Dado
que una relación con un Lanzani tenía fecha de caducidad, Peter no se
sorprendió cuando Gastón y Rochi rompieron a mediados de agosto, aunque le supo
mal. Durante los dos últimos meses Gastón había sido más feliz de lo que Peter
lo había visto nunca. Era evidente que Rochi significaba mucho para él, pero a
ella le habían ofrecido una beca de arte que la obligaba a mudarse a Nueva York
y permanecer allí un año. Iba a aceptarla y Gastón, siendo como era él, no iba
a interponerse ni a pedirle que se quedara por el bien de una relación que no
iba a ninguna parte.
Como
Peter había estado trabajando en la escalera del primer piso de Rainshadow
Road, resultó que estaba allí el día que Rochi fue a romper con Gastón.
Mientras él aporreaba los escalones, el fantasma fue a ver qué pasaba y, al
cabo de diez minutos, le pasó el parte.
—Rochi
acaba de romper con Gastón.
Peter
dejó de dar martillazos.
—¿Ahora
mismo?
—Sí.
Así de simple. Le ha dicho que tenía que irse a vivir a Nueva York y que no
intentara detenerla. Me parece que ha sido un golpe duro. ¿Por qué no bajas a
hablar con él?
Peter
resopló.
—¿De
qué?
—Pregúntale
si está bien. Dile que hay más peces en el mar.
—No
necesita que se lo diga.
—Es
tu hermano. Demuéstrale un poco de compasión y, de paso, puedes decirle que
tendrás que venir a vivir con él.
Peter
puso mala cara. Darcy le había mandado hacía poco un correo electrónico
diciéndole que había pedido al tribunal de familia un orden para sacarlo de
«su» casa.
Irse
a vivir con Gastón le saldría más barato que alquilar un apartamento y, en
lugar de pagarle alquiler, podría seguir con la restauración de la casa de
Rainshadow Road. Sabía Dios por qué Peter tenía tantas ganas de trabajar allí.
Ni siquiera era de su propiedad. Sin embargo, no podía negar lo unido que
estaba a la casa.
Llevaba
tres semanas acostándose con Lali... y habían sido las mejores de su vida, pero
también las peores. Racionaba el tiempo que pasaba con ella cuando en realidad
lo que deseaba era verla cada minuto del día. Inventaba excusas para llamarla,
solo para oírla hablarle de una recta nueva o explicar las diferencias entre la
vainilla de Tahití, la mexicana o la de Madagascar. Sonreía en cualquier
momento, pensando en algo que había dicho o hecho, algo tan impropio de él que
comprendió que tenía un problema serio.
Deseó
poder culpar a Lali por habérselo ganado, pero ella sabía cuándo tirar y cuándo
soltar cuerda. Manejaba a Peter más hábilmente que nadie, y a pesar de que él
sabía que lo estaba manejando, no se oponía. Como la noche que le había dicho
que no podía quedarse. Entonces había preparado un asado que había llenado toda
la casa de una suculenta fragancia. Por supuesto, eso lo había retenido lo
bastante para quedarse a cenar y, luego, se había acostado con ella. Porque un
asado, como bien sabía ella, era un afrodisíaco para cualquier hombre del
noroeste del Pacífico.
Intentó
limitar la cantidad de noches que pasaba con ella, pero no era fácil. La
deseaba permanentemente, en todos los sentidos. El sexo era sorprendente, pero
más asombroso era incluso lo mucho que deseaba a Lali por otras razones. Las
cosas que antes lo irritaban, como su entusiasmo, su obstinado optimismo, se
habían convertido en lo que más le gustaba de ella. Constantemente le mandaba
pensamientos alegres como globos de fiesta.
Sobre
lo único que Lali no podía hacerse ilusiones era sobre el estado de Elena, que
iba empeorando. La enfermera la había sometido hacía poco a unos tests:
repetición de palabras, dibujar esferas de reloj o juegos sencillos de contar
monedas. Los resultados habían sido significativamente peores que los obtenidos
en las mismas pruebas un mes antes. Lo más inquietante era que Elena había
perdido el apetito y ya no sabía lo que era una comida equilibrada. De no haber
estado Jeannie y Lali para recordárselo, se habría pasado días sin comer o
comido nachos con mostaza para desayunar.
Lali
estaba preocupada porque se daba cuenta de que su abuela, que solía ir siempre
tan bien arreglada, ya no se preocupaba de si iba peinada o se había limado las
uñas. Mery la visitaba al menos dos veces por semana para llevarla a la
peluquería o al cine. Peter la mantenía ocupada cada tanto después de cenar
mientras Lali ordenaba la cocina o se daba un baño. Jugaba a cartas con ella,
sonriendo porque charlaba por los codos. Incluso ponía música y bailaban los
dos, y Elena criticaba su modo de bailar el foxtrot.
—Giras
el pie demasiado tarde —se había quejado—. Vas a pisarme. ¿Dónde has aprendido
a bailar?
—Asistí
a varias clases en Seattle —le había contestado Peter mientras cruzaban la
habitación al ritmo de As Time Goes By.
—Tendrían
que devolverte el dinero.
—Hacían
milagros. Antes de las clases, bailaba igual que si lavara el coche.
—¿Cuánto
tiempo tomaste clases?
—Era
un curso de emergencia de un fin de semana. Mi prometida quería que fuera capaz
de bailar el día de la boda.
—¿Cuándo
te casaste? —le había preguntado Elena con impertinencia—. Nadie me lo había
dicho.
Peter
ya le había hablado de su matrimonio con Darcy, pero la anciana lo había
olvidado.
—Eso
se acabó. Nos divorciamos.
—Bueno,
se acabó rápido.
—No
lo bastante.
—Deberías
casarte con mi Lali. Sabe cocinar.
—No
volveré a casarme. Soy un marido pésimo.
—Practicando
se consigue la perfección —le había dicho Elena.
Aquella
noche, Peter se había quedado en la casa abrazando a Lali mientras dormía y por
fin había entendido lo que era aquella sensación que tenía, aquel dulce dolor
que le atenazaba el pecho desde que la había visto por primera vez. Era
felicidad. Aquello le hizo sentir tremendamente incómodo. Había oído hablar de
algunas sustancias adictivas que basta con probar una sola vez para que te
enganchen. Esa era la naturaleza de su atracción por Lali: inmediata, tremenda,
sin esperanza de remisión.
Tres
días después de la ruptura de Gastón y Rochi, Peter se pasó por Rainshadow Road
para recoger unas herramientas que había dejado allí. Una furgoneta de reparto
lo siguió por el camino y aparcó delante de la casa. Dos hombres descargaron un
gran cajón chato.
—Alguien
tiene que firmar la entrega —le dijo uno a Peter mientras subían los escalones
de la entrada cargados con el cajón—. Tiene un seguro de narices.
—¿Qué
es?
—Una
ventana de cristal emplomado.
—De
Rochi, supuso Peter. Gastón le había contado que Rochi había hecho una ventana
para la fachada. La que Fermín había instalado hacía tanto tiempo se había roto
y la habían quitado para sustituirla por una de cristal liso. Gastón le había
dicho algo de que a Rochi se le había ocurrido el diseño durante su estancia en
Rainshadow Road, una imagen que había visto en sueños.
—Yo
firmaré —dijo—. Mi hermano está en el viñedo.
Los
repartidores dejaron la enorme ventana en el suelo y la desembalaron a medias
para asegurarse de que no había sufrido daños durante el traslado.
—Parece
que está bien —dijo uno—, pero si encuentra algún desperfecto cuando nos
hayamos ido, alguna fisura o algo, llame al número que hay al pie del recibo.
—Gracias.
—Buena
suerte —le dijo el tipo con afabilidad—. Instalarla no va a ser fácil.
—Eso
parece —repuso Peter con una sonrisa triste, firmando la entrega.
El
fantasma se quedó al lado de la ventana, mirándola paralizado.
—Peter
—le dijo con una voz peculiar—. Echa un vistazo.
Peter
esperó a que se fueran los de la furgoneta y fue a echar un vistazo a la
ventana. La imagen era la de un árbol invernal con las ramas desnudas, un cielo
gris y lavanda y una luna blanca. Los colores era sutiles y los estratos de
cristal producían un efecto de volumen incandescente. Peter no entendía
demasiado de arte, pero la maestría de aquella ventana era evidente.
Se
fijó entonces en el fantasma, que estaba muy callado y quieto. En el vestíbulo
de la casa hacía frío a pesar del calor veraniego. Era la pena, tan intensa que
a Peter le escocían la garganta y los ojos.
—¿Te
acuerdas de ella? —le preguntó al fantasma—. Es como la que tú instalaste para
el padre de Elena.
El
fantasma estaba demasiado conmocionado para hablar. Asintió una sola vez con la
cabeza. Más pena en el aire, hasta que cada aliento fue un azote gélido. Se
estaba acordando de algo... y no era bueno.
Peter
retrocedió un paso, pero no tenía dónde ir.
—Ya
basta —le dijo con brusquedad.
El
fantasma señaló hacia el segundo piso, mirando a Peter suplicante.
Peter
lo entendió inmediatamente.
—Está
bien. La instalaré hoy, pero fuera dramatismos.
Gastón
entró en la casa. Para indignación de Peter, a su perdidamente enamorado
hermano se interesó casi más por si Rochi había mandado una nota con la ventana,
cosa que no había hecho, que por la ventana misma. Sacó el teléfono para llamar
a Gavin e Isaac. Que dejaran de trabajar el garaje de Lali una sola tarde y lo
ayudaran.
—Voy
a llamar a dos de mis chicos para que me ayuden a instalarla —le dijo Peter—.
Hoy mismo, si es posible.
—No
sé —dijo Gastón, abatido.
—¿Qué
no sabes?
—No
sé si quiero instalarla.
Peter
notó una nueva oleada de desesperación que emanaba del fantasma.
—No
me vengas con esas —le dijo exasperado. —Esta ventana tiene que estar en esta
casa. Esta casa la necesita. Hace mucho que tenía una idéntica.
Gastón
parecía desconcertado.
—¿Cómo
lo sabes?
—Lo
que quiero decir es que es perfecta para este edificio. —Peter caminaba
marcando el número telefónico—. Yo me ocupo de todo.
Continuará...
+10 :o
Otrooooo
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ResponderEliminar@x_ferreyra7
Y Rochi la soñó tal cual era la original.....
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