—Papá, ya sé que confías en él
—replicó Lali con voz temblorosa—. Sé que dependes de él y que te preocupas por
él, pero constituiría un error colocarlo en ese puesto cuando tú ya no estés.
—Vamos, cariño —contestó Nicolás
en tono tranquilizador—, ya sé que te sientes un poco decepcionada por tener
sólo la propiedad de Sunrise en lugar de todo ese dinero, pero ésta es la única
forma de que el rancho no se divida en pedazos. Peter es mi única garantía en
este sentido. No quiero que el rancho desaparezca sólo porque yo lo haga. Es
tan simple como esto.
—¿Se lo has dicho a Peter?
—Todavía no.
—Sería una buena idea que
esperaras un poco para contárselo —murmuró Lali.
Como Nicolás no le contestó,
ella guardó silencio e intentó concentrarse en el paraje que los rodeaba en
lugar de enfrascarse en una discusión inútil, pues sabía que discutir con Nicolás
no ayudaría en nada. «Más tarde», se prometió a sí misma. Más tarde, cuando
hubiera elaborado unos argumentos convincentes, hablaría con Nicolás.
En aquel momento, el paisaje
estaba plagado de hombres y ganado y el aire era denso debido al polvo, al olor
de los animales y al sudor. Miles de reses eran tratadas contra la moscarda y
el gusano barrenador, quienes se instalaban en las heridas abiertas de los
animales y se alimentaban de su carne sanguinolenta. A los sufridores cuernos
largos, se les embadurnaba con una mezcla de grasa y ácido carbólico que mataba
a los enormes gusanos y aliviaba el espantoso dolor que padecían las reses.
Sin embargo, los cuernos
largos no sabían que los hombres intentaban ayudarlos y reaccionaban con
violencia. Feroces maldiciones se elevaban hacia el cielo mientras los hombres
esquivaban a las reses que los embestían. Unas nubes de polvo se elevaban y
volvían a posarse alrededor de las activas figuras y ensuciaban las ropas y la
piel de los hombres. Y a su alrededor; el ganado se revolvía como un río de
aguas marrones.
Nicolás y Lali se detuvieron
para observar la escena, pero se mantuvieron a una distancia prudente.
—Duro trabajo —comentó Lali
casi para ella misma—. Tostándose al sol. Resultando heridos con facilidad. Sin
ninguna máquina que les ayude ni tiempo para descansar. No tiene mucho sentido
que alguien quiera realizar este tipo de trabajo.
—Pues espera a que desaten a
los ejemplares de peor carácter —declaró Nicolás con una sonrisa.
—¿Por qué lo hacen? ¿Por qué
los hombres deciden ser vaqueros?
—No creo que un hombre se
formule nunca esa pregunta. Lo es o no lo es, eso es todo.
—No tiene ningún encanto. No
tiene nada que ver con las descripciones que aparecen en las novelas y las
revistas. Además, sin duda no reciben mucho dinero como recompensa.
—¡Y un cuerno que no! Yo les
pago a mis chicos cuarenta dólares al mes. Esto es casi diez veces más de lo
que conseguirían por el mismo tipo de trabajo en cualquier otra parte del país.
—Sigo sin entender qué es lo
que los atrae de este trabajo.
Nicolás no la escuchaba.
—Vamos, cariño, Peter está
allí intentando sacar a una res de la ciénaga.
Ella lo siguió a desgana y
cabalgó pradera abajo hacia la ciénaga en la que dos toros se habían quedado
atascados cuando se sumergieron en el barro para librarse de las nubes de
moscas que los acosaban. Uno de los toros lanzaba berridos lastimeros, mientras
que el otro, exhausto, permanecía en silencio mientras los vaqueros tiraban de
él con cuerdas atadas a las sillas de sus monturas.
Lali apretó los labios con
desdén cuando vio a Peter, quien había atado las cuerdas a uno de los toros.
Sus tejanos estaban empapados de barro hasta más arriba de las rodillas.
Parecía que se hubiera revolcado en el barro con las reses. El sudor formaba
surcos en su rostro cubierto de tierra y en su cuello y pegaba su pelo negro a
su nuca. Aquél era el lugar al que Peter pertenecía, a la suciedad.
—Por lo visto, hoy a Peter le
ha tocado la peor parte —comentó Lali con un deje de satisfacción en la voz.
—A Peter no le asusta el
trabajo. —Nicolás contempló con orgullo a su capataz—. Ésta es una de las
razones por las que lo respetan. Ellos saben que él no les pedirá nada que no
esté dispuesto a realizar él mismo. No hay nada más duro que trabajar para un
hombre que es más holgazán que tú, Mariana, del mismo modo que resulta fácil
trabajar duro para alguien a quien respetas.
Aquello no encajaba del todo
con la imagen que ella tenía de Peter Lanzani. Después de todo, él asesinaría a
Nicolás para su beneficio personal. Dinero fácil. Ese tipo de hombres no sentía
inclinación por el trabajo duro, ¿no? A Lali no le gustó descubrir que Peter
tenía unas cuantas cualidades positivas que podían enturbiar su visión de él como
criminal sin escrúpulos. Ella quería que todo fuera claro.
¡Si hubiera alguien con quien
pudiera hablar acerca de Peter! ¡Alguien que la ayudara a sobrellevar la carga
del silencio! Pero, de una forma que resultaba exasperante, todo el mundo se
sentía encantado con Peter. Todos lo admiraban y lo respetaban, pues no sabían
el tipo de hombre que era.
Como si hubiera notado su
mirada, Peter volvió la cabeza hacia ella. A Lali le sorprendió la intensidad
del color de sus ojos, que eran como dos esmeraldas bordeadas por unas pestañas
negras y espesas y encastadas en su rostro curtido. Durante un segundo, Lali se
quedó paralizada, atrapada por la intensidad de su mirada. A pesar de la
distancia que los separaba, parecía que él pudiera leerle la mente y Lali se
ruborizó. Cuando, por fin, él volvió a centrar su atención en el toro encallado
en el barro, Lali se sintió aliviada. El animal se tambaleó hacia delante sobre
sus patas inseguras y se derrumbó en la orilla de la ciénaga, pues había
perdido la voluntad de hacer otra cosa que no fuera permanecer allí echado y
morir. Los hombres, sudorosos, intentaron levantar a la temblorosa res sobre
sus patas. Tras una larga lucha, consiguieron su objetivo y el animal se alejó
tambaleante en busca de un lugar para pastar. Peter dejó que los hombres
salvaran al otro animal y se acercó a Nicolás y a Lali mientras se limpiaba las
manos en la parte trasera de sus pantalones. Lali notó que la sonrisa de Peter
se volvió fría cuando la miró a ella y algo en su interior se agitó con
intranquilidad.
—Señorita Mariana, espero que
nuestras palabrotas no te hayan ofendido.
Peter levantó la barbilla y la
miró con los ojos entrecerrados. Como pretendía, su comentario le recordó a Lali
que estaba fuera de su terreno y que aquel entorno pertenecía exclusivamente a
los hombres. El lenguaje, el trabajo, la ropa..., todos los detalles
constituían un auténtico contraste con el entorno femenino al que, en general,
se veían relegadas las mujeres. Según los dictados de aquel mundo, ella debería
estar en la cocina o inclinada sobre una labor de costura y no cabalgando por
las praderas con su padre.
—He oído palabras peores que
éstas —replicó ella—. No esperaba menos.
Peter la miró, pero mantuvo
sus pensamientos bien escondidos. No podía explicarse por qué sus sentimientos
hacia ella habían empezado a cambiar. Desde el momento en que se conocieron, se
desagradaron el uno al otro y, cada vez que ella regresaba a casa durante las
vacaciones, su rechazo mutuo aumentaba.
Él había esperado con terror
el día en que Lali regresara para siempre de la academia para señoritas. No
soportaba los jueguecitos a los que a ella tanto le gustaba jugar, sus
caprichosos cambios de humor y su habilidad para alterar a los demás y
manipular a su antojo a quien quisiera. Ella siempre se había mostrado altanera
con él, hasta que le intrigó la falta de interés que él mostraba hacia ella, lo
cual desembocó en la escena del establo en la que ella intentó seducirlo. Como
él la rechazó con frialdad, Mariana decidió tratarlo con absoluto desprecio, lo
cual a él ya le iba bien.
Pero después... Parecía
increíble, pero, en un abrir y cerrar de ojos, ella había cambiado. Resultaba
imposible saber si se trataba de un cambio permanente o temporal, pero la nueva
Mariana producía en él un efecto distinto al de la anterior. Peter no se había
dado cuenta antes de lo guapa que era, de lo vulnerable y encantadora que podía
ser. Incluso casi deseaba haber aceptado su oferta de aquel día en el establo.
Al menos así no se estaría preguntando qué sentiría al tener el cuerpo de ella
bajo el suyo. Pero ahora nunca lo sabría y, aunque era mejor así, a su pesar,
ella lo fascinaba.
Lali miró a su alrededor y
observó a aquellos hombres sucios y sin afeitar con la ropa empapada en sudor,
los bigotes desarreglados y las patillas largas. Ellos la miraban a ella de una
forma encubierta. Si Nicolás no hubiera estado allí, ella no se habría sentido
segura.
Peter percibió su expresión de
inquietud y sonrió abiertamente.
—Todos nosotros somos
diamantes en bruto. Nunca encontrarás a un grupo de caballeros que sienta más
respeto hacia las mujeres que nosotros. Algunos incluso han cabalgado cientos
de kilómetros para ver a una mujer de buena reputación.
—¿Incluido tú, señor Lanzani?
—preguntó ella con voz baja y letal.
—A mí, en particular, nunca me
han interesado las mujeres de buena reputación, señorita Mariana.
Lali se enervó interiormente.
¡Oh, cómo le gustaba pronunciar su nombre con la dosis exacta de desdén! ¿Cómo
podía Nicolás permanecer al margen y no darse cuenta de que Peter la insultaba
de una forma velada?
—Constituye un alivio saber
que las mujeres decentes están a salvo de tus atenciones, señor Lanzani.
Él sonrió de una forma
relajada y la miró de arriba abajo.
—Te advierto que, de vez en
cuando, hago una excepción.
Nicolás se rió con estruendo.
—La llave para acceder al
corazón de Mariana es halagarla, Peter, halagarla mucho. Los halagos ayudan
mucho a suavizar su disposición.
—Sólo si son sinceros
—intervino Lali, y miró a Peter de una forma significativa—Y, en general, puedo
ver a través de la fachada de los demás.
—No sabía que le concedías
tanta importancia a la sinceridad, Mariana —contestó Peter.
—Entonces es que no sabes
tanto de mí como creías saber.
—Sé lo suficiente para haberme
formado una opinión acertada.
—Estupendo, fórmate tantas
opiniones acerca de mí como quieras, siempre que yo no tenga que oírlas. Tus
opiniones me aburren.
Peter entrecerró los ojos.
Nicolás interrumpió, con sus
risas, el silencio que se produjo a continuación.
—Ustedes dos nunca se rinden?
—Tengo que volver al trabajo
—declaró Peter mientras miraba a Lali y se tocaba el ala del sombrero con un
gesto que tenía poco de amabilidad.
—¡Estupendo, está como loco!
—exclamó Nicolás con alegría mientras Lali contemplaba a Peter dirigirse de
nuevo a la ciénaga.
—¿Por qué te alegras tanto?
—preguntó ella con la mandíbula apretada—. ¿Y por qué le permites hablarle así
a tu hija?
—Para empezar, en relación con
Peter, tú te defiendes mucho mejor de lo que yo podría hacerlo. Y, para continuar,
me arrollarías como un tornado si interviniera. A ti te gusta discutir con él.
¡Demonios, a mí también me gusta discutir con él! La diferencia es que tú
consigues enloquecerlo y yo no y, de vez en cuando, me gusta verlo fuera de sí.
Es bueno para un hombre perder el control de vez en cuando y no resulta fácil
conseguir que Peter se altere. De hecho, tú eres la única que lo consigue de
verdad. Cuando estás cerca, Peter se quiebra como la pasta de hojaldre.
—Pues yo no lo hago a
propósito —murmuró Lali.
Dios bien sabía que ella no
tenía ninguna razón para provocarlo. Esto no ayudaba a su objetivo. ¡Si pudiera
tragarse las palabras hirientes que acudían a su boca cuando Peter le hablaba!
¡Si lograra mantenerse fría y calmada cuando él se enfadaba tendría una gran
ventaja sobre él! Pero ella no conseguía guardar silencio o mantener el
autodominio, pues su mera presencia le producía una gran tensión. Cuando Peter
estaba cerca, no conseguía controlar sus sentimientos y no podía evitar decir
las cosas que decía. Peter sacaba al exterior lo peor de ella y, por lo visto,
ella sacaba lo peor de él.
Un grito apremiante de Nicolás,
quien se había inclinado sobre su silla, interrumpió sus pensamientos.
—¡Eh! ¡El toro se ha vuelto
contra ellos, que alguien lo sujete!
Al ver lo que ocurría, Lali
abrió los ojos con alarma. Cuando el toro logró salir de la ciénaga, rabioso y
listo para la lucha, volvió con enojo sus cuernos contra sus rescatadores. El
toro sacudió los cuernos de una forma amenazadora frente al hombre que tenía
más cerca y enseguida lo embistió mientras sus potentes músculos se ponían en
tensión bajo su piel cubierta de barro. A continuación, Lali sólo vislumbró una
gran agitación. El vaquero que recibió la embestida profirió un grito. Los
otros vaqueros lanzaron los lazos para sujetar e inmovilizar al toro, pero
debido a las nubes de polvo y la exaltación del momento, fallaron. Lali soltó
un grito al ver el brillo rojo de la sangre y el cuerpo del vaquero que caía,
fláccido, al suelo.
La res, enloquecida por el
chasquido de las cuerdas, se volvió con ímpetu hacia un lado. Peter se agachó
junto al cuerpo inerte del vaquero, lo cogió por el zahón y tiró de él para
alejarlo del animal. El toro percibió el movimiento de inmediato e inclinó la
cabeza para embestir el cuerpo que se deslizaba por el polvo.
—¡Inmovilícenlo! —gritó Peter
con voz áspera.
Otro de los lazos falló en su
intento de atrapar uno de los largos cuernos del animal. La voz de Peter volvió
a surcar el aire:
—¡Oh, mierda!
Alguien le lanzó un rifle, el
cual aterrizó con solidez en las manos de Peter. Él lo cogió por el cañón y lo
levantó en el aire. Al comprender lo que iba a hacer, el corazón de Lali se
detuvo.
—¡Papá! —susurró mientras se
preguntaba por qué nadie disparaba al animal.
Nicolás no dijo nada.
Peter arqueó el cuerpo hacia
atrás mientras levantaba más el improvisado garrote y lo dejaba caer con furia
sobre la frente del toro. El animal cayó al suelo sin emitir ningún sonido y la
inercia de su embestida hizo que se deslizara por el suelo hacia delante, hasta
que Peter no tuvo más remedio que retroceder unos pasos. El extremo de uno de
los cuernos del toro quedó junto a una de las botas de Peter, quien permaneció
inmóvil mientras contemplaba al tembloroso animal. El silencio se extendió por la
pradera.
—¿Puede alguien colocarle un
lazo al toro? —preguntó por fin Peter sin dirigirse a nadie en particular y,
tras suspirar, se dirigió al vaquero que yacía en el suelo.
—¿Lo has matado? —preguntó Nico
mientras desmontaba de General Cotton.
—No, sólo lo he atontado un
poco. No nos causará problemas durante un rato.
—¿Cómo está el muchacho?
Lali tenía problemas para
calmar el estado de nervios de Jessie, pero en cuanto la yegua se tranquilizó, Lali
desmontó y dejó las riendas colgando.
—No muy bien —contestó Peter
de una forma taciturna—. Tiene un par de pinchazos en el costado y una herida
en la cabeza que necesitará unos cuantos puntos. Watts, tráeme hilo y aguja. El
resto ya pueden volver al trabajo. Hay un número considerable de animales por
ahí que necesitan tratamiento.
—Papá, ¿llevas encima algún
tipo de licor? —preguntó Lali en voz baja.
—Siempre. —Nicolás sacó de uno
de los múltiples bolsillos de su chaleco una petaca de plata con sus iniciales
grabadas y se la tendió a Lali con una sonrisa amplia—. ¿El whisky te va bien?
—Perfecto.
Lali agitó la petaca para
calcular la cantidad de licor que contenía y se dirigió a los hombres que
estaban en el suelo. Peter apretaba un trozo de tela contra el costado del
vaquero y frunció el ceño cuando vio que Lali se acercaba a ellos.
—¡Por el amor de Dios, vuelve
a tu caballo! —soltó—. ¡Y procura no desmayarte!
—Desmayarme es la última cosa
que pienso hacer —replicó ella con brusquedad mientras se arrodillaba junto al
muchacho herido.
Por primera vez, sabía con
exactitud cómo manejar la situación. ¡Oh, cómo deseaba avergonzar a Peter
contándole que había trabajado como enfermera durante los últimos tres años!
—No has pedido que te traigan
un antiséptico. El whisky funcionará.
Él cogió la petaca con una
mano mientras, con la otra, apretaba un pañuelo doblado sobre la herida.
—Estupendo. Se agradece tu
ayuda. Ahora sal de en medio.
Lali se mantuvo firme y no se
movió. De repente, sintió unos deseos intensos de ayudar. De algún modo, en
aquella vasta tierra rodeada por la valla del rancho Sunrise, entre todos
aquellos desconocidos y sus confusos rituales, en medio de todos aquellos
hombres de temperamento brusco y aquel océano de reses, había encontrado algo
que sabía hacer. Ella sabía cómo curar una herida y, en los casos de
emergencia, ella era una de las mejores enfermeras del hospital. Nadie podía
criticar sus vendajes y su forma de coser las heridas. Sin embargo, Peter no
sabía nada de todo esto y pretendía impedirle actuar. Lali tenía que demostrar
y demostrarse a sí misma que era útil. Ella podía pertenecer a aquel lugar y
tenían que darle la oportunidad de demostrarlo.
—Puedo ayudar —declaró Lali—.
Me quedaré.
Peter dejó caer la petaca y
cogió con fuerza la muñeca de Lali.
—Sólo lo diré una vez —declaró
Peter con los dientes apretados—. Éste no es el momento para que juegues a
hacer de ángel. Este muchacho no necesita que lo cojas de la mano. No necesita
que lo arrulles ni que le hagas caiditas de párpados, de modo que aparta tu
lindo trasero y quítate de en medio, si no lo haces te arrastraré yo mismo
tirándote del pelo. Y no me importa si tu padre lo ve o no.
—¡Quítame la mano de encima!
—exclamó Lali entre dientes y con los ojos brillantes de rabia—. ¿Pretendes
coser su herida con tus sucias pezuñas? Yo sé más de coser heridas de lo que tú
nunca soñarías aprender. ¿Crees que me ofrecería a hacerlo si no supiera cómo
se hace? ¡Suéltame! Y si quieres ser útil, abre la petaca y dame el pañuelo que
tienes alrededor del cuello.
Peter le lanzó una mirada dura
e inquisitiva. Ella percibió un destello de rabia y, a continuación, un
principio de curiosidad. Poco a poco, Peter le soltó la muñeca.
—Será mejor que cada una de
tus puntadas sea perfecta —declaró él con voz suave pero amenazadora—. Y si no
eres capaz de respaldar tus palabras con tus hechos, responderás ante mí. ¿Lo
comprendes?
Ella asintió con un movimiento
seco de la cabeza y el alivio que experimentó liberó la presión que sentía en
el pecho.
—¿Qué tipo de hilo trae Watts?
—Lali empapó el pañuelo con whisky y mojó la herida del vaquero—. Seguro que es
de algodón barato.
—No nos podemos permitir hilo
de seda —contestó Peter con soma.
—Yo sí. ¿Tienes un cuchillo?
—¿Para qué?
—¿Tienes un cuchillo? —repitió
ella con impaciencia.
Peter desenvainó un cuchillo
que llevaba en el cinturón y se lo tendió por la parte del mango. Ella hurgó
debajo de su falda pantalón, estiró una pierna y cortó una de las cintas de
color rosa que adornaban el encaje de sus bombachos. Al ver la bien formada
pantorrilla que asomaba por la caña de su bota, varios de los hombres que
observaban la escena a cierta distancia murmuraron y profirieron exclamaciones.
—¡Dios, se hablará de esta
visión en los barracones durante años! —murmuró Peter extrañamente crispado.
—¿Qué quieres decir? —preguntó
Lali mientras volvía a bajar el borde de su falda y volcaba su atención en la
cinta. Con un movimiento experto de la mano, Lali arrancó un hilo de la cinta—.
¡Ah, te refieres al hecho de que haya enseñado la pierna! ¡Cielos, no me
acordaba de que mi pudor era más importante que ayudar a un hombre herido!
—exclamó con sarcasmo—. ¡Qué comportamiento tan indigno de una dama! Pero
seguro que a ti no te he impresionado.
Su sonrisa burlona desapareció
al ver la expresión de Peter, pues parecía que hubiera hecho algo realmente
indecente, algo que realmente le había impresionado.
Una visión rápida de su pierna
no podía causar aquel efecto en los hombres. Ella y sus amigas habían paseado
por las calles de Sunrise con faldas que les llegaban a las rodillas y, muchas
veces, los hombres con los que se cruzaban ni siquiera las miraban dos veces.
Lali le devolvió el cuchillo y
los dedos de Peter se curvaron sobre el mango. Lali se sintió impresionada al
verlos. Las manos de Peter eran fuertes y mostraban signos de haber realizado
trabajos duros; sin embargo, eran extrañamente sensibles. Eran las manos de un
asesino. Lali se ruborizó, apartó la mirada de las manos de Peter y volvió a
centrar su atención en el hilo. Se sintió aliviada cuando Watts llegó con un
papel insertado con agujas y unas tijeras. Lali enhebró la aguja más limpia que
encontró y lo empapó todo con el whisky. Con cuidado, ensartó uno de los bordes
de la carne abierta con la aguja, a continuación, la clavó en el otro borde y
los unió con un nudo hábilmente realizado.
—¿No puedes hacerlo un poco
más deprisa? —preguntó Peter. Lali realizó el punto siguiente con la misma
calma que el anterior.
—Lo haré de modo que la
cicatriz apenas resulte visible. Mira cómo queda disimulada en la línea del
entrecejo...
—Sí, muy bonito, pero no
ganaremos nada teniendo un cadáver con buen aspecto, de modo que date prisa.
—No tienes por qué ponerte tan
melodramático. El muchacho no va a morir y tú lo sabes.
Lali reprimió la necesidad de
decir algo más. No era momento para discusiones, por muy tentadora que le
resultara la idea. Mientras anudaba el último punto, Peter limpió los restos de
sangre de la frente del muchacho.
—Cirugía casera —comentó Lali
mientras inspeccionaba la herida con orgullo—, pero un médico no lo habría
hecho mejor.
—Servirá —replicó Peter sin
inmutarse.
Lali contempló el rostro del
muchacho y apartó de su sien un rizo de pelo enmarañado.
—Pelo rizado y pelirrojo.
Apostaría algo a que se burlan de él por esta razón.
La tensión que experimentaba Peter
pareció relajarse.
—¿Quién podría resistirse?
—Y además tiene pecas.
Unas pecas oscuras de color
cobrizo destacaban en su piel a pesar de su intenso bronceado. El rostro
inconsciente de aquel muchacho todavía era rollizo a causa de su juventud. No
tenía el rostro enjuto de un adulto y parecía tan solo y vulnerable que a Lali
se le encogió el corazón debido a la compasión que experimentó.
—Y un hilo de seda rosa
—recalcó Peter.
Lali frunció el ceño.
—Espero que no se avergüence
por esto.
—No, seguro que no querrá que
le quiten nunca estos puntos. Te aseguro que alardeará durante días acerca de
la procedencia de ese hilo. —Sus labios se curvaron con sarcasmo—. Será la
envidia del barracón.
—No es mucho mayor que Stéfano
—murmuró ella—. Pobre muchacho.
Lali sintió lástima por el
hecho de que un muchacho tan joven tuviera que vivir una vida tan dura.
Contempló al muchacho sin
darse cuenta de que la soledad entristecía su mirada y la compasión se reflejaba
en su expresión. Peter se quedó paralizado y contuvo el aliento a causa de la
sorpresa. Mariana Espósito siempre había sido una joven guapa, con demasiado
ímpetu y demasiado poco corazón, una joven descarada, egoísta y de lengua
afilada, y a una chica así había que evitarla. Pero en aquel momento su
expresión era dulce y conmovedora como no lo había sido nunca antes. ¿Qué había
sucedido para que tuviera aquel nuevo aire de vulnerabilidad? ¿Qué tipo de
magia había proporcionado aquella desconcertante dulzura a su rostro? ¿Había
estado allí siempre? ¿Empezaba él a darse cuenta de algo de lo que todo el
mundo era consciente desde hacía tiempo?
Nicolás se acercó a Lali y
contempló su obra. Parecía intrigado por lo que ella había realizado.
—¿Dónde has aprendido a coser
una herida? —preguntó con voz fuerte.
Peter observó a Lali y ella se
ruborizó.
—No es muy diferente a coser
ropa —declaró con una media sonrisa—. Sólo un poco más sucio. ¿Qué hay de la
herida de su costado? ¿Todavía sangra?
—No mucho. El vendaje temporal
servirá hasta que lo llevemos de vuelta al barracón.
—Estupendo.
Lali bajó la vista y vio que
tenía las mangas manchadas de sangre por lo que la tela estaba pegada a sus
brazos. El olor caliente y dulce de la sangre penetró por sus fosas nasales y,
combinado con el calor del sol, hizo que sintiera náuseas. Al apartar la
mirada, vio al toro y no pudo evitar acordarse del golpe sordo del rifle en su
cráneo. Temiendo vomitar, Lali esbozó una sonrisa temblorosa y se levantó sin
pedir ayuda.
—Disculpen—murmuró, y se alejó
mientras respiraba hondo y apretaba los puños.
Lali se detuvo cuando llegó
junto a Jessie y se inclinó apoyando la frente en la silla. Permaneció inmóvil
en esta postura y se concentró en el olor almizclado del cuero. Después de unos
minutos, el contenido de su estómago empezó a asentarse.
—Toma —declaró Peter a su
espalda en voz baja.
Peter tenía un pañuelo limpio
y una cantimplora con agua. Lali volvió la cabeza y lo contempló con la mirada
perdida mientras él humedecía el pañuelo con el agua. Incluso aguantó sin
protestar que él le limpiara la cara y cerró los ojos mientras notaba el fresco
tejido del pañuelo por su frente y sus mejillas.
—¿Por qué haces esto? ¿Tengo
algo en la cara? ¿Qué es?
—Sólo tierra. Extiende las
manos.
Lali contempló las manchas
rojas de sangre que tenía entre los dedos de las manos.
—¡Oh, yo...!
—Estira los dedos.
Peter limpió con un extremo
del pañuelo hasta la última mancha de sangre de sus manos. ¿Por qué era tan
considerado con ella?
—Gracias.
Peter le tendió la
cantimplora.
—¿Quieres agua?
Ella asintió con
agradecimiento, cogió la cantimplora, inclinó la cabeza hacia atrás y el
líquido se deslizó por su garganta. Después de devolverle la cantimplora, Lali
miró a Peter con incertidumbre.
—Gracias —repitió mientras una
pregunta flotaba en su mirada. Él le sonrió y el corazón de Lali dio un brinco.
—Hueles como una cantinera.
Ella rió sin fuerzas.
—Pues he echado tanto whisky
sobre ti como sobre mí.
—Debo reconocer que has
realizado un buen trabajo. Aunque habría apostado algo a que no eras capaz de
hacerlo. Me pregunto cuántas sorpresas más tengo que esperar de ti, Mariana.
—Lali.
La rectificación salió de su
boca antes de que ella pudiera impedirlo.
—Lali —repitió él con voz
ronca—. ¿Así es como te llamaban en la academia?
—Algo así.
—¿Ya te encuentras bien?
—Sí.
—Deberías volver a la casa.
Aquí hace demasiado calor.
Lali no sabía qué hacer cuando
él se mostraba amable con ella.
—Sí, supongo que eso haré.
Peter deslizó la mirada por el
rostro de Lali. Parecía estar a punto de formularle una pregunta, pero algo lo
empujó a guardar silencio y se alejó.
Continuará...
+10 :D
MAS MAAS
ResponderEliminarMe encanta esta historia !!
ResponderEliminarNo te imaginas todas las sorpresas que esconde Lali, Peter!
ResponderEliminarMARA TON TON TON TON
ResponderEliminarMariana no quiere exponerse, quiere parecerse a Mariana pero parece que las circunstancias no la dejan
ResponderEliminarOTRO
ResponderEliminarCAPITULO
ResponderEliminarMAS
ResponderEliminarPOR FAVOR
ResponderEliminarOtrooo :)
ResponderEliminarotro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro
ResponderEliminarEstán descubriendo mucho d sus personalidades.
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