Lali salió de la casa y bajó
los escalones de la entrada dando saltitos. De repente se sentía de buen humor.
Su corazón pareció expandirse de alegría cuando vio a Peter. La luz de la luna
despedía destellos azules y plateados de su pelo negro y resaltaba la longitud
de sus piernas a la entrada del cobertizo. Uno de sus pies reposaba en un
escalón y el otro en el suelo, y apoyaba la guitarra en la pierna que tenía
doblada.
Al verla, Peter sonrió y, sin
dejar de contemplar su esbelta figura, siguió tocando la melodía. Lali cogió su
falda con ambas manos y la ondeó al compás de la música simulando
despreocupación.
Cuando se acercó a Peter, sus
miradas se encontraron intercambiando mudas promesas.
—¿Ya saben que estás aquí?
—preguntó Peter señalando con la cabeza hacia la casa.
—Les he dicho a mamá y a Cande
que iba a dar un paseo.
—¿Eso es todo? ¿No me has
mencionado para nada?
—Ellas ya saben que he venido
a verte.
Peter sonrió con burla.
—Entonces decir que salías a
dar un paseo era como representar una comedia, ¿no?
Ella simuló sentirse ofendida,
se volvió hacia la casa y miró a Peter por encima del hombro.
—Si no quieres mi compañía,
dímelo.
—Yo nunca te diría algo así,
cariño. —Peter se desplazó un poco en el escalón y señaló el hueco que quedaba
con el mástil de la guitarra—. Siéntate.
—Es demasiado estrecho, no
creo que quepa ahí.
Peter sonrió con malicia.
—Inténtalo.
Lali consiguió apretujarse
entre él y la barandilla.
—¡Uf, casi no puedo respirar!
—Yo no me quejo.
Peter se inclinó hacia ella y
la besó en los labios. La lengua de Lali se unió a la de él, calidez con
calidez, ofreciendo y saboreando, hasta que la sangre de Peter hirvió con
creciente vigor. Peter realizó un sonido profundo y apreciativo antes de
separar su boca de la de ella, pues era consciente de que era necesario guardar
las apariencias. Peter volvió a colocar con indecisión los dedos en las cuerdas
de la guitarra y contempló el instrumento como si no lo hubiera visto nunca
antes.
—¿Yo sabía tocar esta cosa?
Ella rió por lo bajo y
acurrucó su cara en el cuello de él mientras disfrutaba del aroma de su piel.
—Sí. Toca algo bonito para mí,
Peter.
Él se inclinó sobre la
guitarra y la obedeció. La evocadora melodía que Lali había oído tantas noches
mientras estaba sola en la cama pareció envolverlos a los dos. Lali presionó la
mejilla contra el hombro de Peter y entrecerró los ojos ensimismada.
—¡Suena tan triste!
—¿Ah, sí? —Sin dejar de tocar,
Peter la miró de una forma pensativa—. Me recuerda un poco a ti.
—Yo no soy triste.
—Pero tampoco muy feliz.
A Lali su percepción le
resultó desconcertante, aunque no podía negar que el tic fuera cierto. Sería
feliz sino tuviera miedo de lo que pudiera ocurrirle a Nicolás y si no hubiera
tanta animosidad entre el rancho Sunrise y el Double Bar, y si su relación con Peter
no molestara tanto a Emilia, y si pudiera resolver sus inquietudes respecto a
su pasado... En fin, había toda una lista de cosas que la preocupaban.
—No, no soy completamente
feliz —admitió ella—. ¿Y tú?
—A veces.
Lali puso cara de
contrariedad.
—A los hombres les resulta más
fácil ser felices que a las mujeres.
Peter soltó una carcajada.
—¡Nunca había oído nada
parecido antes! ¿Qué te hace creer que es más fácil para nosotros?
—Pueden hacer todo lo que
quieren. Y sus necesidades son muy simples. Buena comida, salir de vez en
cuando con los amigos a beber, una mujer con la que compartir la cama y estan
en el cielo.
—Un momento —intervino él con
los ojos chispeantes de diversión y malicia. Peter dejó la guitarra apoyada en
la barandilla y se volvió hacia Lali mientras colocaba las manos en las caderas
de ella. La música nocturna los rodeaba: el canto de los grillos y el susurro
de la brisa en el heno—. Has pasado por alto unos cuantos puntos.
—¿Ah, sí? ¿Qué más necesitan,
aparte de las cosas que he mencionado?
—Para empezar, una familia.
—¿Grande o pequeña?
—Grande, claro.
—Claro —repitió ella con
ironía—. No dirías esto si fueras la mujer que tuviera que tener a esos hijos.
—Es probable que no —accedió
él, y sonrió—. Pero como hombre, me gusta la idea de tener, como mínimo, media
docena de hijos.
Resultaba difícil imaginárselo
como padre. Peter encajaba demasiado bien en el papel de amante soltero.
—En cierto sentido, no te veo
aguantando una casa llena de niños, con un bebé vomitando en tu camisa y otro
niño tirando de la pernera de tus pantalones.
—Da la casualidad de que me
gustan los niños.
—¿Incluso los traviesos?
—No sabía que pudieran ser de
otra manera.
—¿Cómo sabes que te gustan?
—preguntó Lali.
—Tengo un sobrino y una
sobrina y ellos...
—Esto sólo son dos —lo
interrumpió ella con aire triunfal—. Dos es muy distinto que seis.
—¿Adónde pretendes llegar?
—Sólo quiero hacerte comprender
que no tienes ni idea del tiempo, la atención y las preocupaciones que
requieren media docena de niños.
—Entonces, ¿no tienes
intención de tener seis hijos?
—¡En absoluto! Dos o tres será
suficiente.
—De acuerdo. Siempre que uno
de ellos sea un niño.
—¡Machista! —gruñó ella—. Te
doy tres oportunidades y, si todas son niñas, te parece mal. Sin embargo, tener
muchos hijos hace que las mujeres envejezcan antes de tiempo. Además, si
tuviéramos seis hijos estaría tan ocupada que no dispondría de tiempo para ti y
siempre estaría demasiado cansada para hacer el amor, y...
—Tienes razón —contestó él de
inmediato—. De acuerdo, lo dejaremos en tres.
—Peter, ahora que estamos
hablando acerca de nuestro futuro, hay algo que me he estado preguntando...
—Después.
La respiración de Peter
agitaba ligeramente el pelo de la nuca de Lali y ella dio un brinco al notar el
suave mordisqueo de sus dientes.
—Pero es importante. Es acerca
de nuestro matrimonio y...
—Lali, no voy a quedarme aquí
sentado repasando tu lista. —Sus manos se deslizaron hacia arriba, por la
ceñida cintura de Lali y se detuvieron debajo de sus pechos—. Ahora no. Esta es
la primera vez que estamos solos desde ayer por la noche.
Los pechos de Lali se pusieron
en tensión, reclamando el tranquilizador contacto con las manos de Peter.
—Hoy te he echado de menos
—murmuró Peter. Ella se retorció y lo empujó.
—Es importante que hablemos de
esto. Hay cosas que debemos entender el uno del otro. En esto consiste el
cortejo.
Peter exhaló un suspiro y la
soltó. Se rodeó las rodillas con los brazos y le lanzó una mirada de reojo
llena de sarcasmo.
—¿Qué es lo que no entiendes y
que no puede esperar a más tarde?
—Se trata de lo que tú no
entiendes de mí.
De repente, los ojos verdes de
Peter se pusieron en alerta.
—Dime.
—Hay cosas que necesito... El
nuestro no puede ser un matrimonio como el de los demás. Yo soy diferente de
las otras mujeres de por aquí.
—Esto no te lo discutiré.
—Me preocupa cómo funcionará
el matrimonio entre dos personas como nosotros. Los dos somos muy tozudos y
tenemos nuestras propias ideas acerca de las cosas.
—Estoy de acuerdo. Tendremos
que llegar a muchos compromisos.
—Pero hay algunas cosas a las
que no pienso... a las que no puedo comprometerme. —Lali levantó la vista hacia
Peter y se ruborizó—. Siento haber sacado este tema. En realidad, no sé lo que
quería decirte.
—Yo creo que sí lo sabes.
—Quizá no debería... En
realidad es demasiado pronto.
—¿Qué tenías pensado pedirme,
un viaje alrededor del mundo? ¿El rancho más grande de todo Tejas? ¿Acciones de
la Northern Pacific?
Lali no pudo evitar echarse a
reír.
—¡Vamos, para!
Peter le cogió las muñecas y
las colocó alrededor de su cuello y Lali entrecruzó los dedos de ambas manos.
—Cuéntamelo —pidió Peter
mientras la besaba en la frente—. Se me están acabando las suposiciones.
—Quiero que, dentro de veinte
años, me escuches como lo haces ahora. Como si mis opiniones te importaran.
—Claro que me importan, y
siempre me importarán. ¿Algo más?
Los labios de Peter se
deslizaron hasta la sien de Lali y se entretuvieron en el pulso que encontraron
allí.
—Sí, no quiero convertirme en
algo de tu propiedad, en un anexo como un brazo o una pierna extra, en alguien
que deba estar de acuerdo con todo lo que tú dices. Y no permaneceré en
silencio durante las comidas. —Ahora que había empezado a abrirse a él, le
resultaba mucho más fácil continuar—. Necesito que me respetes, pero no que me
protejas de la realidad. Quiero que seas siempre honesto conmigo y respecto a
todo y que me concedas la oportunidad de demostrarte que puedo hacer algo más
por ti además de cocinar, lavar y coser. Todo esto puede hacerlo cualquier
mujer. Yo quiero ocupar un lugar en tu vida que nadie más pueda ocupar, y no me
refiero a un pedestal.
—Yo nunca intentaría colocarte
en un pedestal.
—¿Ah, no? ¿No querrás que
cambie después de que nos hayamos casado y que haga todo lo que tú digas y que
nunca discuta contigo?
—¡Demonios, no! ¿Por qué
habría de querer cambiar las cosas que más me atraen de ti? —Peter acarició el
lateral de su cintura y sonrió con calma—. Dejemos que las mujeres de los otros
hombres jueguen a ser marionetas irracionales si eso les complace. Yo prefiero
tener una esposa que tenga sentido común. ¿Por qué habría de querer que
estuvieras siempre de acuerdo conmigo? Estar con alguien que repita todo lo que
yo digo me aburriría de muerte. Tranquilízate, cariño, no quiero casarme
contigo para cambiarte.
Ella lo miró sorprendida. ¡Qué
diferente era Peter de los otros hombres que había conocido!
Peter era un hombre que se
sentía cómodo consigo mismo, seguro de su lugar en el mundo, fuerte y, al mismo
tiempo, sensible a las necesidades de los demás. De ningún modo era inocente,
pero tampoco era un cínico y poseía un pícaro sentido del humor y un grado
saludable de perspicacia. Lali apoyó la mano en el brazo de Peter y deseó poder
contarle cuánto valoraba su falta de prejuicios.
—La mayoría de los hombres de
cuando..., quiero decir de ahora, no querrían que su matrimonio constituyera el
tipo de asociación que yo te propongo.
—Yo no te daré órdenes para
que las cumplas, pero, por otro lado, no te des aires de superioridad por esto.
Te aseguro que nadie más que yo llevará los pantalones en mi casa, ¿comprendes?
Lali sonrió y le mordisqueó el
hombro a través de la camisa de una forma juguetona. Lo comprendía. Peter sería
manejable.
—Siempre te gusta salirte con
la tuya —lo acusó Lali.
Peter inclinó la cabeza hacia
ella y murmuró cerca del oído de Lali:
—Empiezas a conocer mis
fallos, señorita Mariana.
—Lo intento —respondió ella
volviendo el rostro hacia él y ofreciéndole un beso suave y ligero.
Él lo aceptó sin titubear y lo
remató con un beso sonoro.
—¿De dónde sacas tu actitud
hacia las mujeres? —preguntó Lali cuando sus labios se separaron—. Me sorprende
lo liberal que eres. Se debe a alguien de tu pasado, ¿no? ¿Tu madre te enseñó a
tener una actitud abierta o fue alguna otra mujer?
Él titubeó y buscó algo en el
rostro de ella con una mirada casi predadora. Fuera lo que fuera lo que
buscaba, no pareció encontrarlo.
—Quizá te lo cuente algún día.
La combinación del tono
despreocupado de su voz con sus ojos escrutadores inquietó a Lali.
—Si quisieras, podrías
contármelo ahora. Puedes confiarme cualquier cosa. Todo.
—¿Igual que tú confías en mí?
La sonrisa de Lali se
desvaneció cuando percibió la leve mordacidad que contenía la pregunta de Peter.
—¿Qué quieres decir? Yo confío
en ti.
Durante un segundo, Peter no
respondió. A continuación, para alivio de Lali, cambió de actitud a una
velocidad desconcertante, cogió su guitarra y rasgó las cuerdas con un estilo
vaquero exagerado que hizo reír a Lali. La nostálgica melodía hizo pensar a Lali
en las películas del Oeste que había visto en el cine, películas que
protagonizaban guapos vaqueros con sombrero.
—¿Qué estás tocando? Me
resulta familiar.
—Una canción que cantamos cuando
transportamos al ganado.
La canción era My Bonnie Lies Over the Ocean. Cuando Lali la reconoció,
miró a Peter de una forma acusatoria.
—La conozco, y no es, para
nada, una canción vaquera.
—Sí que lo es.
—Es una canción de marineros.
Incluso me sé la letra —replicó Lali, y recitó, sin cantar, un par de versos
haciendo sonreír a Peter— «... bring
back, bring back my Bonnie to me, to me...».
—Esta es la parte en la que
cantamos.
—¿No podrían haber inventado
una canción en lugar de robarla?
—No la robamos, sólo la
mejoramos. Al estilo de Tejas.
Peter sonaba tan poco
avergonzado que Lali se echó a reír.
—Eres un sinvergüenza. Y
necesitas que te reformen. —Lali deslizó la palma de la mano por el hombro de Peter
y miró en dirección a la casa—. Aunque supongo que tu reforma tendrá que
esperar. Tengo que irme, listillo.
Peter se puso serio y dejó a
un lado la guitarra. Después, apoyó la mano en la cadera de Lali y le impidió
levantarse. Ella casi dio un brinco al notar la dureza de su mano.
—¿Por qué me has llamado así?
—¿Listillo? No pasa nada, sólo
es una expresión. —Lali la había utilizado en tono cariñoso con Bernie y con
algunos de los veteranos del hospital—. Ya te he llamado así antes y tú no...
—¿De dónde demonios la has
sacado?
Había cosas en Lali, entre
ellas algunas expresiones raras, que lo sorprendían. A Peter no le gustaba la
sensación que tenía de que Lali se guardaba cosas para sí misma, incluso cuando
estaba entre sus brazos. A veces, percibía en ella miedo, aunque no sabía de
qué o de quién. ¿Acaso tenía miedo de él?
—La o-oí en Virginia
—tartamudeó Lali maldiciéndose por ser una mentirosa—. No te llamaré más así si
no te gusta.
—No, no me gusta.
Lali lo miró confusa por el
ligero desdén que reflejaban los labios de Peter.
—Lo siento —murmuró Lali, e
hizo el ademán de levantarse. Peter la obligó a sentarse de nuevo de un tirón y
le rodeó la cintura con el brazo. Sus miradas, cargadas de electricidad, se
encontraron. Lali percibía la tensión de Peter, aunque no comprendía la razón
de que estuviera así.
—¿Qué te ocurre?
Él parecía tan exasperado que
podría haberla zarandeado. Colocó una mano en la nuca de Lali y la besó con
fuerza. Lali se retorció como protesta por su brusquedad, presionó los brazos
contra él y lo empujó. El pecho de Peter era tan duro como una pared de
ladrillos y frustró sus intentos de separarlo de ella. La fuerte mano de Peter
en su nuca le impedía moverse y Peter aumentó la presión hasta que ella se
rindió con un leve gruñido de enfado. El beso no fue más que una competición de
fuerza física, pero resultaba inútil luchar contra Peter.
La lengua de Peter exigió el
acceso al interior de la boca de Lali y ella apretó los puños mientras su
cuerpo se ponía rígido. ¡Criaturas arrogantes y violentas! Los hombres creían
que todo se resolvía por la fuerza. ¿Cómo se atrevía a actuar de aquella manera
después de lo que acababan de hablar? Mucho después de que el doloroso beso
hubiera tenido que terminar, Peter separó su cabeza de la de Lali y le lanzó
una mirada iracunda. Estaba enfadado, excitado e insatisfecho.
—¿Qué pretendes? —preguntó Lali
con frialdad mientras deslizaba con cuidado la lengua por sus labios
hinchados—. ¡Tú... tú...! —Intentó pensar en una expresión que Nicolás habría
utilizado—. ¡Hijo de puta! Me has hecho daño.
Él no mostró el menor signo de
arrepentimiento por el dolor que le había causado.
—Entonces estamos igualados.
—¡Y un cuerno! ¿Qué he hecho o
he dicho yo que te haya dolido?
—Es lo que no has dicho, Lali.
Es lo que no has hecho. —Antes de que ella tuviera tiempo de reflexionar en lo
que él le decía, Peter volvió a besarla. Lali cogió el pelo de Peter y tiró con
fuerza hasta que él separó su boca de la de ella—. ¡Maldición! —murmuró Peter
con ojos centellantes—. Yo no quería amarte. Sabía que me volverías loco, que
intentarías mantenerme a distancia. Pero no se te ocurra pensar que lo
permitiré. Lucharé hasta que pueda acceder a tu interior y me aferraré a ti
aunque intentes desembarazarte de mí.
Peter hizo caso omiso de la
mano que tiraba de su cabello y le estampó otro beso en la boca. En esta
ocasión, Lali no pudo resistirse a la pasión que invadió su cuerpo, soltó el
pelo de Peter y deslizó las manos hasta sus hombros. Resultaba imposible
ignorar la calidez de su cuerpo duro y musculoso y el irregular latido de su
corazón. Lali le rodeó el cuello con los brazos y sus pechos se aplastaron
contra los pectorales de Peter. Lali encajó su suavidad con la dureza de él, le
ofreció sin reparos lo que él quería y contrarrestó la violencia de Peter con
su rendición. Silenciosamente, su cuerpo comunicó lo que ella no había podido
expresar con palabras.
«Sí, te necesito. Amor... Sí,
soy tuya... »
Al sentir la respuesta de Lali,
Peter gimió, le soltó la nuca y la abrazó con fuerza.
Sus cuerpos ardían bajo la
ropa, ansiando liberarse de todo lo que los separaba. La violencia de Peter
desapareció y, en su lugar, creció la dulce ansiedad del deseo. Embriagado con
una mezcla de lujuria y amor, Peter intentó llenarse con el sabor y el contacto
de Lali. Su lengua penetró en la boca de ella con frenesí y Lali gimió y se
estremeció pegada a él.
Querían estar más cerca el uno
del otro, pero mientras buscaba el cuerpo de Lali, Peter se encontró con las
duras varillas del corsé. Las faldas de Lali constituían una masa de enaguas y
otras capas de tela. La única parte accesible para él era la boca de Lali y Peter
la devoró con furia, besándola una y otra vez. Jadeando como si hubiera corrido
varios kilómetros, Peter deslizó una mano temblorosa por el cabello de Lali
mientras recordaba cómo la había deslizado por su cuerpo la noche anterior.
Ansiaba sentir el contacto de su cuerpo desnudo y libre de barreras debajo del
de él.
El impulso de soltarle el pelo
que llevaba sujeto a la cabeza era demasiado intenso para resistirse a él.
Aunque sabía que Lali se enfadaría, Peter cogió el extremo de uno de los
alfileres y tiró de él. Al notar que parte de su cabello caía sobre su hombro, Lali
soltó un respingo de inmediato y se apartó de Peter.
—¡Devuélveme ese alfiler!
—exclamó Lali mientras alargaba la mano con nerviosismo—. ¡Qué pensarán si
entro en casa con el pelo suelto! ¡Devuélvemelo!
Peter estuvo tentado de
negarse, dejar que entrara en la casa de aquella manera y que todos la vieran
acalorada y despeinada. De este modo, sabrían con certeza cómo estaban las
cosas entre ellos. Pero Lali sacudió su pequeña mano con ímpetu delante de la
cara de Peter exigiéndole que le devolviera lo que le había robado y, a pesar
de las presiones del diablo que estaba sentado en su hombro, Peter dejó el
alfiler en la palma de su mano. Ella lo cogió sin dar las gracias y volvió a
recoger su cabello. Después, soltó un resoplido vigoroso que mostraba la
agitación que Peter le había causado.
—Yo no he hecho nada para
provocar este..., este acto. ¡Si es así como te vas a comportar, entonces
mantente alejado de mí hasta que consigas dominarte! —soltó Lali. Y bajó los
dos escalones de la entrada. En esta ocasión, Peter no se lo impidió, sólo la
observó de una forma inquietante—. Eres perfectamente capaz de ser un caballero
cuando te conviene y, a partir de ahora, te exijo que...
—¿Quieres que sea un
caballero? Esto está muy lejos de lo que querías ayer por la noche. ¿O es que
tu exigencia sólo es válida hasta la hora de acostarse?
—¡Oooh!
Lali estaba demasiado
indignada para contestarle. Giró sobre sus talones y regresó a la casa mientras
murmuraba maldiciones contra Peter y los hombres en general.
Continuará...
+10 :o
otrooo
ResponderEliminarOk estoy igual que lali no entendí se enojo por que piensa que tiene miedo???
ResponderEliminarPorque se enojo che ??
ResponderEliminar@x_ferreyra7
maass
ResponderEliminarLali puso sus condiciones.
ResponderEliminarParece k Peter quiere k Lali cuente ya d su relación.
ResponderEliminarMedia docena d hijos.
ResponderEliminarJajajajaja,Lali tuvo k convencerlo ,dándole razones efectivas.
maaaaas
ResponderEliminarMachista.....es quien mejor la entiende
ResponderEliminarPeterintuye k Lali le oculta algo ,y está enfadado xk ella no es capaz d sincerarse.
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