Aunque
Elena se estabilizó durante los días que siguieron, Lali se daba cuenta de que
se había vuelto notablemente más olvidadiza y distraída. Había que recordarle
que siguiera la rutina matutina porque podía olvidarse de desayunar o de
ducharse y, cuando estaba en la ducha, podía olvidar algún paso, como usar
champú o acondicionador.
A
finales de semana Mery pasó una tarde con Elena para llevarla a la peluquería.
Luego comieron en los muelles. Lali agradeció el descanso y, cuando Mery la
devolvió a casa, Elena estaba de un humor estupendo.
—Me
ha estado sermoneando al menos una hora sobre con qué clase de hombres debo
salir —le contó Mery a Lali a la mañana siguiente, mientras esta última lavaba
los platos en la posada.
—Nada
de moteros —aventuró Lali.
—Exacto.
Luego se le olvidó lo que acababa de decirme y volvió a empezar desde el
principio.
—Lo
siento.
—No,
si da igual, pero ¡demonios!, si tuviera que convivir con ella, me volvería
loca con esa clase de repeticiones.
—No
hay para tanto. Tiene días peores que otros. Por alguna razón, está mejor
cuando Peter anda cerca.
—¿En
serio? ¿Y eso por qué?
—Le
gusta. Hace verdaderos esfuerzos para estar centrada cuando él está aquí. Está
alicatando el aseo que construyó en ese armario que había. El otro día me la
encontré sentada en la cama, hablando por los codos mientras Peter ponía
azulejos.
—Así
que incluso las abuelas encuentran atractivos a los carpinteros.
Lali
se rio.
—Supongo.
Además, Peter tiene mucha paciencia con ella. La trata con mucha dulzura.
—¡Vaya!
Es la primera vez en la vida que oigo que alguien encuentra dulce a Peter Lanzani.
—Lo
es —dijo Lali—. No te imaginas lo distinto que es con Elena.
—¿Y
contigo? —Mery la observaba atentamente.
—Sí.
Vendrá a cenar el sábado por la noche. Le pedí apoyo moral, porque mi padre
estará aquí.
—Me
tendrás a mí para darte apoyo moral.
Lali
se puso a fregar una bandeja de horno en el fregadero.
—Necesitaré
el apoyo de cuanta más gente mejor. Ya sabes cómo es mi padre.
Mery
suspiró.
—Si
te facilita las cosas el sábado, bienvenido sea Peter Lanzani. Incluso seré
amable con él. ¿Qué vas a preparar, por cierto?
—Algo
especial.
Mery
estaba expectante.
—Tu
padre no merece la cena que vas a prepararle, pero me alegro de cosechar los
beneficios.
Lali
no quiso decirle a su prima que, en realidad, no cocinaría para su padre, ni
siquiera para Elena. Cocinaría para Peter. Le hablaría en el idioma de los
aromas, los colores, las texturas, los sabores. Iba a servirse de toda su
habilidad y todo su instinto para crear un plato que nunca olvidara.
Mery
recibió a Peter en la puerta principal de la posada y le dio la bienvenida.
Llevaba el pelo suelto en una cortina de seda en lugar de la habitual cola de
caballo. Estaba sorprendentemente atractiva con zapato plano, pantalones pitillo
y un top verde esmeralda con un escote muy pronunciado. Estaba un poco apagada
esa noche, sin embargo: su usual vitalidad había mermado.
—Hola,
Peter. —Se fijó en los botes de cristal que llevaba en las manos, llenos de
sales de baño con perfume a lavanda y con un vaporoso lazo morado.
—¿Qué
son?
—Regalos
para las anfitrionas. —Le tendió uno—. Para ti y para Lali.
—Gracias.
—Parecía sorprendida—. Qué amable. El de lavanda es el perfume favorito de Lali.
—Lo
sé.
Mery
lo estudió atentamente.
—Últimamente
se han hecho muy amigos los dos, ¿eh?
Él
se puso de inmediato a la defensiva.
—Yo
no diría eso.
—No
hace falta. Que hayas venido a esta cena lo deja bien claro. La relación de Lali
con su padre es un campo de minas emocional. Nunca ha hecho lo más mínimo por
ella. Creo que él es la razón por la que siempre la atraen los hombres que
seguro que la dejarán.
—¿Intentas
decirme algo?
—Sí.
Si le haces daño a Lali, sea de la manera que sea, te echaré una maldición.
Mery
parecía tan sincera que Peter no pudo evitar preguntarle:
—¿Qué
clase de maldición?
—Alguna
de por vida y que te deje impedido.
Peter
estuvo tentado de decirle que se ocupara de sus asuntos, pero la preocupación
de Mery por su prima lo conmovió.
—Entendido
—le dijo.
Mery,
al parecer satisfecha, lo llevó a la biblioteca privada de la posada.
—¿Está
Duane esta noche? —le preguntó Peter.
—Hemos
roto —murmuró Mery.
—¿Puedo
preguntarte por qué?
—Lo
he asustado.
—¿Cómo
has podido tú...? Da igual, cambiemos de tema. ¿Cuándo llegó el padre de Lali.
—Anoche,
tarde —dijo ella—. Él y su novia, Phyllis, han pasado casi todo el día con Elena.
—¿Ella
cómo está?
—Tiene
un día bastante bueno: de vez en cuando se confunde un poco y pregunta quién es
Phyllis. Pero Phyllis está siendo muy amable. Creo que te gustará.
—¿Qué
me dices de James?
Mery
soltó un bufido.
—James
no le cae bien a nadie.
Entraron
en la biblioteca, donde habían vestido una mesa larga de caoba con mantel de
lino y cristalería y la habían decorado con una hilera de flores de hortensia
flotando en cuencos de cristal. Elena estaba con su hijo y la novia de este
junto a la chimenea, llena de velas encendidas en una variedad de candelabros
de vidrio plateado.
Elena
le sonrió radiante en cuanto lo vio. Llevaba un vestido de seda color ciruela y
su pelo relucía al resplandor de las velas.
—¡Aquí
estás! —exclamó.
Peter
se le acercó y se inclinó a besarle la mejilla.
—Estás
muy guapa, Elena.
—Gracias.
—Se volvió hacia la morena que estaba a su lado—. Phyllis, este guapo demonio
es Peter Lanzani. Él es quien está reformando la casa del lago.
La
mujer era alta y de huesos anchos, con un corte de pelo práctico.
—Encantada
—dijo, dándole a Peter un firme apretón de mano, sonriendo con simpatía.
—Y
este es mi hijo James —prosiguió Elena, indicando con un gesto a un hombre de
peso medio y bien plantado.
Peter
le estrechó la mano.
El
padre de Lali lo saludó con la alegría de un maestro sustituto al que acaban de
asignarle una clase de niños traviesos. Tenía una de esas caras aniñadas y
envejecidas al mismo tiempo, los ojos sosos como peniques detrás de unas gafas
de montura gruesa.
—Hoy
hemos ido a ver la casa —le dijo—. Por lo que parece has hecho un buen trabajo.
—Eso
ha sido la versión de James de un cumplido —terció rápidamente Phyllis. Sonrió
a Peter—. Es una casa increíble. Según Mery y Lali, la has transformado por
completo.
—Todavía
queda mucho por hacer —dijo Peter—. Empezaremos con el garaje esta semana.
Siguieron
conversando y James le contó que era el gerente de un almacén de electrónica en
Arizona y Phyllis veterinaria especializada en caballos. Estaban considerando
la idea de comprar una granja de veinte mil metros cuadrados.
—Está
en las afueras de un pueblo fantasmagórico —dijo Phyllis—. Hubo un tiempo en
que la población tenía la mina de plata más rica del mundo, pero cuando la
hubieron extraído toda, la gente se marchó.
—¿Está
encantado? —preguntó Elena.
—Hay
quien asegura que hay un fantasma en el antiguo café —le contó Phyllis.
—¿No
es un poco raro que nunca haya fantasmas rondando por un lugar hermoso?
—preguntó secamente James—. Siempre están en alguna casa derruida o en un viejo
edificio abandonado y polvoriento.
El
fantasma, que había estado paseando por delante de la librería, leyendo
detenidamente los títulos, dijo con sarcasmo:
—No
es que pueda elegir entre un ático y un Club Med.
Fue
Elena quien respondió, con cara seria.
—Los
fantasmas rondan normalmente por los lugares donde más han sufrido.
James
soltó una carcajada.
—Madre...
Tú no crees en fantasmas, ¿verdad?
—¿Por
qué no?
—Nade
ha probado jamás su existencia.
—Nadie
ha probado tampoco que no existan —dijo Elena.
—Si
crees en fantasmas, también puedes creer en los duendes y en Papá Noel.
Oyeron
la voz risueña de Lali desde la puerta cuando entraba con una jarra de agua.
—Papá
siempre me decía que Papá Noel no era real. —No se dirigía a nadie en
particular—. Pero yo quería creer en él. Así que se lo pregunté a una autoridad
superior.
—¿A
Dios? —le preguntó Mery.
—No,
a Upsie, y ella me dijo que podía creer en lo que quisiera.
—Muy
propio del firme apego de mi madre a la realidad —comentó James con acidez.
—Yo
me atengo a la realidad —dijo Elena, muy digna—, pero a veces me gusta
someterla a golpes.
El
fantasma la miraba con aprobación, sonriente.
—¡Qué
mujer!
Lali
rio y miró a Peter.
—¡Hola!
—le dijo bajito.
Peter
se había quedado momentáneamente sin habla. Lali estaba increíblemente hermosa
con aquel vestido negro sin mangas. La tela elástica se le pegaba a las
espectaculares curvas. De adorno solo llevaba un broche prendido en el
nacimiento del escote, un semicírculo art
déco con piedras de imitación blancas y verdes.
—He
olvidado la música —le dijo Lali—. ¿Tienes una lista de reproducción en el
móvil? ¿Tal vez una de esas melodías antiguas que le gustan a Upsie? Hay un
acoplador con altavoces en ese estante.
Peter
tardaba en responder, así que el fantasma le dijo, impaciente:
—La
lista de jazz. Pon un poco de música.
Peter
sacudió la cabeza para despejársela y fue a insertar el teléfono en el aparato.
Enseguida sonó la seductora melodía Prelude
To a Kiss, de Duke Ellington.
Sentado
a la mesa al lado de Elena, Peter observó cómo Lali traía una bandeja de
cucharas de porcelana blanca. Le puso una delante. Contenía una pequeña vieira
perfectamente frita sobre un lecho de algo verde.
—Es
una vieira con panceta sobre un puré de alcachofa —dijo Lali sonriéndole—.
Tómatelo de un solo bocado.
Peter
se metió el contenido de la cuchara en la boca. La panceta salada crujía en
contraste con la fragante vieira y el toque de pimienta negra templaba la
suavidad de la alcachofa. Oyó unos cuantos susurros de placer en la mesa.
Lali
se quedó junto a Peter, con las pestañas bajas, observando su reacción.
—¿Te
gusta? —le preguntó.
Era
lo mejor que había probado nunca.
—¿Hay
más? Porque puedo saltarme el resto de la cena y comer solo de esto.
Lali
negó con la cabeza, sonriendo, y recogió la cuchara vacía.
—Era
un amuse-bouche —le dijo, y se fue a
la cocina para traer el siguiente plato.
—Esta
es mucho más alegre —exclamó Phyllis, balanceándose un poco en la silla cuando
empezó Sing Sing Sing, de Benny
Goodman. Sostuvo en alto la botella de vino, ofreciéndoselo.
—¿Un
poco de vino?
—No,
gracias —repuso Peter.
—La
abstinencia es al amor lo que el aire al fuego —murmuró Elena, dándole unas
palmaditas en el hombro.
A
pesar de que estaba al otro lado de la mesa, James la había oído.
—Madre,
el refrán no es así exactamente,
—De
hecho —dijo Peter, sonriéndole a Elena—, ha sido más que exacta.
Continuará...
+10 :D
Subí más :)
ResponderEliminarMassssss :)
ResponderEliminarMas me encanta!! Necesito que avance! :)
ResponderEliminar++++++++++++
ResponderEliminarMás!!!
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ResponderEliminarQue continúe! :)
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ResponderEliminar++++++
ResponderEliminar@x_ferreyra7
Porfavor mas...
ResponderEliminarSubiiii otroooooo plissssss
ResponderEliminarme encanta mas!!
ResponderEliminarMery le puso los puntos ,para k tenga claro k ella estará con Lali.
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