Cuando Lali ponía el
último plato del desayuno en el lavavajillas, oyó que rascaban la puerta
trasera de la cocina. Fue a abrir y Byron
entró con un maullido de protesta y la cola tiesa hacia arriba. Se sentó y
clavó en ella sus ojos verdes, expectante.
Lali
sonrió y se agachó a acariciarle el pelaje blanco, suave y esponjoso.
—Ya
sé lo que quieres.
Se
acercó a la cocina y sirvió lo que quedaba en la sartén de unos huevos
revueltos en su plato. El gato se puso a comer con delicadeza, moviendo las
orejas y los bigotes con placer.
Mery
entró en la cocina.
—Tienes
visita. No he sabido muy bien qué decirle.
—¿Es
Peter? —Lali se sobresaltó agradablemente—. Por favor, dile que venga aquí.
—No
se trata de él sino de tu ex.
Lali
parpadeó. No había visto a Chris ni hablado con él desde hacía más de un año.
Su relación se había limitado a un par de correos electrónicos impersonales.
Por lo que ella sabía, no había razón para que hubiera ido a la isla.
—¿Ha
venido solo o con su pareja?
—Solo
—¿Te
ha dicho para qué?
Mery
sacudió la cabeza, negando.
—¿Quieres
que me deshaga de él?
Lali
estuvo tentada de decirle que sí. Ella y Chris habían quedado en buenos
términos.
De
hecho, su divorcio había sido un proceso discreto, sin derramamiento de sangre.
Se había sentido traicionada como esposa, pero como amiga no había podido
evitar sentir compasión por el sufrimiento y la confusión por los que
obviamente estaba pasando Chris. Justo después de su primer aniversario, él le
había explicado con lágrimas en los ojos que, aunque la amaba y siempre la
amaría, tenía una aventura con un hombre que trabajaba en su bufete de
abogados. Le había dicho que, aunque hasta hacía poco nunca había sido capaz de
afrontar sus sentimientos y sus deseos, ya no podía seguir fingiendo. Si en el
pasado se había sentido atraído por los hombres, siempre había mantenido a raya
esos sentimientos porque sabía que su familia, muy conservadora, nunca lo
aprobaría. Sin embargo, había llegado a un punto en que ya no podía seguir
viviendo una mentira, y lo que más lamentaba era causarle dolor a Lali y
decepcionarla. Nunca había pretendido hacerle daño. «Da lo mismo —le había
dicho Mery respecto a esto último—. No ha sabido llevarlo. Chris podría haberte
dicho: “Lali, tengo sentimientos encontrados”, y habrían hablado del tema. En
lugar de eso, te mintió repetidamente hasta darte la espalda. Te engañó y eso
lo convierte en un burro, sea gay o hetero.»
En
aquel instante, ante la perspectiva de ver a Chris, Lali se notó el temor en el
estómago pesándole como el plomo.
—Hablaré
con él —dijo, reacia—. No estaría bien que me negara a hacerlo.
—Permites
que te maneje —refunfuñó Mery—. Vale, le diré que entre.
Al
cabo de dos minutos se abrió la puerta y entró un cauteloso Chris.
Era
tan guapo como siempre, delgado y en forma, con el pelo trigueño. Siempre había
estado en una forma excelente y cuidaba su dieta escrupulosamente: solo en
contadas ocasiones comía carne roja o bebía más de una copa de vino. «Nada de
mantequilla, nata ni carbohidratos», le decía cuando cocinaba para él. Ella
encontraba aquellas restricciones bastante enervantes, pero las acataba. Lo
primero que se había preparado tras marcharse él del apartamento que compartían
había sido un bol de espagueti a la carbonara, con vino blanco, nata y tres
huevos completos, recubiertos con una capa de queso pecorino romano y parmesano
y trocitos de beicon crujiente.
Chris
sonrió al verla.
—Lali
—la saludó en voz baja, acercándosele.
Hubo
un momento embarazoso después de que el amago de un abrazo acabara en un
apretón de manos. En su fuero interno, Lali estaba sorprendida de lo contenta
que estaba de verlo de nuevo y lo mucho que lo había echado de menos.
—Estás
preciosa —le dijo Chris.
—Tú
también estás fantástico —repuso ella, aunque notó con preocupación que tenía
los ojos castaño verdosos hundidos de tristeza y que se le habían marcado
arrugas de crispación demasiado profundas y demasiado poco tiempo.
Chris
sacó del bolsillo de su americana de corte impecable un pequeño objeto dentro
de una bolsita franela.
—Lo
encontré el otro día detrás del tocador —le dijo, tendiéndoselo—. ¿Te acuerdas
de lo mucho que lo estuvimos buscando?
—¡Dios
mío! —exclamó Lali cuando sacó el broche de la bolsita. Siempre había sido uno
de los favoritos de su colección: una tetera de plata antigua con esmaltes y
amatistas—. Creía que no volvería a verlo.
—He
querido devolvértelo personalmente. Sé lo mucho que significa para ti.
—Gracias
—le sonrió abiertamente—. ¿Vas a pasar el fin de semana en la isla?
—Sí.
—¿Solo?
—Los dos intentaban parecer desenfadados, ocultar las incómodas aristas
presentes en una conversación entre dos personas que procuran volver a
conectar.
Chris
asintió con la cabeza.
—Necesitaba
alejarme y pensar. He alquilado una casa en los muelles para un par de noches.
Espero ver unas cuantas orcas y puede que ir en kayak. —Echó un breve vistazo a
la cocina, fijándose en las sartenes todavía por lavar y los restos del
desayuno—. He venido en mal momento. Estás en plena faena...
—No,
da igual. ¿Quieres quedarte un ratito y tomar un café?
—Si
tú te tomas uno conmigo.
Lali
le hizo un gesto para que se sentara a la mesa y fue a preparar una cafetera.
En lugar de sentarse en una silla, Chris se apoyó en la mesa y la miró.
—¿Dónde
está la casa que has alquilado? —Lali midió la dosis de café y la echó en el
filtro.
—Está
en Lonesome Cove. —Chris hizo una pausa antes de añadir—: La ensenada triste y
sola, un nombre acertado dadas mis actuales circunstancias.
—¡Oh,
vaya! —Lali fue a llenar la jarra de la cafetera en el fregadero—. ¿Tienes
problemas con tu... pareja?
—Te
ahorraré los detalles. He estado dándole vueltas a muchas cosas; recuerdos,
ideas... y siempre vuelvo a lo mismo, una y otra vez, a que nunca te pedí
realmente perdón por lo que te hice. Lo hice todo al revés. Lo siento. Yo...
—Calló y apretó la mandíbula, pero un músculo de la mejilla le temblaba como
una goma demasiado estirada.
Con
cuidado, Lali vació la jarra de agua en la cafetera.
—Sí
que lo hiciste. Te disculpaste más de una vez. Es posible que hubieras podido
manejar la situación mejor, pero imagino lo difícil que tuvo que ser para ti.
Yo estaba tan centrada en mi propio dolor que ni siquiera pensé en el miedo que
debía darte salir del armario, lo duro que era enfrentarse a la reacción de los
demás. Te perdoné hace mucho, Chris.
—Yo
no me he perdonado. —Chris se aclaró la garganta—. No asumí la responsabilidad.
Te dije que no era culpa mía. No quería pensar en el trago que estaba
haciéndote pasar. Por una temporada llegué a convertirme de nuevo en un
adolescente y a pasar por todas las fases que me había saltado en la
adolescencia. Lo siento muchísimo, Lali.
Sin
palabras, Lali puso en marcha la cafetera y se dio la vuelta para mirarlo. Se
pasó varias veces las manos por el peto del delantal blanco de chef.
—Está
bien —dijo por fin—. De verdad que sí. Estoy bien pero preocupada por ti. ¿Por
qué pareces tan desgraciado? ¿No vas a decirme lo que te pasa?
—Me
ha dejado por otro. —Soltó una carcajada forzada—. Me lo tengo merecido,
¿verdad?
—Lo
siento —le dijo ella con dulzura—. ¿Cuánto hace de eso?
—Un
mes. No puedo dormir, ni respirar, ni dormir. Incluso he perdido los sentidos
del gusto y el olfato. Fui al médico... ¿Imaginas lo deprimido que hay que
estar para no poder ni siquiera oler las cosas? —Suspiró entrecortadamente—. Tú
eres la mejor amiga que he tenido jamás. Siempre eras la primera a la que
quería contarle todo lo que me pasaba.
—Tú
también eras mi mejor amiga.
—Me
he quedado sin eso. ¿Crees... —Tragó con dificultad—. ¿Crees que alguna vez
podremos recuperar...? No que todo vuelva a ser como cuando estábamos
casados... me refiero solo a la amistad.
—Yo
puedo —repuso ella de buena gana—. Toma una silla y cuéntame qué ha pasado.
Mientras lo haces, te prepararé algo para desayunar. Como en los viejos
tiempos.
—No
tengo hambre.
—No
tienes que comer, pero yo voy a prepararte algo. —Puso a calentar una sartén
negra de acero sobre el fogón.
Durante
su matrimonio, casi cada noche hacían eso: Chris se sentaba y le hablaba
mientras ella cocinaba. Le pareció natural volver a hacerlo a pesar de todo el
tiempo que llevaban sin verse. Chris le explicó los problemas que habían
afrontado él y su pareja, cómo la euforia inicial de su aventura había cedido
paso a la rutina diaria de la convivencia.
—Y
luego las cosas que antes parecían sin importancia, ya fuera la política, el
dinero, incluso cosas tan estúpidas como si el papel higiénico se desenrolla de
arriba abajo o viceversa, todo era importante. Empezamos a discutir. —Calló
porque vio que Lali estaba partiendo huevos en un bol con una mano. Uno, dos,
tres—. ¿Qué vas a hacer?
—Una
tortilla.
—Sin
mantequilla, acuérdate.
—Lo
recuerdo. —Le echó un vistazo por encima del hombro y dijo—: Me estabas
diciendo que discutian.
—Sí.
Es otra persona cuando discute. Está dispuesto a usar cualquier arma, cualquier
cosa que le hayas confiado en la intimidad. Quiere ganar a toda costa... —Hizo
una pausa mientras Lali vertía mantequilla fundida en una sartén pequeña—.
¡Eh...!
—Es
una tortilla francesa... —argumentó ella, razonable—. Tengo que hacerlo así.
Mira para otro lado y sigue hablando.
Chris
suspiró resignado y continuó.
—¡Deseaba
tanto su aprobación! No podía hacerle frente. Era el primer hombre al que
había... —Se calló.
Lali
picó hierbas frescas: perejil, albahaca, estragón; las incorporó a los huevos
batidos. Entendía el proceso por el que estaba pasando Chris. Sabía de cuántas
maneras puedes llegar a culparte después de una ruptura, cómo repasas un
centenar de conversaciones para encontrar lo que deberías o no deberías haber
dicho. Cómo quieres seguir durmiendo indefinidamente aunque ya hayas dormido
demasiado y no puedes comer aunque tu organismo esté famélico. Lo tremendamente
idiota que te sientes cuando alguien ha dejado de amarte.
—No
hay modo de saber cómo irá una relación —le comentó—. Lo has intentado.
—Sí
—dijo Chris con amargura, todavía sin mirarla—, pero no tengo más suerte siendo
gay que la que tenía siendo hetero.
—Chris...
casi nadie acaba con la primera persona de la que se enamora.
—Algunos
acaban solos y yo no quiero ser de esos.
—Mery
dice que, si nunca encuentras al «señor Adecuado», deberías divertirte lo más
posible con un montón de «señores Inapropiados».
Chris
soltó una carcajada sombría.
—Eso
es muy propio de Mery.
—Y
según ella uno aprende algo de cada relación.
—¿Qué
he aprendido yo? —le preguntó con abatimiento.
Lali
puso la mano sobre la sartén para comprobar el calor que le llegaba a la palma.
Cuando le pareció que alcanzaba la temperatura adecuada, echó los huevos y se
puso a trabajarlos con un tenedor.
—Te
conoces mejor y sabes qué clase de amor quieres —le dijo al final.
Con
hábiles golpes de muñeca, fue trabajando los huevos, revolviéndolos hasta que
la mezcla cuajó. Subió el fuego y dejó que la tortilla se dorara. Luego vació
en un plato el contenido de la sartén: un óvalo perfecto de color dorado.
Adornó el plato con rodajas de naranja y pétalos frescos de lavanda y se lo
sirvió a Chris.
—Tiene
una pinta increíble —dijo este—. Pero no creo que sea capaz de comer nada.
—Prueba
solo un bocado o dos.
Con
resignación, Chris cortó un trocito de tortilla y se lo metió en la boca. Sus
dientes se cerraron sobre la combinación de texturas: la tierna consistencia de
los huevos, la sutil acidez de las hierbas, el beso de la sal marina y el toque
de una pizca de pimienta negra. No dijo nada, pero tomó otro bocado, y luego
otro más. Le subió el color a las mejillas mientras comía con placer
concentrado.
—Si
fuera hetero —dijo al cabo de un momento—, volvería a casarme contigo.
Lali
sonrió y volvió a llenarle la taza de café.
Mientras
Chris comía, Lali preparó pastas para el té de albaricoque y limón. Todas las
tardes se servía el té para los huéspedes. Mezcló los ingredientes y vertió la
mezcla en los pequeños moldes. Mientras trabajaba, le contó a Chris el
deterioro de la salud de su abuela y él la escuchó en silencio, compasivo.
—Va
a ser duro —le dijo—. Conozco a algunas personas que se han ocupado de
parientes con demencia.
—Podré
con ello.
—¿Cómo
estás tan segura?
—No
me queda más remedio. Mi plan es estar a la altura de las circunstancias, sean
cuales sean.
—¿Le
has contado a tu padre lo que has decidido?
Lali
sonrió con cinismo mientras se sentaba a la mesa.
—Él
y yo no hablamos, nos escribimos correos electrónicos. Dice que vendrá a vernos
cuando Elena y yo estemos ya instaladas en la casa del lago.
—¡Qué
alegría! —Chris había visto a Stephen, el padre de Lali, en un puñado de
ocasiones, y lo único que tenían en común era que, como machos, poseían el
cromosoma XY. Después de la boda, Chris había bromeado diciendo que el padre de
Lali la había llevado del brazo por el pasillo con toda la ternura de quien
deja un paquete en el servicio de envío UPS.
—Creo
que Elena está deseando verlo tan poco como yo —admitió Lali—. No han tenido
ningún contacto desde el divorcio.
—¿De
nuestro divorcio? —Chris no podía creerlo—. ¿Por qué?
—Él
está en contra del divorcio, independientemente del motivo.
—Pero
él se divorció.
—De
hecho no. Mi madre nos abandonó, pero nunca se divorciaron. —Lali sonrió y
añadió con pesar—: Me dijo que debería haber intentado ser mejor esposa y
llevarte a terapia; así no te hubieras vuelto gay.
—Yo
no me he vuelto gay, era gay. Lo soy. —Sacudió la cabeza riendo turbado—. La
terapia hubiera podido cambiar ese hecho tanto como hubiera podido cambiarme la
forma de la nariz o el color de los ojos. Mira, ¿quieres que hable de esto con
él? Ni siquiera se me había pasado por la cabeza que pudiera haberte culpado de
algo así...
—No.
Eres muy amable, pero no hace falta. No creo que en realidad, de corazón, mi
padre me culpe. Simplemente aprovecha cualquier oportunidad para ser crítico.
No puede evitarlo. Culpar a los demás le resulta más fácil que pensar en
aquello por lo que tendría que sentirse él culpable. —Se inclinó hacia él y
puso una mano sobre la suya—. Pero gracias.
Chris
volvió la palma hacia arriba y se la apretó antes de soltársela.
—¿Qué
más me cuentas? —le preguntó al cabo de un momento—. ¿Hay un señor Adecuado en
escena o un señor Inapropiado?
Lali
negó con un gesto.
—No
tengo tiempo para una vida amorosa. El trabajo me mantiene ocupada y encima
estoy arreglando la casa para mi abuela.
Chris
se levantó para llevar su plato al fregadero.
—Si
necesitas ayuda me lo harás saber, espero.
—Sí.
—También se levantó. Se sentía aliviada, como si su relación se hubiera
convertido por fin en lo que debía ser: una amistad, ni más ni menos.
—Gracias
—le dijo Chris simplemente—. Eres una mujer hermosa, Lali, y no me refiero solo
a tu aspecto. Espero de veras que encuentres algún día al hombre adecuado.
Siento haberme interpuesto. —Se le acercó y ella dejó que la estrechara y lo
abrazó—. Necesitaba saber si seguías odiándome —dijo por encima de su cabeza—.
Estoy muy contento de que no sea así.
—Nunca
podría odiarte —protestó ella.
Continuará...
+10 :o
me parece que es peter.. subi otroooooo
ResponderEliminarmassssssssssssssssssssssss
ResponderEliminarnovelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
ResponderEliminarporfavorrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr
ResponderEliminarEl fantasma seguramente si es Peter lo va a cargar si es q se pone celoso :D
ResponderEliminarAhhhhhhhhhhh no. Me había dado cuenta que había nueva nove!!!!! Me acabo de poner al corriente!!
ResponderEliminarMe encanta, es muuuuy linda,
Ya quiero que pase algo entre ellos jajajaja
El fantasma es lo mas
Ohohoh es Peter quien entró!!!!!!!!!!!!
no me digas que es Peter mas mas
ResponderEliminarotrooooo
ResponderEliminarmaaaaaaaaas
ResponderEliminarsubi otro
ResponderEliminar++++++
ResponderEliminarX fin Lali puede estar más tranquila
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