Cuando el fantasma volvió a ver a Peter Lanzani habían pasado casi dos
años. Entretanto, Gastón se había convertido en los ojos a través de los cuales
podía ver el mundo exterior. Aunque seguía sin poder abandonar la casa, había
visitas: los amigos de Gastón, su equipo del viñedo, los contratistas que se
ocupaban de la electricidad y de la fontanería.
El
hermano mayor de Peter y Gastón, Agustín, aparecía por allí una vez al mes para
colaborar en proyectos de fin de semana de poca envergadura. Un día nivelaban
un pedazo de suelo, el otro lijaban y esmaltaban una antigua bañera con patas.
Mientras lo hacían hablaban e intercambiaban improperios sin ánimo de
ofenderse. Al fantasma le encantaban aquellas visitas.
Cada
vez recordaba más cosas de su antigua vida. Eran recuerdos fragmentados, piezas
sueltas. Se acordaba de que le gustaban el jazz y los cómics de héroes y los
aviones. Le agradaba escuchar programas de radio: a Jack Benny, George y
Gracie, Edgar Bergen. Todavía no había recuperado lo suficiente de su pasado
para hacerse una idea global, pero creía que acabaría por conseguirlo. Como en
los cuadros puntillistas, de los que hay que alejarse para que la imagen se
defina.
Agustín
Lanzani era despreocupado y digno de confianza, la clase de hombre que al
fantasma le hubiera gustado tener por amigo. Era dueño de un tostadero de café,
así que traía siempre café en grano y lo primero que hacía al llegar era
tomarse un buen café. Mientras Agustín molía con meticulosidad los granos y
calculaba la dosis para la cafetera, el fantasma recordaba el café, su aroma
amargo y terroso, el modo en que una cucharadita de azúcar y un poquito de nata
lo convertían en terciopelo líquido.
El
fantasma dedujo de las conversaciones de los Lanzani que sus padres habían sido
los dos alcohólicos. Las cicatrices que habían dejado en sus hijos, tres niños
y una niña llamada Eugenia, eran invisibles pero profundísimas. Ahora, a pesar
de que sus padres hacía mucho que habían fallecido, los Lanzani tenían poca
relación entre sí. Eran los supervivientes de una familia que ninguno quería
recordar.
Era irónico que Peter,
con su coraza, fuera el único que se había casado hasta el momento. Él y su
esposa, Darcy, vivían cerca de Roche Harbor. La única hermana, Eugenia, era
madre soltera y vivía en Seattle con su hijita. En cuanto a Gastón y Agustín,
estaban decididos a permanecer solteros. Gastón opinaba sin ningún género de
duda que ninguna mujer merecería jamás el riesgo del matrimonio. Siempre que
tenía la sensación de que una relación se volvía demasiado íntima, acababa con
ella y sanseacabó.
Después
de que Gastón le contara a Agustín su última ruptura, con una mujer que había
pretendido llevar su relación a otro nivel, este le preguntó:
—¿Qué
nivel es ese?
—No
lo sé. Rompí con ella antes de enterarme. —Ambos estaban sentados en el porche,
aplicando quitapinturas a una tira de antiguos balaustres recuperados que
posiblemente acabarían formando parte de la valla delantera—. Soy un tío de un
solo nivel —prosiguió Gastón—. Sexo, salir a cenar, algún regalito impersonal y
nada de hablar acerca del futuro, nunca. Ahora que se ha terminado me siento
aliviado. Es estupenda, pero no puedo con todo ese batiburrillo emocional.
—Un
batiburrillo emocional... ¿qué demonios es eso?
—Ya
sabes. Las mujeres son así. Lloran de felicidad o están locas de tristeza. No
comprendo cómo alguien puede sentir dos cosas al mismo tiempo. Es como intentar
ver a la vez dos canales de televisión.
—Yo
te he visto experimentar más de un sentimiento simultáneamente.
—¿Cuándo?
—En
la boda de Peter. Cuando él y Darcy se dieron los votos. Sonreías, pero tenías
los ojos llorosos.
—Vale.
En aquel momento me acordaba de la escena de Alguien voló sobre el nido del cuco en que practican una lobotomía
a Jack Nicholson y sus amigos lo asfixian con una almohada.
—No
me importaría asfixiar a Peter con una almohada —dijo Agustín, y Gastón sonrió,
pero volvió a ponerse serio enseguida y añadió—: Alguien debería liberarlo de
su miseria. Menuda pieza es esa Darcy. ¿Te acuerdas cuando en la cena de ensayo
se refirió a Peter como su primer marido?
—Es
su primer marido.
—Sí,
pero decir que es «el primero» implica que habrá un segundo. Para Darcy un
marido es como un coche: lo cambiará por otro tarde o temprano. Lo que no
entiendo es que Peter lo supiera y siguiera adelante, que se casara con ella a
pesar de todo. Si no puedes evitar casarte, al menos hazlo con alguien
agradable.
—No
es tan mala.
—Entonces
¿por qué tengo la sensación cuando hablo con ella de que estaría mejor tras un
escudo de espejo que le devolviera su reflejo?
—No
es que Darcy sea mi tipo —continuó argumentando Agustín—, pero muchos tíos dirían
que está como un queso.
—Eso
no es motivo suficiente para casarse con alguien.
—En
tu opinión, Gastón, ¿hay algún motivo suficiente para casarse?
Gastón
cabeceó.
—Preferiría
tener un doloroso accidente con una herramienta eléctrica.
—Viendo
de qué forma usas la ingletadora —comentó Agustín—, diría que es más que
probable que tengas uno.
Al
cabo de unos días, Peter se presentó inesperadamente en la casa de Rainshadow
Road. Desde la última vez que lo había visto, había perdido unos kilos que no le
hacía ninguna falta perder. Se le marcaban muchísimo los pómulos y tenía
profundas ojeras bajo los ojos del color del hielo.
—Darcy
quiere que nos separemos —dijo sin más preámbulos.
Gastón
lo dejó pasar, mirándolo con preocupación.
—¿Por
qué?
—No
lo sé.
—¿No
te lo ha dicho?
—No
se lo he preguntado.
Gastón
abrió unos ojos como platos.
—Dios
mío, Peter. ¿No te interesa saber por qué razón te deja tu mujer?
—No
particularmente.
—¿No
te parece que a lo mejor eso es parte del problema? ¿No es posible que quiera
que a su marido le interesen sus sentimientos?
—Para
empezar, una de las razones por las que me gustaba Darcy era que nunca
manteníamos ese tipo de conversaciones. —Peter se paseaba por el saloncito, con
las manos en los bolsillos. Estudiaba el marco de puerta que Gastón había
estado colocando.
—Vas
a rajar la madera. Tienes que abrir los agujeros con un taladro primero.
Gastón
se lo quedó mirando.
—¿Quieres
echarme una mano?
—Claro.
—Fue hasta la mesa de trabajo situada en el centro de la habitación y cogió un
taladro. Comprobó que la broca fuera la adecuada y que el portabrocas estuviera
bien apretado. Luego apretó el gatillo para probar la herramienta. Un chirrido
metálico rasgó el aire.
—A
los rodamientos les falta grasa —se disculpó Gastón—. Tengo intención de
engrasarlos pero no he tenido tiempo.
—Es
mejor cambiarlos por entero. Luego me ocuparé de eso. Entretanto, tengo un buen
taladro en el coche.
—Estupendo.
Como
es típico de los hombres, se enfrentaron al asunto de la ruptura del matrimonio
de Peter evitando hablar del tema y trabajando juntos en un silencio de
compañerismo. Peter instaló el marco de la puerta con cuidado y precisión,
midiendo, marcando y labrando con un escoplo un margen fino en el yeso de la
pared para asegurarse de que las jambas estuvieran completamente rectas.
Al
fantasma le encantaba un trabajo de carpintería bien hecho, el modo en que todo
adquiría sentido. Los bordes estaban bien acabados, las imperfecciones lijadas
y pintadas, todo estaba nivelado. Observó el trabajo de Peter con aprobación.
Aunque Gastón se las apañaba bien para ser un simple aficionado, cometía muchos
errores. Peter sabía lo que hacía y se notaba.
—¡Caramba!
—dijo Gastón con admiración al ver cómo Peter había tallado unos bloques para
que sirvieran de base decorativa al marco de la puerta—. Bueno, vas a tener que
ocuparte de la otra puerta, porque no hay condenada manera de yo logre que me
quede tan bien.
—Bien.
Gastón
salió para hablar con los del equipo del viñedo, que estaban ocupados podando y
dando forma a las cepas jóvenes, preparándolas para la época de crecimiento de
abril. Peter siguió trabajando en la salita. El fantasma se paseaba por la
habitación, cantando en las pausas entre los martillazos y el ruido de la
sierra: «We’ll meet again, don’t know
where, don’t know when...»
Mientras
Peter llenaba los agujeros con pasta de madera y enmasillaba los bordes del
marco, empezó a canturrear flojito, de un modo casi imperceptible. Gradualmente
el murmullo se convirtió en melodía y el fantasma se quedó como si un rayo lo
hubiera alcanzado: Peter estaba canturreando la misma canción que él.
Hasta
cierto punto, Peter percibía su presencia.
Sin
dejar de observarlo con atención, el fantasma siguió cantando: «Would you please say hello to folks that I
know/ tell ’em I won’t be long...»
Peter dejó la pistola para aplicar masilla y siguió arrodillado, con las
manos apoyadas en los muslos, canturreando ausente.
El
fantasma dejó de cantar y se le acercó más.
—Peter
—dijo con cautela. No obtuvo respuesta, así que exclamó con impaciencia, en un
arranque de esperanza y entusiasmo—: ¡Peter, estoy aquí!
El
otro parpadeó como un hombre que acaba de salir a plena luz del día después de
haber estado en una habitación a oscuras. Miró directamente al fantasma, con
las pupilas tan dilatadas que sus ojos eran dos círculos negros con un ribete
gris.
—¿Me
ves? —le preguntó asombrado el espectro.
Retrocediendo
a trompicones, Peter se cayó de culo y agarró la herramienta que tenía más a
mano: un martillo. Enarbolándolo como si se dispusiera a lanzárselo al
fantasma, articuló con la voz ronca:
—¿Quién
demonios eres?
«¿Me parezco a alguien a quien conoces? ¿A alguien que sale en una vieja foto, tal vez? Ayúdame a descubrir quién soy.»
El desconocido lo miraba, no menos sorprendido.
—¿Quién
eres? —volvió a preguntarle Peter.
—No
lo sé —dijo el hombre despacio, mirándolo sin parpadear.
Iba
a decir algo más pero... perdió nitidez, como la imagen de un canal de
televisión por cable con mala recepción, y desapareció.
La
habitación se quedó en silencio. Una abeja se posó en una ventana y caminó en
círculos.
Peter
dejó el martillo y, con la garganta agarrotada, exhaló el aire. Se frotó los
ojos. Los tenía irritados e hinchados de lo mucho que había bebido la noche
anterior. «Es una alucinación —se dijo—. Tonterías de un cerebro agotado.»
Su
ansia de alcohol era tan intensa que por un instante pensó en ir a la cocina y
rebuscar en la despensa. Pero Gastón no solía tener licores; seguramente no
habría más que vino.
Y
aún no era mediodía. Nunca bebía antes de las doce.
—¡Eh!
—oyó que le decía Gastón desde la entrada. Miró a Peter de un modo raro—.
¿Necesitas algo? Me ha parecido oírte.
A
Peter le latían dolorosamente las sienes al ritmo de su corazón. Sentía unas
leves náuseas.
—Los
muchachos de tu viñedo... ¿Hay alguno que sea moreno con el pelo corto y lleve
una cazadora de piloto como las antiguas?
—Brian
es moreno, pero lleva el pelo más bien largo. Además, nunca le he visto llevar
una chaqueta así. ¿Por qué?
Peter
se levantó y se acercó a la ventana. De un manotazo, espantó la abeja, que se
fue volando con un zumbido hosco.
—¿Te
encuentras bien? —le preguntó Gastón.
—Bien,
sí.
—Porque
si quieres contarme algo...
—No.
—Vale
—repuso Gastón con una cuidadosa insipidez que lo fastidió. Darcy solía
hablarle en el mismo tono, como si anduviera pisando huevos a su alrededor.
—Acabo
enseguida y me voy. —Peter se acercó a la mesa de trabajo y se puso a medir la
longitud de una moldura.
—Está
bien. —Gastón se quedó en la puerta—. Al... ¿Has estado bebiendo últimamente?
—No
lo bastante —le respondió con fiera sinceridad.
—¿Crees...?
—Ahora
no me vengas con esas, Gastón.
—Entendido.
Gastón
lo miraba sin disimular su preocupación. Peter sabía que no tendría que haberle
irritado que su hermano demostrara que se preocupaba de verdad por él, pero
cualquier gesto cálido o de afecto le hacía reaccionar siempre de un modo
distinto que los demás: despertaba su instinto de apartarse, de cerrarse. La
gente podía aguantarlo o desaparecer porque ese era su modo de ser.
Se
mantuvo inexpresivo, sin abrir la boca. Por mucho que él y Gastón fueran
hermanos, apenas sabían nada el uno acerca del otro. Y Peter prefería que así
siguiera siendo.
Cuando
Gastón se marchó de la salita, el fantasma volvió a prestarle atención a Peter.
En
el instante en el que los dos habían sido capaces de verse, había sobrecogido
al fantasma la conciencia de que existía una conexión abierta entre ambos, de
modo que él era capaz de percibir todo cuanto sentía el hombre... amargura, el
deseo de olvido, de entumecimiento, una necesidad de aislamiento que nada podía
satisfacer. El fantasma no sentía todo eso... era más bien que tenía la
capacidad de echar un vistazo a todo aquello, igual que si ojeara los títulos
en una librería. No obstante, la intensidad con que lo percibía lo había
asombrado y se había dado media vuelta.
Por
lo que parecía, había recuperado la invisibilidad al hacerlo.
Moreno,
con una cazadora de piloto... «¿Ese es el aspecto que tengo?»
¿Qué
más había visto Peter?
«¿Me parezco a alguien a quien conoces? ¿A alguien que sale en una vieja foto, tal vez? Ayúdame a descubrir quién soy.»
Frustrado,
el fantasma observó cómo Peter instalaba el resto de los marcos. Cada
martillazo reverberaba en el aire. Se cernió sobre él y la conexión entre ambos
era frágil pero palpable. Percibía la lenta corrosión de un alma que nunca
había tenido ninguna posibilidad, ni bastante cariño, ni suficiente esperanza,
bondad, ni ninguna de las cosas que hacen falta para sentar unas bases dignas para
un ser humano. Aunque no lo habría escogido para estar unido a él o, lisa y
llanamente, para rondarlo, el fantasma no veía otra alternativa.
Peter
ordenó las herramientas de Gastón y recogió el taladro que había que reparar.
Cuando se iba, el fantasma lo acompañó hasta la puerta de entrada.
Peter
salió al porche. El fantasma dudó. Llevado por un impulso, avanzó. En esta
ocasión no hubo desintegración, ni fragmentación de la conciencia. Fue capaz de
seguirlo.
Estaba
fuera.
Andando
por el camino donde había dejado el coche, Peter notó un hormigueo punzante de
impaciencia cuya fuente desconocía. Tenía los sentidos agudizados hasta un
punto que le resultaba doloroso el sol, demasiado brillante; el olor de la
hierba cortada y de las violetas le parecía de un dulzón nauseabundo. Miró al
suelo y notó algo raro. Por algún efecto luminoso, no una sino dos sombras se
alargaban frente a él. Se detuvo y observó las dos siluetas recortadas sobre el
sendero. ¿Era posible que una se hubiera movido ligeramente mientras la otra
permanecía quieta?
Con
esfuerzo, siguió caminando. Veía visiones, hablaba con apariciones, iba a
acabar internado en un centro de rehabilitación. Darcy se habría agarrado a
cualquier excusa para encerrarlo. Y sus hermanos también, de hecho.
Hizo
un esfuerzo deliberado para pensar en la perspectiva que le esperaba en casa.
Darcy se había ido a buscar un apartamento en Seattle, así que no habría nadie.
Nadie lo molestaría. Era una idea agradable, tanto que las llaves del coche
tintinearon un poco en su mano.
Cuando
se metió en el BMW, la sombra también lo hizo y se instaló en el asiento del
acompañante como una funda de almohada vacía. Así, los dos juntos, se fueron a
casa.
Continuará...
+10 :o!!
Wow! espero poder entenderla más adelante
ResponderEliminarSubí mas!
ResponderEliminarQuiero leer más!
ResponderEliminarYo tampoco le agarré la mano todavía :/
ResponderEliminarSubí más :)
ResponderEliminar++++++++++
ResponderEliminarmas!!
ResponderEliminarmasssssssssss subi otroooooo
ResponderEliminarmasssssssss :)
ResponderEliminar++++++++
ResponderEliminarMaratón!!
ResponderEliminarSe le pegó como una lapa,jajajajajjaja
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