—¿Es
un juego como Angry Birds? —le preguntó Lali al cabo de unos días, cuando Peter
le habló de Skyrebels.
—No.
Se trata de todo un mundo, como una película. Puedes explorar distintas
ciudades, librar batallas, cazar dragones. Hay un número potencialmente
ilimitado de entornos. Por lo visto puedes apartarte de la búsqueda principal
para leer libros de una librería virtual o cocinar platos virtuales.
—¿Cuál
es la búsqueda principal?
—¡Que
me aspen si lo sé!
Lali
sonrió mientras vertía el chocolate blanco derretido de una sartén pequeña en
un cuenco. Ella y Peter estaban solos en la casa de Rainshadow Road. Gastón se
había marchado a Nueva York para ver a Rochi y Mery se había ofrecido a
quedarse con Elena en la casa de Dream Lake.
—No
lo hago por Peter, lo hago por ti —le había dicho a Lali—. De vez en cuando
deberías pasar una noche sin tener que ocuparte de Elena.
—¿Por
qué quiere alguien pasar tanto tiempo en un mundo virtual en lugar de en el
mundo real? —le preguntó a Peter dejando la sartén vacía—. Te puedes tomar la
molestia de preparar una comida virtual pero seguirás sin tener nada real que
llevarte a la boca.
—Los
jugadores no quieren una cena de verdad —le dijo él—. Les gustan las cosas que
se pueden comer con una sola mano: patatas fritas, ganchitos... —Rio al ver la
cara que ponía ella y observó, intrigado, cómo usaba una espátula para mezclar
el chocolate en un cuenco de nata batida.
—¿Por
qué la mezclas así?
—Si
lo mezclas de la manera habitual no queda esponjoso. —Metió la espátula
verticalmente en el cuenco de nata y chocolate blanco y ejecutó un movimiento
envolvente por el fondo y un lado del recipiente. Cada vez que terminaba
aquella maniobra le daba al cuenco un cuarto de vuelta—. ¿Lo ves? De esta
manera la mezcla se mantiene ligera. Toma, prueba.
—No
quiero estropearlo —protestó Peter cuando le dio la espátula.
—No
lo harás. —Le sujetó la mano con la suya y le enseñó a describir el movimiento.
Él permaneció detrás de ella, rodeándola con los brazos, mientras Lali guiaba
su mano hábilmente—. Abajo, por debajo, arriba, por encima. Abajo, por debajo,
arriba, por encima... sí, eso es.
—Empiezo
a excitarme —le dijo él, y Lali soltó una carcajada.
—No
es que te cueste demasiado.
Le
devolvió la espátula y hundió la nariz en sus rizos mientras ella dejaba a
punto la emulsión.
—¿Para
qué hacemos esto?
—Para
una tartaleta de chocolate blanco y fresas. —Hundió un dedo en la crema y se
dio la vuelta en sus brazos—. Prueba.
Él
probó la crema de su dedo.
—¡Dios,
qué bueno está! Dame más.
—Esto
y basta —dijo ella con severidad, hundiendo una vez más el dedo en el cuenco—.
Lo necesitamos para la tartaleta.
Le
succionó el dedo.
—Mmmm.
—Bajó la cabeza y compartió el bocado con ella. Tenía la lengua dulce como el
chocolate blanco.
Lali
se relajó y abrió los labios. El beso se prolongó, se volvió profundo y
perezoso, mientras las manos de Peter se deslizaban por sus brazos y sus
hombros. Cogió el dobladillo de su camiseta y empezó a subírsela. Ella lo detuvo
con un gritito de protesta.
—Peter,
no. Estamos en la cocina.
Le
besó el cuello.
—No
hay nadie.
—Las
ventanas...
—No
hay nadie en kilómetros a la redonda. —Le quitó la camiseta y atrapó su boca
con una sensual glotonería que le erizó la pelusilla de la nuca y los brazos.
Cuando notó que le bajaba los tirantes del sujetador se tensó inquieta, pero se
lo permitió. Sus dedos, tan seguros, le desabrocharon los corchetes de la
espalda. Uno, dos, tres... Las tirillas y el encaje elástico cayeron.
Le
cubrió los pechos con las manos, ejerciendo una cálida y estimulante presión,
acariciándola suavemente con las palmas. Luego le pellizcó los pezones hasta
que se le endurecieron. Ella se apoyó contra el borde de la encimera, haciendo
un esfuerzo por hablar, entre jadeos.
—Por
favor... arriba... —quería la oscura privacidad envolvente de un dormitorio, la
blandura de una cama.
—Aquí
—insistió en voz baja Peter, que se quitó la camiseta y la tiró al suelo. Todo
él era agresividad y fuerza física masculina. Tenía los ojos encendidos y de un
verde demoníaco cuando metió la mano en el cuenco de nata y cogió un poco con
dos dedos. Lali parpadeó al darse cuenta de lo que pretendía.
—Ni
se te ocurra —resolló, riéndose bajito, intentando zafarse—. A ti te falla
algo.
Sin
embargo, él la había agarrado con la mano libre por la parte delantera de los
pantalones cortos y la retuvo para untarle los pezones con la mezcla de nata y
chocolate blanco.
Lali
cerró los ojos, temblorosa, cuando él empezó a lamer y a chupar. Subió la
cabeza y la besó de nuevo; su boca era deliciosa y voraz. Con las manos dentro
de sus pantalones cortos, apoyó las manos calientes contra su piel fría. La
joven no podía pensar, apenas era capaz de respirar. «Permíteselo», le decía el
cuerpo, y el placer se desplegaba lascivo. Que le quitara los pantalones cortos
y las bragas, que le besara la vulnerable curva del vientre y le tocara la
entrepierna. Que se arrodillara delante de ella y siguiera con la boca el sabor
de su excitación.
Le
temblaron las piernas y se apoyó en el granito frío para sostenerse. Tenía la
piel de todo el cuerpo de gallina. Peter alcanzó de nuevo el cuenco de nata y Lali
notó una dulce frescura entre los muslos. Él se las separó con la boca y se
puso a lamerla. Hacia abajo, de un lado a otro, arriba y vuelta a empezar, a un
ritmo persistente, sin piedad. No le daba tiempo para pensar y le prodigaba una
sensación tan intensa que se le aceleraba el corazón. Se dio cuenta de que
estaba emitiendo sonidos como una durmiente afligida, moviendo los labios en
círculos apretados contra la boca de él. Se humedeció y él lamió más
profundamente, más enérgicamente, causándole una conmoción. Gritó cuanto la
rodeaba convertido en un borrón brillante, pero él persistió, acariciándola
mientras la liberación la recorría, hasta que protestó, agotada.
Peter
se incorporó y se desabrochó la cremallera de los vaqueros. La abrazó y la
situó contra la su erección. Ella le abrazó el cuello y apoyó la cabeza en su
hombro. No hacía falta usar condón porque había empezado a tomar la píldora. Él
se puso en posición y le arrancó un gemido cuando empujó con una fuerza que
casi la levantó del suelo y lo rodeó con todo el cuerpo, acogiendo la dura
invasión hasta que él volvió a empujar. Lali se sentía ingrávida, anclada
únicamente por la fuerza de él en su interior. Estremecimientos del placer se
transmitían de su carne a la de Peter, que se los devolvía. El aire silbó entre
los dientes del hombre, aferrado a ella, cuando sus embestidas se sucedieron.
Se mantuvieron pegados y temblorosos, intercambiando suaves besos que enseguida
se volvieron glotones... la clase de besos que uno comparte con alguien que
posiblemente no estará siempre a tu lado pero lo está ahora.
Subieron
al piso de arriba, a la cama de Peter. Las frescas sábanas eran blancas y las
ventanas estaban abiertas a la brisa salada de False Bay. Mientras él la besaba
y la acariciaba, la luna de septiembre derramó su luz fría en la habitación.
Ella notó el tirón de aquella luna, la marea de emoción y energía que crecía
mientras Peter le hacía el amor como si fuera su dueño. Como si quisiera que su
presencia penetrara profundamente en la memoria de Lali y no se borrara jamás.
Lo
sentía tan fuerte sobre ella, llenándola con duras arremetidas mientras la luz
de la luna los envolvía. Le puso una mano en las nalgas y la levantó,
llevándola a acompañar sus movimientos. El ansia alcanzó un punto agónico y Lali
gimió justo antes de que él se corriera, pero él se contuvo, bajando el ritmo,
impidiéndole llegar. Le abrazó las caderas, burlándose mientras ella se
retorcía, jadeando palabras de súplica, diciéndole que le deseaba, que le
necesitaba, que haría cualquier cosa por él. No fue suficiente. La llevó hasta
el borde del orgasmo y le impidió llegar hasta que los dos estuvieron cubiertos
de sudor y temblorosos de deseo y él susurró su nombre con cada embestida
mientras la sometía a un ritmo lento e inmisericorde. A Lali se le llenaron los
ojos de lágrimas de placer y él se las besó, jadeando contra su mejilla.
Entonces
la joven comprendió lo que Peter quería, lo que intentaba sacarle aunque no
fuera de manera consciente. En cuanto se lo dijera, lo perdería. Sin embargo,
ella había sabido desde el principio que a eso se encaminaban. Callar la verdad
no cambiaría lo inevitable.
Volvió
la cara.
—Te
quiero —le dijo al oído.
Notó
la sacudida que lo recorrió, como si le hubiera herido. Peter redobló las
embestidas, perdido el control.
—Te
quiero —repitió ella, y él le tapó la boca con los labios.
Lali
notó que se quebraba, el éxtasis derramándose y esparciéndose. Liberó la boca y
repitió aquellas palabras como si fueran un conjuro, una fórmula para romper un
hechizo, y él enterró la cara en su cuello y encontró su propio alivio.
Continuará...
+10 :D
Espero que ese te quiero no los separe
ResponderEliminarawwwwwwwww ksljdhlaskjhdsk me encanta mas!!
ResponderEliminarSubiiii otroooooo plissssss
ResponderEliminarSubí
ResponderEliminarMas
ResponderEliminarEl siguiente
ResponderEliminarespeto que ese te quiro sera correspondido
ResponderEliminarSube otro
ResponderEliminarmas!!!!
ResponderEliminar:)
ResponderEliminarBufff!!!! Como está!!
ResponderEliminarK miedo tiene Peter a ser amado
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