Los alrededores de la casa de
los Fanin hervían de gente, animales y vehículos. La casa parecía más un hotel
que un hogar y era tan grande que podía albergar a incontables invitados y
visitantes. Durante la tarde, harían una barbacoa y celebrarían una fiesta y la
boda tendría lugar a la mañana siguiente. Después, habría un baile y dos días
de festejos.
—No me imaginaba que acudiría
tanta gente —le susurró Lali a Candela, quien rió con sarcasmo.
—Por lo visto, la señora Fanin
ha invitado a unos cientos de sus amigos más íntimos. Supongo que creyó que un
número menor de invitados la habría hecho parecer una tacaña. ¡Mira allí, está
en el porche, y se ha propuesto dar la bienvenida a todo el mundo! ¿Qué te
parecería sonreír a quinientas personas colocadas en fila? ¡A esto le llamo yo
hospitalidad!
Agustín y Nicolás ayudaron a
las mujeres a bajar del carro. Stéfano vio a un amigo y se marchó a toda prisa
para reunirse con él. Lali apartó la mirada de Nicolás mientras se apoyaba en
él para bajar del carro. Antes de que pudiera alejarse, él la detuvo con un
gesto.
—Te vigilaré la mayor parte
del tiempo. Será mejor que no te pille cerca del chico Amadeo. Y lo digo en
serio, Mariana.
—Creí que habian establecido
un alto el fuego.
—Así es, pero esto no
significa que la guerra haya terminado. Y no quiero ni que saludes a ninguno de
esos derribadores de vallas. ¿Me has entendido?
—No es mi guerra.
—Sí que lo es. Tú eres una Espósito.
Ella asintió levemente y se
unió a Emilia y Candela, quienes se dirigían a saludar a la señora Fanin.
—¡Dios mío, cuánto tiempo sin
vernos! —exclamó la señora Fanin en tono acaramelado, y sus ojos se
entrecerraron con una sonrisa amplía y radiante—. ¡Oh, Mariana, qué guapa
estás! Supongo que la próxima vez que nos veamos será en tu boda, ¿no?
Mariana sonrió con
incomodidad.
—No lo sé.
—¡Y tú, Candela, con este
calor! Tendremos que buscarte enseguida un asiento y una bebida fresquita. ¡Emilia,
es increíble lo dulces que son tus dos hijas! Vengan y les enseñaré los regalos
que ha recibido Ruthie.
—¿Qué le hemos regalado
nosotros? —le susurró Lali a Candela mientras seguían a la señora Fanin al
interior de la casa.
—Unos platos de cristal de
cuarzo.
Lali no pudo ocultar una
sonrisa burlona.
—Me alegra saber que le hemos
regalado algo tan útil.
Candela, quien había ayudado a
Emilia a elegir el regalo, levantó la barbilla con altanería.
—Ruth ya tiene todo lo que
necesita. Y lo que es más importante, va a tener al hermano pequeño de Benjamín
por marido.
La sonrisa de Lali desapareció
de inmediato.
—Cande, si ves a Benjamín
avísame, tengo que explicarle algunas cosas.
—Te estás buscando problemas,
hermanita. Y no tienes que explicarle nada, él ya sabe por qué no le has
devuelto sus notas ni has ido a verlo.
—Sólo avísame cuando lo veas
—contestó Lali con impaciencia.
Después de admirar y realizar
exclamaciones de entusiasmo por los regalos de boda que se amontonaban en
varias mesas, Lali y Candela consiguieron escabullirse a sus habitaciones para
dormir un rato y refrescarse antes de la barbacoa. Emilia se quedó con la
señora Fanin para ayudarla a recibir al resto de los invitados.
Una brisa fresca entró en la
habitación de Lali aligerando el calor diurno, pero ella no logró dormirse. Lali
se dirigió a la ventana y contempló la actividad del exterior. Cientos de
personas se saludaban al reencontrarse en aquel evento y Lali intentó memorizar
sus nombres para evitar, en lo posible, ofender a alguien o sentirse violenta
cuando los viera más tarde.
El ambiente se tranquilizó con
la llegada de la tarde y los invitados se retiraron a sus habitaciones a fin de
prepararse para las actividades nocturnas. El estómago de Lali rugió cuando
unos olores seductores llegaron hasta ella por el aire. No le resultó difícil
visualizar al cerdo que se estaba asando en el fuego en aquellos momentos. La
cena consistiría en salchichas ahumadas, res y cerdo asados y patatas, por no
mencionar los distintos tipos de tartas y pasteles que se servirían como
postre. Lali aflojó los cordones de su corsé, permitió que su cintura se
ensanchara unos cinco centímetros y suspiró con alivio. Nadie se daría cuenta.
¡Al cuerno con la elegancia! Tenía hambre.
—¡Todo el mundo tiene un
aspecto fabuloso! —exclamó Candela mientras se cogía del brazo de Agustín.
El pequeño grupo de los Espósito
descendió las escaleras. Todos avanzaban con lentitud en consideración al
bamboleante caminar de Candela. Emilia y Lali descendían las escaleras a ambos
lados de Nicolás y el dobladillo de sus vestidos rozaba el borde de los
escalones.
Lali se sintió fascinada al
ver a las personas que entraban y salían de la casa. Cande tenía razón, todo el
mundo tenía un aspecto fabuloso. Podría tratarse de una escena de una película
y a Lali le maravilló el hecho de que se tratara de algo real. Las mujeres
llevaban puestos vestidos bonitos y vaporosos adornados con una profusión de flores
y encajes. Sus diminutas cinturas estaban sujetas con unos fajines drapeados y
unas cintas con lazos enormes, y llevaban el pelo rizado con múltiples
tirabuzones y sujeto en moños voluminosos.
El aspecto de los hombres, que
iban ataviados con sus mejores galas, todavía resultaba más sorprendente.
Después de ver a los hombres vestidos, durante tanto tiempo, sólo con tejanos
desgastados y camisas de algodón, verlos con ropas elegantes constituía un
auténtico placer. Muchos vestían camisas de color claro, pañuelos de seda
brillante y exquisitas botas confeccionadas por encargo. Los más adinerados
vestían ropa moderna de ciudad: pantalones a rayas, chaquetas ligeras de verano
y chalecos de satén. Lali sintió deseos de reír al darse cuenta de que la
mayoría llevaba el pelo brillante y engominado con aceite de Macassar. Lo
llevaban aplastado contra la cabeza y se habían alisado las ondas y los rizos.
—Esta noche estás radiante
—declaró Nicolás con voz grave.
El color rosado de su vestido
resaltaba el tono melocotón de su piel y hacía que sus ojos marrones parecieran
más oscuros. El escote era moderadamente bajo y las mangas eran cortas, y su
cuello y sus hombros quedaban al descubierto. La doble falda de su vestido
estaba ribeteada con unas cintas trenzadas que crujían cuando ella se movía.
Lali sonrió a desgana.
—Gracias, papá.
—Sólo te haré una advertencia:
no quiero verte hablando con el chico de los Amadeo.
—No me verás —contestó ella
con voz dulce.
Hablaría con Benjamín, pero se
aseguraría de que Nicolás no los viera.
En el exterior, varios
violines, una guitarra y un banjo ofrecían su música y había cintas y adornos
de papel coloreado por todas partes. Los invitados se desplazaban a lo largo de
las mesas y llenaban sus platos con raciones generosas de todo tipo de comida,
desde carne de cerdo crujiente a tarta de frambuesa. Cuando se acercaron a las
mesas, Lali de pronto se vio asediada por múltiples ofertas de ayuda.
«Señorita Mariana, permítame
servirle un poco de esto... »
«Señorita Mariana, ¿puedo sostenerle
el plato mientras decide qué quiere comer?»
Lali enseguida se dio cuenta
de que la mayoría de aquellos hombres eran del rancho Sunrise. Según le explicó
Candela más tarde, todos los vaqueros del rancho consideraban que era una
función especial y un privilegio para ellos cuidar de las mujeres de la familia
Espósito. Lali se vio rodeada de una pequeña multitud de hombres que se habían
adjudicado el papel de guardianes y protectores de ella y le divirtieron y le
conmovieron sus maniobras mientras rivalizaban por conseguir sus atenciones. En
muchos aspectos, eran hombres rudos, pero su sentido de la cortesía era
intachable. Ella, de una forma temeraria, prometió bailar con todos ellos la
noche siguiente y se echó a reír cuando ellos simularon pelearse por el orden
de los bailes.
—Si fuera tú, yo reservaría un
baile para alguien en concreto —le murmuró Candela.
Lali sonrió levemente mientras
introducía un trozo de pollo tierno en su boca.
—¿Para quién?
—Mira hacia allí, para quien
está hablando con el señor Fanin.
Lali siguió la mirada de Candela
y dejó de masticar cuando vio a un hombre esbelto y atractivo que hablaba con
el señor Fanin mientras sostenía una bebida en una mano y gesticulaba con la
otra. Vestía unos pantalones de color beige, una camisa blanca y un chaleco
estampado que enfatizaba sus anchos hombros. Lali no podía ver su cara, pero
vio que su pelo negro estaba bien recortado por detrás. Su postura, enderezada
y de autoconfianza, parecía proclamar que era un hombre con el que resultaba
peligroso jugar.
Lali volvió a masticar sin
dejar de mirarlo.
—Interesante —comentó— ¿Quién
es?
—¡Es Peter, tonta!
Lali casi se atragantó.
—¡No, no lo es!
—¿Estás ciega? Fíjate bien.
—No, no es él —insistió Lali
con tozudez mientras tragaba con dificultad—. Peter no es tan alto ni tan...
—Su voz se apagó cuando él volvió la cabeza en respuesta al saludo de alguien y
ella reconoció su perfil—. ¡Es Peter! —exclamó Lali sorprendida.
—Ya te lo he dicho.
Lali siempre había visto a Peter
vestido con tejanos, ropa de trabajo y un sombrero polvoriento. ¿Cómo se había
convertido en aquel hombre elegante y bien arreglado? Parecía él y, al mismo
tiempo, se lo veía tan distinto que a Lali le costó creer lo que le decían sus
ojos.
—Míralo, hecho todo un
caballero —declaró casi sin aliento mientras intentaba ignorar la agitación que
sentía en el pecho.
—Es guapo, ¿verdad?
—Todos los hombres se ven
mejor después de un baño y con ropa limpia.
Candela soltó un respingo.
—¡Vamos, di la verdad, Mariana!
Pero Lali no pudo responder. Peter
había percibido su mirada de asombro y la estaba mirando. Sus ojos reflejaban
una apreciación insolente que aceleró el pulso de Lali. Peter sonrió con
indolencia y volvió a centrar su atención en el señor Fanin, como si sintiera
poco interés por Lali.
Lali no pudo evitar sentirse
tensa durante el resto de la cena, esperando, en todo momento, sentir el
contacto de la mano de Peter en su brazo o su voz junto a su oído. Tarde o
temprano él tendría que acercarse a saludar, aunque sólo fuera por cortesía. Y,
cuando se acercara, ella lo pondría en su lugar sin titubear. ¡Por muy guapo
que fuera, ella le demostraría la indiferencia que sentía hacia él! Sin
embargo, la tarde avanzó, pero Peter no se acercó a Lali en ningún momento y
ella se sintió desilusionada al no poder hablar con él.
«Su tiempo es cosa suya y Dios
sabe que no me importa en absoluto cómo lo emplee —pensó Lali mientras
intentaba acumular cierta cantidad de desdén—. ¡Que hable con todas las mujeres
menos conmigo! A mí no me importa nada.»
Cuando la gente se hubo
hartado de comer y la comida empezó a aposentarse en sus atiborrados estómagos,
la tarde se volvió tranquila y perezosa. Las voces que antes eran animadas, se
volvieron lánguidas, la gente se reclinó en los asientos y los párpados se
entrecerraron con satisfacción.
—¡Mira quién viene! —exclamó Candela
mientras comía el último bocado de jamón de su plato.
Dos jóvenes se acercaban a
ellas. Ambas llevaban puestos vestidos de tela de batista a rayas y corpiños
bajos que dejaban ver las camisas de muselina de debajo. Las mujeres le
resultaban vagamente familiares, pero Lali no tenía ni idea de cómo se
llamaban. Bajó la mirada a toda prisa y se llevó una mano a uno de los ojos.
—No puedo ver de quién se
trata, tengo algo en el ojo —balbuceó Lali—. ¿Quiénes son?
—Es Ruthie y tu vieja amiga
Melissa Merrigold —explicó Candela—. Melissa será la dama de honor de Ruthie.
¿Te encuentras bien?
—Sólo se me ha metido una pestaña
en el ojo. —Lali levantó la vista, parpadeó varias veces con rapidez y simuló
experimentar un alivio inmediato—. Ya está. Mucho mejor. ¡Vaya, Ruthie y
Melissa! ¿Cómo están?
Ruthie, una joven guapa, de
pelo negro y cara larga y estrecha sonrió con amplitud.
—Muy bien. Hemos venido para
saber si les ha gustado la cena.
—Yo quería ver de cerca tu
vestido, Mariana —intervino Melissa, y abrazó a Lali como si fuera una vieja
amiga. Melissa era alta y esbelta, de ojos redondos y azules, pómulos
pronunciados y manos largas y elegantes—. ¡Es el vestido más bonito que he
visto en mi vida!
—Gracias —declaró Lali
mientras sonreía al oír su inocente halago. Lali se sintió obligada a
devolverle el cumplido—. A mí también me gusta tu vestido, sobre todo los
lacitos.
El cuello de la camisa y las
mangas estaban adornados con lacitos de colores.
Melissa cogió uno de los
lacitos de su manga izquierda y lo ajustó al ángulo adecuado. Lali vio que su
dedo meñique estaba torcido de una forma antinatural, como si se lo hubiera
roto en cierta ocasión y no hubiera cicatrizado correctamente. Lali contempló
aquella mano larga y blanca y abrió mucho los ojos. De repente, tuvo la visión
de dos niñas tirándose una pelota. Una de ellas la lanzó muy alto. «Intenta
coger ésta, Missy!» Por desgracia, Melissa la cogió mal y se rompió el meñique.
—Missy, ¿alguna vez te duele
el dedo? —preguntó Lali con una voz extraña.
Melissa le sonrió y alargó la
mano en una pose estudiada.
—¿Este dedo? Es mi único
defecto. No me digas que estabas pensando en aquella tarde.
—¿Missy? —preguntó Ruth
arqueando una ceja—. Nunca había oído a nadie llamarte de esta forma.
—Mariana es la única que me
llama así —contestó Melissa mientras sonreía a Lali con simpatía—. Lo hace
desde que éramos pequeñas. Y no, el dedo nunca me duele, sólo está un poco
torcido. No lo habías mencionado en años.
—Pero se te rompió por mi
culpa, porque te lancé la pelota muy alto.
—No, fue culpa mía. Siempre he
sido muy torpe. Nunca he sabido agarrar nada, salvo a los hombres. —Melissa
miró a Candela, quien se movía con incomodidad en la silla—. Cande, ¿cuándo
nacerá el bebé? ¿Pronto, no?
Mientras Candela y Missy
hablaban, Ruth se apoyó en la silla que había al lado de la de Lali, se inclinó
hacia ella y le susurró:
—Harlan me ha dicho que tu
padre no te permite ver a su hermano.
—Así es. Dime, ¿cómo está Benjamín?
No lo he visto desde hace días.
—Está a punto de morirse de
soledad —explicó Ruth con ojos chispeantes—. No sé qué le has hecho. No quiere
mirar a ninguna chica salvo a ti.
—No lo he visto por aquí.
—Está con sus amigos planeando
algo para esta noche. —Ruth rió con nerviosismo—. Al ser la última noche de
soltero de Harlan, se están emborrachando para divertirse. Pero sí, Benjamín
está por aquí, y según Harlan, intentará verte después de la cena.
—Gracias, Ruthie.
Después de aquello, Lali
apenas prestó atención a las conversaciones que se mantenían a su alrededor,
pues su atención estaba fija en el clan de los Amadeo, quienes estaban al otro
extremo de la muchedumbre.
En el centro del grupo, estaba
sentado un hombre robusto, de manos enormes y carrillos caídos y abultados.
Tenía los ojos de un color azul brillante, era pelirrojo y de complexión
rubicunda. Aunque ya había acabado de cenar, tenía en el regazo un plato lleno
de comida y picaba algo de vez en cuando. Su aspecto era majestuoso, lo que
encajaba con sus proporciones. Tenía que ser George. Lali vio que algunos de
sus hijos estaban a su alrededor, entre ellos, Harlan, quien pronto sería un
hombre casado, pero no había ni rastro de Benjamín.
Cuando el sol empezó a
ponerse, la multitud se dispersó. Durante el resto de la velada, los hombres y
las mujeres estarían separados. Los hombres celebrarían las últimas horas de
soltería de Harlan con bebidas alcohólicas y consejos indecorosos, mientras que
las mujeres ayudarían a Ruth a abrir los regalos y charlarían y se reirían
tontamente de los hombres y de sus rarezas. Después, todos se retirarían pronto
a fin de estar descansados para el día siguiente.
Lali se dirigió a la casa con Candela.
Se sentía perdida, fuera de lugar. Justo antes de subir las escaleras, vio que Benjamín
la miraba con expresión urgente desde la esquina de la casa.
—¡Mariana! —la llamó Benjamín
en voz baja mientras realizaba señas para que ella fuera a hablar con él.
Lali se detuvo y miró con
rapidez a su alrededor mientras se preguntaba si alguien notaría su ausencia.
Seguro que no, pues todos estaban centrados en las actividades que se
avecinaban.
—¡Mariana, no! —exclamó Candela,
y apoyó una mano en el brazo de Lali sin mirar a Benjamín—. No merece la pena.
Papá se enterará.
—No si tú no se lo cuentas.
La voz de Candela se volvió
más aguda a causa de la irritación que experimentó.
—Yo no se lo contaré, pero lo
descubrirá de todos modos. No seas loca.
—Yo ya puedo tomar mis propias
decisiones. —Lali apartó el brazo—. No tardaré, Cande.
—Debería zarandearte —murmuró Candela, y subió
los escalones sin volver la vista atrás mientras Lali se escabullía con Benjamín
en busca de privacidad.
Continuará...
+10 :(
seguro peter la ve
ResponderEliminarosea peter no se el acerca!!! nada que ver osea todos los hombre se le acercan menos el!!1
ResponderEliminary luego bengamin :? creo que asi vera a peter por que nico lo mandara por ella :?
MAS!!!!
quiero saber!
ResponderEliminarquiero más capitulos más más más
ResponderEliminarodio a b! En realidad siempre lo odio
ResponderEliminarOtro caaap :))
ResponderEliminarOtrooooo
ResponderEliminarSubí
ResponderEliminarmas mas mas mas mas mas mas
ResponderEliminarcomo le gusta meterse en problemas a Lali :D
ResponderEliminarSubí mas porfa
Como le gustan los lios
ResponderEliminarMe da miedito lo q pueda hacer benjamin
Mass
aayy a lali le encantan los problemas veremos que pasa otrooo
ResponderEliminarespero k a Cande no se le escape nada
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