—Mariana, no sabes lo duro que
está siendo esto para papá. Ayer apenas le dirigiste la palabra y anteayer
tampoco. ¿Por qué no le hablas? No sabes el daño que le estás haciendo.
Lali lanzó a Stéfano una
mirada de rebeldía. Estaban paseando cerca de la caseta de ahumado y daban
patadas a las virutas de madera que había por el suelo.
—Tú no sabes el daño que él me
ha hecho a mí, Stéfano. ¿Qué harías si te ordenara que no vieras a alguno de
tus amigos? Por ejemplo, a esa chica castaña que te gusta ir a ver de vez en
cuando, Jeannie no sé qué.
—Janie.
—Eso. ¿Qué harías si te
prohibiera volver a verla?
Stéfano era un auténtico
diplomático.
—Supongo que le haría caso. Si
creyera en sus razones.
—¡Ya! Pero tú, como yo, no
creerías en sus razones, de modo que querrías seguir viéndola y te enfadarías
con papá por ser tan dominante.
Stéfano realizó una mueca.
—Sí, pero yo no podría estar
enfadado con él tanto tiempo como tú. Papá y tú son los únicos en guardar
rencor, pero yo no le encuentro sentido a enfadarse por algo que no puedes
cambiar.
—Tienes razón, no tiene ningún
sentido —concedió Lali en tono grave—, pero yo nunca he sido tan buena como tú
y no puedo evitar estar enfadada.
Desde la pelea, Lali había
rehuido a Nicolás y, cada vez que pensaba en la posibilidad de perdonarlo,
encontraba en su interior una dureza insospechada. Hasta entonces, Nicolás le
había permitido hacer y decir casi todo lo que ella quería y constituyó una
sorpresa que cambiara y recortara su libertad de aquella manera tratándola como
un objeto que estaba fuera de lugar. No se podía conceder a alguien libertad
absoluta para después tirar de las riendas de golpe.
Como cualquier hija enfadada
con uno de sus padres, Lali buscó el afecto y el apoyo del otro. Emilia, con
gran sabiduría, evitó criticar a Lali o a Nicolás y no tomó partido a favor de
uno y en contra del otro, sino que ofreció su consuelo a ambos en privado. Ella
sabía que tanto uno como otro eran demasiado tozudos para comprender el punto
de vista del otro. De modo que Lali y Nicolás apenas se hablaban.
Aunque la pelea con Nicolás la
había alterado mucho, Lali procuraba no hablar de esta cuestión, sobre todo con
Peter. Cada vez que lo miraba y recordaba cómo había llorado en sus brazos, se
sentía muy avergonzada. ¿Qué pensaba él de ella ahora? Peter no comentó nada al
respecto. La ternura que mostró aquella noche había desaparecido y había vuelto
a adoptar su habitual actitud burlona hacia ella. A veces la miraba como si se
estuviera riendo en silencio por la recién descubierta timidez de ella y su
mirada ponía a Lali de los nervios. En esos momentos, Lali esperaba que él
realizara algún comentario burlón hacia ella, pero él nunca decía nada. ¡Por
Dios, qué detestable era!
Lali buscó consuelo a su ego
herido en la compañía de Emilia, quien siempre se mostraba amable y tranquila.
Todo lo que hacía transmitía armonía, una armonía que no era aprendida, sino
que procedía de su interior. Candela era como ella. Las dos eran del tipo de
mujer que nunca permitiría que el mundo la cambiara. Lali era consciente de que
ella no se parecía en nada a Emilia y a Candela. Ella siempre estaba inquieta y
en continuo cambio. Siempre deseaba algo y experimentaba resentimiento cuando
no lo conseguía. Lali comprendía lo que Nicolás había intentado explicarle
anteriormente.
«Ningún miembro de la familia
podría continuar la obra de Nicolás después de su asesinato —pensó Lali con
aire taciturno—. No me extraña que el rancho desapareciera después de su
muerte. Todos funcionan bien cuando el entorno es seguro y confortable y está
organizado, pero si ocurriera un desastre, necesitarían que alguien resolviera
la situación. Ser dulce y amable es algo bueno, pero, a veces, uno no puede ser
dulce y amable si no quiere que el mundo lo aplaste.»
Una semana después de que Nicolás
le prohibiera a Lali que se viera con Benjamín, la familia se dispuso a viajar
cien kilómetros para asistir a la boda de Harlan, el hermano menor de Benjamín,
con Ruth Fanin, la hija de un ranchero adinerado. El Sunrise y el Double Bar
acordaron, de una forma tácita, arrinconar sus diferencias durante unos días. A
todos les encantaban las bodas, pues les ofrecían la oportunidad de
reencontrarse con viejos conocidos, intercambiar historias, beber con holgura y
bailar hasta que les dolían los pies. Los vaqueros de los distintos ranchos comían
juntos, charlaban de trabajo y salarios, disfrutaban de la bebida gratis y
sacaban tanto provecho como les era posible de la hospitalidad del anfitrión. Y
a todos los rancheros de Tejas les encantaba hacer alarde de lo que ellos
consideraban su legendaria hospitalidad.
En aquellas celebraciones,
siempre había más hombres que mujeres, lo que significaba que las atenciones de
éstas eran requeridas constantemente. Lali se sentía inquieta por tener que
asistir a la boda. ¿Qué haría cuando se encontrara con personas que esperaban
que ella las reconociera y no fuera así? Sin embargo, al mismo tiempo, se
sentía excitada. Hacía mucho tiempo que no acudía a un baile y deseaba escuchar
música y verse rodeada de gente en actitud festiva.
El día antes de la salida, Emilia
entró en el dormitorio de Lali para ayudarla a empacar sus cosas y la encontró
junto a un montón de vestidos. Lali llevaba una hora probándose vestidos y
ninguno le gustaba, hasta el punto de que sintió la necesidad de prenderle
fuego a toda su ropa.
—Si sirviera de algo, me
echaría a llorar —declaró Lali con frustración.
Emilia la observó con dulzura
e interés.
—Cariño, estás acalorada, ¿qué
te ha alterado tanto?
—Esto. —Con un movimiento de
la mano, Lali señaló el montón de vestidos—. Intento encontrar algo para el
baile que se celebrará después de la boda, pero todo lo que tengo es rosa y lo
odio. Prácticamente todo lo que llevo puesto de la mañana a la noche es rosa y
estoy harta de este color.
—Intenté convencerte de que
escogieras otros colores cuando confeccionaron tus vestidos, pero tú insististe
en que fueran todos de color rosa. ¿Recuerdas lo pesada que te pusiste?
—Debía de estar muerta del
cuello para arriba —declaró Lali con pasión—. ¿Puedes decirme por qué lo quise
todo en rosa?
—Según creo, Benjamín había
dicho que era el color que más te favorecía —contestó Emilia con calma.
—¡Estupendo, ahora ni siquiera
puedo verlo y tengo que aguantarme con un armario lleno de vestidos de color
rosa!
Aunque lo intentó, Emilia no
pudo contener una sonrisa.
—Hija, el rosa te sienta muy
bien...
—No, ni lo intentes —declaró Lali,
y una sonrisa asomó a sus labios a pesar de lo exasperada que se sentía—. Estoy
inconsolable.
Emilia chasqueó la lengua con
simpatía y se puso a ordenar los vestidos que había encima de la cama.
—Encontraremos una solución,
cariño. Dame un minuto.
Lali se tranquilizó mientras
ayudaba a Emilia a poner orden en la habitación. Había algo mágico en el efecto
que Emilia producía en ella, algo relajante y maravilloso en su olor a vainilla,
en el brillo de su pelo rubio y cuidadosamente peinado, en la eficiencia y
elegancia de sus manos blancas y delgadas. Emilia se había adjudicado la tarea
de consolar y tranquilizar, de organizar y ordenar, de mantener la casa y a
todos sus ocupantes en perfecta armonía. Lali sabía que ella no era tan
paciente como Emilia, y tampoco estaba segura de querer serlo, pero aun así,
valoraba esta cualidad en ella.
—Veamos si podemos encontrar
algo para ti en mi armario.
—¿Estás segura? —Lali la miró
con sorpresa—. Bueno, la verdad es que tenemos casi la misma talla, aunque tu
cintura es más estrecha.
—Me he fijado en que,
últimamente, no te aprietas tanto el corsé como antes. Quería hablar contigo de
esta cuestión, Mariana.
Lali frunció el ceño. Ella
siempre había tenido una buena figura, pero esto era cuando las mujeres no
utilizaban corsé.
—Si me lo aprieto más, no
puedo respirar.
—Claro que puedes —contestó Emilia—.
Antes podías.
—He cambiado, mamá, de verdad
que he cambiado.
—Quizá te parezca incómodo a
veces, pero no resulta elegante que se te vea la cintura tan ancha, cariño.
Además, no es bueno para tu espalda no tener sujeción.
—Intentaré apretármelo más
—murmuró Lali, aunque sabía que, si lo hacía, se desmayaría.
A Emilia se le iluminó la
cara.
—¡Ésta es mi chica! Sólo
quiero que seas la joven más guapa del baile. Y lo serás. Te daré aquel vestido
azul verdoso que nunca me he puesto.
—¡Oh, yo no puedo aceptar algo
que tú nunca...!
—He decidido que es demasiado
juvenil para mí. Será perfecto para ti. Ven a probártelo.
Lali la siguió a lo largo del
pasillo hasta su dormitorio. Emilia y Nicolás dormían en habitaciones separadas
para no tener más hijos. Cuando se enteró, Lali le preguntó a Candela acerca de
esta cuestión, pues no podía creer que un hombre tan potente como Nicolás no
estuviera con una mujer durante el resto de su vida. Candela enrojeció
levemente.
—Supongo que debe de visitar a
alguna mujer de vez en cuando —respondió Candela.
A Lali aquella idea le extrañó.
—¡Qué raro, creía que mamá y
papá todavía se querían!
—Claro que se quieren. Aunque
papá se acueste con otra mujer, quiere a mamá como siempre.
—Pero el hecho de que no
compartan la cama...
—En realidad, no significa
nada. Él puede amar a mamá con todo su corazón aunque físicamente ame a otra
mujer.
—No, no puede —replicó Lali
con el ceño fruncido.
La fidelidad no era algo en lo
que se pudiera transigir.
—¿Por qué no?
—¡Porque no puede!
Lali se acordó de aquella
conversación, contempló el dormitorio inmaculado y de colores blanco y amarillo
de Emilia y la observó mientras hurgaba entre los vestidos que había en el
armario.
—Mamá —declaró con cautela—,
¿Si dos personas van a casarse, crees que es importante que sientan pasión la
una por la otra?
Emilia se volvió, sorprendida,
y entonces sonrió.
—¡Santo cielo, a veces eres
más directa que tu mismo padre! ¿Qué te ha hecho pensar en esta pregunta?
—Sólo pensaba en el matrimonio
y en el amor.
—Los dos deben ir unidos. Es
importante amar al hombre con el que te vas a casar. Pero todavía es más
importante que tus intereses sean compatibles con los de él. En cuanto a la
pasión, no es tan necesaria como tú crees. Con el tiempo, la pasión desaparece,
mientras que el amor siempre estará ahí, igual que la compatibilidad. ¿Esto
contesta a tu pregunta?
—En parte —respondió Lali en
actitud un tanto reflexiva—. Tú crees que la pasión es mala, ¿no?
—En cierto sentido sí. Ciega a
las personas y éstas no ven lo que hay de verdad en su corazón. Se dejan
influir más por la pasión que por la razón y esto es malo. La pasión es una
emoción vacía.
Lali no estaba de acuerdo con Emilia,
pero prefirió callar a discutir con ella. Ante el silencio de Lali, Emilia se
volvió hacia el armario y, al final, encontró el vestido que estaba buscando.
—¡Es el vestido más bonito que
he visto en mi vida! —exclamó Lali mientras tocaba uno de los pliegues de la
tela con veneración.
El vestido resplandecía y
brillaba a la luz del sol. Tenía el cuello en forma de corazón, mangas con
volantes que llegaban hasta los codos y una falda plisada y adornada con tela
de gasa y un estampado de flores. Lali no podía esperar a probárselo.
—Si te gusta, es tuyo.
—¡Me encanta! —exclamó Lali
con entusiasmo.
Las dos se echaron a reír y, a
continuación, Lali cogió el vestido, se acercó al espejo y lo sostuvo sobre su
cuerpo.
—Te quedará precioso, con tu
pelo castaño y tus bonitos ojos marrones —comentó Emilia con el rostro
radiante.
—¿Por qué estás tan contenta?
—pregunto Lali mientras reía—. Soy yo quien se va a quedar con el vestido.
Emilia se acercó a Lali y le
dio un breve abrazo por la espalda.
—Yo soy tu madre. Siempre me
siento feliz cuando tú lo eres. ¿No te lo había dicho ya antes?
Lali contempló la cara de
ambas en el espejo y una extraña sensación recorrió su cuerpo. Durante una
fracción de segundo, vio a una niña posando frente a aquel mismo espejo y
vestida con ropa elegante que había cogido del armario de Emilia. La imagen
desapareció enseguida y Lali se echó a temblar.
—Sí, sí que me lo habías dicho
—murmuró Lali.
—Mariana, ¿qué te pasa?
Lali se volvió hacia Emilia
con lentitud y algo en su interior encajó en su lugar, como la pieza perdida de
un rompecabezas. De repente, Emilia le pareció muy familiar y la percibió de
una forma distinta a como la percibía antes. A Lali le sorprendió el cariño que
le inspiraba su rostro y el amor que se había apoderado de su corazón en un
instante. La expresión preocupada de Emilia atrajo a la mente de Lali otra
imagen, ésta mucho más nítida que la anterior. Lali se vio a sí misma cuando
era niña. Llorosa y con sentimiento de culpa esperaba, ansiosa, el perdón de Emilia.
«Mamá, lo siento. Lo siento muchísimo...»
—Acabo de acordarme de algo
—declaró Lali con voz ronca y mirada distante—Hace mucho tiempo cogí algo tuyo
sin pedirte permiso. Era una pulsera de oro, ¿verdad? Y... la perdí.
—Aquello ya está olvidado.
—Pero sucedió —insistió Lali.
—Sí, pero ahora no es
importante.
«Pero sucedió.»
Aquel recuerdo fue suficiente
para que Lali creyera en aquella realidad.
«Seguro que soy su hija. Emilia
es mi madre. Lo sé.»
Los ojos le escocieron y Lali
se los secó con frenesí. Intentó hablar y la garganta le dolió.
«¡He deseado tenerte durante
tantos años! Aunque nunca albergué esperanzas. No tenía ninguna razón para
tenerlas.»
Emilia alargó los brazos hacia
Lali y la abrazó con expresión confundida.
—¿Qué ocurre? ¿Qué te pasa?
Lali apoyó la cabeza en su
suave hombro mientras temblaba de emoción.
—Nada. Nada en absoluto, mamá.
Continuará...
Perdón por subir a esta hora, cero tiempo hoy.
+10 :)
Otrooooo
ResponderEliminarSe va aclarando la historia
ResponderEliminarEl siguienteeeee
ResponderEliminar++++++++++++
ResponderEliminar+++++++++++
ResponderEliminarEmilia ,Sarah,al final tendrá dos madres.
ResponderEliminarVaya con Nicolás buscando fuera lo k tiene en casa
ResponderEliminarMas caaap :)
ResponderEliminarmás lindo el cap más más más
ResponderEliminarmás más más nove nove nove
ResponderEliminarEs muy intrigante la nove. Ya quiero otro capi :)
ResponderEliminar