Lali sumergió los dedos de los
pies en el arroyo y disfrutó de la frescura del agua. Se le estaba mojando el
borde de la falda, pero ella intentaba, prudentemente, tapar sus piernas lo
máximo posible.
—Debería darte vergüenza
—declaró mientras lanzaba una mirada pícara a Benjamín—. Juraría que te he
visto mirarme los tobillos.
—Tienes unos tobillos muy
bonitos. Los más bonitos que he visto nunca. —Benjamín deslizó un brazo por los
hombros de Lali, volvió su cara hacia él y le dio un cálido beso en el hueco
del cuello. Lali se retorció en actitud de protesta—. Y los dedos de los pies
más bonitos que he visto nunca y los talones...
—¡Vamos, para! —Lali se rió y
se apartó de él—. Y no me abraces tan fuerte. Hace demasiado calor.
Benjamín aflojó los brazos y
frunció el ceño de una forma que hizo reír a Lali. Benjamín le gustaba, pero, a
veces, casi le hacía perder la paciencia.
Lali había aprendido a tratar
a Benjamín con la misma actitud afectuosa y burlona con la que trataba a Stéfano.
Esperaba llegar a enfriar su pasión, pues se daba cuenta de que lo que él
sentía por ella no era el amor que un hombre maduro sentía por una mujer sino
el amor obstinado de un muchacho por algo que sabía que estaba fuera de su
alcance. Por desgracia, sus intentos por distanciarlo de ella sólo conseguían
que la deseara más.
En ocasiones, ella se sentía
encantada con él, cuando se mostraba dulce y juvenil y casi avergonzado por la
ternura con la que la trataba. Aquéllos eran los momentos en los que ella se
sentía más feliz en su compañía. Lali necesitaba un amigo y Benjamín era lo más
cercano a un confidente que tenía en aquellos momentos.
En cuanto al aspecto físico de
su relación, a Lali no le resultaba difícil manejar a Benjamín. Ella no sentía
deseos de hacer el amor con él y cuando Benjamín intentaba seducirla, ella lo
rechazaba con una frialdad que lo enfurecía, pero Lali no quería ninguna
intimidad con él. Algo le advertía de que constituiría un auténtico error y
cuando el instinto era tan claro como en aquel caso, no debía ignorarse.
A Lali le preocupaba la
arrogancia que mostraba Benjamín, a quien le gustaba alardear del dinero que
poseía su familia y de lo influyente que era su padre, pues Lali opinaba que un
hombre tenía que valerse por sí mismo y no vivir gracias a los logros de otra
persona. Además, cuando fanfarroneaba, Benjamín parecía ridículamente infantil.
Cuando deseaba algo, era exigente e impaciente, como si fuera un niño y, cuando
no lo conseguía, se enfurruñaba.
Resultaba sorprendente lo
diferentes que eran Benjamín y Peter Lanzani. Eran totalmente opuestos. Benjamín
era infantil, franco, fácil de comprender. Peter, por su parte, era un hombre
que ninguna mujer podía esperar comprender, más complejo que ningún otro hombre
que ella había conocido. De una forma sutil, Peter parecía estar distanciado de
todo el mundo, incluso cuando discutía con Nicolás, cautivaba a Emilia y Cande
o intercambiaba historias con los vaqueros del rancho. Parecía tenerle cariño a
Nicolás, pero resultaba evidente que no necesitaba a nadie. ¿Qué había sucedido
para que fuera tan independiente? ¿Había alguien por quien se preocupara de
verdad?
Peter constituía realmente un
misterio, era atractivo y repelente, encantador y frío, amable y brusco. En el
fondo del corazón, Lali le tenía miedo, no sólo por lo que le haría a Nicolás
sino por otra razón todavía más profunda. Peter la hacía ser consciente de ella
misma como mujer de una forma que nadie había hecho antes. Y lo hacía con sólo
una mirada, un gesto... Peter la hechizaba con sólo estar en la misma
habitación que ella. Y lo más extraño era que ella sabía que él no lo hacía de
una forma consciente. Existía una especie de corriente invisible entre ellos y
ella no sabía cómo explicarla. ¿Cómo se podía luchar contra algo que uno no
comprendía?
—Mariana... —la voz seductora
de Benjamín interrumpió sus pensamientos— ¿Por qué estás tan lejos de mi? ¿He
hecho algo para que te enfades?
—No, claro que no. —Lali lo
miró y sonrió—. Si hicieras algo que me enojara te lo diría.
—No, no me lo dirías. Las
mujeres no hablan de esas cosas. Les gusta ponerse frías y distantes y
obligarnos a adivinar qué hemos hecho para enfadarlas.
—La mayoría de los hombres
tienen unas teorías de lo más interesantes acerca de las mujeres: las mujeres
son inútiles, no razonan, no son honestas ni sinceras, no saben lo que
quieren... Sinceramente, creo que uno de ustedes debería escribir un libro.
—¿Por qué alguien querría
escribir un libro sobre esto?
Lali sonrió.
—Para las generaciones
futuras. Así, algún día, las chicas podrían leerlo y comprender que están mucho
mejor que sus abuelas a su edad.
—Ningún hombre entenderá tanto
a una mujer como para escribir un libro sobre ustedes.
—¿Sabes una cosa? Las mujeres
tenemos nuestras propias teorías acerca de los hombres.
—¿Como que los hombres son más
fuertes, más inteligentes y más razonables...?
—No, ésas son las teorías de
los hombres acerca de ellos mismos. Erróneas, en su mayoría. Los hombres no
saben nada acerca de ellos mismos. Siempre esconden lo más atractivo que hay en
ellos, pues piensan que tienen que actuar como Don Juan o Valentino.
—¿Valent...?
—Pero a las mujeres no nos
gustan los hombres seductores y superficiales. Y no queremos que nos traten
como a una res a la que hay que acorralar, enlazar y derribar.
Benjamín sonrió con amplitud.
—¿Cómo sino vas a tratar a una
mujer si se pone de mal humor?
—Con comprensión —respondió Lali
y se tumbó en el suelo apoyándose sobre un codo—. Con ternura. Sin embargo, la
mayoría de los hombres no son tan fuertes como para mostrarse amables, o amar a
una mujer sin quebrantar su espíritu. A los hombres les gusta convertir a las mujeres
en un reflejo de ustedes mismos. En este lugar resulta imposible encontrar a un
hombre que permita que su mujer sea una persona independiente además de su
esposa.
—¿Qué te pasa? —Benjamín la
miró con una expresión de desconcierto—. Antes nunca hacías que las cosas
fueran tan complicadas. ¿Esto lo aprendiste en la academia de Virginia? Todo
esto acerca de los reflejos y las personas independientes... Un hombre tiene
una esposa. Ella comparte su cama, cuida de su casa y tiene sus hijos. Esto es
lo único en lo que hay que pensar.
—¿Y qué hay de las
obligaciones del hombre respecto a su esposa?
—Pone el alimento en su mesa y
un techo sobre su cabeza. Protege a su familia y cumple con sus promesas.
Lali suspiró y levantó la
mirada hacia él.
—Ojalá las cosas fueran tan
sencillas. Desearía no tener que pensar en todo lo demás. Mi vida resultaría
más fácil si no lo hiciera.
—Mariana, la mitad de las
veces no sé de qué demonios estás hablando.
—Ya lo sé —contestó ella con
resignación—. Lo siento.
Aquella noche, tumbada en la
cama, pero despierta y algo angustiada, Lali reflexionó acerca de aquella
conversación. Hasta que oyó el sonido dulce de una guitarra. Se trataba de Peter
y de aquella canción extraña y nostálgica que tocaba con frecuencia. Aquella
canción se había convertido en la favorita de Lali, aunque ella no conocía el
título ni la letra. Lali contempló la oscuridad y se preguntó para quién tocaba
Peter aquella canción. ¿La tocaba para todos ellos o para nadie en concreto? ¿O
quizá para una mujer a la que deseó en una ocasión, alguien a quien quiso con
desesperación?
¿Cómo sería ser amada por él? Lali
recordó la tarde que había pasado con Benjamín en el claro, junto al arroyo,
relajados el uno al lado del otro y dándose largos y lentos besos. ¿Cómo habría
sido la tarde si hubiera estado con Peter en lugar de con Benjamín? En vez de
mechones rubios, sus dedos se habrían deslizado por un pelo castaño. Lali se
sintió incómoda y se tumbó boca abajo mientras intentaba apartar aquellos
pensamientos de su mente. Le horrorizaba la dirección que estaba siguiendo su
imaginación, aunque sentir curiosidad acerca de Peter se trataba de algo
normal, incluso natural.
Él la sentaría en su regazo...
Lali apretó los párpados con
fuerza.
Ella sentiría su cálido
aliento en el borde de su oreja mientras le susurraba...
Lali exhaló un gemido breve y
avergonzado y hundió el rostro en la almohada. ¿Cómo se permitía imaginar estas
cosas? «¡Duérmete!», se ordenó a sí misma mientras intentaba no escuchar la
suave música de la guitarra y el remolino de pensamientos que poblaban su mente.
De una forma gradual, Lali se relajó y, conforme se dormía, sus músculos se
aflojaron. Sin embargo, Peter también estuvo en sus sueños, y de una forma muy
vívida, como ningún sueño tenía derecho a estar.
Lali estaba en un dormitorio,
tendida en la cama, desnuda y tapada con una sábana ligera. Su mirada estaba
clavada en la puerta y una sombra entraba en la habitación. Se trataba de la
sombra de un hombre. Él se acercó a la cama y el perfil de su torso desnudo y
de sus hombros brilló a la luz de la luna. Ella se sentó en la cama
sobresaltada y se cubrió el pecho con la sábana. Él la miró como sí le
perteneciera, con una mirada tierna y burlona. Ella le devolvió la mirada y se
quedó paralizada, sus labios no fueron capaces de expresar aquella negativa.
Algo en su interior empezó a
reclamar, a exigir. Se trataba de un deseo demasiado intenso para poder
dominarlo. Lali quiso huir y se desplazó a un lado de la cama, pero Peter la
cogió por las muñecas y se inclinó para besarla. Su boca era dulce y ardiente a
la vez. Sus manos apartaron a un lado la sábana. Peter se tumbó encima del
cuerpo desnudo de Lali y se deslizó desde sus pechos hasta su estómago. La luz
de la luna se volvió más tenue y la oscuridad los envolvió. Los besos de Peter
dejaron un rastro caliente en su piel. Su carne dura encajó con la de Lali y su
espalda se flexionó bajo el contacto de las manos de ella. Lali arqueó su
cuerpo hacía él mientras gemía su nombre. Lo quería, lo deseaba...
Lali se despertó mientras profería un grito
ahogado. El pelo enmarañado le caía sobre la cara, el corazón le latía de una
forma salvaje y la piel le ardía de una forma febril. ¿Qué le ocurría? Se
trataba del mismo sueño que había tenido tantas otras veces, aunque en esta
ocasión era Peter y no un desconocido quien le hacía el amor. Lali saltó de la
cama y se dirigió a la ventana. Se agarró al alféizar e inhaló hondo el aire de
la noche. En el exterior sólo había silencio. Nada se movía en la oscuridad.
«¿Qué me ocurre?», se preguntó mientras unas lágrimas de desconcierto inundaban
sus ojos. Estaba en el dormitorio de Mariana Espósito y llevaba puesto el
camisón de Mariana. «Me he apropiado de su familia y del hombre que la ama.
Monto su caballo y me siento en su sitio en la mesa. Utilizo su cepillo para el
pelo...» Pero ella no era Mariana, sino Lali y quería regresar a su hogar.
Quería estar en un lugar que le resultara familiar. No quería soportar la
tensión de tener que preocuparse por el asesinato de Nicolás. No quería
arruinar la vida de Peter Lanzani. No quería formar parte de todo aquello. «No
tienes salida.» Aquel pensamiento la volvería loca.
Continuará...
+10 ;)
Mass
ResponderEliminarLali ya es mucho más consciente de Peter
ResponderEliminarPobre Lali
ResponderEliminar++++€++++++
ResponderEliminarAaaa me encantaa
ResponderEliminarTengo miedo d q nico tenga q morir para q lali descubra bn quien mato a nicolas y pueda ser feliz llorooo
Maaaa
Todos están viendo la pelea y nadie comenta
ResponderEliminarmaaaaaas
ResponderEliminarQuiero leer todo ahorita porque entre semana no puedo por la universidad jajajajajajaj #SoyAnsiosa
ResponderEliminarotro capitulo mas
ResponderEliminarotro otro otro otro
ResponderEliminarSon la 1 de la mañana me puse al día con los cap porque después no me da tiempo de leerlos, sube pronto
ResponderEliminarOtroooo :)
ResponderEliminarOtro!!! Me encanta leer capítulos mientras desayuno! Jajaja
ResponderEliminarEs para volverse loca d remate.
ResponderEliminar