—¿Qué
clase de maldición? —le preguntó Mery, ojeando un viejo libro ajado en la
cocina mientras Lali preparaba el desayuno—. Veamos... ¿impotencia? ¿Verrugas,
furúnculos? Un trastorno digestivo, halitosis, alopecia... Me parece que no le
quitaremos el deseo sexual pero lo haremos tan horroroso que nadie le querrá.
Lali
cabeceó, divertida, usando una pala para helado para llenar de masa unas
bandejas de magdalenas. Esa mañana le había confesado a Mery que ella y Peter
habían roto hacía unos días y su prima se había puesto hecha una furia. Parecía
convencida de que podía exigir alguna clase de venganza sobrenatural en nombre
de Lali.
—Mery...
¿Qué estás mirando?
—Un
libro que me dio mi madre. Aquí hay un montón de buenas ideas. Mmmm... a lo
mejor alguna plaga... de ranas o algo así...
—Mery...
No quiero echar una maldición a nadie.
—Claro
que no, eres demasiado buena. Yo, sin embargo, no tengo ese inconveniente.
Lali
dejó la pala y se acercó a la mesa a la que estaba sentada su prima. Echó un
vistazo al sucio libro de aspecto vetusto. Estaba lleno de extraños símbolos e
ilustraciones un tanto alarmantes. Algo gelatinoso goteó del borde.
—¡Dios
santo, Mery! Lávate las manos después de haber tocado esta porquería... Todas
las páginas están mugrientas.
—No,
no todas. Solo las del tercer capítulo. Siempre rezuma un poco.
Haciendo
una mueca, Lali llevó espray multiusos y papel de cocina a la mesa.
—Vuelve
a envolverlo —le ordenó a Mery, indicando con un gesto el trozo de tela en el
que había estado envuelto.
—Espera,
deja que encuentre un hechizo rapidito...
—¡Ya!
—dijo Lali, categórica.
Poniendo
mala cara, Mery envolvió el libro en la tela y se lo puso en el regazo mientras
la otra limpiaba la mesa.
—No
sé si lo dices en serio o si estás bromeando —le dijo Lali—, pero no hacen
falta hechizos ni maldiciones. Si un hombre no quiere estar conmigo, tiene
derecho a tomar esa decisión.
—Estoy
de acuerdo. Tiene derecho a tomar esa decisión... y yo lo tengo a hacerle
sufrir por haberla tomado.
—No
le lances ningún hechizo a Peter. No se lo lanzaste a Duane, ¿a que no?
—Si
alguna vez lo ves sin patillas, sabrás por qué.
—Bien,
quiero que dejes en paz a Peter.
Mery
estaba cabizbaja.
—Lali,
tú eres la única verdadera familia que he tenido. Tengo un padre ausente y mi
madre es una de esas mujeres que no deberían haber tenido hijos. Pero tuve la
suerte de tenerte. Eres la única buena persona que he conocido. Me conoces lo
bastante para herirme más de lo que podría hacer nadie, pero nunca lo harías.
Una hermana no te querría tanto como yo.
—Yo
también te quiero —dijo Lali, sentándose a su lado, sonriendo pero con lágrimas
en los ojos.
—Desearía
que hubiera un hechizo para encontrar a un hombre que te tratara como te
mereces, pero los hechizos no funcionan así. Sabía que Peter era peligroso para
ti, y lo peor que hay en el mundo es ver a alguien por quien te preocupas ir de
cabeza hacia un peligro y no ser capaz de detener a esa persona. Así que no
creo que una maldición, una pequeñita, esté completamente injustificada.
Lali
se apoyó en ella y permanecieron las dos sentadas en silencio.
—Peter
ya está suficientemente maldito, Mery —dijo por fin—. No puedes hacerle nada
peor de lo que ya tiene encima. —Se levantó y volvió a la encimera para
terminar de llenar los moldes.
—¿Quieres
una bolsa de plástico para guardar ese libro repugnante?
Mery
se llevó el libro al pecho, protectora.
—No.
Tiene que respirar.
Mientras
Lali metía la bandeja en el horno, sonó el móvil. El corazón le dio un brinco,
como cada vez que había sonado durante los últimos días. Sabía que no era Peter
quien llamaba, pero no podía evitar desear que lo fuera.
—¿Puedes
contestar por mí? —le preguntó a Mery—. Está en mi bolso, en el respaldo de la
silla.
—Claro.
—Antes
límpiate las manos.
Mery
le hizo una mueca, se puso espray multiusos en las manos y se las secó con un
trozo de papel de cocina. Luego sacó el teléfono del bolso de su prima.
—Es
el número de tu casa —le dijo—. ¡Hola! Soy Mery. Lali está en plena faena. ¿Le
doy el mensaje? —Un momento de silencio—. Estará ahí enseguida. —Otra pausa—.
Lo sé, pero querrá ir. De acuerdo Jeannie.
—¿Qué
pasa? —preguntó Lali, metiendo otra bandeja en el horno.
—Nada
serio. Jeannie dice que Elena tiene la tensión un poco alta y parece confusa.
Confunde las palabras más de lo normal. Jennie le está dando su medicina y dice
que no hace falta que vayas, pero ya has oído lo que le he dicho.
—Gracias,
Mery. —Tenía el ceño fruncido. Se quitó el delantal y lo dejó en la encimera—.
Saca esas magdalenas dentro de exactamente quince minutos, ¿vale?
—Sí.
Llámame cuando puedas. Házmelo saber si al final tienes que llevarla al
hospital.
Lali
tardó solo quince minutos en llegar a casa. Esa mañana no había visto a Elena,
porque cuando Jeannie había llegado la anciana todavía dormía. Había sido la
última de una serie de noches malas. Al anochecer Elena estaba cada vez peor:
confusa e irritable. No dormía bien. Jeannie había hecho varias sugerencias
útiles, como animar a la anciana a echar cabezaditas durante el día y a
escuchar música suave justo antes de acostarse.
—Los
pacientes con demencia tienden a agobiarse al anochecer —le había explicado la
enfermera—. Les cuesta hacer incluso las cosas más simples.
Aunque
le habían advertido lo que podía esperar, para Lali era enervante ver que su
abuela se comportaba de un modo completamente impropio de ella. Una vez que no
encontraba un par de zapatillas bordadas la había avergonzado acusando a
Jeannie de habérselas robado. Por suerte, la enfermera había sido amable, no
había perdido la calma y no se había ofendido en absoluto.
—Hará
y dirá muchas cosa que no quiere decir —le había dicho—. Forma parte de la
enfermedad.
Entró
en la casa y vio que su abuela estaba sentada en el sofá, con cara de cansada.
Jeannie estaba a su lado, intentando desenredarle el pelo, pero Elena le
apartaba la mano con irritación.
—Upsie
—le dijo Lali sonriente, acercándosele—. ¿Cómo te encuentras?
—Llegas
tarde. La comida no me ha gustado. Jeannie me ha preparado una hamburguesa y
estaba demasiado cruda por dentro para que no me la comiera si no quería. Pero
no me ha gustado mi comida y tú preparas la comida cuando no está cruda pero yo
no quiero comer.
Lali
hizo un esfuerzo para que no se le notara el pánico que la había invadido.
Aquel batiburrillo verbal era inusual en Elena.
Jeannie
se levantó y le dio el cepillo, murmurando:
—La
tensión. Estará mejor cuando la medicación surta efecto.
—No
me ha gustado la comida —insistió Elena.
—Todavía
no es hora de comer —le dijo Lali, sentándose a su lado—, pero, cuando lo sea,
te prepararé lo que quieras. Deja que te cepille el pelo, Upsie.
—Quiero
a Fermín —dijo la anciana, muy seria—. Dile a Peter que lo traiga.
—Vale.
—Aunque Lali quería preguntarle quién era Fermín, pensó que era mejor seguirle
la corriente hasta que la presión le bajara. Le pasó el cepillo por el pelo con
cariño, parando para deshacerle un enredo. Elena se quedó callada un rato, como
si le gustara notar las manos de su nieta en el pelo. Aquella tarea contribuyó
a que las dos se relajaran.
Elena
había hecho incontables veces lo mismo por Lali cuando esta era una niña.
Siempre acababa diciéndole que era hermosa, por dentro y por fuera, y aquellas
palabras habían arraigado en ella. Todo el mundo debería tener a alguien que lo
ame incondicionalmente... y para Lali esa persona había sido siempre Elena.
Cuando
terminó de peinarla, dejó el cepillo y le sonrió a su abuela.
—Eres
hermosa —le dijo—. Por dentro y por fuera.
Elena
la abrazó. Compartieron las dos, así abrazadas, un momento de pura felicidad,
sin pensar en el pasado ni en el futuro, centradas en lo que tenían en aquel
preciso instante, juntas.
Elena
estuvo descansando toda la tarde mientras Jeannie vigilaba su tensión. Al
final, satisfecha porque la hipertensión había cedido, la enfermera dio por
terminada su jornada.
—Intenta
que beba agua siempre que sea posible —le recomendó a Lali—. Se olvida de beber
y no queremos que se nos deshidrate.
Lali
asintió.
—Gracias,
Jeannie. No sabes lo mucho que valoro todo lo que haces por Elena... y por mí.
Estaríamos perdidas sin ti.
La
enfermera le sonrió.
—Estoy
encantada de ayudar. Por cierto, pude que después de cenar quieras darle a Elena
uno de los sedantes que le han recetado. Hoy ha descansado mucho y, aunque me
parece que le hacía falta, esta noche será difícil que duerma sin un poco de
ayuda.
—Se
lo daré. Gracias.
Como
había descubierto que su abuela no se alteraba si por la noche la televisión
estaba apagada, Lali puso un poco de música suave. Las notas de We’ll Meet Again flotaron en el
ambiente. Elena escuchaba la canción, como hipnotizada.
—¿Cuándo
vendrá Peter? —le preguntó.
Aquella
pregunta le encogió el corazón a Lali. Cuando más echaba de menos a Peter era
por la noche. Echaba de menos la conversación relajada mientras la ayudaba a
recoger los platos, el modo en que le acariciaba la espalda. Una noche había
descubierto que el punto rojo de luz de su medidor láser danzando por el suelo
enloquecía a Byron. Se había dedicado
a hacer correr en círculos al gato por la habitación, intentado atrapar el
punto y luego lo apagaba para que Byron
creyera que lo tenía sujeto debajo de la pata. Observando sus travesuras, Elena
se había reído tanto que casi se había caído del sofá. Otra noche, después de
darse cuenta de que Elena tenía dificultades para recordar dónde estaba
guardada cada cosa en las alacenas, Peter había rotulado cada puerta con una nota
adhesiva: una para los platos, otra para los vasos, otra para los cubiertos y
así todas. Las notas seguían allí, y a Lali le dolía el corazón cada vez que
las veía.
—No
sé cuando vendrá —le dijo a Elena. «Ni si volverá alguna vez.»
—Fermín
está con él. Quiero que venga Fermín. ¿Puedes llamar a Peter?
—¿Quién
es Fermín?
—Un
granuja. —Elena le sonrió ligeramente—. Un rompecorazones.
Un
antiguo novio. Lali le devolvió la sonrisa.
—¿Estabas
enamorada de él? —le preguntó dulcemente.
—Sí.
Sí. Llama a Peter y pídele que traiga a Fermín.
—Dentro
de un ratito, cuando me haya bañado —dijo Lali, con la esperanza de que Elena
se olvidara de aquello cuando el sedante le hiciera efecto. Miró a su abuela
sonriendo con socarronería, preguntándose qué conexión había establecido entre
su antiguo novio y Peter—. ¿Te recuerda Peter a Fermín?
—¡Oh,
sí! Alto como él y moreno. Y Fermín era carpintero. Construyó cosas hermosas.
No
había modo de saber si Fermín había sido alguien real, se dijo Lali, o era un
producto de la imaginación de Elena.
—Estoy
cansada —murmuró su abuela, dándole vueltas a un botón de su pijama floreado—.
Quiero verle, Lorraine. He esperado tanto tiempo...
Lorraine
había sido una de las hermanas de Elena. Tragando saliva con dificultad, Lali
se inclinó hacia ella y la besó.
—Voy
a darme un baño —le susurró—. Descansa y escucha la música.
Elena
asintió, mirando hacia las ventanas. El cielo se oscurecía. El sol se estaba
poniendo.
Continuará...
+10 :/
Mas !!
ResponderEliminar++++
ResponderEliminarUi ui ui !!
ResponderEliminarSube más!!!
ResponderEliminarSubi otroooooo plissssss
ResponderEliminarMas !!
ResponderEliminarLa novela es preciosa!
ResponderEliminar8!
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ResponderEliminar10!
ResponderEliminarpobre Lali :(
ResponderEliminarme encanta mas
Pobre Elena.
ResponderEliminarEspero k Lali haga tripas corazón ,y llame a Peter
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