Pasó un mes y de algún modo el nuevo rumbo de la vida de Peter aguantó.
El fantasma no había esperado aprender nada de Peter durante su asociación
forzosa, pero resultó que algo aprendió. Peter tuvo que luchar contra su
adicción hora a hora, a veces minuto a minuto, pero era tan testarudo como
pueda ser un hombre. Al fantasma le parecía que dejar de beber era bastante
similar a saltar al agua y esperar haber aprendido a nadar de algún modo antes
de sumergirte.
Peter
se distraía con el trabajo, y trabajaba muchísimo. Hacía un trabajo tan
meticuloso en la casa de Dream Lake que cualquier maestro carpintero habría estado
orgulloso de que se lo atribuyeran. Peter trabajaba hasta muy tarde por la
noche lijando, puliendo, tiñendo y pintando. Mientras comía tantas barras de
caramelo para inducir un shock diabético
a una persona normal.
Gracias
a la insistencia del fantasma, comía de forma regular a lo largo del día,
aunque habría tenido que comer mucho más para compensar el déficit de calorías,
dado que estaba acostumbrado a consumir muchas en forma de alcohol.
Peter
vio a Lali en dos ocasiones. Una para recoger muestras de pintura: habían
tardado cerca de un minuto y medio y luego él se había ido. La segunda vez, Lali
había ido a la casa para que Peter le enseñara los progresos de la reforma. Él
se había comportado con profesionalidad. Ella había estado comedida. Gavin e
Isaac, por su parte, se habían quedado tan fascinados por Lali que ninguno de
los dos había clavado ni un clavo hasta que se fue.
Por
lo que parecía, la visita de Lali apenas había afectado a Peter. Sabía levantar
un muro y reforzarlo para que nada pudiera atravesarlo. Ella ya no tenía modo
de llegar hasta él y seguramente era lo mejor. Aun así, el fantasma no podía
dejar de lamentarlo. Peter, por su parte, se negaba a hablar de lo que todavía
sentía por Lali, en caso de que sintiera algo. El tema era tabú.
El
fantasma lo entendía.
Una
mujer puede hacerte eso: llegar al lugar de tu alma donde está lo mejor y lo
peor de ti. Una vez allí, ese lugar es suyo y no lo deja nunca.
Por
eso no le había contado a Peter sus recuerdos recién recuperados de Elena, las
escenas que se desarrollaban ante él como una película.
Elena
era la más joven y vivaracha de las tres hijas de Weston Stewart; un ratón de
biblioteca, divertida y lo bastante miope como para tener que usar gafas para
leer: unas bonitas gafas de ojo de gato con la montura negra que le encantaba
ponerse para fastidiar a Jane, su madre. Elena nunca atraparía a un hombre con
aquellas gafas, le había dicho esta, y Elena le había asegurado que usándolas
atraparía al hombre adecuado.
El
fantasma recordaba haber estado a solas con ella en la casa de Dream Lake,
después de compartir un picnic junto al lago. Elena le había leído un artículo
que había escrito sobre los institutos de la zona, que habían prohibido a las
chicas que se pintaran la cara, refiriéndose al uso de pintalabios, colorete o
maquillaje en polvo. Las alumnas del condado de Whatcom se habían opuesto a la
norma, y Elena había entrevistado a los directores de tres centros distintos
acerca de la controversia.
«El
uso de lápiz de labios da al traste con la primera barrera para la naturaleza
de una chica —había citado Elena a uno de los directores, con los ojos
relucientes de regocijo detrás de los cristales de las gafas—. Luego vendrán
los cigarrillos, después el licor y al final se cometerán actos innombrables.»
—¿Qué
clase de actos innombrables? —le había preguntado él, besándole la mejilla, el
cuello, la suave y minúscula zona de detrás de la oreja.
—Ya
lo sabes.
—No.
Descríbeme uno.
Elena
soltado una tremenda carcajada.
—No.
Él
había insistido, sin embargo, besándola y burlándose, intentando atraerla hacia
sí tirando de sus manos. Ella había reído y fingido oponerse, sabiendo cómo
despertar su deseo.
—Dime
solo qué partes del cuerpo están implicadas —le había dicho y, cuando ella se
había seguido negando, le había hecho sugerencias acerca de qué podía
constituir un acto innombrable.
—Diciendo
cochinadas no conseguirás nada —le había dicho ella remilgada.
Él
había sonreído.
—Ya
he conseguido pasar de los cuatro primeros botones de tu blusa.
Elena
se había puesto colorada y se había quedado quieta mientras él le susurraba,
desabrochándole todos los botoncitos...
El
recuerdo de la intimidad física con Elena era embriagador. El deseo y el placer
que un alma podía experimentar eran mucho más intensos y profundos que la mera
sensación física.
El
día en que volvería a verla se acercaba, pero atemperaba la viva expectativa la
sensación de que algo no estaba bien, de que había algo que necesitaba saber y
debía corregir. Agradecía el tiempo que Peter pasaba en la casa del lago, que
le habían aportado bastantes hilos de telaraña para tejer con ellos uno o dos
recuerdos. Sin embargo, con eso no le bastaba. Le hacía falta volver a
Rainshadow Road: allí había sucedido algo que tenía que recordar.
Tras
revisar el almacén donde ella y Mery guardaban piezas de mobiliario
desparejadas, cuadros enmarcados y otras cosas para las que no habían
encontrado ningún uso, Lali había reunido una colección de objetos para la casa
de Dream Lake. Entre ellos había unas taquillas metálicas antiguas de bolera
con cada puerta cuadrada pintada de un color diferente, un reloj de pared en
forma de taza de café y una estructura de cama victoriana verde azulada de
hierro forjado. También había conseguido varios muebles del antiguo apartamento
de Elena que habían sido enviados a Friday Harbor: cosas como un conjunto de
sillas de cuero, una mesa hecha con un baúl de mimbre y una colección de
teteras que expondría en una librería empotrada. La mezcla extravagante
quedaría bien en las líneas limpias de la casa reformada y Lali sabía que a su
abuela siempre le habían gustado los toques banales a su alrededor.
Hacía
seis semanas que Peter había empezado a reformar la casa. Fiel a su palabra, la
cocina estaba terminada, así como el dormitorio principal y el baño. Como el
suelo original había resultado estar demasiado estropeado, Lali había permitido
que Peter instalara uno laminado de arce, de un tono miel, y tenía que admitir
que quedaba muy bonito y sorprendentemente natural. Faltaban por terminar el
segundo dormitorio y el aseo, y el garaje todavía estaba por empezar, lo que
significaba que Peter pasaría tiempo en la casa una vez que Lali y Elena se
hubieran mudado a ella. Lali no estaba segura de qué le parecía eso. Las
últimas veces que lo había visto, la tensión de la mutua incomodidad los había
hecho comportarse con torpeza.
Peter
parecía más saludable, más descansado, y ya no tenía ojeras. Pero sus contadas
sonrisas habían sido tan afiladas como la hoja de un cuchillo y en la boca se
le notaba la amargura de un hombre que sabe que nunca tendrá lo que realmente
quiere. Su distanciamiento no habría molestado tanto a Lali de no haber visto
su otra cara.
Con
ayuda de Mery, Lali iba pasar un par de días dejando lista la casa con platos,
ropa de cama, cuadros y otras cosas para hacerla acogedora. Luego iría a
Everett a recoger a su abuela para llevarla a la isla.
Las
enfermeras de Elena la habían ido poniendo al corriente acerca de la terapia física
y la medicación que le daban. También le habían advertido que Elena había
empezado a mostrar síntomas de agitación nocturna, lo que significaba que a
última hora de la tarde o por la noche podía estar agitada y preguntar cosas
repetidamente con más frecuencia de la usual.
Durante
el curso de varias conversaciones, Colette Lin, la asistenta social, había
ayudado a Lali a entender qué podía esperar en un futuro: que cuando Elena
perdiera una capacidad, no era probable que la recuperara; que tendría dificultades
para secuenciar y haría las cosas en el orden incorrecto, hasta que algo tan
sencillo como preparar una cafetera o hacer la colada le resultaría imposible.
Al final, su estado se deterioraría hasta el punto en que empezaría a vagar de
un lado a otro y a perderse. Entonces habría que internarla en una institución
cerrada por su propia seguridad.
Costaba
descifrar el humor de Elena, sobre todo por teléfono, pero parecía estar
afrontando su enfermedad con la misma mezcla de pragmatismo y sentido del humor
que había demostrado toda su vida. «Di a todo el mundo que mi demencia es de
inicio temprano —le dijo a Lali con una risita traviesa—. Así creerán que soy
más joven.» En otra ocasión le soltó: «Todas las noches, prepares lo que
prepares para cenar, dime que es mi plato favorito. No me acordaré de si lo es
o no.» Cuando Lali le había dicho a Elena que había encontrado una enfermera
para que la cuidara en casa por las mañanas, mientras ella estuviera
trabajando, Elena se había limitado a preguntarle: «¿Sabe hacer la manicura?»
—Sé
que en el fondo tiene que estar asustada —le dijo Lali a Mery la noche antes de
que empezaran el traslado a la casa del lago—. Es como si la estuvieran
deshaciendo a trocitos y nadie puede hacer nada para detener el proceso.
—Pero
sabe que estará segura. Sabe que tú estarás a su lado.
—Ahora
lo sabe. —Lali se puso a acariciar a Byron,
que acababa de acurrucarse en su regazo—. Pero puede que no siempre lo sepa.
Después
de ofrecerle una copa de vino a Lali, Mery sirvió otra y se sentó en el otro
extremo del sofá.
—Es
extraño, cuando lo piensas —dijo—. Cuando piensas en lo que eres, quitando los
recuerdos y los deseos.
—No
eres nada... —sugirió Lali.
—No.
Eres un alma. Un alma que viaja... y la vida en este mundo no es más que parte
de ese viaje.
—¿Qué
crees que sucede cuando morimos?
—Según
mi familia, o al menos de mi familia materna, algunas almas son lo bastante
afortunadas como para subir a la suprema fuerza vital. El cielo o como te guste
llamarlo. —Mery cruzó las piernas y se puso más cómoda en la esquina del sofá—.
Pero otras almas, que han cometido errores durante su vida terrenal, tienen que
ir a una especie de zona de espera.
—¿Qué
clase de zona de espera?
—No
estoy segura. Pero es su ocasión para entender lo que han hecho mal y aprender
de sus errores. El aquelarre lo llama Summerland.
Byron se enroscó sombre sí mismo en el
regazo de Lali y se puso a ronronear. Lali tomó un sorbo de vino y estudió a su
prima con una sonrisa perpleja.
—¿Acabas
de referirte a un aquelarre? ¿Uno de los de brujería?
—¡Oh!
¡No es más que una broma de mi madre y sus amigas! —dijo Mery, quitándole
importancia con un gesto de la mano—. Llamaban a su grupo un aquelarre para
siempre. Incluso le pusieron nombre: El círculo de cristal.
—¿Tú
formabas parte de él?
Mery
ahogó una risita.
—¿Me
has visto alguna vez montada en el palo de una escoba?
—Ni
siquiera te he visto pasar la aspiradora. —Lali sonrió con los labios en la
copa, pero levantó la cabeza en cuanto se le ocurrió algo—: ¿Qué me dices de
esa vieja escoba que hay en tu armario?
—Mi
madre me la dio: un elemento rústico de decoración. Me gusta guardarla con la
ropa porque huele a canela. —Puso una mueca cómica cuando vio la expresión de Lali—.
¿Qué?
—¿Cómo
se llama una persona que abandona su religión?
—No
practicante.
—Me
parece que tú debes de ser una bruja no practicante.
Aunque
Lali lo dijo en broma, Mery la miró de un modo extrañamente penetrante antes de
preguntarle con una sonrisa:
—¿Supondría
para ti alguna diferencia si lo fuera?
—Pues
sí. Querría que lanzaras un hechizo para que mi abuela mejorara.
La
expresión de la cara de su prima se dulcificó.
—Me
temo que los hechizos no pueden sacarla del camino que lleva. Si lo intentara,
las cosas solo empeorarían. —Estiró una larga pierna y frotó el pelaje de Byron con el pie—. Todo lo que puedo
hacer es ser su amiga —dijo—. Valga eso lo que valga.
—Vale
muchísimo.
Continuará...
+10 :)
ya quiero q venga otro chico para q Peter se ponga celoso jajaa
ResponderEliminarme encanta mas :)
Me encanta
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ResponderEliminar:)
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ResponderEliminarmaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas
ResponderEliminarGus como k va queriendo ver a Peter y Lali juntos
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