado. Una vez me corté toda la palma abriendo ostras...
—¿Por
qué no te pones algo para protegerte? —le preguntó.
—Supongo
que debería ponerme una chaquetilla de chef, pero en días de tanto calor como
hoy no estaría demasiado cómoda.
—Te
hacen falta unas mangas de soldador. Puedo conseguírtelas.
Lali
miró perpleja a Peter. No bromeaba. Parte de su irritación se esfumó.
—No
puedo ir con mangas de soldador en la cocina —le dijo.
—Pues
con algo tienes que protegerte. —Le cogió la mano libre y se la examinó con el
ceño fruncido, pasando las yemas de los dedos de una cicatriz pálida a la
otra—. Nunca se me había ocurrido que cocinar fuera peligroso. A menos que uno
de mis hermanos o yo queramos comernos algo que hayamos preparado.
Bajo
la caricia de sus dedos, un escalofrío le subió por el brazo.
—¿Ninguno
de ustedes sabe cocinar? —le preguntó.
—Gastón no lo hace del
todo mal. Nuestro hermano mayor, Agustín, solo sabe hacer café... aunque es un
café estupendo.
—¿Y
tú?
—Soy
capaz de construir una cocina magnífica, pero no puedo preparar nada comestible
en ella.
Lali
no protestó cuando le recolocó el brazo debajo del chorro del grifo. Le
sujetaba la mano como si fuera un pajarillo herido.
—Tú
también tienes cicatrices. —Lali se atrevió a tocarle con la punta de un dedo
una fina cicatriz en un lado del pulgar—. ¿Cómo te la hiciste?
—Con
un cúter.
Ella
recorrió con el dedo otra marca profunda de la yema de su pulgar.
—¿Y
esta?
—Con
una sierra de carpintero.
Lali
hizo un gesto de dolor.
—Casi
todos los accidentes en carpintería se deben a un intento de ahorrar tiempo
—dijo Peter—. Por ejemplo, cuando necesitarías una plantilla de guía para
mantener algo en su lugar mientras manejas un acanalador pero te arreglas sin y
pagas caras las consecuencias. —Le soltó la mano, abrió el botiquín y hurgó en
él hasta dar con un frasquito de acetaminofén—. ¿Dónde guardas los vasos?
—En
el armario que hay encima del lavaplatos.
Peter
cogió un vaso largo del armario y lo lleno con agua del dispensador de la
nevera. Le dio dos comprimidos a Lali y le ofreció el agua.
—Creo
que ya lo tengo bien —dijo ella después de haberle dado las gracias.
—Espera
un poco y verás. Las quemaduras tardan un poco en doler.
Con
resignación, Lali miró el agua que le caía sobre la piel. Peter seguía a su
lado, sin intentar volver a tocarla. A diferencia de los silencios de
camaradería que había compartido con Chris, aquel silencio era tenso y
electrizante.
—Lali...
—murmuró Peter con la voz ronca—. Lo te he dicho antes... Me he pasado.
—Sí,
te has pasado.
—Lo...
siento.
Suponiendo
que era un hombre poco dado a disculparse y que cuando lo hacía era con
dificultad, Lali cedió.
—Vale.
En
el pesado silencio que siguió, fue agudamente consciente de la sólida presencia
de Peter a su lado, del contrapunto de su respiración. Cuando él se inclinó
para comprobar la temperatura del agua, vio su antebrazo musculoso y cubierto
de oscuro vello. Miró de reojo su perfil perfecto, la belleza de ángel oscuro
de un hombre que escamotea el placer dondequiera que lo encuentra. Las sutiles
ojeras y las mejillas hundidas, síntomas de su vida disoluta, solo lo hacían
más atractivo, elegantemente letal.
Una
aventura con él podía costarle a una mujer todos sus ideales.
Mery
tenía razón: si Lali quería volver a salir con hombres, Peter no era el más
adecuado para empezar a hacerlo. Sin embargo, Lali sospechaba que, aunque
acostarse con él resultaría indudablemente una equivocación, casi seguro que
sería una experiencia de las que una mujer disfruta.
Estaba
temblando por la prolongada exposición al agua fría. Cuanto más intentaba
controlar los temblores, peores eran.
—¿Tienes
una chaqueta o un jersey por aquí? —le preguntó Peter, y al negar ella con un
gesto de cabeza, añadió—: Puedo pedirle a Mery...
—No
—saltó Lali—. Mery llamaría una ambulancia y a un equipo de paramédicos. No la
metas en esto.
Él
la miró, divertido.
—Está
bien. —Le puso una mano en la espalda y la calidez de su palma traspasó la tela
de la camiseta.
Lali
cerró los ojos. Al cabo de un momento notó el brazo de Peter sobre los hombros,
grande y cálido. Su cuerpo irradiaba calor. Emanaba de él un agradable olor
ligeramente salado.
—Tengo
que decirte algo —logró articular—. Algo acerca de cómo sé que la visita de
Chris no era con intenciones eróticas.
Peter
aflojó su abrazo.
—No
es de mi...
—Estoy
segura por una razón: porque... —Dudó y las palabras se le atragantaron. Peter
podía culparla por el fracaso de su matrimonio, tal como había hecho la familia
de Chris. Podía ser insultante o incluso cruel. Peor todavía, tal vez no le
importara en absoluto.
Solo
había una manera de saberlo.
Hizo
un esfuerzo para decírselo, venciendo el nudo que tenía en la garganta,
abochornada.
—Chris
me dejó por otro hombre.
Continuará...
+10 :o!!
Tiene q aprender a controlar un poco ese carácter d mierda Peter jajaja
ResponderEliminarLo bueno es q se disculpo pero igual, me encanta q sea tierno y protector ya sea inconscientemente con Lali :)
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ResponderEliminarsubi otro
ResponderEliminarmaaaaaaaaaaaas
ResponderEliminarotrooo
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ResponderEliminarsubi mas
ResponderEliminarmaaaas
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ResponderEliminarLali completamente d frente siendo sincera
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