Mientras Gastón recogía las herramientas y aspiraba el polvillo que
quedaba, Peter se acercó a la mesa. El fantasma estuvo a su lado en un
periquete.
—No
invadas mi espacio —le advirtió Peter entre dientes, pero el espectro no se
movió.
Una
sensación de aprensión le recorrió la espalda a Peter cuando abrió el cajón y
sacó el retal de fina seda, amarillenta por los años, de unos veinte por
veinticinco centímetros. Tenía unas cuantas manchas y los bordes oscurecidos.
La bandera nacionalista china dominaba la parte superior. Había seis columnas
impresas de caracteres chinos debajo de ella.
—¿Qué
es? —meditó Peter en voz alta, su voz ahogada por el ruido de la aspiradora, a
pesar de lo cual el fantasma lo oyó.
—Es
una blood chit —le respondió en voz
baja pero audible.
Aquel
término no le resultaba familiar a Peter.
—Es
mía —añadió el fantasma antes de que pudiera preguntar lo que significaba.
El
fantasma recordaba algo, las emociones fluían como el humo, y Peter no podía
evitar captarlas de refilón.
«El
mundo era humo y fuego y pánico. Él caía más deprisa que la gravedad por el
azul del cielo y entre los blancos cirros, con la piel de metal de su aeronave
cayendo en barrena como un cordón de regaliz mientras las fuerzas del cielo y
el infierno tiraban de ella. Estaba sentado con las rodillas levantadas y los
codos doblados, en posición fetal, la última que un piloto de combate adopta
antes de morir. No era un ejercicio de entrenamiento, sino que su cuerpo sabía
que estaba a punto de sufrir más dolor y más daños de los que podía soportar.
Su corazón repetía las sílabas del nombre de una mujer, una y otra vez.»
Peter
sacudió la cabeza para aclararse las ideas y miró al fantasma.
—¿Qué
opinas? —oyó que le preguntaba Gastón.
El
fantasma miraba fijamente la seda que tenía en las manos Peter.
—Daban
eso a los pilotos estadounidenses que realizaban misiones sobre China —le
dijo—. Por si su avión resultaba derribado. Pone lo siguiente: «Este extranjero
ha venido a contribuir al esfuerzo de guerra. Los soldados y los civiles deben
rescatarlo, protegerlo y proporcionarle atención médica.» Lo llevábamos en la
chaqueta... algunos se lo cosían.
Peter
se oyó explicarle lo de la blood chit
a Gastón con voz monótona.
—Interesante
—comentó este—. Me pregunto de quién sería. Me gustaría saber de quién era esa
máquina de escribir, pero la funda no lleva nombre.
Peter
fue a coger la carta y dudó, como si estuviera a punto de poner la mano en el
fuego. No quería leer lo que ponía aquel papel. Tenía la sensación de que no
deberían haberlo encontrado.
—Venga
—le susurró el fantasma, con cara adusta.
Era
papel de carta y estaba quebradizo. No llevaba firma. La nota no iba dirigida a
nadie.
Te odio por todos los años que he tenido que
vivir en tu ausencia. ¿Cómo puede doler tanto un corazón y seguir latiendo?
¿Cómo puedo sentirme tan mal y no morirme?
Me
he estropeado las rodillas rezando para que volvieras. Ninguna de mis oraciones
ha obtenido respuesta. He intentado que alcanzaran el cielo, pero están
atrapadas aquí, en la tierra, como codornices bajo la nieve helada. Intento
dormir y es como si me asfixiara.
¿Adónde
te fuiste?
Una
vez dijiste que, si no estaba contigo, no habría cielo.
No
puedo desprenderme de ti. Vuelve y llévame contigo. Vuelve.
Peter
no podía mirar al fantasma. Ya era bastante difícil permanecer al filo de lo
que este sentía al estar atrapado en el nimbo de una pena peor que cualquier
cosa que él hubiera experimentado jamás. Era como si le inyectaran a uno un
veneno de acción lenta.
—Me
parece que esto lo escribió una mujer —oyó que decía Gastón—. Parece cosa de
una mujer, ¿no crees?
—Sí
—repuso Peter a duras penas.
—Pero
¿por qué lo escribió? Algo así se escribe a mano más bien. Me pregunto cómo
moriría el tipo.
Más
oleadas de dolorosa tristeza le llegaron del fantasma. Peter tuvo que cerrar el
puño para no pegarle, aunque habría sido como sacudir niebla y no habría
servido en absoluto para que parara.
—Para
—le susurró con un nudo en la garganta.
—No
puedo —dijo el fantasma.
—¿Que
pare de qué? —le preguntó Gastón.
—Perdona
—se excusó Peter—. He cogido la costumbre de hablar solo. ¿Puedo llevármela?
—Claro,
yo no tengo... —Gastón se calló y lo miró de cerca—. Santo cielo. ¿Estás
llorando?
Horrorizado,
Peter se dio cuenta de que tenía los ojos llorosos. Estaba a punto de gritar.
—El
polvo —consiguió decir. Le dio la espalda y añadió con voz apagada—: Voy
arriba, a trabajar en la buhardilla.
—Subo
a ayudarte.
—No,
ya lo hago yo. Tú barre aquí abajo. Me hace falta estar un rato a solas.
—Ya
has pasado mucho tiempo a solas —le dijo Gastón—. A lo mejor te iría bien un
poco de compañía.
Aquello
estuvo a punto de arrancarle una carcajada a Peter. «Llevo meses sin estar a
solas —habría querido decirle a su hermano—. Me están acosando.»
Notó
el peso de la mirada de Gastón.
—Peter...
¿estás bien? —le preguntó.
—Estupendamente
—repuso Peter con crueldad, saliendo de la habitación.
Cuando
llegaron a la buhardilla el fantasma todavía no había cambiado de humor. Peter
pensó con pesar que había algo peor que el hecho de que te siguiera un espectro
y era que te siguiera un espectro que tenía pleno poder sobre sus emociones.
—Tal
vez se te haya escapado que tengo que soportar mi propia carga. Que me aspen si
puedo cargar con la tuya también —le dijo Peter en tono asesino.
—Por
lo menos tú sabes qué carga soportas —dijo el fantasma, fulminándolo con la
mirada.
—Sí,
por eso me paso la mitad del tiempo bebiendo: para olvidarla.
—¿Solo
la mitad? —retrucó con sarcasmo el fantasma.
Peter
blandió el pedazo de seda.
—¿Crees
en serio que es tuyo?
—No
te acalores. Sí, es mío.
Peter
tenía la carta en la otra mano.
—Y
crees que esta carta se refiere a ti.
El
fantasma respondió con un inequívoco gesto de asentimiento. Tenía los ojos
negro medianoche y la cara muy seria.
—Me
parece que lo escribió Elena.
—Elena.
—Peter parpadeó, atónito. Su furia se había esfumado por completo—. ¿La abuela
de Lali? Crees que tú y ella... —Con lentitud, fue hacia la escalera y bajó el
primer escalón—. Eso es ir demasiado lejos, sin nada que lo respalde.
—Era
reportera del Herald...
—Lo
sé. Y vivía aquí, y tal vez haya una pequeñísima posibilidad de que la máquina
de escribir fuera suya. Pero eso no prueba nada.
—No
necesito pruebas. Estoy recordando cosas. La recuerdo a ella. Y sé que ese
pedazo de tela que tienes en la mano era mío.
Peter
desplegó la blood chit y volvió a
mirarla.
—No
lleva ningún nombre, así que no puedes estar seguro de que sea tuya.
—¿Lleva
número de serie?
Peter
miró atentamente la tela y asintió.
—En
el lado izquierdo.
—¿Es
W17101?
A
medida que leía el número de serie, W17101, puso unos ojos como platos.
El
fantasma le dirigió una mirada de manifiesta superioridad.
—¿Eres
capaz de recordar esto y no te acuerdas de cómo te llamas? —le preguntó.
El
fantasma miró los montones de cajas y objetos de la buhardilla, los recuerdos
empaquetados y cubiertos por el polvo de años.
—Recuerdo
que en otros tiempos fui un hombre que amaba a alguien —se puso a caminar con
las manos hundidas en los bolsillos de su chaqueta de piloto de bombardero—.
Tengo que enterarme de lo que sucedió. De si Elena y yo nos casamos. De si...
—¿Si
qué? Te moriste.
—A
lo mejor no. A lo mejor volví.
—¿Saliste
vivo de un accidente de avión? —le preguntó Peter con sarcasmo—. Por lo que yo
sé, fue muchísimo peor que un aterrizaje forzoso.
El
fantasma parecía decidido a inventar algún tipo de final feliz para su
historia.
—Cuando
amas tantísimo a una mujer no permites que nada te detenga, que nada te impida
volver con ella. Sobrevives a lo que sea.
—A
lo mejor era todo cosa de ella. Puede que para ti fuera solo una aventura.
—Todavía
la quiero —dijo el fantasma con ferocidad—. Todavía lo siento. Aquí —se llevó
una mano al pecho—. Y me sigue doliendo a morir.
Peter
lo creyó, porque a él le dolía con solo estar cerca.
Observó
al fantasma ir de un lado para el otro.
Si
el semblante del espectro reflejaba fielmente cómo había sido en vida, había
tenido complexión de piloto, flaco y ágil, con suficiente masa muscular para
contrarrestar los desmayos de las extenuantes maniobras de un combate aéreo.
—Bastante
alto para ser piloto en tu época —comentó Peter.
—Cabía
en un P-40 —dijo el fantasma, distante.
—¿Pilotabas
un caza? —le preguntó Peter, fascinado. En su infancia, había construido una
maqueta del avión World War II—. ¿Seguro?
—Bastante
seguro. —El fantasma se hallaba ensimismado—. Recuerdo que me dispararon —dijo—
y recibí tanta fuerza-g que la sangre se me fue de la cabeza y todo se volvió
borroso. Pero aguanté hasta que el tipo que llevaba en la cola se rindiera o
quedara inconsciente.
Peter
se sacó el móvil del bolsillo y abrió el navegador.
—¿A
quién llamas?
—A
nadie. Intento encontrar si existe algún modo de identificar a un piloto por el
número de serie de eso. —Al cabo de un minuto o dos de búsqueda, encontró una
página de información y frunció el ceño mientras leía.
—¿Qué
pasa? —preguntó el fantasma.
—No
ha habido suerte. No hay un catálogo general. Hubo repartos en masa desde
diferentes fuentes de Estados Unidos y China. Algunos fueron reenviados a un
segundo piloto cuando el primero murió. Además, puesto que los números de serie
se consideraban información clasificada, las listas que hubiera probablemente
fueron destruidas.
—Busca
Elena Steward —le dijo el fantasma.
—Con
este teléfono no. La conexión es demasiado lenta. —Peter miró ceñudo la pequeña
pantalla de cristal líquido—. Para eso me hace falta un portátil.
—Ve
al sitio web del Bellingham Herald
—insistió el otro—. Tiene que haber algo sobre ella.
Peter
fue al sitio web y lo estuvo consultando un minuto.
—Los
archivos digitalizados solo se remontan hasta el 2000.
—Eres
un investigador pésimo. Pregúntaselo a Gastón. Seguro que no tardará ni cinco
minutos en encontrarlo todo acerca de Elena.
—La
gente de ochenta años no suele dejar un rastro en internet —dijo Peter—.
Además, no puedo preguntárselo a Gastón... querrá saber por qué me interesa y
no quiero explicárselo.
—Pero...
—Verás
a Elena dentro de nada, cuando Lali la traiga a la isla, y yo en tu lugar no me
emocionaría demasiado. Ahora es una anciana.
El
fantasma soltó un bufido.
—¿Qué
edad crees que te tengo yo, Peter?
El
otro lo miró, evaluándolo.
—Cerca
de treinta años.
—Con
lo que estoy pasando, la edad es más que relativa. El cuerpo no es más que un
frágil recipiente para un alma.
—Yo
no he alcanzado la iluminación —le dijo Peter. Después de conectar el teléfono
a los altavoces, se acercó a la caja de las bolsas de basura y sacó una.
—¿Qué
haces? —le preguntó el fantasma.
—Voy
a revisar más trastos de estos.
—El
ordenador de Gastón está en la planta baja —protestó el fantasma—. Podrías
pedirle que te lo deje.
—Más
tarde.
—¿Por
qué no ahora?
Porque
Peter necesitaba sentir que tenía cierto control sobre su propia maldita vida.
El encuentro con Lali de aquella mañana, y la lectura de la vieja carta
mecanografiada, lo habían alterado. Le hacía falta un descanso de las emociones
que flotaban libremente y las escenas y las preguntas sin respuesta. En lo
único que podía pensar era en hacer algo práctico.
El
fantasma, intuyendo su humor volátil, se batió en retirada y guardó silencio.
Continuará...
+10 :'(
uhhh :( me encanta mas
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ResponderEliminarPeter se está sensibilizando
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