En la buhardilla de Rainshadow Road había cajas, un arcón de madera
desvencijado, unos cuantos muebles rotos y anticuados y restos pertenecientes a
varias décadas que habían abandonado los antiguos inquilinos. Peter se preguntó
si era conveniente que no le dieran miedo los insectos ni los roedores, porque
tenía que haber un montón de nidos en aquel batiburrillo.
—Creo
que debería empezar por ahí —dijo el fantasma desde el rincón opuesto de la
habitación.
—Yo
no voy a escalar esa montaña de porquería —dijo Peter, sacudiendo una bolsa de
basura de tamaño industrial para abrirla.
—Pero
el material que quiero ver está detrás.
—Me
abriré paso hasta allí.
—Pero
si...
—No
insistas —lo cortó Peter—. No acepto órdenes de un espectro. —Enchufó su móvil
a unos altavoces portátiles, junto a la puerta. La aplicación reprodujo
canciones de un servicio de radio por internet basado en selecciones hechas
previamente. Como el fantasma no dejaba de reclamárselo, Peter había añadido a
la lista de reproducción algunas piezas de big
band y resultaba que empezaban a gustarle un par de temas de Artie Shaw y
Glenn Miller, aunque nada lo habría inducido a admitirlo.
La
voz suave y ronca de Sheryl Crow interpretó una versión lenta de Begin the Beguine. El fantasma iba de un
lado para otro cerca de los altavoces.
—Esta
la conozco —dijo complacido, y se puso a tararearla.
Peter
abrió una caja de cartón roñosa. Estaba llena de viejas cintas VHS de películas
de serie B. La apartó y sacó una figura descolorida de un búho.
—¿De
dónde saca la gente estos trastos? —preguntó en voz alta—. O mejor: ¿para qué
los quiere?
El
fantasma escuchaba la canción atentamente.
—Solía
bailarla —dijo ensimismado—. Recuerdo a una mujer en mis brazos. Era morocha.
—¿Le
ves la cara? —le preguntó Peter, intrigado.
El
fantasma sacudió la cabeza, frustrado.
—Es
como si los recuerdos estuvieran ocultos detrás de una cortina. Lo único que
veo son sombras.
—¿Alguna
vez has visto a alguien... como tú?
—¿Te
refieres a otro fantasma? No. —Sonrió sin alegría al ver la expresión de Peter—.
No te molestes en preguntarme acerca de la vida después de la muerte. No sé
nada de eso.
—¿Me
lo dirías si lo supieras?
El
fantasma lo miró directamente a los ojos.
—Sí.
Te lo diría.
Peter
volvió a lo que estaba haciendo. Desenterró una bolsa llena de botellas y de
cristales rotos. Con cuidado, la metió en la caja de las cintas de vídeo. El fantasma cantaba bajito la letra de la canción: «I’m with you once more, under the stars/ and down by the shore an
orchestra’s playing...»
—No sé lo que habrás hecho para acabar así —dijo Peter.
El
fantasma pareció recelar.
—¿Crees
que esto es un castigo?
—No
parece una recompensa, eso está más claro que el agua.
El
fantasma sonrió brevemente y se puso serio de nuevo.
—A
lo mejor es por algo que no hice —dijo al cabo de un momento—. Tal vez defraudé
a alguien o desperdicié una ocasión que tendría que haber aprovechado.
—Entonces
¿por qué estás aquí unido a mí? ¿Qué soluciona eso?
—Puede
que tenga que evitar que cometas el mismo error que yo cometí. —Ladeó la cabeza
ligeramente, estudiándolo.
—Si
quiero desperdiciar la vida es cosa mía y no puedes hacer una mierda para
evitarlo, amigo.
—¡Adelante!
—fue la agria respuesta.
Peter
sacó una caja llena de carpetas.
—¿Qué
contienen? —le preguntó el fantasma.
—Nada.
—Peter ojeó el polvoriento fajo de papeles—. Parecen apuntes del instituto de
los setenta. —Los echó en la bolsa de basura.
El
fantasma volvió junto a los altavoces y canturreó siguiendo Night And Day de U2.
Las
horas iban pasando y Peter movía cajas y llenaba bolsas de basura sin encontrar
nada de valor aparte de unos cuantos rollos de papel pintado con un motivo
alocado de rayas marrones y círculos verde lima y un máquina de escribir L. C.
Smith & Corona en un estuche de espiguilla.
—Puede
que esto tenga algún valor —comentó el fantasma, acercándose a mirar por encima
del hombro de Peter.
—Puede
que cincuenta dólares. —La proximidad del fantasma molestaba a Peter—. ¡Eh...,
apártate un poco!
El
fantasma se apartó un tanto, pero siguió mirando fijamente la máquina de
escribir.
—Mira
dentro de la funda —le dijo—. ¿No hay nada?
Peter
levantó la máquina de escribir y miró debajo de la carcasa.
—No.
—Se desentumeció los hombros y se levantó porque tenía los muslos agarrotados—.
Por hoy basta.
—¿Lo
dejas ahora?
—Sí,
lo dejo ahora. Debo preparar los bocetos para Lali y tengo que encontrar un
lugar donde vivir antes de que Darcy me saque a patadas de casa.
El
fantasma miró las cajas todavía intactas.
—¡Pero
si queda mucho por revisar!
—Volveremos
mañana.
La
indignación del espectro era palpable, como una nube de avispas furiosas.
—Unos
minutos más —dijo, tozudo.
—No
señor. Acabo de pasarme buena parte del día hurgando entre la basura por ti.
Tengo otras cosas que hacer. Trabajo por el que van a pagarme. A diferencia de
ti, yo no puedo vivir del aire.
El
otro le respondió con una mirada torva.
En
silencio, Peter ordenó el revoltijo, desenchufó el teléfono de los altavoces,
recogió la enorme bolsa de plástico y la arrastró fuera de la buhardilla. Entre
los tintineos, los tableteos y los crujidos de la basura, oyó que el fantasma
se ponía a cantar la canción que sabía que más detestaba Peter: «I don't like your peaches, they are full of
stones/ But I like bananas, because they have no bones...»
—Deja
de cantar esa mierda —le dijo Peter—. ¡Va en serio!
Pero
mientras bajaba al segundo piso, siguió oyendo la insoportable tonada: «Cabbages and onions, they hurt my singing
tones/ But I like bananas, because they have no bones!»
Continuará...
+10 :D
Maaas
ResponderEliminarOtro :)
ResponderEliminarsube mas
ResponderEliminarme encanta mas
ResponderEliminarmasssssssssssss
ResponderEliminarnovelaaaaaaaaaaa
ResponderEliminaresta re buena la historia quiero mas
ResponderEliminar+++++++++++
ResponderEliminarMás más más!
ResponderEliminarmasssssssss :)
ResponderEliminarjajjajaja,k fácil lo cabrea.
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