Cuando
Peter llegó a la casa de Dream Lake el lunes por la mañana, la enfermera,
Jeannie, lo recibió en la puerta con una cara que inmediatamente le dijo que
algo no iba bien.
—¿Qué
pasa? —le preguntó.
—Ha
sido un fin de semana difícil —repuso ella en voz baja—. Elena ha tenido una
recaída.
—¿Qué
significa eso?
—Ha
tenido lo que se llama un AIT, un accidente isquémico transitorio. Consiste en
la falta de aporte sanguíneo a una parte del cerebro. Los AIT son tan pequeños
que pueden no dar ningún síntoma, pero el daño es acumulativo. Con la clase de
demencia que Elena padece, estos pasos la llevarán a un declive progresivo.
—¿Tiene
que verla un médico?
Jeannie
sacudió la cabeza, negando.
—Tiene
la presión bien y no siente ninguna molestia física. Muchas veces, después de
un empeoramiento, el paciente muestra temporalmente signos de mejora. Hoy Elena
está bien, pero a medida que pase el tiempo los momentos de confusión y de
frustración serán más prolongados y frecuentes. Además, los recuerdos seguirán
borrándose.
—Entonces
¿qué ha pasado exactamente? ¿Cómo puede decir que ha sufrido un AIT?
—Según
Lali, Elena se despertó el sábado con un ligero dolor de cabeza y un poco
confusa. Cuando yo llegué, estaba decidida a prepararse ella misma el desayuno:
insistía en freír un huevo. No le salió bien. Lali intentó ayudarla y puso un
poco de mantequilla en la sartén y bajó el fuego, pero Elena lo estaba pasando
mal intentando hacer algo que había sabido hacer siempre y eso le dio miedo y
la puso furiosa.
—¿Se
lo hizo pagar a Lali? —preguntó Peter, preocupado.
Jeannie
asintió.
—Lali
es la persona ideal para que descargue su frustración y, aunque lo comprende,
no por ello deja de ser estresante. —Jeannie hizo una pausa antes de
proseguir—: Ayer, Elena pidió varias veces las llaves del coche, hizo un
desastre en el ordenador de Lali cuando intentó conectarse a internet y
discutió conmigo para que le consiguiera cigarrillos.
—¿Fuma?
—Lleva
cuarenta años sin hacerlo, según Lali. Además, los cigarrillos son lo peor para
alguien en el estado de Elena.
El
fantasma, que estaba de pie justo detrás de Peter, murmuró:
—¡Maldita
sea! ¡Denselos!
La
enfermera ponía cara de resignación. Peter no pudo evitar preguntarse cuántas
veces habría acompañado a pacientes, observado su inevitable deterioro,
asistido a las familias en el dolor y la confusión de ir perdiendo a alguien
día a día.
—¿Alguna
vez se hace más fácil? —le preguntó.
—Para
el paciente o...
—Para
usted.
La
enfermera sonrió.
—Es
usted muy amable por preguntarlo. He pasado por esto con muchos pacientes y,
aun sabiendo lo que debo esperar... no, no resulta más fácil.
—¿Cuánto
le queda?
—Ni
siquiera los médicos con más experiencia pueden predecir..l
—En
su opinión. Ha estado usted en las trincheras, así que probablemente tiene
cierta idea. ¿Cuál es su impresión acerca del modo en que va a progresar la
enfermedad?
—Es
cuestión de meses. Me parece que va a sufrir una embolia masiva o un aneurisma,
y tal vez sea lo mejor, porque he visto lo que es un proceso prolongado,
interminable. No querrá eso para Elena, ni para Lali.
—¿Dónde
está Lali?
—Se
ha ido a la posada como de costumbre y luego a la compra. —Jeannie retrocedió
para que entrara—. Elena está despierta y vestida, pero me parece que hoy
estará mejor sin tanto ruido.
—Me
limitaré a enmasillar y pintar.
La
enfermera pareció aliviada.
—Gracias.
Peter
entró en el salón y encontró a Elena mirando la televisión con una manta
doblada sobre el regazo, a pesar de que el día era cálido. El fantasma ya
estaba a su lado.
Aunque
Jeannie no le hubiera contado lo que había ocurrido durante el fin de semana,
habría sabido que algo había cambiado. Elena tenía un aspecto más delicado;
perfilaba su silueta un cierto fulgor, como si su alma ya no estuviera
completamente encerrada en su cuerpo.
—Hola,
Elena —la saludó, acercándosele—. ¿Cómo te sientes?
Ella
le hizo señas para que se sentara. Peter se sentó en el taburete que había
junto al sofá, de cara a ella, y se inclinó para apoyar los antebrazos en las
rodillas. Le pareció que Elena tenía buen aspecto, con la mirada limpia y
directa y una expresión de calma.
—Voy
a ordenar un poco —dijo Jeannie yendo hacia el dormitorio—. ¿Necesita algo, Elena?
—No,
gracias. —La anciana esperó hasta que la enfermera estuvo lo bastante lejos.
Entonces miró a Peter.
—¿Está
aquí, verdad? —le preguntó.
Sobresaltado,
Peter se mantuvo inexpresivo. ¿Era capaz de notar la presencia del fantasma?
¿Por qué asumía que Peter tenía una conexión con él. Pensó frenéticamente. Elena
era vulnerable en su estado. Debía tener cuidado, pero no iba a mentirle.
Así
que Peter optó por mirar a Elena impávido.
—¿Quién?
—le preguntó.
—¡Maldita
sea, Peter! —explotó el fantasma—. No es momento de hacerse el sueco. Dile que
estoy aquí, que estoy con ella ahora mismo y que la quiero y...
Peter
lo miró con el ceño fruncido para que se callara.
La
mirada de Elena era firme.
—El
modo en que me sentía siempre que él estaba cerca... Sabía que si alguna vez
volvía a sentirme así, sería porque había encontrado un modo de regresar. Y solo
me pasa cuando tú estás aquí. Él está contigo.
—Elena
—le dijo Peter con dulzura—. Por mucho que quiera hablarte de esto, no quiero
alterarte.
Una
sonrisita apareció en los contornos de sus labios secos y desdibujados.
—¿Temes
provocarme un ataque? Tengo uno cada dos por tres. Créeme, nadie notará una
trombosis extra. Yo menos que nadie.
—Tú
lo has querido.
—Nunca
le he hablado de él a nadie —dijo Elena—. Pero olvido cosas todos los días.
Pronto ni siquiera recordaré su nombre.
—Entonces,
dímelo.
Elena
se llevó los dedos a los labios, que le temblaban con una sonrisa.
—Se
llamaba Fermín.
El
fantasma se la quedó mirando, fascinado.
—No
había pronunciado su nombre desde hace tanto... —El color le subió a las
mejillas, como la luz atravesando un cristal rosa—. Fermín era el tipo de chico
acerca del que todas las madres advierten a sus hijas.
—¿Incluida
la tuya? —preguntó Peter.
—¡Oh,
claro!, pero no le hice caso.
Él
sonrió.
—No
me sorprende.
—Trabajaba
en la fábrica de mi padre los fines de semana, cortando las planchas de latón y
soldando latas. Cuando se graduó en el instituto se hizo carpintero: aprendió
el oficio en los libros. Era inteligente y tenía mano para la carpintería. Como
tú. Todo el mundo sabía que cuando él construía algo estaba bien hecho.
—¿De
qué clase de familia procedía Fermín? —le preguntó Peter.
—No
tenía padre. Su madre ya había tenido a Fermín cuando fue a vivir a la isla y
corría el rumor de que... bueno, no decían nada bueno de ella. Era muy guapa.
Mi madre me contó que era una mantenida. Tenía relaciones con hombres
prominentes del pueblo. Creo que durante una temporada mi padre fue uno de
ellos. —Suspiró—. El pobre Fermín siempre se estaba metiendo en peleas. Sobre
todo cuando los otros chicos decían algo de su madre. A las chicas les gustaba,
porque era muy guapo, pero ninguna se atrevía a salir con él abiertamente, y
nunca lo invitaban a las fiestas ni a las meriendas. Demasiado camorrista.
—¿Cómo
lo conociste?
—Mi
padre lo contrató para instalar una ventana de cristal emplomado que habían
traído en barco desde Portland. Mi madre no estuvo de acuerdo: quería pagar a
otro para que hiciera el trabajo. Mi padre, sin embargo, dijo que por salvaje
que fuera Fermín, era el mejor carpintero de la isla y que la ventana era
demasiado valiosa para correr riesgos con ella.
—¿Cómo
era esa ventana?
Elena
estuvo tanto rato dudando antes de responder que Peter pensó que tal vez lo
había olvidado.
—Era
un árbol —dijo por fin.
—¿Qué
clase de árbol?
Ella
sacudió la cabeza y eludió la pregunta. No quería hablar de aquello.
—Cuando
Fermín hubo instalado la ventana mi padre le encargó que hiciera otras cosas en
la casa. Construyó una estantería, unos cuantos armarios y una hermosa repisa
para la chimenea. Como yo no era precisamente inmune a los encantos de un joven
de mala reputación, hablaba con él mientras trabajaba.
—Coqueteabas
conmigo —puntualizó el fantasma.
—Pero
no quería salir con él porque sabía que mi madre nunca lo aprobaría —le dijo Elena
a Peter—. Una noche le vi en un baile, en el pueblo. Se me acercó y me preguntó
si era demasiado miedica para bailar con él. Por supuesto, acepté el reto.
—Si
no, no hubieras bailado conmigo —dijo el fantasma.
—Le
dije que la próxima vez tenía que preguntármelo como un caballero —siguió
contando Elena.
—¿Lo
hizo? —le preguntó Peter.
Ella
asintió.
—Estaba
tan avergonzado... Se puso colorado y tartamudeaba. Me enamoré de él en ese
mismo instante.
—No
tartamudeaba —refunfuñó el fantasma.
—Mantuvimos
nuestra relación en secreto —dijo Elena—. Nos estuvimos viendo durante todo el
verano. Esta casa era nuestro lugar de encuentro preferido.
—Te
pedí que te casaras conmigo aquí —dijo el fantasma, recordando.
—¿Alguna
vez hablaron de casarse? —le preguntó Peter a Elena.
Una
sombra cruzó el rostro de la anciana.
—No.
—Sí
que lo hicimos —insistió el fantasma—. Lo ha olvidado, pero le propuse
matrimonio.
—¿Estás
segura, Elena? —le preguntó Peter, dudoso por aquella contradicción.
Ella
lo miró directamente.
—Estoy
segura de que no quiero hablar de ello.
—¿Por
qué no? —imploró el fantasma—. ¿Qué sucedió?
Peter
no estaba dispuesto a sacarle a Elena respuestas que ella no quería darle.
—¿Puedes
contarme qué le pasó a Fermín?
—Murió
en la guerra. Su avión fue derribado en China. Habían asignado a su escuadrón
la protección de los aviones de carga que sobrevolaban el Montículo y fueron
atacados. —Tenía los hombros caídos y parecía cansada—. Posteriormente recibí
la carta de un desconocido, un piloto del Montículo. Pilotaba uno de esos
aviones barrigudos que transportan tropas y suministros.
—Un
C-46 —murmuró el fantasma.
—Me
escribía para decirme que Fermín había muerto de manera heroica, que había
derribado dos aviones enemigos y contribuido a salvar la vida de los treinta y
cinco hombres que iban en el avión de carga. Su caza tenía buena capacidad de
maniobra, pero los japoneses eran más ligeros y más ágiles que nuestros P-40...
—Parecía afligida y estaba temblorosa; jugueteaba distraídamente con la manta.
Peter
se inclinó hacia ella para cogerle las manos y darle calor.
—¿Quién
te escribió la carta? —le preguntó, aunque ya creía saber la respuesta.
—Gus Espósito. Me mandó un trozo de tela
que había llevado cosido Fermín en su cazadora.
—¿Una
blood chit?
—Sí.
Le escribí para darle las gracias. Nos estuvimos carteando durante dos años,
simplemente por amistad. Pero Gus me escribió que, si volvía a casa, quería
casarse conmigo.
—¡Por
supuesto! —dijo el fantasma. La atmósfera hervía de celos.
—¿Y
le aceptaste? —le preguntó Peter a Elena.
Ella
asintió con un gesto.
—Supongo
que pensé que, si no podía tener a Fermín, daba igual con quién me casara, y
Gus escribía unas cartas muy bonitas. Luego su avión fue derribado. ¡Aquello me
recordó tanto la pérdida de Fermín! Cuando me enteré de que Gus había
sobrevivido sentí un tremendo alivio. Tenía una herida en la cabeza... Lo
operaron para sacarle la metralla y lo mandaron de vuelta a Estados Unidos con
una baja médica. Cuando salió del hospital me casé con él... pero hubo
problemas.
—¿Qué
clase de problemas?
—Tenían
que ver con la herida de la cabeza. Le cambió la personalidad. Se volvió
apático. Seguía siendo inteligente, pero carecía de emociones. Todo lo dejaba
indiferente. Era como un robot. Su familia decía que no era el mismo.
—He
oído que ciertas heridas en el cerebro causan eso —dijo Peter.
—Nunca
mejoró. Nunca se preocupó verdaderamente de nada. Ni siquiera de nuestro hijo.
—Se le cerraban los párpados como a un crío agotado, así que apartó las manos
de Peter y se arrellanó en el sofá—. Fue un error. Pobre Gus. Ahora necesito
descansar.
—¿Te
llevo a tu habitación? —le preguntó Peter.
Ella
sacudió la cabeza, negando.
—Me
gusta estar aquí.
Él
se levantó y se agachó para ponerle los pies en el taburete.
—Peter
—dijo Elena mientras él le ponía bien la manta y la cubría hasta los hombros
con ella.
—¿Sí?
—Deja
que él te ayude —le susurró, cerrando los ojos—. Por su bien.
Peter
sacudió levemente la cabeza, perplejo.
El
fantasma parecía conmocionado.
—¡Dios
mío, Elena! —dijo.
Oyendo que un coche
aparcaba, Peter salió de la casa. Era Lali, que volvía de la tienda de
comestibles. Salió del vehículo y abrió el maletero para sacar un par de bolsas
de lona llenas de comida.
—Deja
que las lleve —dijo Peter, acercándosele.
Lali
se sobresaltó al oírle y lo miró, sorprendida.
—¡Hola!
—exclamó alegremente. Estaba muy nerviosa, pálida y con los ojos cansados—.
¿Qué tal la boda?
—Estuvo
bien. —Le cogió las bolsas—. Tú cómo estás.
—Estupendamente
—repuso ella con excesiva precipitación.
Peter
dejó las bolsas en el suelo y obligó a Lali a mirarlo. Ella estaba a un paso,
respirando agitadamente, tensa y con los músculos agarrotados.
—He
oído que Elena les ha dado trabajo este fin de semana —le dijo sin rodeos.
Lali
rehuyó su mirada.
—Bueno,
hemos tenido una mala racha, pero ahora todo va bien.
Peter
se dio cuenta de que no podía aguantar que se cerrara a él. Le puso las manos
en las caderas.
—Háblame.
Lali
se lo quedó mirando, aturullada. En el silencio, la atrajo hacia así poco a
poco. Ella jadeó nerviosa, perdiendo la compostura. La abrazó y la rodeó con
todo su calor y toda su fuerza. Estaban hechos el uno para el otro y Lali tenía
la cabeza apoyada en el hueco de su cuello y su hombro.
Peter
le pasó la mano por el pelo, acariciándole con suavidad los rizos rubios.
—¿Qué
le hizo Elena a tu ordenador?
Lali
habló contra su hombro.
—Aumentó
tanto el tamaño que los iconos eran enormes y no puedo cerrar la lupa. Y no sé
cómo pero hizo tantas copias de la barra de tareas que ahora tengo por lo menos
ocho y no consigo eliminarlas. Para remate, se las arregló para dejar el
escritorio patas arriba.
—Yo
puedo arreglártelo.
—Creía
que el genio de la informática era Gastón.
—Créeme:
nunca dejes que Gastón se acerque a tu ordenador. Cuando se vaya habrá cambiado
todas las contraseñas, entrado ilegalmente en la red del Departamento de Defensa
y activado el bluetooth de todo lo
habido y por haber, hasta el punto de que no podrás usar la tostadora porque no
es visible para otros dispositivos. —Notó la sonrisa de Lali en el cuello. Le
retiró el pelo y le susurró al oído—: No te hace falta un genio, solo necesitas
a un tío capaz de resolver los problemas.
—Estás
contratado —dijo ella, con la cara todavía enterrada en su hombro.
Le
besó el pelo.
—¿Qué
más puedo hacer?
—Nada.
—Sin embargo, lo había rodeado con los brazos.
—Piensa
en algo —insistió él.
—Bueno...
—Tenía la voz llorosa—. Esta mañana he llamado a mi padre para decirle que si
va a venir a vernos será mejor que lo haga pronto o Elena ya no se acordará de
él cuando aparezca.
—¿Qué
te ha dicho? —Notando que volvía a envararse, Peter empezó a acariciarle la
espalda.
—Vendrá
este fin de semana con su novia, Phyllis. Se alojarán en la posada. No le hace
demasiada gracia, pero lo hará. Voy a preparar una cena especial para ellos,
Upsie, Mery y... —Dejó de hablar cuando le bajó la mano por la espalda,
masajeándosela en pequeños círculos.
—¿Quieres
que yo esté? —le dijo con dulzura.
—Sí.
—Esta
bien.
—¿De
veras?
—Estaré
encantado.
—Estoy
tan contenta de que... —Calló y se agarró a su camisa.
Él
inmediatamente dejó de mover la mano.
—¿Te
he hecho daño?
Lali
lo miró con las pupilas dilatadas y las mejillas encendidas. Negó despacio con
la cabeza, como hipnotizada.
El
deseo lo golpeó cuando se dio cuenta de que ella se había excitado por su modo
de tocarla. Por un instante no pudo pensar en otra cosa que en su cuerpo
desnudo atrapado bajo el suyo como una flor prensada entre las páginas de un
libro.
—Hay
otra cosa que necesito que hagas por mí —le dijo Lali, y su voz fue un
verdadero reclamo sexual.
Peter
no podía soltarla. Tuvo que levantar dedo tras dedo para apartar las manos de
su espalda.
—Ya
hablaremos luego de eso —dijo bruscamente, y la llevó dentro.
Continuará...
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