Elena
iba adormilada y satisfecha en el camino de vuelta a Dream Lake, por no
mencionar lo aliviada que estaba de que Lali no estuviera disgustada por el
comportamiento de su padre.
—¡Claro
que no lo estoy! —le había dicho Lali con una leve carcajada—. Sé cómo es.
Estoy contenta de que haya traído a Phyllis, sin embargo, porque me gusta.
—A
mí también —había dicho Elena y, tras una breve reflexión, había añadido—: Algo
de bueno tendrá cuando es capaz de atraer a una mujer como ella.
—A
lo mejor cuando nosotras no estamos es diferente —dijo Lali—. Quizá cuando está
en Arizona es más positivo.
—Espero
—dijo Elena sin demasiado convencimiento.
Peter
guardaba silencio, ocupado con una feroz lucha interior. Sabía que le convenía
dejar a Lali y a Elena en la casa del lago y marcharse enseguida. Pensaba
incluso que tenía posibilidad de hacerlo. Setenta a treinta a favor de irse.
Tal
vez sesenta-cuarenta.
Peter
deseaba tanto a Lali que no quedaba espacio para nada más. Se derretía por
dentro, pero, en los últimos minutos, su corazón se había aquietado y se había
vuelto frío como el hielo. La diferencia de temperatura, la tensión entre el
fuego y el hielo, amenazaba con quebrarle el pecho.
El
fantasma, que iba en el asiento trasero, junto a Elena, no decía nada. No cabía
duda de que había percibido la agitación de Peter. Había comprendido que algo
no iba bien.
—Peter
entrará a tomar un café —le dijo Lali a Elena cuando se apearon del coche.
—¡Oh,
qué amable! —Elena se colgó del brazo de su nieta mientras iban hacia la puerta
de la casa.
—¿A
ti te apetece un poco también, Upsie?
—¿A
estas horas? No, no. Ha sido un día maravilloso, pero estoy cansada. —Echó un
vistazo por encima del hombro—. Gracias por traernos en coche, Peter.
—Encantado.
Entraron.
—No
tardo nada. Hay limonada en la nevera —le susurró Lali a Peter.
Entró
en la habitación de Elena y cerró la puerta.
Limonada.
Peter sospechaba que sabría como el agua de un florero. Pero le ardía el cuerpo
y tenía la piel y la boca resecas. Fue a la nevera, sacó la jarra de limonada y
se sirvió un vaso.
Era
ácida, suave y estaba maravillosamente fría. Tomó un buen trago, sentado en uno
de los taburetes de la isla de la cocina. No se veía al fantasma por ninguna
parte.
Sentía
un batiburrillo inextricable de emociones y se esforzó por separarlas en
elementos identificables: deseo, lo primero y más importante; enojo; quizás una
pizca de miedo, pero tan mezclado con el enojo que no estaba seguro; pero lo
peor de todo era esa terrible ternura punzante que en la vida había sentido por
nadie.
Las
mujeres con las que había estado en el pasado, incluida Darcy, tenían
experiencia, estaban seguras de sí mismas, eran unas veteranas. Con Lali iba a ser
diferente. Los términos familiares para referirse al sexo, como «hacer un
polvo», «un clavo» o «follar» no eran aplicables. Ella esperaría que fuera
tierno, caballeroso. ¡Dios! Tenía que encontrar la manera de fingir eso.
La
puerta del dormitorio se abrió y se cerró con suavidad. Lali se había quitado
los zapatos de tacón. Se le acercó con aquel condenado vestido negro, cuya tela
fruncida se le pegaba a cada curva generosa. Peter siguió sentado en el
taburete. Una sensación de tensión lo invadió, el deseo amenazaba con
aniquilarlo... y a ella con él.
—Ya
se ha dormido —susurró Lali, poniéndose frente a él. Su sonrisa era temblorosa.
Peter se acercó para tocarle la garganta, pálida como la luz de la luna. Bajó
los dedos con suavidad hacia su clavícula. La ligera caricia la hizo
estremecer.
Tiró
de ella, acercándola, poniéndosela entre los muslos separados y le bajó una
manga del vestido unos centímetros. Apoyó los labios en su cuello y le besó la
piel suave; bajó hasta el músculo firme de su hombro y se lo mordisqueó
cariñosamente. Ella gimió. Peter notó cómo se encendía y el rubor le cubría la
piel. Por un momento tuvo bastante con tenerla sujeta de aquel modo, saboreando
la silueta femenina atrapada entre sus muslos y el velo del pelo de ella contra
su cara y su cuello.
—Sabes
que esto es un error —dijo ásperamente, alzando la cabeza.
—No
me importa.
Él
hundió la mano en su pelo y la besó, abriéndole la boca con la suya, buscando
agresivamente su lengua y acariciándola luego más suave y profundamente. Ella
se envaró apoyada en él, ahogando un gemido, tanteándole los hombros.
Peter
jamás había experimentado una necesidad tan intensa, tanto que en diez vidas no
habría podido satisfacerla. Quería extenderla como un festín, besarla y saborear
cada parte de su cuerpo. Encontró la cremallera oculta de la espalda del
vestido, que bajó con un siseo metálico. Metió la mano por la abertura y la
abrió sobre la calidez satinada de sus riñones. El placer de tocarla lo saturó.
Le pasó los labios por el cuello y susurró su nombre, frotando las sílabas
contra su piel con los labios y la lengua...
Oyó
detrás de él un maullido discordante que lo sobresaltó. Cuando se volvió, vio
al gran gato mirándolo fijamente con ojos torvos.
Lali
se apartó de Peter con los ojos muy abiertos. Vio al gato y se rio entre
dientes.
—Lo
siento. Pobre Byron —se inclinó sobre
el persa.
—¿Pobre
Byron? —preguntó Peter, incrédulo.
—Es
inseguro —le explicó ella—. Creo que necesita consuelo.
Peter
miró al gato achicando los ojos.
—A
mí me parece que lo que necesita es que lo echen de una patada. —Se distrajo al
ver que Lali se sostenía la parte delantera del vestido con una mano.
—Vamos
a la habitación —le dijo ella—. Dentro de nada se habrá calmado.
Peter
siguió a Lali, se dio la vuelta y le cerró la puerta en las narices al gato.
Tras un breve silencio, oyeron un maullido ahogado acompañado de ruido de
arañazos.
Lali
miró a Peter, disculpándose.
—Se
estará callado si dejamos la puerta abierta.
Que
un gato lo mirara mientras hacía el amor... de eso nada.
—Lali,
¿sabes lo que significa ser un «plasta»?
—No.
—Pues
tu gato lo es.
—Le
daré un poco de hierba gatera —dijo Lali en un arrebato de inspiración. Abrió
la puerta y se paró en el umbral para decirle—: No cambies de opinión mientras
no esté.
—No
cambiaré de opinión —repuso Peter misteriosamente—. Ya he perdido la cabeza.
Lali
echó una cucharada llena de hierba gatera seca en una bolsa de papel de tienda
de comestibles y la dejó tumbada en el suelo de la cocina. Byron ronroneó y se arqueó bajo su mano, complacido de tener toda
su atención.
—Sé
un buen chico y quédate aquí, ¿vale? —le susurró ella.
El
gato olisqueó la bolsa y se metió dentro. El papel crujió y se combó mientras Byron giraba lentamente en su interior.
Lali
volvió al dormitorio y cerró la puerta.
Continuará...
+10 :)
Mas por favor !!
ResponderEliminarNo nos dejes así!!!
ResponderEliminar+++++
ResponderEliminarmas!! no aguanto la espera!!
ResponderEliminarEstá muuuuuuuuy emocionante!!
ResponderEliminarConcretan ya ???? Que ya vamos por el 34!!
ResponderEliminarMas mas mas
ResponderEliminar8!
ResponderEliminar9!!
ResponderEliminarSube más!!
ResponderEliminarrock rock mas!
ResponderEliminarel gato no los deja garchar jajaja! Peter me da risa jajaa
ResponderEliminarJajjajaja,el gato le estorba a Peter
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