—Usa
la mano izquierda —le ordenó con paciencia Lali.
Estaban
de pie en el lavadero que había junto a la despensa y ella leía un folleto que
le había dado la fisioterapeuta de Elena, acerca de las tareas domésticas
corrientes que podían fortalecer los músculos debilitados por una apoplejía.
Elena
abrió la puerta de la secadora con la mano izquierda y miró a Lali.
—Ahora
agáchate, saca una prenda y métela en la cesta de la colada. Agárrate a mi mano
para mantener el equilibrio...
—Me
apoyaré en el borde de la secadora —dijo Elena con irritación.
Peter
se paró en la puerta de la habitación de Lali, donde había instalado un aseo en
un pequeño espacio que antes era un armario. Se entretuvo mirando a las dos
mujeres sin decir nada, mientras el fantasma estaba sentado encima de la
lavadora con las piernas colgando.
—No
cojas dos a la vez —le advirtió Lali cuando su abuela echó un par de camisas en
la cesta.
—Así
acabo antes —protestó Elena.
—No
se trata de ser eficiente, se trata de que abras y cierres los dedos tantas
veces como sea posible.
—Y
después, ¿qué tengo que hacer?
—Pasar
la ropa húmeda a la secadora, prenda por prenda, y luego quitaremos el polvo
para que trabajes un poco la muñeca.
—Ahora
ya sé por qué querías que viviera contigo —dijo Elena.
—¿Por
qué?
—Tienes
criada gratis.
Peter
se rio por lo bajo.
Lali
lo oyó y le hizo una mueca.
—No
la animes. Los dos han pasado demasiado tiempo juntos. No sé cuál de los dos es
peor influencia para cuál.
—Para
«quién» —la corrigió Elena, metiendo el brazo en la secadora para sacar más
ropa—. «Cual» es un pronombre relativo y equivale a «que»; «quién» es un
pronombre interrogativo.
Lali
sonrió cariñosamente.
—Gracias,
policía de la gramática.
La
voz de Elena resonó en el tambor de la secadora.
—No
sé por qué me acuerdo de algo así pero no del periódico para el que escribía.
—Era
el Bellingham Herald. —Lali
intercambió una mirada con Peter mientras este cruzaba la habitación e iba al
fregadero de la cocina para servirse un vaso de agua. Ya estaba acostumbrado a
aquellas miradas, a la preocupación mal disimulada, a la necesidad de consuelo
que nadie podía darle.
En
las dos semanas que Elena llevaba viviendo en Dream Lake Road había pasado por
momentos de olvido, de confusión, de agitación. Algunos días tenía la mente
despejada, otros neblinosa. Era siempre impredecible cómo se sentiría o qué
recordaría de un día para otro.
—No
estés encima de mí —le dijo a Lali irritada una tarde—. Déjame ver el programa
de televisión en paz.
Lali
se disculpó y se marchó a la cocina, desde donde siguió con un ojo puesto en Elena,
preocupada.
—Sigues
encima de mí —le dijo Elena.
—¿Cómo
puedo estar encima de ti si estoy a seis metros de distancia? —protestó Lali.
—Peter,
¿puedes llevarte a mi hija a dar un paseo?
—No
puedo dejarte sola —dijo Lali—. Jeannie no está.
Jeannie,
la enfermera a tiempo parcial, iba todas las mañanas a cuidar de Elena y solía
marcharse a la hora de comer. Era imperturbable, así que la anciana no tenía
reparos en aceptar su ayuda para cosas tan íntimas como vestirse, bañarse o la
fisioterapia.
—Solo
quince minutos —insistió Elena—. Sal a tomar un poco el aire con Peter, o ve
sola si él no quiere aguantarte.
Peter
cogió el móvil de Elena de la isla de la cocina y le apuntó su número.
—Me
voy a pasear con Lali, Elena, siempre y cuando prometas no moverte mientras
estemos fuera. —Le entregó el teléfono—. Si tienes algún problema, me llamas.
¿Entendido?
—Entendido
—convino Elena satisfecha.
Observando
la escena, el fantasma puso mala cara.
—No
me gusta la idea.
—Estará
bien —dijo Peter, y miró bruscamente a Lali. Con más amabilidad, añadió—: Ven
conmigo. A Elena no le pasará nada.
Ella
seguía reacia a marcharse.
—Están
en pleno trabajo.
—Puedo
hacer una pausa —le tendió la mano, mirándola expectante.
Lali
le ofreció la suya despacio.
Algo
tan superficial como notar los dedos de ella en los suyos lo puso a cien.
Saboreaba cada pequeño contacto accidental entre ambos: el roce de su brazo, el
cosquilleo sedoso de su pelo en la oreja cuando se inclinaba a ponerle el plato
delante. Percibía todos los detalles: el morado en su piel donde se había
golpeado contra algo, el aroma floral del nuevo jabón que había comprado en el
mercadillo.
No
había una palabra que definiera aquella clase de relación, el modo en que se
sentía. En sus manos unidas había más que calidez compartida, más que piel
contra piel... era como si estuvieran sosteniendo algo entre los dos,
manteniéndolo a salvo.
Incluso
cuando se obligó a soltarla, siguió sintiendo sus manos juntas y la invisible
huella de aquel misterioso «algo» que había entre ambos.
Elena
se retrepó en el sofá para mirar la tele, con aspecto de estar más que
satisfecha. Byron se subió de un
salto y se acomodó en su regazo.
El
fantasma se quedó plantado mirándola.
—Intrigante...
—dijo, divertido—. Quieres que estén juntos. Se te ha estropeado el gusto en
cuestión de hombres, ¿sabes?
Aunque
quería quedarse con ella más que nada en el mundo, al final notó el ineludible
tirón de su conexión con Peter y se vio obligado a salir de la casa.
—No
puedo evitarlo —dijo Lali mientras caminaba con Peter por el borde de la
carretera, bajo un dosel de arces y madroños. El suelo del bosque estaba
cubierto de helechos de varios tipos y, allí donde penetraba suficiente luz
solar, de zarzamoras—. Sé que me preocupo demasiado y que quiero controlarlo
todo, pero no quiero que se haga daño. No quiero que le haga falta algo y no lo
tenga.
—Lo
que necesita, lo que las dos necesitan, es estar separadas de vez en cuanto.
Deberías salir por lo menos una noche por semana.
—¿Quieres
ir a ver un película conmigo? —se atrevió a pedirle Lali—. ¿Este fin de semana?
Peter
negó con la cabeza.
—Mi
hermano Agustín se casa en Seattle.
—¡Oh,
es verdad! Se me había olvidado. Rochi irá a la boda con Gastón. ¿Tú irás con
alguien?
—No.
—Peter ya lamentaba su impulso de dar un paseo con Lali. Estar a solas con ella
era el modo más seguro de sentir aquella embriagadora sensación de vértigo que
le daba pavor, ese júbilo que amenazaba con abrirle en dos el pecho.
—Rochi
y Gastón parecen felices estando juntos —dijo ella—. ¿Crees que lo suyo puede
convertirse en algo serio?
—¿En
matrimonio? —Peter negó con la cabeza—. No hay motivo para que se casen.
—Hay
un motivo buenísimo.
—¿Las
ventajas de la declaración de la renta conjunta?
—No
—dijo Lali exasperada pero riendo—. El amor. La gente se casa porque se quiere.
—La
gente que quiere seguir estando enamorada haría mejor evitando el matrimonio.
—Vio que la sonrisa desaparecía de su cara y se sintió vil y avergonzado—.
Perdona —se disculpó—. Es que detesto las bodas... y esta es la primera en la
que no podré... —La miró con el ceño fruncido y hundió las manos en los
bolsillos.
Lali
lo entendió inmediatamente.
—¿Habrá
barra libre en el banquete?
Él
asintió brevemente.
—¿No
le has dicho a nadie de la familia que has dejado de beber? —le preguntó con
dulzura.
—No.
—A
lo mejor deberías dejarles ayudarte, darte apoyo moral. Si supieran que...
—No
quiero apoyo. No quiero que nadie me vigile esperando que fracase.
Notó
que Lali lo cogía del brazo, sus dedos en el antebrazo.
—No
fracasarás —le dijo.
El
día de la boda de Agustín y Cande, en un ferry en desuso del Lake Union de
Seattle, fue soleado y despejado. Pero aunque hubiera llovido los novios
habrían estado demasiado enamorados para notarlo. Después de que sirvieran el
champán y Gastón hiciera el brindis, los invitados se llenaron los platos en el
sofisticado bufé. Peter se retiró a popa y se sentó en una de las sillas, junto
a la borda. Nunca le había gustado la charla superficial, y sobre todo no
quería estar en compañía de gente con una copa de champán o un cóctel en la
mano. Afrontar aquella situación sin alcohol sin muletas se le hacía raro. Se
sentía casi como si estuviera intentando suplantarse a sí mismo. Tendría que ir
acostumbrándose.
Vio
que Gastón bailaba con Rochi, que todavía llevaba una férula en la pierna a
consecuencia del accidente de bicicleta. Se balanceaban juntos, flirteando y
besándose. Gastón miraba a Rochi como nunca había mirado a nadie, manifestando
la invisible alquimia que a veces hay entre las personas que están ocupadas
haciendo otros planes. Se habían convertido en una pareja. Peter estaba
bastante seguro de que Gastón ni siquiera era consciente de ello. El tontorrón
seguía considerándose un soltero manteniendo una relación libre de compromisos.
Peter
se quedó en el rincón, bebiendo cola con hielo en un vaso de whisky. El
fantasma se quedó a su lado, silencioso y meditabundo.
—¿En
qué piensas? —le preguntó por fin Peter entre dientes.
—Sigo
preguntándome si Elena amaba a su marido —dijo el fantasma.
—¿Querrías
que lo hubiera amado?
El
fantasma luchó por responderle.
—Sí
—dijo finalmente—. Pero quisiera que me hubiera amado más a mí.
Peter
sonrió, agitando los cubitos del vaso.
El
fantasma miraba pensativo el agua bañada por el sol.
—Hice
algo mal —dijo—. Herí a Elena. Estoy seguro.
—Te
refieres a antes de morir, ¿no?
El
otro asintió.
—Seguramente
la cabreaste al alistarte —le dijo Peter.
—Creo
que fue algo peor que eso. Necesito acordarme antes de que pase algo.
Peter
lo miró escéptico.
—¿Qué
crees que va a pasar?
—No
lo sé. Tengo que pasar tanto tiempo como pueda con Elena. Recuerdo mejor cuando
estoy con ella. El otro día... —Se interrumpió—. Mejor me callo. Cande viene
hacia aquí.
La
esposa de Agustín, ahora cuñada de Peter, se acercaba. Llevaba una taza de café
de porcelana blanca.
—Hola,
Peter. —Estaba radiante de felicidad. Los ojos castaños le brillaban—. ¿Te lo
estás pasando bien?
—Sí.
Una boda muy bonita. —Fue a levantarse de la silla pero Cande le hizo un gesto
con la mano para que no lo hiciera.
—No
te levantes. Solo quería tenerte localizado. Hay unas cuantas mujeres que se
mueren por conocerte, por cierto. Incluida una hermana mía. Si la traigo aquí,
¿podrías...?
—No
—repuso él inmediatamente—. Gracias, Cande, pero no estoy de humor para
charlar.
—¿Te
traigo algo?
Él
sacudió la cabeza.
—Ve
a bailar con tu marido.
—Marido.
Me gusta como suena. —Cande sonrió y le entregó la taza que llevaba en la mano.
Estaba llena de café solo y humeaba—. Ten. Me parece que te gustará.
—Gracias,
pero yo... —Peter se interrumpió cuando vio que retiraba su vaso de cola a
medio terminar de la mesita que había junto a su silla.
—Cree
que estás borracho —dijo el fantasma amablemente—. Te has tomado cuatro vasos y
ahora estás sentado aquí en un rincón hablando contigo mismo.
—Han
sido cuatro vasos de una bebida sin alcohol.
—¡Oh,
claro! —dijo Cande alegremente.
El
fantasma soltó un bufido.
—No
se lo traga.
Con
una sonrisa burlona, Peter tomó un sorbo de café negro y amargo. Dado su
pasado, era completamente razonable pensar que se hubiera emborrachado en tal
ocasión. Y Cande, que era un encanto, intentaba manejar la situación de modo
que su orgullo no saliera herido.
—Por
cierto, no estoy hablando conmigo mismo —dijo—. Hay un tipo invisible sentado
justo a mi lado.
Cande
soltó una carcajada.
—Me
alegro de que me lo cuentes. Podría haberme sentado sin querer en su regazo.
—No
te cortes —dijo el fantasma sin dudarlo un instante.
—No
le importaría —le dijo Peter a Cande—. Siéntate.
—Gracias,
pero tengo que dejarlos a ti y a tu amigo con su conversación. —Se inclinó a
besarle la mejilla—. Tómate todo el café, ¿bueno? —Y se marchó, llevándose el
refresco de cola.
Continuará...
+10 :)
Pobre peter si sólo,tomó bebida jajajaja
ResponderEliminarOtroooo
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ResponderEliminarMasssss +++++
ResponderEliminarHola.He intentado descargar los 2 primeros libros y no he podido
ResponderEliminarTu podrias enviarmelo x correo?
lalitter08@gmail.com
Gracias
el fantasma sentado al lado jajajaa me encanta mas
ResponderEliminar+++++++++++++
ResponderEliminarwoowww mass mass
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ResponderEliminarJajjajajja,ya catalogado como borracho ...pero Cande al menos se preocupa
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