Al oír lo que había dicho Lali, el fantasma, que hasta el momento había
pasado inadvertido en segundo plano, exclamó:
—¡Toma
ya! —Y huyó.
Pasmado,
Peter miró a Lali a la cara.
—No
sabía que fuera gay cuando nos casamos —dijo precipitadamente ella antes de
darle tiempo a reaccionar—. Chris tampoco lo sabía, o al menos no estaba
preparado para asumirlo. Se preocupaba sinceramente de mí y pensaba... tenía la
esperanza... de que casándose conmigo todo se resolvería. Que conmigo tendría
bastante. Pero no fui suficiente para él. —Calló, con la cara roja de
vergüenza. Metió la mano libre debajo del chorro del grifo y luego se refrescó
las mejillas con los dedos húmedos y fríos. Ver las gotitas bajando por su
suave piel fue casi demasiado para Peter que, con cuidado, apartó el brazo de
su espalda.
Animada
por su silencio, Lali siguió hablando.
—«Una
mujer con tu aspecto...» He oído esa frase toda mi vida y nunca implica nada
bueno. La gente que lo dice siempre cree saber exactamente quién soy sin
haberse molestado en conocerme. Me consideran tonta, o falsa o una intrigante.
Dan por supuesto que lo único que me interesa es tener sexo o... bueno, ya
sabes lo que dan por supuesto. —Lo miró fugazmente, circunspecta, como si
esperara que se burlara de ella. Como no fue así, inclinó la cabeza y
prosiguió—: Maduré mucho antes que las demás. A los trece ya usaba una talla
ochenta y cinco de copa. Debido a mi aspecto no les caía bien a las otras chicas,
que esparcían rumores sobre mí en la escuela. Los chicos me gritaban cosas
cuando pasaban en coche a mi lado. En el instituto, me pedían para salir solo
para poder propasarse y mentir a sus amigos acerca de lo lejos que les había
permitido llegar. Así que durante una temporada dejé por completo de salir. No
me fiaba de nadie. Luego Chris y yo nos hicimos amigos. Era inteligente y
divertido y amable, y no le importaba mi aspecto. Empezamos a salir: íbamos
juntos a todas partes y nos ayudábamos mutuamente en los malos momentos.
—Esbozó una sonrisa melancólica—. Chris ingresó en la facultad de derecho y yo
en la escuela de cocina, pero continuamos estando unidos. Hablábamos a todas
horas por teléfono y pasábamos juntos los veranos y las vacaciones... hasta que
al final esa dinámica nos llevó al matrimonio.
Peter
no estaba del todo seguro de cómo había llegado a estar en aquella situación,
allí de pie junto al fregadero, con Lali sincerándose con él. No quería oír
nada de todo aquello. Siempre había detestado hablar de los problemas íntimos,
ya fueran los suyos o los de otro. Pero Lali seguía hablando y él no encontraba
el modo de conseguir que dejara de hacerlo. Luego se dio cuenta de que si
realmente hubiera querido que se callara, a aquellas alturas ya lo habría
conseguido. En realidad quería escucharla, entenderla, y aquello le daba un
miedo de muerte.
—Antes
de casaros, los dos... —le preguntó, antes de poder evitarlo.
—Sí.
—Lali tenía la cara parcialmente vuelta, pero vio la curva rosada de su mejilla
bajo el abanico oscuro de sus pestañas—. Fue afectuoso. Fue... bonito. No
estaba segura de si alguno de los dos había llegado al orgasmo, pero no tenía
la experiencia necesaria para saberlo. Pensé que con el tiempo nos iría mejor.
«Afectuoso.
Bonito.» Acosaban a Peter
pensamientos lascivos. La veía desnuda e imaginaba lo que habría hecho con ella
de haber tenido ocasión. Los bucles relucientes de su pelo caían como lazos en
espiral y no pudo evitar tocárselos, jugar con los sedosos mechones.
—¿Cuándo
te enteraste?
Lali
inspiró profundamente cuando con las yemas de los dedos tocó la curva de su
cuero cabelludo y se lo acarició con dulzura.
—Me
contó que tenía una aventura con un hombre, con un abogado de su bufete. No
había sido su intención que pasara. No quería herirme, pero a nuestra relación
le faltaba algo y nunca había sabido qué.
—Dado
que se acostaba con otro tío es bastante evidente lo que le faltaba —comentó Peter.
Lali
lo miró repentinamente, pero cuando vio en sus ojos un brillo burlón se relajó.
Deslizando
la mano hasta su nuca, Peter se deleitó con la textura fresca y suave de su
piel y de los músculos. Era como si la cocina respirara a su alrededor con
corrientes de aire dorado que arrastraban el agridulce aroma de la corteza de
limón, la dulzura húmeda y fría de las encimeras de madera restregada, el rico
olor de los pasteles, la limpia y penetrante canela y el perfume penetrante del
negro café. Todo aquello estimulaba el hambre . Era como si Lali formara parte
del festín que lo rodeaba y estuviera hecha para ser probada y sentida y
disfrutada sensualmente. Lo único que lo mantenía apartado de ella era un resto
de honor que estaba a punto de perder. Si se permitía hacer lo que deseaba, si Lali
no lo detenía, él acabaría siendo lo peor que le había pasado. Tenía que
hacérselo entender.
—En
el instituto yo era el típico imbécil que se habría burlado de ti y te hubiera
acosado.
—Lo
sé. —Al cabo de un momento, Lali añadió—: Me habrías llamado «superficial y tonta».
Como
mínimo. Peter estaba furioso con el mundo, odiaba todo lo que no podía tener, y
habría odiado en particular a una persona tan amable y tan hermosa como Lali.
Ella inspiró
profundamente antes de preguntarle:
—¿Eso
me consideras ahora?
Aunque
acababa de servirle en bandeja el modo perfecto para poner distancia entre
ambos, Peter no se aprovechó de ello. En lugar de eso le dijo la verdad.
—No.
Te considero inteligente. Creo que eres buena en lo que haces.
—¿Me
encuentras... atractiva? —le preguntó dudosa.
Peter
estaba abrumado por el deseo de demostrarle exactamente lo atractiva que la
encontraba.
—Eres
terriblemente atractiva y, si pensara que eres capaz de manejar el problema que
represento, no estaríamos aquí de pie hablando. Ya te habría arrastrado hasta
el rincón oscuro más cercano y... —Calló de pronto.
Lali
lo miró de un modo que costaba interpretar.
—¿Por
qué estás tan seguro de que no podría manejarte? —le preguntó finalmente.
No
sabía lo que esperaba que le respondiera un hombre que no recordaba lo que era
la inocencia. La agarró del pelo sin violencia y la obligó a acercar su cara a
la suya. Los bucles castaños se le enredaban en los dedos y le hacían
cosquillas en el dorso de las mano.
—Soy
un bastardo en la cama, Lali —le dijo en voz baja—. Soy endiabladamente egoísta
y un miserable. No soy... amable.
—¿A
qué te refieres?
No
estaba dispuesto a hablar de sus preferencias sexuales con ella.
—No
entremos en detalles. Todo lo que te hace falta saber es que yo no hago el amor
con las mujeres, yo las utilizo. Para ti, el amor es cariño, honestidad, dedicación...
Pues bien, yo no aporto nada de eso en la cama. Si eres lo inteligente que creo
que eres, no pondrás en duda lo que acabo de decirte.
—No
lo hago —se apresuró a decir Lali.
Apartándole
la cabeza apenas, Peter la miró a los ojos.
—¿En
serio?
—Sí.
—Tras una leve vacilación, sin embargo, Lali apartó los ojos, con los labios
fruncidos en una sonrisa contenida—. No —admitió.
—Maldita
sea, Lali —exclamó él frustrado, sobre todo porque ella trataba de no sonreír,
como si lo considerara un gatito intentando parecer un tigre. Estaba jugando
con fuego. No podía comprender ni por asomo la depravación de su vida amorosa.
Él se conocía; sabía cómo hacer daño a los demás... Sabía Dios cuán a menudo lo
había hecho.
La
diversión que aleteaba en sus labios lo enloqueció. Antes de darse cuenta de lo
que hacía, la besó en la boca, sujetándole la cabeza para que no pudiera
echarse hacia atrás. Esperaba que se resistiera. Quería asustarla, darle una
lección. Sin embargo, tras una leve sorpresa inicial, Lali se apoyó en él sin
oponer resistencia, enlazó los dedos entre su pelo y le acarició la cabeza. Peter
estaba avergonzado de la fuerza de su propia respuesta. Le habría sido tan
imposible apartarla como partir en dos una barra de acero.
Sabía
a azúcar de lavanda. Besos dulces como el perfume del Don Diego de noche, que
centraban todos sus sentidos en aquel preciso instante, en aquella única y
deslumbrante percepción de placer.
Se
dio cuenta demasiado tarde de que ella no era la única que jugaba con fuego.
Él
también lo hacía.
Se
inclinó para abrazar las curvas y la piel suave como el caqui y el sedoso
calor. Su cuerpo era tan exuberante, tan diferente de la delgadez de su ex
esposa, que siguió ajustando su abrazo, intentando que encajara más estrechamente
contra él, y la fricción voluptuosa lo excitó de un modo insoportable.
Una
vez, siendo todavía un quinceañero, durante un viaje a Westport con amigos para
practicar el surf, había calculado mal una ola de casi dos metros, que lo había
tirado y hecho rodar como la carga de una lavadora hasta que por fin lo había
escupido en la playa, tan desorientado que había tardado unos cuantos minutos
en recordar cómo se llamaba. En aquel momento se sentía igual, solo que esta
vez quería volver a zambullirse y no volver a salir a la superficie para
respirar jamás.
Le
puso las manos en la cintura y las movió hacia arriba, a tientas. Llegó hasta
el pecho y se topó con un sujetador de tirantes resistentes, pensados para
sostener unas curvas considerables. Recorrió los tirantes con las yemas de los
dedos en una lenta caricia hasta sus hombros y de nuevo hacia abajo.
Lali
apartó la boca. Peter se quedó allí¸ respirando entrecortadamente. Ella le
sostenía la mirada, sus ojos de un café purísimo, perezosos y penetrantes. No
comprendía lo cerca del precipicio que estaba. Se llevó las manos a la espalda
para desabrocharse el delantal y luego se lo sacó por la cabeza. La prenda cayó
al suelo. Poniéndose de puntillas, volvió a besarlo, tocándole las mejillas,
acariciándolo con ternura. Aquel momento lo perseguiría el resto de su vida: su
boca, el ardor con el que había respondido al contacto con ella, el modo en que
los momentos transcurrían, a la deriva como las chispas de una hoguera, y se
desvanecían antes de que lograra atraparlos.
Sintió
cómo ella intentaba cogerle las manos y tirar de él. Quería que la tocara. ¡Que
Dios lo ayudara! Si empezaba, ya no sería capaz de parar. Sin embargo, su
voluntad flaqueaba con la oleada de puro deseo y resistirse a ella ya le
resultaba tan imposible como hacer que su corazón dejara de latir. Lali lo
agarró por la muñeca y se llevó su mano a la parte delantera de la camiseta.
Los dedos de él rozaron su pecho, el pezón tieso bajo el encaje elástico del
sujetador. Se quedó un segundo sin respiración. Abrió la mano para acunar
aquella carne exuberante, acariciando en círculos el pezón hasta que Lali
suspiró contra sus labios.
Peter
recuperó su mano y tuvo que agarrarse detrás de ella al borde del fregadero
para no perder el equilibrio. Había perdido por completo la calma. Que Lali
empezara a darle delicados besitos eróticos en el cuello y tironcitos con los
labios no contribuyó a que la recuperara. Su cuerpo era únicamente necesidad y
sensaciones. Se inclinó para cogerle los pechos con ambas manos,
levantándoselos y estrujándoselos. Lali abrió los ojos al notar la presión
punzante, evidente incluso a través de las capas de ropa. Él la atrajo hacia
sí, para que notara lo mucho que la deseaba, permitiendo que su parte más dura
se desplazara con íntima exactitud contra la parte más blanda de ella, que se
estremeció con un ronroneo vibrante en la garganta... hasta que el ronroneo se
convirtió en un grito que nada tenía que ver con el placer.
Los
dos habían olvidado la quemadura del brazo y se la había rozado accidentalmente
con el hombro. Aquello tenía que haberle dolido endiabladamente y, al darse
cuenta, Peter volvió a la realidad. Se apartó y, con cuidado, le sujetó el
brazo para mirárselo. La zona de la quemadura, del tamaño de una moneda de
veinticinco centavos, estaba morada, con la piel brillante e hinchada.
Lali
alzó la cabeza para mirarlo, con las mejillas y la boca enrojecidas por los
besos. Le puso la mano en la cara y él notó la vibración de su palma.
Ella
iba a decirle algo, pero un maullido sobrenatural se lo impidió.
—¿Qué
demonios ha sido eso? —preguntó Peter con la voz ronca, furioso de que lo
sacaran de su sueño erótico, con el corazón desbocado.
Los
dos miraron hacia la fuente del sonido, que provenía de cerca de sus pies. Unos
ojos verdes los miraban torvamente entre una bola espesa de pelo blanco con el
cuello grueso rodeado por un collar adornado con cristales relucientes.
—Es
Byron —dijo Lali—. Mi gato.
Era
un gato enorme de aspecto misterioso con la cara chata y suficiente pelo para
al menos otros tres como él.
—¿Qué
quiere? —preguntó Peter, contrariado.
Lali
se inclinó a acariciar el animal.
—Que
le presten atención —dijo con pesar—. Se pone celoso.
Byron ronroneó en respuesta a sus
caricias, rivalizando con el motor de un Cessna.
—Podrás
prestarle atención cuando me vaya. —Peter cerró el grifo y cogió el botiquín.
Agradecido por la distracción, lo llevó a la mesa y se sentó, indicando con un
gesto la silla de al lado—. Siéntate aquí.
Lali
obedeció, mirándolo perpleja.
Peter
le puso el brazo sobre la mesa con la quemadura hacia arriba. Buscó un tubo de
crema antibiótica y le aplicó una gruesa capa, concentrado en la tarea. Le
temblaba el pulso.
Lali
se inclinó hacia el suelo para acariciar al gato, que hacía ochos entre las
patas de la silla.
—Peter
—le preguntó en voz baja—, ¿vamos a...?
—No.
—Sabía que ella quería hablar del asunto, pero la negación era una destreza
perfeccionada a lo largo de generaciones por los Lanzani e iba a serle de la
máxima utilidad en aquella situación.
En
el silencio que siguió, Peter oyó la voz burlona del fantasma.
—¿Seguro?
Aunque
le hubiera encantado darle una respuesta mordaz, guardó silencio.
Lali
estaba desconcertada.
—Tú...
¿pretendes fingir que lo que acaba de pasar no ha pasado?
—Ha
sido una equivocación. —Peter le aplicó un apósito y pegó los bordes adhesivos.
—¿Por
qué?
Él
no se molestó en disimular su impaciencia.
—Mira,
ni a ti ni a mí nos hace falta conocer al otro más de lo que ya nos conocemos.
No tienes nada que ganar y puedes perderlo todo. Necesitas encontrar a un tipo
decente con el que salir, alguien que se lo tome con calma, y con quien puedas
hablar acerca de sentimientos y todas esas sensiblerías. Necesitas a un tipo
agradable, y yo no lo soy.
—Totalmente
de acuerdo —metió baza el fantasma.
—Así
que, por favor, vamos a olvidarnos de esto —prosiguió Peter—. Sin discusiones,
sin escenas. Si quieres buscar a otro contratista para la reforma, lo entenderé
perfectamente. De hecho...
—No
—protestó el fantasma.
—Te
quiero —dijo Lali, y se puso muy colorada—. Lo que quiero decir es que tú eres
la persona adecuada para este trabajo.
—Ni
siquiera has visto los bocetos aún.
El
fantasma daba vueltas a su alrededor.
—No
puedes dejarlo. Me hace falta pasar tiempo en esta casa —le dijo.
«Que
te den», pensó Peter.
Poniendo
mala cara, con los brazos cruzados sobre el pecho, el fantasma apoyó la espalda
en la puerta de la despensa.
Lali
cogió unas cuantas hojas de la mesa y las estudió.
Peter
cerró el botiquín.
—Ese
es el aspecto que tendrá la cocina cuando quitemos el tabique y lo sustituyamos
por una isla.
Había
añadido todos los elementos de almacenamiento posibles, así como una hilera de
ventanas que permitían que entrara la luz natural a raudales.
—Me
encanta lo abierta que es —dijo Lali—. Y la isla es perfecta. ¿Uno puede
sentarse a este lado?
—Sí.
Caben cuatro taburetes de barra. —Se inclinó hacia ella para señalarle la
página siguiente.
—Esta
es la configuración del otro lado: el cajón para el microondas, el de las
especias y una tabla oscilante para guardar el robot de cocina.
—Siempre
he querido tener una —dijo Lali, nostálgica—, pero todo esto tiene pinta de ser
caro.
—En
las especificaciones he incluido armarios de los que hay existencias, ya que
son mucho más baratos que los hechos a medida. Además, tengo un proveedor que
vende excedentes de materiales de construcción, así que ahorraremos en las
encimeras. Si el suelo de madera es salvable, eso también redundará en una
disminución de los costes.
Lali
cogió más hojas de la mesa.
—¿Qué
es esto? —Levantó un diseño del segundo dormitorio—. Aquí hay un vestidor, ¿no?
Él
asintió.
—He
incluido la opción de convertirlo en un baño completo.
—¿Un
baño completo en un espacio tan reducido?
—Sí,
es difícil. —Peter buscó el boceto del baño y se lo tendió—. No hay espacio
para un armario, pero puedo dejar un hueco en la pared con estantes, para las
toallas y los productos de baño. Creo que... —Dudó un instante—. Supuse que
viviendo con tu abuela probablemente te gustaría tener un poco de privacidad en
lugar de verte obligada a compartir el baño principal con ella.
Lali
siguió mirando el dibujo en perspectiva.
—Es
incluso mejor de lo que esperaba. ¿Cuánto tiempo tardarás en tenerlo todo
listo?
—Tres
meses, más o menos.
Ella
frunció el ceño.
—Mi
abuela saldrá de la residencia dentro de un mes. Puedo pagar para que siga allí
dos semanas más, pero probablemente no más.
—¿Puede
alojarse en la pensión?
—No
está preparada para ella. Hay demasiadas escaleras y, siempre que no podemos
alquilar una habitación, perdemos dinero, sobre todo en verano.
Peter
tamborileó con los dedos sobre la mesa, calculando.
—Puedo
dejar el garaje para más adelante y hacer que algunos de los subcontratistas
trabajen simultáneamente. De este modo la casa estaría habitable dentro de seis
semanas. Pero casi todos los acabados... las molduras, los revestimientos, la
pintura... seguirán pendientes, por no mencionar la instalación del aire
acondicionado. Tanto ruido y ajetreo seguramente molestarán a tu abuela.
—Estará
bien —dijo Lali—. Siempre y cuando la cocina y el baño principal estén listos,
lo toleraremos todo.
Peter
la miró con escepticismo.
—No
conoces a mi abuela —manifestó ella—. Le encantan el ruido y la actividad. Fue
reportera del Bellingham Herald
durante la guerra, antes de casarse.
—¡Qué
atrevida! —dijo Peter, y lo decía en serio—. En aquella época, una mujer que
escribía para un periódico seguramente era una...
—Descocada
—dijo el fantasma.
—...
descocada —repitió Peter, y cerró la boca, sintiéndose un idiota. Fulminó al
fantasma con la mirada pero disimuladamente. Descocada ... ¿qué significaba
aquella expresión?
Lali
sonrió enigmáticamente aquel término tan anticuado.
—Sí,
creo que lo era.
—Pregúntale
cómo es su abuela —le pidió el fantasma a Peter.
—Estaba
a punto de hacerlo —murmuró este.
Lali
levantó la cabeza del dibujo.
—¿Qué?
—Estaba
a punto de preguntarte cómo le va a tu abuela.
—La
terapia ayuda. Está cansada de estar en la residencia e impaciente por mudarse.
Adora la isla y lleva muchísimo tiempo sin vivir aquí.
—¿Antes
vivía en Friday Harbor?
—Sí,
la casa es suya... siempre ha sido de la familia, pero mi abuela se crio de
hecho en la casa de Rainshadow Road, esa que ayudabas a Gastón a restaurar.
—Viendo el interés de Peter, continuó—: Los Stewart, o sea, su familia, tenían
una fábrica de conservas de pescado en la isla, pero vendieron la casa de
Rainshadow mucho antes de que yo naciera. Nunca había puesto un pie en ella
hasta que fui a ver a Rochi.
Peter
oyó una imprecación del fantasma y le echó un vistazo. El espectro parecía
atónito, preocupado y emocionado.
—Peter
—le dijo—. Todo está relacionado. La abuela, Rainshadow Road, la casa del lago.
Tengo que enterarme de dónde encajo yo.
Peter
le hizo un breve gesto de asentimiento.
—No
la fastidies —le advirtió el fantasma.
—Vale...
—murmuró Peter para que se callara.
Lali
lo miró con cara de curiosidad.
—Está
bien —dijo rápidamente Peter—. Si quieres llevarla a Rainshadow Road para que
vea la casa, vale. Puede que disfrute de verla restaurada.
—Gracias.
Creo que le gustará. Iré a verla este fin de semana y se lo diré. Así tendrá
algo en perspectiva.
—Bien.
—Peter la observó mientras ella seguía mirando los bocetos. Lo conmovía que
estuviera haciendo algo notablemente desinteresado como sacrificar un año o más
de su vida para ocuparse de una abuela enferma. ¿La ayudaría alguien? ¿Quién se
ocuparía de Lali?—. Eh —le dijo con suavidad—. ¿Tienes a alguien para que te
eche una mano con esto? Me refiero a cuidar de tu abuela.
—Tengo
a Mery y a un montón de amigos.
—¿Qué
hay de tus padres?
Lali
se encogió de hombros como suele hacerlo la gente cuando intenta encubrir algo
desagradable.
—Mi
padre vive en Arizona. Él y yo no estamos demasiado unidos. A mi madre ni
siquiera la recuerdo. Nos abandonó cuando yo era muy pequeña. Así que mi padre
me dejó con la abuela para que me criara.
—¿Cómo
se llama? —preguntó el fantasma con asombro.
—¿Cómo
se llama tu abuela? —le preguntó Peter a Lali, con la sensación de estar
jugando al viejo juego del teléfono, ese en que una frase se va repitiendo
hasta que no tiene ningún sentido.
—Elena.
Me acogió en su casa cuando mi padre se fue a vivir a Arizona. Para entonces ya
era viuda, porque mi abuelo Gus había muerto unos años antes. Recuerdo el día
que mi padre me dejó en su casa, en Everett. Yo lloraba y Upsie fue tan dulce
conmigo...
—¿Upsie?
—Cuando
yo era pequeña —le explicó Lali tímidamente— decía siempre «Upsie-Daisy» cuando
me cogía en brazos, así que empecé a llamarla así. Total, cuando mi padre me
dejó con ella me llevó a la cocina y me puso encima de una silla para que
llegara a la encimera. Preparamos galletas las dos. Me enseñó a hundir los moldes
para galletas en harina de modo que luego los círculos de masa salieran
perfectos.
—Mi
madre preparaba galletas a veces —dijo Peter sin pensarlo. No tenía la
costumbre de revelar nada sobre su pasado a nadie.
—¿Partiendo
de cero o a partir de un preparado?
—De
un bote. Me gustaba mirarla mientras lo golpeaba contra la encimera hasta que
se partía por la mitad. —Lali parecía tan horrorizada que sintió un interno
regocijo—. No estaban malas —le dijo.
—Voy
a hacerte galletas de mantequilla ahora mismo —le propuso—. Puedo prepararlas
en un periquete.
Peter
sacudió la cabeza, apartándose de la mesa.
De
pie en la fragante cocina con su papel pintado de cerezas, Peter observó a Lali
ir a recoger su delantal de donde había caído al suelo. Se inclinó hacia él y
los pantalones vaqueros se le ajustaron al trasero en forma de corazón. Aquello
bastó para que volviera a desearla. Sintió la insensata necesidad de acercarse
a ella, abrazarla y sujetarla, simplemente sujetarla y oler su suave fragancia
mientras pasaban los minutos durante una hora entera.
Estaba
cansado de negarse todo lo que deseaba, de que lo acosaran y, sobre todo, de
recoger los pedazos de su vida y descubrir que la mayoría de ellos ni siquiera
los quería. No había aprendido nada de su matrimonio fallido con Darcy. Habían
hecho siempre lo necesario para satisfacer sus propias necesidades egoístas,
tomando sin dar, sabiendo que era imposible que se hirieran porque las heridas
peores ya se las habían infligido.
—Tómate
unos días para mirar todo esto —le dijo a Lali cuando ella volvió a la mesa—.
Habla de ello con Mery. Tienes mi correo electrónico y mis números de teléfono
por si necesitas comentarme algo. Si no, yo me pondré en contacto a principio
de la semana que viene. —Miró su brazo vendado—. Vigila eso. Si parece
infectado... —Calló de pronto.
Lali
sonrió ligeramente mirándolo.
—¿Me
pondrás otra tirita?
Peter
no le devolvió la sonrisa.
Necesitaba
entumecerse. Necesitaba beber hasta que hubiera media docena de capas de
cristal ahumado entre él y el resto del mundo.
Le
dio la espalda, cogió las llaves y la cartera.
—Hasta
la vista —dijo simplemente, y se marchó sin mirar atrás.
Continuará...
+10 :o
Es taaann friioo el
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@x_ferreyra7
Otrooo
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ResponderEliminarsube otro =)
ResponderEliminaray peter -.- me encanta mas
ResponderEliminarK manera d negarse a sentir d verdad
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