—Volveré mañana —consiguió decir.
—Antes
tómate esto. —Lali empujó la taza hacia él.
Peter
miró el café. Le había puesto nata. Él siempre tomaba el café solo, pero cogió
la taza con ambas manos. Para su mortificación, la taza se sacudió
violentamente y el contenido rebosó el borde.
Lali
lo miraba fijamente. Hubiera querido insultarla y dejarla allí plantada, pero
su mirada lo retuvo, no lo dejó marchar. Aquellos ojos veían demasiado, veían
cosas que él llevaba toda la vida ocultando. Lali no podía evitar ver lo cerca
que estaba de desmoronarse pero, por su expresión, no lo juzgaba; solo había en
ella bondad, compasión.
Sintió
la repentina necesidad de arrodillarse y apoyar la cabeza contra ella,
suplicante, pero de algún modo logró mantenerse de pie, balanceándose sobre sus
piernas tiesas.
Con
cuidado, Lali puso sus manos sobre las de él, de modo que los dos sostenían la
taza. Aunque las tenía mucho más pequeñas, lo agarraba con sorprendente
firmeza, conteniendo el temblor.
—Vamos
—le susurró.
Le
llevó la taza a los labios, impidiendo que le temblaran las manos. Tomó un
sorbo. El líquido, caliente y suave, fue un bálsamo para su reseca garganta y
se fundió con el frío de sus entrañas. Era ligeramente dulce y el toque de nata
suavizaba el sabor amargo. Fue tan inesperadamente bueno que se bebió el resto
de un trago. Sus venas le zumbaron con una gratitud rayana en la adoración.
Lali
apartó las manos.
—¿Más?
Él
asintió con un murmullo ronco.
Ella
sirvió otra taza y le añadió nata y azúcar, mientras el sol entraba por las
persianas de la ventana y le iluminaba el pelo. Cayó en la cuenta de que estaba
preparando el desayuno para un montón de huéspedes que pagaban por él. Todavía
se estaban cociendo cosas sobre los fogones y en el horno. No solamente la
había interrumpido mientras trabajaba, sino que se había quedado allí
despotricando sobre su horario como si fuera mucho más importante que el de
ella.
—Estás
ocupada —murmuró, como preludio de una disculpa—. No tendría que...
—No
pasa nada —le respondió ella amablemente.
Dejó
la taza en la mesa y retiró una silla. Era evidente que pretendía que se
sentara en ella.
Peter
miró cauteloso a su alrededor, preguntándose lo que el fantasma sacaría de
aquello, pero, afortunadamente, no se lo veía por ninguna parte. Se sentó a la
mesa y se tomó el café despacio, sin ayuda aunque con cuidado.
Lali
trabajaba en la encimera. El tintineo de los utensilios, el sonido de cacharros
y platos manejados con destreza era extrañamente relajante. Podía quedarse allí
sentado y nadie lo molestaría. Cerró los ojos y se zambulló en una momentánea
sensación de paz, de estar a salvo.
—¿Otro?
—la oyó preguntar.
Él
asintió con un gesto.
—Antes
prueba esto. —Le puso delante un plato de comida. Cuando se inclinó hacia él
percibió el perfume de su piel, fresco y dulce, como empapada en té dulce.
—No
creo que pueda...
—Inténtalo.
—Puso los cubiertos en la mesa y volvió a los fogones.
El
tenedor era tan pesado como un mazo de plomo. Peter miró el plato, que contenía
una ordenada porción de capas de pan, ligeramente hinchada y dorada por encima.
—¿Qué
es? —le preguntó.
—Una
cazuela de desayuno.
Peter
tomó un cauteloso bocado y descubrió que la cazuela poseía una ligera suavidad
cremosa. Era como una quiche pero mucho más delicada, con la textura perfecta
para liberar una insinuación de tomate maduro y queso suave. Notó el sabor de
la albahaca en la lengua al final, una nota limpia y penetrante.
—¿Te
gusta? —oyó que le preguntaba Lali.
Ni
siquiera pudo responder. Se le había despertado un hambre atroz y estaba
enteramente dedicando a comer.
Lali
le trajo un vaso de agua fría. Cuando hubo vaciado el plato, Peter dejó el
tenedor y se la bebió, evaluando su estado físico. El cambio era poco menos que
milagroso. El dolor de cabeza se le estaba pasando y los temblores habían
desaparecido. Estaba saciado de sabor y de calidez... era como estar borracho
de comida.
—¿Qué
lleva esto? —le preguntó con la voz distante, como si hablara en sueños.
Lali,
que había vuelto a llenarle la taza de café, apoyó la cadera en la mesa y lo
miró. Tenía las mejillas satinadas por el calor de los fogones.
—Pan
francés que yo misma horneo. Tomates que compro en el mercadillo de los
granjeros. El queso se hace en la isla Lopez y los huevos los han puesto esta
mañana las gallinas Wyandotte. La albahaca es del huerto de hierbas de ahí
fuera. ¿Te apetece otra porción?
Peter
podría haberse comido una bandeja entera, pero negó con un gesto de cabeza,
decidiendo que sería mejor no forzar su suerte.
—Debería
dejar un poco para tus huéspedes.
—Hay
de sobra.
—Estoy
bien. —Tomó un sorbo de café y la miro fijamente—. Nunca habría pensado...
—Calló, incapaz de describir lo que acababa de sucederle.
Lali
pareció entenderlo. Una leve sonrisa le iluminó la cara.
—A
veces mi cocina surte una especie de... efecto sobre la gente.
A
Peter le cosquilleó la nuca de un modo agradable.
—¿Qué
clase de efecto?
—No
pienso demasiado en ello. No quiero estropearlo. Pero a veces parece que hace
que la gente se sienta mejor de un modo... mágico. —Su sonrisa se volvió
atribulada—. Estoy segura de que tú no crees en esas cosas.
—Estoy
sorprendentemente abierto a todo —dijo Peter, consciente de que el fantasma
deambulaba al fondo de la cocina.
—Mírate.
—El fantasma parecía aliviado—. No te va a dar un patatús, ni vas a morirte.
Los
maullidos del gato en la puerta posterior, a través de cuya malla se veía la
bola peluda, habían llamado la atención de Lali. En cuanto lo dejó entrar, Byron se sentó y se la quedó mirando,
moviendo la cola impaciente.
—Pobre
pequeño monstruo peludo —zureó Lali, poniendo una cucharada de algo en un plato
que dejó luego en el suelo.
El
gato engulló aquella delicia con ferocidad. Parecía la clase de mascota capaz
de comerse a su dueño.
—¿No
va contra las normas sanitarias dejarlo entrar aquí? —preguntó Peter.
Byron no puede acercarse al comedor ni a
las zonas donde se prepara la comida. Además solo pasa en la cocina unos
minutos al día. Se pasa casi todo el tiempo durmiendo en el porche o en la casa
de atrás. —Fue a recoger el plato de Peter. El peto del delantal dejaba ver lo
bastante del exuberante escote como para darle mareos. Hizo un esfuerzo para
apartar los ojos y mirar a Lali a la cara.
—Estás
así porque bebiste demasiado —le dijo con dulzura.
—No
—repuso Peter—. Estoy así porque no bebí.
Lo
miró atentamente.
—¿Lo
dices en serio?
Peter
hizo un breve gesto de asentimiento. Tenía incontables razones para marcharse,
pero la más importante era que no quería tener tanta necesidad de nada. Lo
había pillado con la guardia baja porque acababa de darse cuenta de lo mucho
que dependía de la bebida. Le había resultado fácil justificarse diciéndose que
no era un problema porque no estaba sin hogar ni iba desgreñado, porque nunca
lo habían detenido. Seguía siendo un hombre capaz de valerse. Pero después de
lo que le había pasado aquella mañana, no podía negar que tenía un problema.
Una
cosa era ser aficionado a beber y otra ser alcohólico.
Lali
fue a dejar sus platos en el fregadero.
—Por
lo que he oído —le dijo por encima del hombro—, no es un hábito fácil de dejar.
—Ya
lo estoy viendo. —Peter se levantó de la mesa—. Vendré mañana por la mañana a
recoger el cheque.
—Ven
temprano —le dijo Lali con aplomo—. Estoy preparando harina de avena.
Se
miraron de una punta a la otra de la cocina.
—No
me gustan las gachas —repuso Peter.
—Las
mías te gustarán.
Peter
no podía dejar de mirarla. Era tan suave, estaba tan radiante, que se permitió
pensar, solo por un instante, cómo sería tenerla debajo. La magnitud de la
atracción que sentía por ella era abrumadora. Quería cosas de ella que no había
querido jamás de nadie, cosas que iban más allá del sexo y ninguna de las
cuales era posible. Era como estar al borde de un precipicio, luchando por no
caer al vacío mientras el viento lo empujaba por detrás.
Lali
le devolvió la mirada al mismo tiempo que se ruborizaba intensamente. El rubor
contrastaba con el castaño brillante de su pelo.
—¿Cuál
es tu plato preferido? —le preguntó, como si aquella pregunta fuera
tremendamente íntima.
—¿No
tengo ningún plato preferido?
—Todo
el mundo tiene uno.
—Yo,
no.
—Tiene
que haber algo... —El temporizador interrumpió su diálogo—. Son las siete y
media. Tengo que servir el café a los primeros huéspedes. No te vayas, vuelvo
enseguida.
Sin
embargo, cuando volvió Peter se había ido. Encontró una nota pegada a la pared
del fregadero, escrita con tinta negra: Gracias.
Cogió
la nota y la acarició con el pulgar. Un dulce dolor, terrible, le atenazó el
pecho.
A
veces, pensó, puedes resolver el problema de alguien, pero hay ciertos
problemas de los que tiene que salir uno mismo.
Todo
lo que podía hacer por Peter era tener esperanza.
Continuará...
+10 :)
Cada vez mas interesantee!!! Más!
ResponderEliminarMas!!
ResponderEliminarMAAAAAAAS!!
ResponderEliminarDeberias hacer maraton!! :)
ResponderEliminarHaz un maraton ya quiero que peter deje de tomar definitivamente y que empice aceptar a lali porfavor
ResponderEliminarmaaaaaaqaaaaaaaaaaaaaaaassssss!!!!
ResponderEliminarMaaaaaaas
ResponderEliminarOtroooo
ResponderEliminar++++++
ResponderEliminar:)
ResponderEliminarMas porfis!!
ResponderEliminarYa se admite a si mismo k siente algo diferente d lo k sentía antes x otras
ResponderEliminarHay !!!!! Se esta habiendo un poco a lali !!!! Y ya aceptó lo de en alcohol ... Es un buen paso .... Esto de tener que leer los capa el fin se semana me desespera , los leo pero no comentó en todos ... Me guata mucho la Nové
ResponderEliminarPoniéndome al día con estos capítulos, me encantan este tipo de historias
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