Peter
se había quitado los zapatos y estaba sentado al borde de la cama, cubierta con
un edredón floreado. Parecía grandote y un tanto peligroso entre las paredes de
la habitación. El resplandor de la lámpara jugaba con la dura perfección de sus
rasgos, con el brillo negro de su pelo.
—Tendremos
que ser creativos —le dijo—. Como no lo había previsto, no tengo ninguna clase
de protección.
—Yo
compré por si acaso —admitió ella.
Peter
levantó una ceja.
—Estabas
bastante segura de que acabaría en tu casa.
—Segura
no estaba —repuso ella—. Solo era optimista.
—Tráemelos.
—Su voz aterciopelada le erizó el vello de la nuca de excitación.
Fue
al aseo y cerró la puerta. Después de desvestirse y ponerse una bata rosa
pálido, cogió la caja de condones y volvió a la cama.
Peter
repasó con la mirada la bata, despacio, en descenso hacia sus tobillos desnudos
y sus pies descalzos y luego en ascenso hacia su cara ruborosa. Le cogió la
caja, la abrió, sacó un sobre y lo dejó en la mesita de noche. Para sorpresa de
Lali, Peter sacó otro sobre y lo dejó junto al primero. Parpadeó y notó que se
ponía muy colorada. Él, con una mirada incisiva, dejó un tercer sobre en la
mesita.
Lali
no pudo contener una risita ahogada.
—Ahora
eres tú quien está siendo optimista —comentó.
—No
—repuso Peter, comedido—. Estoy seguro.
Ella
pensó riéndose por dentro que había situaciones en las que un poco de
arrogancia masculina no era mala cosa necesariamente.
Peter
dejó la caja, se desabrochó la camisa gris y la dejó caer al suelo. La camiseta
interior, con el cuello en uve, era de un blanco puro en contraste con la piel
morena. Con indecisión, Lali echó mano al dobladillo de la camiseta, cuyo
algodón conservaba la calidez y el aroma limpio del cuerpo de Peter. Se la
levantó y él la ayudó. Libre de la camiseta, su torso quedó al descubierto,
elegante y fuerte. Por un brevísimo instante, se preguntó si sería lo bastante cariñoso,
lo bastante cuidadoso. Hacía mucho que no tenía relaciones íntimas con nadie.
Peter
prestó atención a su expresión de aturdimiento.
—¿Estás
preocupada? —le preguntó, poniéndole las manos en los brazos y acariciándoselos
por encima de la bata.
—No,
yo... —Le sonrió insegura—. Solo te recuerdo que no soy muy experta.
—Lo
tengo en cuenta. —La acercó hacia sí y hundió la cara en su pelo, de modo que
ella notó el calor de su aliento en el cuero cabelludo.
Sí.
Bien que lo sabía ella. Ser consciente de la experiencia de él le encogió el
estómago.
Peter
la llevó a la cama y se tendió a su lado. La tocó con una mano callosa:
elegancia y rudeza acunando su mejilla. La besó despacio, insaciablemente;
sabía a azúcar con un toque de acidez de la limonada. Lali se abrió anhelante
al sabor y se volvió para apretujarse contra él, temblando de excitación al
notar la forma masculina pegada a ella. Le pasó las manos por el vello del
pecho, por la dureza de los hombros, por la barba crecida.
Él
hocicó debajo de su barbilla, se abrió camino hasta detrás de la oreja y le
lamió el lóbulo. Estremeciéndose, Lali se volvió para encontrar sus labios.
Nuevamente más de aquellos besos que hacían que le diera vueltas la cabeza, un
poco más profundos, un poco más rudos.
Tenía
calor con la bata rosa. Se retorció para librarse de la tela que la agobiaba.
Estaba sofocada, ardía. Torpe por el deseo, manoseó para desatarse el cinturón
de tela. El nudo se le resistía, cada vez más apretado, hasta que se puso a darle
tirones, frustrada.
Peter
levantó la cabeza y vio lo que quería hacer.
—Yo
lo hago —le dijo, echando mano del cinturón—. Túmbate.
Lali
se tendió de espaldas, jadeando. El calor se le había acumulado en la boca, en
la raíz del pelo, entre los dedos de las manos y de los pies... por todas
partes. Apretó los muslos luchando contra la caliente humedad. Nunca había
deseado nada tanto como tenerlo dentro. Estaba ansiosa y excitada, perdida en
un sueño que podía acabar demasiado pronto.
—Peter
—le dijo, desesperada—, no te molestes en alargar los prolegómenos.
—¿Qué?
—le preguntó él, ocupado con el cinturón de la bata.
A
Lali se le escapó un gemido de alivio cuando el cinturón se aflojó.
—Con
los juegos preliminares. Ahora mismo no me hacen falta porque estoy a punto.
Peter
dejó las manos quietas. Miró su cara enrojecida con chispitas en los ojos,
divertido.
—Lali.
¿Entro yo alguna vez en la cocina para decirte cómo debes hacer un soufflé?
—No.
—Así
es, porque tú eres experta en eso. Yo lo soy en esto.
—Si
yo fuera un soufflé —dijo ella,
retorciéndose para sacar los brazos de la bata—, ya estaría demasiado hecho.
—Confía
en mí, no lo estás... ¡Oh, Dios mío! —La bata, al abrirse, había revelado la
abundancia de sus curvas. Mirándola, Peter sacudió despacio la cabeza—. Esto es
peligroso. Así es como muere la gente.
Con
una sonrisa tímida, Lali se libró de la bata y los pechos se balancearon con el
movimiento.
Peter
dijo algo ininteligible y se puso colorado.
—Tómame
—lo instó ella, abrazándole el cuello—. No quiero esperar.
—Lali...
—Respiraba esforzadamente—. Con un cuerpo como el tuyo, saltarse los
prolegómenos no es una opción. De hecho... todo el tiempo que pasas fuera de la
cama es tiempo perdido.
—¿Estás
diciendo que solo valgo para el sexo?
—No,
vales para muchas otras cosas —dijo él, sin apartar los ojos de sus pechos—.
Pero ahora mismo no puedo pensar en ninguna.
Ahogó
la risa de ella con un beso. Luego fue bajando por su cuello, su aliento
caliente contra la piel. Le acunó un pecho y se lo levantó para chuparle el
pezón erecto, trazando círculos con la lengua alrededor. Ella cerró los ojos
para evitar la suave luz de la lámpara, con los sentidos zumbando de placer
mientras él tiraba con suavidad del pezón.
El
mundo no existía, nada existía excepto ellos dos. Le tocó la entrepierna,
húmeda y sensible, y ella levantó las caderas instintivamente. Con el pulgar
separó la carne vulnerable y la frotó ligeramente. La hendidura estaba
resbaladiza de humedad. Estaba tan cerca, tan desesperada por alcanzar el
orgasmo que se mantenía justo fuera de su alcance, que los ojos se le llenaron
de lágrimas de frustración.
En
un torbellino de luz y sombras, le susurró que confiara en él, que lo dejara
ocuparse de ella. Introdujo un dedo en su vagina, buscando en su interior y
trazando un dibujo, culebreando con el nudillo. Lali bajó una mano temblorosa
hacia su muñeca para notar los movimientos de los huesos y los tendones. La
habitación estaba en silencio mientras los dos se concentraban en aquellos
secretos movimientos. Una nueva tensión empezó en lo más profundo del cuerpo de
Lali y se expandió en ágiles pulsos. Peter estaba encima de ella, con expresión
concentrada, moviendo los dedos con hábil lentitud.
—¿Qué
haces? —le preguntó con los labios secos.
Él
bajó las pestañas sobre el mar de fuego azul de sus pupilas y se acercó a su
oreja para murmurarle:
—Escribo
mi nombre.
—¿Qué?
—Estaba desorientada.
—Mi
nombre —le susurró—. Dentro de ti.
Las
enloquecedoras caricias de las yemas de los dedos y los nudillos nunca cesaban.
La sensación disminuía y luego volvía a incrementarse mientras ejercía presión
con la palma de su mano sobre la suya rítmicamente. Ella echaba atrás la
cabeza, apoyándose en el brazo de Peter, sintiendo los besos de su boca en el
cuello.
—Eso
son más de... cinco letras... —logró decir débilmente.
—Juan
Pedro —le explicó él.
Era
imposible refrenar el placer. Era imposible ignorar las sensaciones que la
arrasaban con tanta intensidad y tan velozmente. Lali se tensaba agarrada a sus
hombros. Comenzaron las sacudidas y el placer la invadió en oleadas, cada una
más alta que la anterior, hasta que creyó que se desmayaría. Él la sostuvo
contra sí, sorbiendo sus gemidos, prolongando la sensación.
El
alivio fue tan tremendo que Lali tardó varios minutos en poder moverse, con las
piernas y los brazos estremecidos como por una corriente eléctrica. Peter
empezó a besarla de la cabeza a los pies. Cuando ascendía de nuevo, le abrió las
piernas, acariciándoselas morosamente, lamiéndole la cara interior del muslo
hasta que ella se sobresaltó.
—No
tienes por qué hacer esto —le dijo, doblando las piernas—. Ya he... No, de
veras, Peter...
Él
la miró desde la parte inferior de su vientre, que subía y bajaba agitado por
la respiración.
—Es
lo que se me da bien —le recordó.
—Sí,
pero... —tartamudeó mientras él la agarraba por detrás de las rodillas y se las
separaba—. Puedes echar a perder un soufflé
si lo bates demasiado.
Su
risita vibró contra su parte más sensible y las piernas se le sacudieron.
—No
te he batido demasiado... todavía —le susurró, y hundió la cara entre sus
muslos, raspando ligeramente con la barba un tanto crecida su delicada piel.
Ella luchó por respirar, con el corazón desbocado.
—¿Apago
la luz? —le rogó, ruborizada de pies a cabeza.
Peter
sacudió muy ligeramente la cabeza y hundió más la lengua en ella, que se dejó
caer sobre la cama con un gritito, sorprendida por la caricia caliente y
resbaladiza.
—Ssss
—susurró Peter sin apartarse, y el calor de su aliento la encendió aún más.
Otra caricia... un giro burlón, un lametazo...
Lali
agarró el edredón de flores a ambos lados, sus pensamientos se disolvieron en
la conciencia física ardiente de lo que le estaba haciendo. Jugaba con ella
deliberadamente, atento a cada gemido, a cada movimiento.
—¿Más?
—Por fin levantó la cabeza y le dijo en un susurro. Esperó la respuesta.
—Sí.
—Todo lo que él quisiera, todo.
Peter
se levantó y ella oyó cómo sus vaqueros caían al suelo y cómo rasgaba
hábilmente uno de los sobres de la mesilla de noche. Volvió a su lado y se puso
encima de ella, con el vello del pecho rozándole la piel. Lali respiró más
deprisa cuando notó la presión íntima y él la penetró más, con movimientos
cuidadosos, sin dificultad. Gimió, respondiendo a la presión rítmica.
—¿Te
hago daño? —le oyó preguntar.
Sacudió
la cabeza sin abrir los ojos. La sensación era avasalladora pero dulce, la
llenaba lentamente permitiéndole acogerlo progresivamente y, mientras tanto, le
cubría de besos la boca y el cuello, susurrándole lo dulce que era, lo hermosa,
que nada le había sabido tan bien, que nada volvería a saberle tan bien.
Aquella
lenta pero inexorable posesión era como un sueño. Los dos intentaban persuadir
a su cuerpo para que ella tomara tanto de él como fuera posible. Peter quedó
completamente pegado a ella, que tenía la espalda plana en la cama, el cuerpo
bajo el peso de él, lleno de él. Volvió la cabeza hacia su bíceps descomunal, notó
en los labios su piel salada y deliciosa.
Peter
empezó a moverse rítmicamente con una lasciva fricción que empujaba, frotaba y
acariciaba al mismo tiempo. El placer era estremecedor. Lali se envaró y abrió
las piernas, arrastrada a un orgasmo enceguecedor. Los empujones se sucedieron,
más centrados y profundos, hasta que Peter se sacudió y la sostuvo como si el
mundo estuviera a punto de acabarse.
—No
sabía —le dijo ella al cabo de un buen rato, en la oscuridad, con una voz más
profunda de lo habitual, líquida, como si hubiera alcanzado el punto de fusión.
Peter
movía la mano ociosamente por su cuerpo ahíto.
—¿Saber
qué?
—Tu
nombre completo. Juan Pedro.
Él le cogió la mano y
se la llevó a la boca para besarle los dedos.
—Me gusta.
Lali
le besó el hombro.
—¿Cuál es tu segundo
nombre? —le preguntó Peter.
—No
tengo. Siempre he querido tener uno. No me gusta tener solo dos iniciales para
el monograma. Cuando me casé con Chris por fin tuve tres, pero tras el divorcio
he vuelto a ser Lali Espósito.
—Podrías
haber conservado el nombre de casada.
—Sí,
pero nunca me sentó bien. —Sonrió y bostezó—. Creo que en el fondo uno lo sabe.
—¿Sabe
qué?
A
Lali se le cerraban los ojos, invadida por un abrumador cansancio.
—Quién
eres —respondió soñolienta—. En quién tienes que convertirte.
El
fantasma estaba acostado al lado de Elena, cuyo rostro y cabello iluminaba un
rayo de luz plateada que se colaba por la ventana semicerrada. Escuchaba su
suave respiración, los ocasionales cambios mientras soñaba. Tendido a su lado,
tan cerca que ambos podrían haberse tocado de haber tenido él un cuerpo físico,
recordó la sensación de ser joven, la emoción de estar vivo y enamorado, la
promesa de que todo estaba todavía por llegar. La absoluta ignorancia de la
evanescencia de la vida.
Un
recuerdo lo asaltó: el recuerdo de Elena, frágil y consternada, con los ojos
hinchados por el llanto.
—¿Estás
segura? —le había preguntado haciendo un esfuerzo.
—He
ido al médico. —Se había puesto una mano en el vientre, no como una madre
protectora y expectante sino cerrada en un puño.
Él
se sintió enfermo, furioso, anonadado. Estaba terriblemente asustado.
—¿Qué
quieres? —le había preguntado—. ¿Qué puedo hacer?
—Nada.
No lo sé. —Elena se había echado a llorar, con los sollozos dolorosos de
alguien que ya lleva mucho tiempo haciéndolo—. No lo sé —había repetido
desesperada.
Él
la había abrazado, sosteniéndola firmemente y le había besado las ardientes
mejillas.
—Haré
lo correcto. Nos casaremos.
—No.
Me odiarás.
—Jamás.
No es culpa tuya.
Silencio.
—Quiero
casarme contigo.
—Mientes
—le había dicho ella, pero sus sollozos se habían calmado.
Sí,
mentía. La idea del matrimonio, de tener un bebé, era como morir interiormente.
El matrimonio sería una cárcel, pero amaba a Elena demasiado para herirla con
la verdad y conocía perfectamente los riesgos de tener una aventura con ella.
Una buena chica, de buena familia, afrontando la ruina porque lo amaba. Aunque
aquello lo matara, no la defraudaría.
—Quiero
—repitió.
—Se...
se lo diré a mis padres.
—No,
yo se lo diré. Yo me ocuparé de todo. Tú tranquilízate. No te conviene estar
disgustada.
Elena
temblaba de alivio, agarrada a él, estrujándolo para estar más cerca.
—Fermín.
Te quiero. Seré una buena esposa. No te arrepentirás, te lo juro.
El
recuerdo se desvaneció y al fantasma le quedó una sensación de vergüenza y
terror. ¡Por Dios bendito! ¿Qué demonios le pasaba de joven? ¿Por qué había
tenido tanto miedo de lo que más quería? Había sido un idiota. Si hubiera
tenido que volver a hacerlo, todo habría sido distinto. ¿Qué había sido del
bebé? ¿Por qué le había mentido Elena a Peter al decirle que ella y Fermín
nunca habían hablado de casarse? ¿Cuándo se había celebrado la boda?
Miró
la cara inmóvil de Elena.
Continuará...
+10 :'o!!!
Maaaaas
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ResponderEliminarSubí
ResponderEliminarowwww que lindo pero ahora volverá hacer el mismo ogro Peter de siempre? Uhmm me encanta mas
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ResponderEliminarQue peter se de cuenta que debe star con lali
ResponderEliminar+++++
ResponderEliminarSon tan linddddos -.-
ResponderEliminarEspero que ahora peter deje de resistirse :p
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ResponderEliminaraww chuu masss
ResponderEliminarno porfass seguila si podes termina hoy la amoooo
ResponderEliminarojala que peter no sea el mismo malo de siempre seguila son tannn lindoss otroo!
ResponderEliminarSe está portando muy dulce,nada con la imagen k quiere dar.
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